que yo le conociera, pero al repetir sus comentarios ahora me doy cuenta de que podian haber sido enteramente falsos. La autocritica era un elemento importante dentro de su personalidad, y a menudo se utilizaba a si mismo como blanco de sus propias bromas. Especialmente cuando hablaba del pasado, le gustaba presentarse en los terminos menos favorecedores. Siempre era el chico ignorante, el tonto pomposo, el buscabullas, el zafio desmanado. Tal vez era asi como queria que le viese, o puede que encontrase un placer perverso en tomarme el pelo. Porque el hecho es que hace falta una gran seguridad para que alguien se burle de si mismo, y una persona con esa clase de seguridad raras veces es un idiota o un zafio.

Hay una sola historia de esos primeros tiempos que me parece algo fiable. La oi hacia el final de mi visita a Connecticut en 1980, y puesto que la fuente es su madre tanto como el, pertenece a una categoria distinta del resto. En si misma, esta anecdota es menos espectacular que algunas de las que me conto Sachs, pero, considerandola ahora desde la perspectiva de toda su vida, destaca con especial relieve, como si fuera el anuncio de un tema, la afirmacion inicial de una frase musical que continuo obsesionandole hasta sus ultimos momentos en la tierra.

Una vez recogida la mesa, a las personas que no habian ayudado a preparar la cena se les asigno la tarea de fregar en la cocina. Eramos solo cuatro: Sachs, su madre, Fanny y yo. Era un trabajo inmenso, todas las encimeras estaban abarrotadas de vajilla sucia, y mientras nos turnabamos para rascar, enjabonar, aclarar y secar, charlamos de una cosa y otra, vagando sin rumbo de un tema a otro. Al cabo de un rato nos encontramos hablando del dia de Accion de Gracias, lo cual nos llevo a una discusion acerca de otras fiestas norteamericanas, lo cual condujo a su vez a unos comentarios de pasada sobre simbolos nacionales. Se menciono la Estatua de la Libertad, y luego, casi como si el recuerdo les hubiese venido a ambos simultaneamente, Sachs y su madre empezaron a hablar de un viaje que habian hecho a la isla de Bedloes a principios de los anos cincuenta. Fanny nunca habia oido la historia, asi que ella y yo nos convertimos en el publico, de pie con un pano de cocina en la mano, mientras ellos dos interpretaban su numerito.

– ?Te acuerdas de aquel dia, Benjy? -comenzo Mrs. Sachs.

– Claro que me acuerdo -dijo Sachs-. Fue uno de los momentos cruciales de mi infancia.

– Eras muy pequeno. No tendrias mas de seis o siete anos.

– Fue el verano en que cumpli seis. Mil novecientos cincuenta y uno.

– Yo tenia unos cuantos mas, pero nunca habia visitado la Estatua de la Libertad. Pense que ya era hora, asi que un dia te meti en el coche y te lleve a Nueva York. No recuerdo donde estaban las ninas aquella manana, pero estoy completamente segura de que ibamos solo nosotros dos.

– Solo nosotros dos y Mrs. No-se-cuantos-stein y sus dos hijos. Nos reunimos con ellos alli.

– Doris Saperstein, mi vieja amiga del Bronx. Tenia dos ninos mas o menos de tu edad. Eran verdaderos golfillos, un par de indios salvajes.

– Ninos normales, simplemente. Fueron ellos quienes causaron toda la disputa.

– ?Que disputa?

– No te acuerdas de esa parte, ?eh?

– No, solo recuerdo lo que sucedio despues. Eso borro todo lo demas.

– Me hiciste llevar aquellos horribles pantalones cortos con calcetines blancos hasta la rodilla. Siempre me arreglabas mucho cuando saliamos, y yo lo odiaba. Me sentia como un mariquita con aquella ropa, un Fauntleroy de punta en blanco. Ya era bastante terrible en las salidas familiares, pero la idea de presentarme asi delante de los hijos de Mrs. Saperstein me resultaba intolerable. Sabia que ellos llevarian camisetas, pantalones de algodon y zapatillas deportivas, y no sabia como iba a enfrentarme con ellos.

– Pero si parecias un angel con aquella ropa -dijo su madre.

– Puede, pero yo no queria parecer un angel. Yo queria parecer un nino norteamericano normal. Te rogue que me pusieses otra cosa. Pero te negaste. “Visitar la Estatua de la Libertad no es como jugar en el patio trasero”, dijiste. “Es el simbolo de nuestro pais y tenemos que mostrarle el debido respeto.” Incluso entonces la ironia de la situacion no se me escapo. Estabamos a punto de rendir homenaje al concepto de la libertad y yo estaba encadenado. Vivia en una absoluta dictadura y, desde que podia recordar, mis derechos habian sido pisoteados. Trate de explicarte lo de los otros chicos, pero no me escuchaste. Tonterias, dijiste, llevaran sus trajes de vestir. Estabas tan condenadamente segura de ti misma que finalmente reuni valor y me ofreci a hacer un trato contigo. De acuerdo, dije, me pondre esa ropa hoy, pero si los otros chicos llevan pantalones de algodon y zapatillas deportivas sera la ultima vez que tenga que hacerlo. En adelante, me daras permiso para ponerme lo que quiera.

– ?Y acepte eso? ?Me avine a pactar con un crio de seis anos?

– Simplemente me seguias la corriente. La posibilidad de perder la apuesta ni siquiera se te ocurrio. Pero, mira por donde, cuando Mrs. Saperstein llego a la Estatua de la Libertad con sus dos hijos, estos iban vestidos exactamente como yo habia previsto. Y asi fue como me converti en el amo de mi propio guardarropa. Fue la primera victoria importante de mi vida. Me senti como si hubiese asestado un golpe a favor de la democracia, como si me hubiese levantado en nombre de los hombres oprimidos del mundo entero.

– Ahora se por que eres tan aficionado a los vaqueros -dijo Fanny-. Descubriste el principio de la autodeterminacion y en ese momento decidiste ir mal vestido el resto de tu vida.

– Exactamente -dijo Sachs-. Me gane el derecho a ser un guarro, y desde entonces he portado el estandarte orgullosamente.

– Y entonces -continuo Mrs. Sachs, impaciente por seguir con la historia- empezamos a subir.

– La escalera de caracol -anadio su hijo-. Encontramos los escalones y comenzamos a subirlos.

– La cosa no fue mal al principio -dijo Mrs. Sachs-. Doris y yo dejamos que los chicos fueran delante y nos tomamos la subida con calma, agarradas al pasamanos. Llegamos hasta la corona, miramos la bahia durante un par de minutos y todo estaba en orden. Pense que aquello era todo y que entonces empezariamos a bajar y nos iriamos a tomar un helado en alguna parte. Pero en aquellos tiempos todavia te dejaban llegar hasta la antorcha, lo cual significaba subir otra escalera, una que iba por el brazo de la vieja grunona. Los chicos estaban locos por subir hasta alli. No cesaban de gritar y protestar diciendo que querian verlo todo, asi que Doris y yo cedimos. Resulto que esta escalera no tenia barandilla como la otra. Era la espiral de peldanos de hierro mas estrecha y retorcida que habia visto nunca, un poste de incendios con salientes, y cuando mirabas a traves del brazo te parecia que estabas a trescientos kilometros por encima de la tierra, era la pura nada todo alrededor, el gran vacio del cielo. Los chicos subieron corriendo hasta la antorcha ellos solos, pero cuando habia hecho dos tercios de la subida, yo me di cuenta de que no iba a poder acabarla. Siempre me habia considerado una chica bastante fuerte. No era una de esas mujeres histericas que chillan cuando ven un raton, era una joven robusta y practica que habia pasado por todo, pero de pie en aquellas escaleras me senti debil por dentro. Tenia un sudor frio, pense que iba a vomitar. Doris tampoco estaba ya en muy buena forma, asi que las dos nos sentamos en un escalon, confiando en que eso nos calmara los nervios. Nos ayudo un poco, pero no mucho, e incluso con el trasero plantado sobre algo solido, yo seguia teniendo la sensacion de que estaba a punto de caerme, de que en cualquier momento me caeria de cabeza hasta el fondo. Fue lo mas espantoso que he sentido en mi vida. Estaba completamente trastocada y revuelta. Tenia el corazon en la garganta, la cabeza en las manos, el estomago en los pies. Me asuste tanto pensando en Benjamin que me puse a llamarle a gritos para que bajara. Fue terrible. Mi voz resonaba dentro de la Estatua de la Libertad como los aullidos de un espiritu atormentado. Los chicos dejaron la antorcha finalmente y entonces bajamos todos las escaleras sentados, peldano a peldano. Doris y yo tratamos de que a los chicos les pareciese un juego, fingiendo que aquella era la forma mas divertida de bajar. Pero por nada en el mundo me hubiese puesto de pie nuevamente en aquellas escaleras. Antes me habria tirado al vacio que hacer eso. Debimos tardar una media hora en llegar abajo, y para entonces yo era una ruina, una masa de carne y huesos. Benjy y yo nos quedamos en casa de los Saperstein aquella noche, y desde entonces he tenido un miedo mortal a las alturas. Preferiria morirme a poner los pies en un avion, y en cuanto llego al tercer o cuarto piso de un edificio, me convierto en gelatina. ?Que os parece? Y todo empezo aquel dia cuando Benjamin era un nino, mientras subiamos a la antorcha de la Estatua de la Libertad.

– Fue mi primera leccion de teoria politica -dijo Sachs, apartando la vista de su madre para mirarnos a Fanny y a mi-. Aprendi que la libertad puede ser peligrosa. Si no tienes cuidado, puede matarte.

No quiero darle demasiada importancia a esta historia, pero al mismo tiempo creo que no debo pasarla por alto. En si misma, no es mas que un episodio trivial, una pequena anecdota familiar, y Mrs. Sachs la conto con suficiente humor, burlandose de si misma, como para borrar sus mas bien terrorificas implicaciones. Todos nos reimos cuando termino, y luego la conversacion paso a otra cosa. De no ser por la novela de Sachs (la misma que

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