tenia tres hijos, pero ninguno estaba en la casa con ellos. No se daban los nombres, y el apellido de Luciana era lo bastante comun como para que hubiera pasado la noticia por alto en el caso de que realmente la hubiera leido en su momento. La noticia se continuaba al dia siguiente en un espacio algo mas reducido, donde se explicaba que el peritaje del bosque habia confirmado la presencia de la especie venenosa. Se hablaba de la migracion de las esporas llevadas por los vientos y se alertaba sobre los peligros de la recoleccion casera.
Lleve los ejemplares a la fotocopiadora y mientras insertaba las monedas y aprisionaba las paginas a la espera de que el haz de luz las recorriera tuve la sensacion de que una idea todavia demasiado vaga buscaba como expresarse, como si fuera un animal esquivo que estuviera merodeando, a punto de tocarme, a punto de huir, en el silencio del sotano. Volvi en un impulso a las filas de biblioratos y busque los ejemplares con la noticia de la tercera muerte. La progresion era aqui al reves: la noticia habia empezado como un recuadro perdido en la pagina de policiales y luego, a medida que se descubrian las implicaciones politicas, habia tomado cada vez mayor dimension, hasta llegar a la tapa. Lei la cronica del primer dia, todavia sin fotos. El asesino, aparentemente, habia esperado al medico muy tarde de noche, cerca de la entrada de su edificio, y lo habia encanonado con su revolver. El hermano de Luciana no se habia resistido, quiza porque penso que se trataba solo de un robo. Habian subido juntos en el ascensor hasta su departamento. Los vecinos escucharon entonces un terrible tumulto y los gritos del medico en medio de una pelea. Alguien habia llamado a la policia. La puerta del departamento habia quedado abierta y el revolver estaba a la vista sobre una repisa, como si el asesino lo hubiera dejado alli apenas traspuso la puerta. El cuerpo del medico estaba en el centro del living, con la cuenca de los ojos vaciada y una herida enorme en el cuello, que posiblemente fuera una dentellada. Habian encontrado al asesino acorralado en la terraza del edificio, con la boca manchada de sangre; cuando lograron abrirle el puno tenia aprisionadas y hechas pulpa las dos pupilas con sus corneas. En la declaracion dijo que pensaba arrojarselas a la cara a su mujer antes de matarla. Busque el ejemplar del dia siguiente. La noticia ocupaba ahora mas de media pagina. Se habia descubierto que el hombre que acababan de atrapar figuraba como recluso de una carcel de maxima seguridad, con condena perpetua, y nadie podia dar una explicacion de como se habia fugado. Habia una foto de la cara tomada de frente, con los ojos borrados de toda expresion, posiblemente la que figuraba en su ficha policial. Una frente ancha, el craneo limpio y pelado, con dos franjas angostas de pelo sobre las orejas, una nariz filosa, unos rasgos de cortes netos y vulgares, que nada decian de crimenes y carnicerias. La autopsia habia revelado algunos detalles mas. El agresor, en efecto, no habia usado mas que sus manos y sus dientes, la victima apenas se habia resistido, no habia llegado a devolver ningun golpe. El recluso era famoso por dejarse crecer las unas en prision, y ya antes le habia arrancado un ojo a otro preso en una pelea. No se habia podido determinar si el medico estaba o no conciente cuando le habian vaciado las orbitas. La causa de la muerte, de todas maneras, habia sido la seccion de la arteria yugular. Se revelaba tambien en la nota que el medico habia tenido relacion con la mujer del asesino, a la que habia conocido durante una de las visitas de ella a la carcel, pero nada se mencionaba de las cartas anonimas de las que me habia hablado Luciana.
Pase al proximo dia. Los titulares habian llegado a la primera plana. Se habia descubierto que el preso nunca se habia fugado, sino que los guardacarceles lo habian dejado salir para que participara en un robo. El Ministerio del Interior habia intervenido y se esperaba de un momento a otro la renuncia del jefe del Servicio Penitenciario. La investigacion habia cambiado de manos y ahora la llevaba adelante el comisario Ramoneda, del que me habia hablado Luciana. Aun asi, mientras leia esta nota -que era por mucho la mas larga- sentia que la pista se iba desvaneciendo y, como en el juego de la infancia, pasaba de tibio, tibio, a frio. No, decididamente no era nada de esto lo que habia creido ver. Era algo anterior que otra vez, al leer, se me habia pasado por alto. Lleve a la fotocopiadora la cronica del primer dia y despues fui hasta uno de los escritorios y dispuse una a continuacion de la otra las tres noticias fotocopiadas. Volvi a leerlas. Casi nada parecia unirlas, si no fuera por el relato de Luciana. No habia regularidad en las fechas: las dos primeras muertes habian ocurrido en el lapso de un ano, pero la tercera recien tres anos despues, y ahora habian pasado mas de cuatro anos sin que ocurriera nada mas. Parecia haber, en todo caso, un proceso de lentificacion. No habia tampoco un patron obvio que las articulara y que pudiera reconocerse «desde afuera». Habia incluso algo asi como una incongruencia estetica: si los dos primeros casos hacian recordar hasta cierto punto la clase de crimenes sutiles que imaginaba Kloster en sus novelas, la tercera, brutal y sanguinaria, estaba en las antipodas de lo que era su estilo, por lo menos su estilo literario. Aunque eso bien podia ser, por supuesto, parte del plan, y de la mas obvia prudencia: que algunas de las muertes fueran muy distintas de las que aparecian en sus libros. Recorde la voz angustiada de Luciana en su primer llamado.
Cada vez que pensaba en Kloster los argumentos en su contra se volvian retorcidos e increibles, pero a la vez, lo sabia bien, tambien las tramas que concebia Kloster en sus novelas eran a su manera retorcidas e increibles hasta la ultima pagina. Era justamente ese elemento excesivo, desmesurado, lo que me impedia descartarlo del todo.
Doble en cuatro las paginas y sali del subsuelo directamente a la calle, sin decidirme a subir hasta la redaccion para saludar a los que habian sido mis antiguos companeros. Temia en realidad no encontrar a ninguno. Volvi caminando, con la esperanza de que se me ocurriera en medio del paseo una excusa razonable -o bien una mentira convincente- para llamar a Kloster. Cuando subia a mi departamento, todavia adentro del ascensor, escuche detras de mi puerta el telefono que sonaba por ultima vez y quedaba enmudecido. Nadie me llamaba ultimamente y al abrir, en el silencio amplificado del ultimo eco, mi departamento me parecio mas que nunca solitario. No me hacia, a la vez, ilusiones sobre el llamado: sabia bien quien era y que me preguntaria. Pense que de todas maneras ella tenia razon sobre la alfombrita gris: debia encontrar en algun momento las fuerzas para cambiarla. Fui a la cocina a prepararme un cafe y antes de que terminara de enjuagar la taza el telefono volvio a sonar. Me pregunte desde que hora de la manana me estaria llamando con esa intermitencia de cinco minutos. Era, en efecto, Luciana.
– ?Pudiste hablar con el? Su voz sonaba ansiosa y a la vez habia en el tono algo ligeramente imperioso, como si el favor que me habia arrancado entre lagrimas la noche anterior se hubiese convertido por la manana en una obligacion de la que ya tenia que rendir cuentas.
– No, todavia no; en realidad ni siquiera tengo el numero de telefono, pensaba llamar ahora a mi editor…
– Yo si lo tengo -me interrumpio-, ya te lo paso.
– ?Es el numero de la casa adonde ibas?
– No, tuvo que mudarse de esa casa despues del divorcio.
Me pregunte como habria hecho para conseguir el nuevo numero. Y tambien, repare en ese momento, Luciana tenia que saber su nueva direccion: ?de que otro modo podria haberle enviado la carta? Si fuera cierto que Kloster vigilaba en secreto cada paso de ella, la vigilancia habia sido, por lo visto, simetrica. Reaparecio la voz de ella, a duras penas contenida, como si me hubiera dejado sin excusas.
– Entonces, ?vas a llamarlo ahora?
– La verdad, no se me ocurre todavia la manera. Ni siquiera lo conozco. Y llamarlo de pronto, para hablarle de algo asi… Ademas -dije- yo escribi una vez un articulo no muy agradable sobre el, si por casualidad lo leyo, no creo que me deje decir ni la primera palabra.
A medida que amontonaba excusa tras excusa me sentia cada vez mas miserable. Pero ella no me dejo continuar.
– Hay una forma -dijo, con un tono repentinamente sombrio-, algo que podrias decirle si todo lo demas falla.
