marido. Ella sabia que mi marido habia llevado siempre el retrato en la cartera desaparecida. Lo habia llevado durante mas de veinte anos, durante veintitres…

La voz de la viuda se extinguio. Renuncio a seguir hablando y trago saliva. Si perdia el gobierno de si misma y empezaba a llorar ya gritar no se podia profetizar lo que haria Wolfe. Hasta quiza trataria de mostrarse humano, lo cual nos producirla a todos una violencia terrible. Por ello le dijo:

– Vaya, senora Boone, descanse. Cuando este usted repuesta diganos para que le escribio una carta al asesino. ?Para decirle que le mandase a usted el retrato de bodas?

– Si -dijo ella con un hilo de voz.

– Claro esta -intervino Wolfe para ayudarla.

– Me dijo que ya se daba cuenta de que yo queria tener aquel retrato y le escribio para decirle que sabia quien era y que debia mandarmelo.

– ?Que mas le decia?

– No lo se. Solo me informo de esto.

– Pero le dijo a usted quien era.

– No, no me lo dijo; dijo que no queria explicarmelo porque no podia creer que yo supiese ocultarlo. Dijo que no tenia que preocuparme por su castigo, que no habia duda alguna de este y que ademas era peligroso para mi el saberlo. Aqui es donde creo ahora que me equivoque y por ello digo que soy responsable de su muerte. Si era peligroso para mi, Igual lo tenia que ser para ella, sobre todo despues de haberle escrito aquella carta. Debia haberle dicho a la senorita Gunther que informase a la policia, y de no haber querido, haber roto yo mi promesa y dar parte yo misma. De esta forma no la hubiesen matado. Ademas dijo ella que estaba vulnerando una ley, ocultando informados y sustrayendo una prueba, y por ello tengo tambien sobre mi conciencia el haberla ayudado a delinquir.

– No hace falta que se preocupe ya de esto. Quiero decir, de este delito -dijo Wolfe-. Se aclarara todo en cuanto me diga usted, y yo se lo diga a la policia, donde puso el cilindro la senorita Gunther.

– No puedo. No lo se, no me lo dijo.

Wolfe abrio los ojos por completo.

– No, senor. Este es otro motivo por el que le he venido a ver. Dijo que no tenia que preocuparme por el castigo del asesino de mi marido. Pero si esta es la unica prueba…

Wolfe volvio a cerrar los ojos. Se produjo un largo silencio. La senora Boone me miro, quiza aun con idea de encontrar un parecido, pero la expresion de su cara no parecia indicarlo asi.

– Ya, ve usted, pues, por que necesito consejo -dijo finalmente.

Yo, en lugar de Wolfe, me habria mostrado agradecido a la corroboracion de las hipotesis que habia formulado, pero el, por lo visto, estaba demasiado abatido por el fracaso de sus esperanzas de encontrar el cilindro.

– Lamento, senora -dijo sin que en su voz se observase matiz alguno de lamentacion-, que no pueda serle de ningun auxilio. No puedo hacer nada. Todo lo que puedo darle es lo que usted dice que ha venido a buscar: consejo. El senor Goodwin la llevara a usted a su hotel. Al llegar telefonee inmediatamente a la policia y digales que tiene usted noticias para ellos. Cuando vayan a verla, digales todo lo que me ha dicho usted y conteste a tudas las preguntas que pueda. No tiene usted que temer que la consideren delincuente. Convengo con usted en que si hubiera usted violado la promesa que le hizo a la senorita Gunther, a estas horas probablemente no estaria muerta, pero ella fue quien le requirio a usted la promesa; por lo tanto, la responsabilidad es de ella. Ademas, estoy seguro de que puede soportarla. Sorprende ver la pesada carga de responsabilidades que pueden llevar los muertos. Quitese estas ideas de la imaginacion, si puede. Buenas tardes, senora.

Asi, pues, lleve a casa a una Boone, aunque no a Nina. La senora no parecio tener demasiado interes en hablar, lo cual simplifico las cosas. La deposite sana y salva en la puerta del Waldorf y volvi calle abajo.

Cuando entre en la oficina vi que Wolfe estaba bebiendo cerveza. Meti la cabeza solo para decirle:

– Estare en el piso de arriba. Me gusta siempre lavarme las manos despues de haber estado con cierta especie de policias. Me refiero al inspector Ash…

– Pase. Mejor sera que despachemos lo de la carta y el cheque.

– ?Cual, el de la A.I.N.?

– Si.

– ?Dios mio! ?No querra usted decir que va a mandar de veras esta carta?

– Claro que si. ?No le dije a esa mujer que lo haria? ?No estaba previsto asi sobre la base de que me explicase cosas?

Me sente y le eche una mirada penetrante.

– Proceder asi no solo es excentrico, sino insensato ?De donde sacara usted el dinero para pagarnos? ?Y de donde le ha venido este escrupulo subito? De todas maneras, la senora ha dejado de decirle lo unico que queria usted saber. -Y finalmente en un tono respetuoso y trascendental, dije-. Lamento informarle, senor, de que el talonario de cheques se ha perdido.

– Extienda el cheque y escriba la carta -dijo y senalando a un monton de sobres que habia en su mesa, anadio-: Luego podra usted examinar estos informes de la oficina del senor Bascom. Acaba de traerlos un mensajero.

– Pero si no tenemos clientes… ?telefoneare a Bascom para que se los vuelva a llevar?

– No, por cierto.

Fui al arca a buscar el talonario. Mientras rellenaba los blancos, afirme:

– Las estadisticas demuestran que el cuarenta y dos por ciento de los genios se vuelven locos tarde o temprano.

No hizo ningun comentario; se bebio la cerveza en silencio. Pense que el contenido de los sobres de Bascom debia de ser de interes, supuesto que ahora lo seguia pagando con su propio dinero. Golpee furiosamente las teclas de la maquina. Cuando le puse delante el cheque y la carta para que los firmase, dije melancolicamente:

– Perdone usted que aluda a ello. Pero no nos habria venido mal el cheque de cien mil dolares de la senora Boone. Esta cantidad parece adecuada a la velocidad que llevan nuestros gastos y ella dijo que podia darnosla.

– Mejor sera que lleve usted esta carta a la estafeta -dijo, mientras secaba la firma-. Sospecho que a veces falla la recogida nocturna de ese buzon.

Asi, pues, me correspondia sacar el coche de nuevo No me separaba mas que un paseo de diez minutos de la estafeta de la calle 9, pero no tenia ganas de andar. Me gusta hacerlo solo cuando veo claro lo proximo futuro. Al regresar, meti el coche en el garaje, pensando que la noche estarla vacia de acontecimientos Wolfe seguia sentado en la oficina y su exterior era perfectamente normal. Me miro, luego echo una ojeada al reloj y volvio a mirarme.

– Sientese un momento, Archie. Ya tendra usted tiempo bastante para lavarse las manos antes de la cena. El doctor Vollmer vendra a vernos dentro de un rato y necesita usted algunas instrucciones. Estare enfermo.

Por lo menos volvia a tener el talento lo bastante despierto para mandar a buscar a un medico.

Capitulo XXXI

El doctor Vollmer era esperado a las diez. A las diez menos cinco dispusimos la tramoya en el dormitorio de Wolfe. Yo me sente en la propia silla de Wolfe, al lado de la pantalla, con una revista. El se acosto. Wolfe, cuando estaba acostado, constituia siempre un espectaculo notable, a pesar de estar yo acostumbrado a presenciarlo. El doctor, una vez le hubo franqueado la entrada Fritz, conocedor como era de la casa, subio a solas al primer piso y entro en la alcoba. Llevaba su estuche en la mano. Se dirigio a la cabecera del enfermo con la mano extendida y un carinoso saludo, en los labios. Wolfe torcio el cuello para mirarle la mano, gruno con escepticismo y murmuro:

– No, gracias. ?Que limite me presenta usted? Yo no quiero limites.

– Tendria que haberle explicado… -empece yo a decir presuroso.

– ?Es que se presta usted a pagar dos dolares por una libra de mantequilla? -trono Wolfe interrumpiendome-. ?Cincuenta centavos por unos cordones de zapatos? ?Un dolar por una botella de cerveza? ?Veinte dolares por una orquidea? Ande, maldita sea, ande, contesteme..

Vollmer se sento en el canto de una silla, deposito el estuche en el suelo, miro parpadeando varias veces a

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