– Pasaron los anos, tres, cuatro, ya no recuerdo. No volvi a pensar en nada de esto y publique entre tanto otros libros. Hasta que un dia lei en un diario un pequeno articulo sobre los suenos premonitorios. Usted sabe, a la noche alguien suena que un ser querido muere y al dia siguiente la premonicion se cumple, como si el sueno fuera realmente una anticipacion, la flecha que parte hacia el blanco. El articulo estaba escrito por un profesor de estadistica, en un tono burlon. Hacia una cuenta muy simple de calculo de probabilidades y mostraba que la probabilidad de que un sueno premonitorio se cumpla es muy baja, pero no tan baja como para que en una ciudad grande, como Tokio o Buenos Aires, rutinariamente ocurra esta coincidencia entre los dos sucesos: el sueno de algun X y la muerte de su ser querido Y. Por supuesto que para quien tuvo el sueno la consecuencia resulta impresionante y no puede ver sino un fenomeno psiquico, un poder sobrenatural, pero para alguien que pudiera mirar la enorme ciudad desde arriba en la noche y llevara el computo de los suenos, no habria mas sorpresa que la de quien canta las bolillas en la loteria cuando alguien grita su numero. El articulo era muy convincente y me hizo pensar de otra manera sobre esa escena que habia escrito y la muerte de los padres de Luciana. Casi me avergonzaba por haber cedido a la supersticion, en el fondo tan arrogante, de creer que mi escritura pudiera haber tenido aquel efecto sobre la realidad. A la distancia, me parecia ahora clarisimo que no habia sido sino una coincidencia entre dos sucesos independientes, como los llamaba ese profesor. Aquella noche un ejercito de escritores habria estado, como yo, imaginando una u otra muerte. Me habia tocado a mi que ocurrieran a continuacion en la realidad. Un numero de loteria en el mar de las estadisticas, que me habia sido asignado al azar. Volvi a abrir el cajon. Volvi a leer la novela hasta ese punto. Y fue otra cosa la que ahora me sorprendio. Aquellas paginas, aquella novela… era lo mejor que habia escrito nunca. Algo mas extrano aun: ya no podia distinguir que hubiera, o que nunca hubiera habido, dos escrituras. Ya no hubiera podido senalar cuales de las frases me habian sido dictadas. En realidad, todo el texto me parecia a la vez familiar y escrito por otro, pero esto ya me habia ocurrido otras veces, al reabrir viejos libros mios y encontrar fragmentos irreconocibles. Lo que quiero decirle es que decidi creer, quise creer, que cada una de esas paginas las habia escrito yo. Que cada idea era solo mia. Quise apoderarme de la novela. Pero en verdad deberia decir que ella se apodero otra vez de mi. No me pude resistir a continuarla. Me daba cuenta de que seria, sin duda, mi obra mayor. Quiza la unica verdaderamente grande. Ya ve, cedi a esa otra supersticion arrogante, la de querer hacer algo «grande». Como sea, volvi a ella otra vez, cada noche. Y llego el momento de imaginar la muerte del hermano.

– ?Aun cuando ya sabia lo que podia desencadenar?

– En la novela, la venganza debia continuar -dijo Kloster, como si ya fuera demasiado tarde para arrepentirse-. Pero tuve, si, una vacilacion. Tuve meses enteros de dudas, de escrupulos morales. Senti, como en el relato de De Quincey, la separacion delgada, en el borde del abismo, entre ser un diletante del asesinato y lo que significa convertirse realmente en asesino. Hasta que me parecio encontrar la manera. Fue una iluminacion equivocada. Crei que bastaba con imaginar una muerte muy improbable, de coincidencias extremas, para que no pudiera replicarse en la realidad. Luciana me habia contado alguna vez que su hermano, mientras estudiaba Medicina, habia hecho una pasantia en el servicio penitenciario. Esto era todo lo que sabia de el. Por otra parte, yo habia tenido, como usted sabe, correspondencia con algunos presos de distintas carceles. Uni estos dos extremos e imagine que uno de los reclusos en una carcel de alta seguridad fingia una convulsion para ser llevado a la enfermeria. Esa noche estaria de guardia el hermano de Luciana, ya convertido en medico residente, y el preso lo mataria con una faca en un intento de fuga. Todavia, al escribir la escena, anadi otros detalles con lo poco que sabia del interior de las carceles, para que el encadenamiento de hechos pareciera mas verosimil pero fuera, sutilmente, mas improbable. Y sin embargo, volvio a ocurrir. Otra vez de una manera un poco diferente. Otra vez como si fuera una version corregida por alguien mas audaz, y mas cruel. Y como si fuera parte de la burla, con una secuencia de hechos todavia mas insolitos. El preso no habia intentado fugarse: le abrian la puerta gentilmente sus propios carceleros, para que saliera a robar. El hermano de Luciana ya no trabajaba en la carcel, pero en su paso por la enfermeria habia conocido, entre todas las mujeres de todos los presos, justo a la de este, el mas sanguinario. Me entere como usted, como todos, primero por los diarios. Esa manana lei, y volvi a leer sin poder creerlo, el nombre del hermano de Luciana. Coincidia la edad, coincidia la profesion, podia ver en la foto el parecido. Habia ocurrido si, otra vez.

– Y habia tambien, otra vez, un elemento salvaje, primitivo -dije, reconociendo por fin la conexion que se me habia escapado-: lo habia matado con las manos desnudas, sin usar el arma.

– Exactamente: era su sello, lo adverti de inmediato. Empezaba a entender sus metodos, sus predilecciones: el oleaje embravecido del mar, el veneno natural de los hongos, la crueldad de un hombre lanzado sobre otro como en el principio de los tiempos, a zarpas y dientes, como una bestia humana. Unos dias despues vino a verme ese comisario, Ramoneda, y me mostro las cartas anonimas. Unas cartas burdas, pero aun asi precisas, efectivas. Estuve a punto de contarle todo, tal como se lo cuento ahora a usted. Pero el tenia su propia teoria. Vio un libro de Poe en mi biblioteca y empezo a hablarme de El corazon delator. Del deseo de confesar que habia visto una y otra vez en los asesinos. Me di cuenta, por la manera en que me hablaba de Luciana, que sospechaba de ella. Me pregunto si yo tenia alguna muestra de su letra manuscrita. Le di la carta que habia recibido unos anos antes, donde me pedia perdon. La leyo con cuidado y mientras cotejaba la caligrafia me confio que Luciana habia estado internada en una clinica, con un sindrome que llaman de culpabilidad morbosa. Son pacientes que guardan en secreto una culpa por algun dano que han hecho y no fue castigado. Buscan indirectamente, de distintos modos, castigarse a si mismos. Me dijo que Luciana estaba obsesionada con la idea de que habia tenido algo que ver con la muerte de mi hija. Escuchar eso, tantos anos despues, me dio una clase de alegria tardia y amarga. Yo habia deseado que no pudiera dejar de pensar en Pauli, cada dia de su vida, y ese deseo tambien me habia sido concedido. Ramoneda no dijo nada mas, y me parecio muy claro que fueran cuales fuesen sus sospechas, se las guardaria para si, sin hacer nada. Despues de todo, ya tenia a sus culpables y la presion de todo un gobierno para que cerrara el caso y acallara el escandalo de la fuga. Pero despues que se fue, yo me encontre pensando si aquella no seria otra explicacion posible. Una explicacion, al fin y al cabo, racional. Volvi a mirar cada una de las muertes bajo esta nueva luz. Tambien Luciana habria podido mezclar alguna sustancia en el cafe de su novio: estudiaba biologia, sabria muy bien que elegir y estaba sentada cada dia a su lado. Tambien Luciana, al ano siguiente, podria haber sembrado en el bosquecito los hongos venenosos, en la misma clase de viaje relampago a Villa Gesell con que quiere acusarme a mi. ?No era ella acaso la que sabia todo sobre hongos? Y tambien Luciana, finalmente, podria haber escrito las cartas anonimas. Era muy probable que supiera de la relacion de su hermano con esa mujer. Y sin embargo, tuve que descartar esta posibilidad antes de llegar muy lejos: lo que Luciana nunca hubiera podido lograr era ese sincronismo enloquecedor entre las fechas de las muertes y el avance de mi novela. Pero aun asi, haber pensado en otra hipotesis, y en una que habia venido, imprevistamente, desde afuera, me hizo recobrar la esperanza de que hubiera espacio para una explicacion racional, aunque a mi no se me ocurriera. Ya ve, habia todavia algo en mi que no queria rendirse. No podia admitir, intelectualmente, que aquello, que ya habia ocurrido dos veces, pudiera seguir ocurriendo. Quise entonces desafiarlo. Procedi como lo haria el esceptico que pasa a proposito debajo de una escalera. Decidi escribir una muerte mas, para ponerlo a prueba. La prueba cientifica de la repeticion. Esta fue en todo caso la justificacion que me di a mi mismo en ese momento, pero se que habia algo mas. No me importa decirselo ahora: no queria dejar de escribir esa novela. Aun cuando sabia que podia exponer a un peligro de muerte a otra persona. Aun asi, no podia resignarme a la idea de abandonarla. De manera que empece a imaginar la proxima muerte. Como le dije, visite distintos asilos y pense en una serie de variantes ingeniosas. Pero en realidad yo queria dar con una muerte que fuera lo opuesto a su estilo. Que fuera antagonica a todo lo que era el. La idea, curiosamente, me la dio usted, en esa charla que tuvimos. Fue cuando hablamos de la abuela de Luciana y usted me dijo que por supuesto no contaria en contra de mi si ella muriera de muerte natural. Apenas lo escuche supe que aquello tenia que ser. Simple y perfecto. Una muerte natural. Que a la vez, me daba tambien alguna tranquilidad de conciencia. No estaba ya imaginando y escribiendo un crimen, sino una muerte piadosa para una persona que desde hacia anos estaba postrada. Hoy por la tarde al fin me habia decidido a escribir el primer borrador. Una muerte. Una persona. Eso es todo lo que quise hacer. ?Al menos eso me cree?

Kloster me miro a los ojos, como si esperara una respuesta inmediata de mi.

– No importa lo que yo crea -dije-. Lo que importa es lo que Luciana cree. Me llamo esta noche, despues del incendio: por eso estoy aqui. Esta desesperada, y creo que al borde de la locura. Le prometi que iria a verla. Pero quisiera ir con usted.

– ?Conmigo? -y Kloster hizo una mueca, como si solo considerar la idea le resultara un esfuerzo desagradable-.

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