en el colegio. Leila nunca lo jugo. Solia decirle a Ted que algun dia se haria con tiempo para aprenderlo. «Nunca lo habria hecho», penso Elizabeth, y una sonrisa se dibujo en sus labios. Leila era demasiado impaciente como para correr detras de una pelotita durante cuatro o cinco horas…

Comenzaba a respirar con dificultad y disminuyo el paso. «Estoy en baja forma», se dijo. Ese dia iria al gimnasio de mujeres y haria un programa completo de ejercicios y tratamientos. Seria una forma util de pasar el tiempo. Giro para tomar el camino de regreso y al hacerlo… se topo con Ted. El la sostuvo de los brazos para evitar que se cayera. Jadeante por la fuerza del impacto lucho para alejarlo de su lado.

– Sueltame. -Subio el tono de voz-. Te he dicho que me sueltes. -Era consciente de que no habia nadie mas en el camino. El estaba sudoroso y tenia la camiseta pegada al cuerpo. El costoso reloj que Leila le habia regalado brillaba bajo el sol.

El la solto. Sorprendida y asustada, Elizabeth vio que Ted la observaba con una expresion indescifrable.

– Elizabeth, tengo que hablarte.

«Ni siquiera iba a simular no haberlo planeado», penso ella.

– Di lo que tengas que decir en el juicio. -Elizabeth trato de reanudar su camino, pero el le bloqueo el paso. ?Asi se habia sentido Leila en el final, atrapada?

– Te he pedido que me escuches. -Era como si hubiese presentido el miedo de Elizabeth y estuviera molesto por ello.

»Elizabeth, no me has dado una oportunidad. Se lo que todo parece ser. Tal vez, y eso es algo que no se, tal vez tengas razon y yo haya vuelto a su apartamento. Estaba borracho y enojado, pero tambien muy preocupado por ella. Elizabeth, piensa esto: si tienes razon, si realmente regrese, si esa mujer que dice haberme visto luchando con Leila tiene razon, ?no me concederas al menos que podria haber estado luchando para salvarla? Sabes lo deprimida que estaba Leila aquel dia. Estaba fuera de si.

– «Si realmente regrese.» ?Me estas diciendo que aceptas haber regresado al apartamento? -Elizabeth sintio que le oprimian los pulmones. El aire parecia de repente humedo y pesado, con la humedad de la tierra y de las hojas de los cipreses. Ted media un metro ochenta, pero los pocos centimetros de diferencia entre ellos parecian no existir mientras se miraban a los ojos. Elizabeth era consciente de la intensidad de las lineas alrededor de los ojos y la boca.

– Elizabeth, se como debes sentirte con respecto a mi, pero hay algo que tienes que entender. No recuerdo que sucedio esa noche. Estaba tan borracho, tan triste. Durante estos meses, tuve la impresion de haber estado en el piso de Leila y de haber abierto la puerta. Asi que tal vez, tengas razon, tal vez si me oiste gritarle algo. ?Pero no recuerdo nada mas que eso! Esa es la verdad. La siguiente pregunta es: ?Crees que soy capaz de matar, estando sobrio o ebrio?

Sus ojos azul oscuro estaban empanados por el dolor. Se mordio los labios y extendio las manos en gesto de suplica.

– ?Y bien, Elizabeth?

Con un movimiento rapido, ella lo esquivo y se echo a correr hacia «Cypress Point». El fiscal de distrito se lo habia advertido. Si Ted pensaba que su mentira sobre no haber estado en la terraza con Leila no tenia eco, diria que habia tratado de salvarla.

No se volvio hasta llegar a la puerta. Ted no habia intentado seguirla. Permanecio donde lo dejo, mirandola, con las manos en las caderas.

Todavia le ardian los brazos por la fuerza con que la habia sostenido. Recordo algo mas que le habia dicho el fiscal de distrito.

Sin ella como testigo, Ted saldria libre.

2

A las ocho de la manana. Dora «Sammy» Samuels saco su automovil de la casa de su prima Elsie y con un suspiro de alivio inicio el trayecto desde Napa Valley hasta la peninsula de Monterrey. Con suerte, estana alli a las dos de la tarde. En un principio, habia pensado salir a ultima hora de la tarde y Elsie se disgusto por el cambio de planes, pero estaba ansiosa por regresar a «Cypress Point» y terminar de revisar la correspondencia.

Era una mujer fuerte, de setenta anos, con cabello del color del acero recogido en un apretado rodete. Usaba gafas anticuadas, sin montura, en la punta de la nariz pequena y recta. Habia pasado un ano y medio desde que estuvo a punto de morir a causa de una aneurisma, y la operacion la habia dejado con un permanente aspecto de fragilidad, pero hasta el momento, habia rechazado tajantemente cualquier sugerencia acerca de su jubilacion.

Habia sido un fin de semana inquietante. Su prima nunca habia aprobado el trabajo de Dora con Leila. «Contestar las cartas de los admiradores de mujeres insulsas», asi denominaba ella el trabajo de Dora.

– Con tu inteligencia podrias encontrar un trabajo mejor. ?Por que no te haces maestra voluntaria?

Hacia tiempo que Dora habia abandonado la lucha por tratar de explicarle a Elsie que, despues de treinta y cinco anos de ensenanza, no queria volver a ver un libro de texto nunca mas, y que los ocho que llevaba trabajando con Leila habian sido los mas excitantes de toda una monotona existencia.

Ese fin de semana habia sido bastante abrumador, porque cuando Elsie la descubrio con la bolsa de correspondencia de los admiradores de Leila, quedo atonita.

– ?Quieres decir que dieciseis meses despues de la muerte de esa mujer sigues escribiendo a sus admiradores? ?Estas loca?

«No, no lo estaba», se dijo Dora mientras sin pasar el limite de velocidad, atravesaba la zona vitivinicola. Era un dia caluroso y languido, pero igual vio unos cuantos autobuses repletos de turistas que se dirigian a visitar los vinedos.

No le habia explicado a su prima que el hecho de enviar notas personales a quienes habian amado a Leila era una forma de mitigar el sentimiento de perdida. Tampoco le habia contado la razon por la cual habia llevado consigo el pesado saco de correspondencia. Queria saber si le habian enviado otra de esas cartas anonimas como la que habia encontrado.

Esa habia sido enviada tres dias antes de que Leila muriera. La direccion del sobre y la nota habian sido redactadas con palabras y frases recortadas de diarios y revistas. Decia asi:

Al pensar en esa nota y en las otras que debieron de haberla precedido, sintio una nueva oleada de odio.

– Leila, Leila -susurro-. ?Quien te haria una cosa asi?

Ella habia comprendido su terrible vulnerabilidad y que esa confianza externa, esa fascinante imagen publica era la fachada de una mujer muy insegura.

Recordo cuando Elizabeth tuvo que irse a estudiar justamente cuando ella habia empezado a trabajar con Leila. Habia visto a Leila regresar del aeropuerto desconsolada y banada en lagrimas.

– Dios, Sammy -le dijo-, no puedo creer que no vere a Sparrow durante meses. ?Un internado suizo! ?No sera una experiencia extraordinaria para ella? Una gran diferencia con el «Lumber Creek High», mi alma mater. -Luego agrego dudosa-: Sammy, no tengo programa para esta noche. ?No quieres quedarte y comer algo juntas?

«Los anos pasaron tan de prisa -penso Sammy mientras un autobus le tocaba el claxon y le adelantaba, impaciente. Por alguna razon, ese dia, el recuerdo de ella estaba vivo en su memoria. Leila con sus locas extravagancias, gastando el dinero con la misma rapidez con la que lo ganaba. Los dos matrimonios de Leila… Dora le habia rogado que no se casara con el segundo-. ?Todavia no has aprendido la leccion? No puedes permitirte otro vividor.»

Leila abrazada a sus rodillas.

– Sammy, no es malo y me hace reir mucho. Eso es una virtud.

– Si quieres reir, contrata a un payaso.

El abrazo fuerte de Leila.

– Oh, Sammy, prometeme que siempre me diras la verdad. Quiza tengas razon, pero supongo que lo hare de todos modos.

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