Luego, en lo alto de la pendiente, mientras se acercaban al cruce con la carretera principal, vio el coche. La puerta del conductor estaba abierta y Ricky estaba al lado mirando a su alrededor. Su rostro, debajo de la gorra de beisbol, era una mascara de furia.

Abby se hundio mas, por debajo del nivel de la ventanilla, y se tapo totalmente con la chaqueta. Luego espero hasta que noto que el taxi se alejaba, al girar a la derecha en lo alto de la colina, para incorporarse lo suficiente y observar por el parabrisas trasero. Ricky miraba en direccion contraria a ella, escudrinando el aparcamiento.

– Por favor, conduzca tan deprisa como pueda -dijo-. Le dare una buena propina.

– Hare lo que pueda -dijo el taxista.

Escucho la musica clasica que sonaba en la radio. Reconocio la melodia: era el «Coro de los esclavos hebreos» de Verdi. Ironicamente, se trataba de una de las piezas preferidas de su madre. Una coincidencia curiosa. ?O era una senal?

Abby creia en los presagios, siempre habia creido en ellos. Nunca habia aceptado las convicciones religiosas de sus padres, pero siempre habia sido supersticiosa. Que extrano era que justo en este momento sonara esta composicion.

– Bonita musica -dijo.

– Puedo bajarla.

– No, por favor, subala.

El taxista obedecio.

Abby volvio a marcar el numero de su madre. Cuando comenzo a sonar, oyo el pitido insistente de una llamada entrante. Y de dos personas, solo podia tratarse de una. En la pantalla aparecio «Numero privado».

Dudo. Intento pensar con claridad. ?Podia ser su madre? Era improbable, pero…

Pero…

Siguio dudando. Entonces acepto la llamada.

– Muy bien, zorra, ?muy gracioso! ?Donde estas?

Colgo. Estaba temblando. Volvio a notar las nauseas en la boca del estomago.

El telefono volvio a sonar. «Numero privado», igual. Rechazo la llamada.

Y otra vez.

Luego, se percato de que podia jugar a aquello de una manera mas inteligente y espero a que volviera a sonar.

Pero el telefono permanecio en silencio.

71

13 de septiembre de 2001

Nada en su vida habia preparado a Ronnie para la devastacion que se extendia delante de el mientras caminaba desde la estacion de metro hasta los alrededores del World Trade Center. Pensaba que tenia cierta idea de lo que podia esperarle por todo lo que habia visto el martes con sus propios ojos y en television posteriormente, pero lo que se encontro ahora le horrorizo.

Era mediodia pasado. La resaca de su sesion de alcohol de ayer con Boris no ayudaba y el olor a aire polvoriento le mareaba mucho. Era la misma peste fetida con la que se habia despertado en Brooklyn los dos ultimos dias, pero mucho mas fuerte aqui. Una hilera de vehiculos militares y de emergencia avanzaba lentamente por la calle. A lo lejos gimio una sirena y habia una cacofonia constante de rugidos y vibraciones de los helicopteros, que parecia que volaban solo unos centimetros por encima de los rascacielos que lo flanqueaban.

Al menos el tiempo que habia invertido en su «nuevo mejor amigo» no habia sido en vano. En realidad, comenzaba a verle como su Chico Para Todo. El falsificador que Boris le habia recomendado vivia solo a diez minutos a pie de su nuevo hogar. Ronnie penso que entraria en un local deprimente en un barrio marginal y encontraria a un viejo arrugado con un ocular y dedos manchados de tinta. Pero en su lugar, en un despacho elegante y desabrido en un edificio sin ascensor, se reunio con un ruso atractivo, de no mas de treinta anos, muy agradable y vestido con un traje muy caro, que bien podria haber sido un banquero o un abogado.

Por cinco mil dolares, el cincuenta por ciento por adelantado, que Ronnie le entrego, iba a proporcionarle el pasaporte y el visado que queria. Lo que le dejaba con unos tres mil dolares; suficiente para arreglarselas por un tiempo, si iba con cuidado. Era de esperar que el mercado de los sellos se recuperara pronto, aunque hoy las bolsas de todo el mundo seguian cayendo en picado, segun las noticias de la manana.

Pero todo aquello era pura bagatela comparado con las riquezas que le aguardaban si su plan tenia exito.

Un poco mas adelante un punto de control bloqueaba la calle, la barrera levantada para que pasara el convoy de vehiculos. Lo operaban dos soldados jovenes que estaban mirando en direccion a Ronnie. Llevaban casco y el uniforme de combate, lleno de polvo, y sostenian su metralleta en una postura agresiva, como si planearan encontrar pronto algo a lo que disparar en esta nueva guerra contra el terrorismo.

Una multitud de personas que parecian turistas, entre los que habia un grupo de adolescentes japoneses, estaba de pie observando y tomando fotografias de casi todo: los escaparates cubiertos de polvo, los papeles y copos de ceniza amontonados hasta la altura del tobillo en algunos lugares de la calle. Parecia que todavia habia mas polvo gris que el martes, pero los fantasmas eran menos grises. Hoy parecian mas personas. Personas en estado de shock.

Una mujer de unos treinta y muchos anos de pelo castano enmaranado y apelmazado, que llevaba un vestido ancho y chanclas y las mejillas llenas de lagrimas, entraba y salia de la muchedumbre, mostrando la fotografia de un hombre atractivo y alto con camisa y corbata, sin decir nada, solo mirando a cada persona con quien se cruzaba, implorandoles en silencio una senal que indicara que lo habian reconocido. «Si, recuerdo a ese tipo, lo vi, estaba bien, caminaba hacia…»

Justo antes de llegar a la posicion de los soldados, vio a su izquierda una valla publicitaria con decenas de fotografias pegadas. La mayoria eran primeros planos de caras, algunas sobre un fondo de barras y estrellas. Estaban envueltas en celofan transparente para protegerlas de la lluvia y todas llevaban un nombre y mensajes escritos a mano. El mas comun era: ?Has Visto A Esta Persona?

– Lo siento, senor, no puede pasar. -La voz era educada pero firme.

– He venido a trabajar en los escombros -dijo Ronnie, fingiendo acento estadounidense-. He oido que hacen falta voluntarios. -Miro a los soldados con curiosidad, echando un vistazo con cautela a las armas. Luego, con voz entrecortada, dijo-: Tenia familia… En la Torre Sur, el martes.

– Tu y casi todo Nueva York, amigo -dijo el mayor de los soldados. Sonrio a Ronnie, una especie de sonrisa de impotencia que decia: «Estamos todos juntos en esta mierda».

Una pala excavadora, seguida de un bulldozer, cruzo la barrera con gran estruendo.

El otro soldado senalo calle abajo con el dedo.

– Gira a la izquierda, la primera a la izquierda, y veras un grupo de tiendas de campana. Alli te equiparan y te diran lo que debes hacer. Suerte.

– Si -dijo Ronnie-. Lo mismo digo.

Se agacho para pasar por debajo de la barrera y, al cabo de unos pasos mas, toda la panoramica de la zona devastada comenzo a abrirse ante el. Le recordo a las fotografias que habia visto de Hiroshima tras la bomba atomica.

Giro a la izquierda, no sabia muy bien donde se encontraba, y siguio caminando por la calle. Luego, delante de el, el Hudson aparecio de repente y justo al lado del rio vio todo un campamento provisional de puestos y tiendas de campana junto a una zona enorme de escombros.

Paso por delante de un coche deportivo volcado boca abajo. Una chaqueta de bombero hecha trizas descansaba en el suelo cerca de el, las franjas amarillas sobre el uniforme gris, vacio, cubierto de polvo. Una manga estaba arrancada y yacia a cierta distancia. Un bombero con una camiseta azul polvorienta, sentado sobre un pequeno monticulo de escombros, se sujetaba la cabeza con una mano, una botella de agua en la otra. Parecia que ya no podia soportarlo mas.

En un respiro momentaneo de los helicopteros, Ronnie escucho sonidos nuevos: el rugido de la maquinaria de elevacion, los quejidos de las fresas conicas de angulo, las perforadoras, los bulldozers, y el trino, aullido y chillido

Вы читаете Las Huellas Del Hombre Muerto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату