No veo en que ayudaria. Mas bien podria empeorar las cosas.

– Quiero que escuche de usted mismo algo de lo que me dijo recien a mi. Aunque sea esta minima parte: que desde la muerte de sus padres, ya no le guarda rencor. Yo creo que eso solo, dicho por usted, para ella cambiaria todo.

– ?Y despues nos dariamos un gran abrazo cristiano de reconciliacion? Muchacho, usted si que es ingenuo. ?No se da cuenta todavia de que ya no depende de mi? Hace diez anos, en mi desesperacion, mi ateismo se quebro y yo tambien rece. Rece cada noche a un dios oscuro, desconocido. Esa plegaria fue escuchada y se esta cumpliendo lentamente, tal como yo lo habia pedido. Salio de mi, pero ya no puedo hacer que vuelva a mi. Porque el castigo, todo el castigo, ya fue escrito. Escrito esta.

– ?Como puede saber cuanto esta escrito? ?Como puede saber si un gesto de perdon ahora no podria cambiarlo todo? Y si lo que me conto sobre su novela se estuviera cumpliendo tal como dice, hay algo elemental que usted si podria hacer: dejar de escribirla, abandonarla ya mismo.

– Podria incluso quemarla, pero no significa que fuera a detener nada. Esta fuera de mi. Y creo que ahora se anticipa a mi: esta ultima vez no espero a que la escena estuviera totalmente escrita y terminada.

– ?Quiere decir entonces que se niega a venir conmigo?

– Al contrario: ya le dije que quisiera detener esto, si solo supiera como. Estoy dispuesto a ensayar el acto de perdon que a usted le parezca. Pero soy esceptico en cuanto al resultado. Ni siquiera sabemos si ella querra verme otra vez frente a frente.

– ?Por que no se lo preguntamos? ?Hay aqui un telefono desde donde pueda llamarla?

Kloster me senalo la barra y le hizo por encima de mi un gesto al mozo para que me dejara hablar. El mozo extendio el brazo de mala gana e hizo emerger un telefono antiguo de baquelita, con un cable grueso en espiral. Me corri a una de las banquetas del extremo y disque los digitos del numero de Luciana, esperando con paciencia a que el disco volviera cada vez a su lugar. Escuche del otro lado una voz adormilada. -?Luciana?

– No: Valentina. Luciana se fue a acostar. Pero me dijo que la despertara si llamabas.

Hubo un ruido en la linea, como si hubieran levantado otro telefono en una habitacion cercana, y escuche la voz de Luciana, muy debil y transformada, como si hubiera perdido un elemento de voluntad.

– Dijiste que ibas a venir -habia un reproche desmayado en su voz, como si ya no le sorprendiera que todo la abandonara-. Te estaba esperando. Porque yo… – y repitio con voz extraviada y en un susurro, como si no hubiera logrado moverse de ese unico pensamiento- no puedo ocuparme del ataud.

– Estoy con Kloster -dije-. Quiero ir con el, para que escuches lo que tiene para decirte.

– ?Venir con Kloster? ?Ahora? ?Aqui? -Parecia que la idea no lograba atravesar la primera defensa de la incredulidad. O en realidad, me parecio percibir, habia algo inerme y desorientado en su voz, como si ya no pudiera razonar de una manera coherente y se aferrara a esas preguntas, de las que tambien finalmente resbalaba sin lograr asirse. De pronto rio, con una risa amarga, y su voz parecio recobrar por un momento la ilacion-. Si, si, ?por que no? A conversar los tres, como viejos amigos. ?No es gracioso? La primera vez que fui a verte todavia creia que habia una pequenisima esperanza. Que podria convencerte. Tenia un plan, algo que habia pensado en todos estos anos. Solo necesitaba una ayuda de tu parte. Habia aprendido de el. Lo habia pensado todo, hasta el ultimo detalle. Crei que podia anticiparme, antes de que fuera demasiado tarde. No queria morir-dijo, en un tono desgarrado, y escuche que rompia a llorar en silencio. Transcurrio un instante antes de que su voz retornara en un reproche, con el tono velado de una acusacion-. Lo unico que no pense, lo unico que nunca hubiera imaginado, es que vos pudieras creerle a el.

– No le creo -dije-. Ya no se que creer. Pero si me parece que deberias escucharlo. Seria solo un momento.

Hubo un largo silencio del otro lado, como si Luciana se esforzara por pensar en las implicaciones y los peligros de la visita, o lo considerara todo por una vez bajo otra perspectiva.

– ?Por que no? -repitio por fin, pero ahora con un tono extranamente desapegado, indiferente, como si ya nada pudiera tocarla. O quiza (pero esto solo pude pensarlo despues) habia concebido otro plan, en el que ya no me necesitaba, y esta subita aceptacion, esta docilidad imprevista, era su forma de ponerlo en marcha-. Vernos frente a frente otra vez. Como gente civilizada. Me gustaria enterarme, supongo, de que manera te convencio.

– Seria solo un momento. Y despues me voy a ocupar yo mismo del ataud.

– ?Te ocuparias del ataud? ?Harias eso por mi? -y su voz dio un vuelco de gratitud, como una nina agradecida por un favor inesperado e inmenso.

– Claro que si. Vos deberias descansar el resto de la noche.

– Descansar… -dijo con anoranza- tengo que descansar, si. Estoy muy cansada -y parecio ensimismarse en un oscuro silencio-. Pero esta Valentina. Es peligroso que me duerma otra vez porque tengo que cuidar a Valentina. Soy la unica que puede cuidarla.

– Nada le va a pasar a Valentina -dije y senti la impostacion y la debilidad de mi propio intento de tranquilizarla. Demasiado habia ocurrido ya desde la ultima vez que le habia dicho una frase parecida.

– No quiero que el la vea -me dijo en un susurro-. No quiero que ella lo vea otra vez.

– Voy a estar yo -le dije-. Y no tiene por que verla.

– Yo se lo que el quiere. Yo se a que viene -dijo, como si un desvario la dominara otra vez-. Pero quisiera que Valentina, al menos, pudiera salvarse.

– Tengo que cortar ahora -dije, para interrumpirla. Temia, sobre todo, que fuera a cambiar de opinion-. En diez minutos vamos a estar ahi.

Colgue y le hice una sena de asentimiento a Kloster, que dejo el taco cuidadosamente apoyado en la pared y me siguio hacia la escalera sin decir una palabra.

DOCE

Llego aqui a la parte mas dificil de mi relato. Muchas veces despues trate de volver en mi memoria a esos momentos, a los pocos minutos que se sucedieron desde que baje con Kloster a la calle. Muchas veces repase, como si fueran fotogramas, cada una de las escenas, en busca de algo que pudiera anticipar lo que no supe ver hasta que fue demasiado tarde. Pero los hechos, minimos y fatales, aunque trate luego de volverlos del derecho y del reves, no podian ser mas parcos. Kloster estaba acorazado en un silencio hostil, como si fuera arrastrado contra su voluntad a un tramite desagradable. Subimos a un taxi que tenia encendida la radio y le indique al conductor la direccion de Luciana. Nos advirtio que deberia dar un rodeo porque algunas de las calles estaban cortadas a causa de los incendios. Sin que ninguno de los dos le preguntara nos conto que habian atrapado al chino, durante una redada en el bajo Flores, y que en la requisa de su casa habian encontrado un mapa con la ubicacion de mas de cien mueblerias. Pero aun asi, nos dijo, habia otros incendios por toda la ciudad. Patotas aburridas, piromaniacos, ajustes de cuentas entre muebleros que aprovecharon la volteada, vaya uno a saber. Nos hablaba con el costado de la boca, inclinando un poco la cabeza en diagonal, como si se dirigiera mas bien a Kloster. Pero Kloster no daba ninguna senal de que realmente lo escuchara. En la interseccion con la primera avenida habian puesto vallas y un policia desviaba el transito. El taxista nos senalo mas adelante los carros de bomberos y un edificio con la fachada ennegrecida de donde se levantaba un penacho de humo negro y turbulento bajo la luz del alumbrado. Le pregunte si habia muerto mas gente en alguno de estos incendios y nego con la cabeza. Los unicos muertos habian sido los viejitos del geriatrico. Algunos estaban atados a las camas, nos dijo, y no habian podido ni siquiera bajarse. Habian muerto casi todos, ese habia sido el verdadero desastre. Mire la cara de Kloster, que permanecia imperturbable, como si no le llegara ni una palabra de la conversacion. La punta de su pie golpeteaba con impaciencia la alfombrita de goma del auto. No habia visto en sus facciones ninguna muestra de emocion, pero quiza se debiera solo a que se habia encerrado en sus pensamientos y estaba demasiado lejos de nosotros. Cada tanto miraba por la ventanilla los nombres de las calles en los cruces, como si estuviera aguardando una senal de que el viaje terminaria pronto. Nos detuvimos por fin en la puerta del edificio de Luciana. Kloster bajo primero del auto y se aproximo con paso dubitativo a los paneles de vidrio, que dejaban ver el hall vacio e iluminado. Me acerque detras de el y toque en el

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