salud de mi jefe.

Capitulo XXXIII

Lo tremendo de nuestra situacion es que nos estaban bombardeando en una posicion que nadie mas que un loco hubiera ocupado. Ahora que leia los informes de Bill Gore y de los agentes de Bascom, que sabia los progresos realizados en cada sector, excepto en el que trabajaba Saul Panzer, tenia yo derecho para negar que las actividades de este pudiesen justificar la medida desesperada y espectacular que Wolfe habia tomado. Cuando Saul telefoneo a las dos, tuve la tentacion de asaltarle y tratar de extraerle la verdad, pero me di cuenta de que hubiera sido inutil y le acompane sin mas a la alcoba. Todo el cuerpo me bullia del deseo de escuchar su conversacion. Pero parte del acuerdo que existe entre Wolfe y yo consiste en que yo nunca viole sus instrucciones exceptuando los casos en que unas circunstancias que el no conozca y que yo interprete segun mi buen criterio, lo requieran. Esta salvedad no veia yo que pudiese aplicarse al caso. Tenia instrucciones de que Saul Panzer estaba fuera de mi jurisdiccion por el momento, y por ello archive la idea y me contente con pasear de un lado para otro con las manos en los bolsillos.

Recibi otras llamadas telefonicas que no hacen al caso, y viole otra de mis instrucciones, la de atender a todo el que acudiese. Las circunstancias realmente me justificaban. Me encontraba en la cocina ayudando a Fritz a afilar los cuchillos, quiza porque en momentos de crisis buscamos instintivamente la compania de las almas gemelas. Llamaron a la puerta, fui a abrir, aparte la cortina para echar una ojeada y vi a Breslow. Abri una rendija y le aulle:

– ?No puede usted pasar! ?En esta casa reina el dolor! ?Fuera!

Cerre la puerta de un golpe y empezaba a volver a la cocina, pero me interrumpi en el camino. Al pasar por delante del pie de las escaleras, me di cuenta de un sonido y de un movimiento y al detenerme para mirar, vi la causa de ellos. Era Wolfe, con el unico atavio de los ocho metros de seda amarilla que invertia el hacerle un pijama. Bajaba la escalera. Le mire atonito, porque ademas era inusitado en el el moverse en direccion vertical sin el auxilio del ascensor.

– ?Como ha salido usted del cuarto? -le pregunte.

– Fritz me ha dado una llave -dijo acabando de bajar.

Me di cuenta entonces de que por lo menos llevaba puestas las zapatillas.

– Diga a Fritz y a Teodoro que vengan en seguida a la oficina -me ordeno.

Jamas le habia visto en traje de alcoba fuera de esta. Se trataba, sin duda, de una situacion de extrema gravedad. Abri como un rayo la puerta de la cocina, le di la orden a Fritz, fui a la oficina, llame al invernadero y le dije lo mismo a Teodoro. Cuando este bajaba, Wolfe estaba sentado detras de su mesa y Fritz y yo estabamos ya delante de el.

– Soy un imbecil -dijo Wolfe clara y distintamente despues de mirar a Fritz y a mi.

– Si, senor -dije cordialmente.

– Y usted tambien, Archie. Ninguno de nosotros tendra derecho a partir de ahora a pretender raciocinar mejor que un mico. Le incluyo a usted, porque ya oyo usted lo que les dije a los senores Hombert y Skinner. Ya ha leido los informes de los agentes de Bascom, y sabe como estan las cosas. Y, por todos los demonios, ?no se le ha ocurrido a usted pensar que la senorita Gunther estuvo sola en esta oficina sus buenos tres minutos, casi cuatro o cinco, cuando la trajo usted la otra noche! ?Y se me acaba de ocurrir ahora mismo!

– Asi, cree usted…

– No, quiero creer. Oiganme, Fritz y Teodoro: En este despacho estuvo sola una joven durante cuatro minutos. Tenia, en el bolsillo o en el monedero, un objeto que queria ocultar… Un cilindro negro de cinco centimetros de diametro y unos quince de largo. No sabia de cuanto tiempo dispondria; podia entrar alguien en cualquier momento. Encuentrenlo, si es cierto que lo escondio en esta habitacion. Conociendo su manera de pensar, no me sorprenderia que lo hubiera ocultado en mi mesa. Lo mirare yo mismo.

Echo para atras la silla y se sumergio en el registro de un cajon. Yo, en mi mesa, me entregaba al mismo quehacer. Fritz me pregunto:

– ?Que hacemos? ?Dividirnos por sectores?

– Vayan mirando y dejense de divisiones -le dije por encima del hombro.

Fritz se dirigio al sofa y empezo a revolver los cojines. Teodoro escogio para empezar los dos vasos que habia en lo alto del archivador. No hablaba nadie, porque estabamos todos demasiado ocupados. No puedo dar cuenta detallada de la parte de la pesquisa que desarrollaron Fritz y Teodoro, porque estaba demasiado absorbido en la mia propia; salvo algunas miradas ocasionales para ver lo que registraban, pero si tenia observado a Wolfe, porque compartia su opinion acerca de las ideas de Phoebe Gunther y era muy propio de ella haber depositado el cilindro en su mesa con tal de haber encontrado un cajon cuyo contenido pareciese estancado. Pero Wolfe no consiguio nada. Volvio a poner en posicion normal la silla, se sento comodamente y nos vigilo como un general en jefe a sus tropas.

– ?Sera esto, senor Wolfe? -dijo Fritz.

Estaba arrodillado delante del tramo mayor de la estanteria y apilados a su lado habia doce volumenes, que dejaban un amplio hueco en la fila inferior de la libreria. Fritz tenia la mano extendida y en ella un objeto al cual no hacia falta mirar dos veces.

– ?Ideal! -dijo Wolfe-. Era una mujer realmente extraordinaria. Deselo a Archie. Archie, saque la maquina, Teodoro, hoy quiza ire tarde a verle, pero sin duda manana por la manana subire a la hora de siempre. Fritz, le felicito por haber tentado primero la fila inferior de la libreria.

Fritz estaba radiante cuando me entrego el cilindro; luego salio seguido de Teodoro.

– Bueno -dije al meter el cilindro en el aparato-; esto lo resolvera todo o no resolvera nada.

– En marcha -gruno Wolfe, dando golpecitos con el dedo en el brazo de la silla- ?Que pasa? ?No funciona?

– Claro que funcionara. No me aturrulle. Estoy nervioso.

Di al conmutador y me sente. Llego a nuestros oidos la voz de Cheney Boone, la misma voz, sin duda alguna, que hablamos escuchado en los otros diez cilindros. Durante cinco minutos ninguno de los dos movio un musculo. Yo tenia los ojos fijos en la reja del altavoz y Wolfe estaba arrellanado con los ojos cerrados. Cuando termino, cerre el conmutador. Wolfe suspiro, abrio los ojos y se puso en pie.

– Nuestra fraseologia habitual requiere una revision -dijo-. El senor Boone esta muerto y silencioso, pero… habla.

– Cierto. Es el declarante silencioso. La ciencia es maravillosa, pero me parece que hay un tipo que no lo creera asi. ?Voy a buscarle?

– No, creo que podremos arreglarlo por telefono. ?Tiene usted el numero del senor Cramer?

– Si.

– Bueno. Pero llame primero a Saul, Manhattan 53232.

Capitulo XXXIV

A las cuatro menos diez habian llegado los invitados y los habiamos reunido, en el despacho. Uno de ellos era un viejo amigo, y enemigo, el inspector Cramer. Otro era un ex cliente: Don O’Neill. Otro era un conocido reciente: Alger Kates. El cuarto era un desconocido total: Henry A. Warder, vicepresidente y tesorero de «O’Neill & Warder». Saul Panzer, que se habia retirado a una silla del rincon, debajo del globo, tio figuraba naturalmente como invitado, sino como miembro de la familia.

Cramer estaba sentado en el sillon de cuero rojo, contemplando a Wolfe como un halcon. O’Neill, al entrar y ver a su vicepresidente, que habia llegado antes que el, se alboroto, pero inmediatamente lo penso mejor, cerro la boca y se quedo frio. Henry A. Warder era ancho y alto, construido como una muralla de cemento. Alger Kates no le dirigio la palabra a nadie, ni siquiera cuando le abri la puerta. Su porte era esencialmente el de un puritano en una guarida de bandidos.

Wolfe echo una mirada al circulo y dijo:

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