del jueves y la otra a ultima hora de la tarde del viernes, y cada vez estuvo a solas con Wolfe.

A medida que se prolongo el asedio, mis choques con Wolfe aumentaron en frecuencia e intensidad. Tuvimos uno el jueves por la tarde a proposito del inspector Cramer. Wolfe me llamo por el telefono interior para pedirme que llamase a Cramer, con quien el queria sostener una conversacion telefonica. Me negue en redondo. Mi punto de vista era que, por amargado que estuviese Cramer o por mucho que desease espolvorear a Ash con DDT concentrado, era siempre un policia y por ello no debia confiarsele ningun indicio como lo era, por ejemplo, el hecho de que la voz de Wolfe sonase natural y sensata. Ello redundaria en crear dudas en torno del certificado del doctor Vollmer. Wolfe se presto finalmente a que nos contentasemos con localizar a Cramer y sondear su estado. No fue dificil: Lon Cohen me dijo que tenia un permiso de dos semanas; cuando telefonee me contesto el propio Cramer. Me hablo seca y estrictamente. Cuando hube colgado, llame a Wolfe por el telefono interior y le dije:

– Cramer esta disfrutando de un permiso, retirado en su casa, lamiendose las heridas. No ha querido decirme si estaba acostado. De todas maneras, se puede establecer contacto con el en cualquier momento, pero no se muestra afable. Se me ha ocurrido la idea de mandar al doctor Vollmer a verle.

Un aspecto de la comedia que estabamos representando era que yo tenia el deber de admitir la entrada de cualquier visita honorable para que nadie tuviese la impresion de que en casa pasaba algo anormal, antes bien que era una morada asaltada por la desdicha. Aun cuando los periodistas y otros varios exploradores me daban muy mala vida, los peores eran la A.I.N. y los policias. Alrededor de las diez de la manana del jueves, telefoneo Frank Thomas Erskine. Queria hablar con Wolfe, pero claro esta, no lo consiguio. Hice todo lo posible por explicarle la situacion, pero tan inutil hubiera sido explicarle a un hombre muerto de sed que queriamos guardar el agua para lavar la ropa. Antes de una hora vinieron los seis de la A.I.N., los dos Erskine, Winterhoff, Breslow, O’Neill y Hattie Harding. Me mostre amable, les hice pasar al despacho, les traje sillas y les dije que era imposible hablar con Wolfe.

Me fue un poco dificil mantener la conversacion con ellos, porque estaban rebosantes de ideas y de palabras para expresarlas y no habia nadie que actuase de presidente, eran primero, que el haberles Wolfe devuelto el dinero era una traicion; segundo, que si lo hizo por estar enfermo, podia haberselo dicho en la carta; tercero, que debia haber anunciado inmediata y publicamente su enfermedad para evitar el creciente rumor de que habia roto con la A.I.N. por haber conseguido pruebas concluyentes de la culpabilidad de esta; cuarto, que si tenia pruebas de la culpa de uno de la A.I.N. querian saber quien era antes de cinco minutos; quinto, que no creian que estuviese enfermo; sexto, que quien era el medico; septimo, que si estaba enfermo, cuando se restableceria; octavo, que si comprendia yo que habian pasado ya dos dias y tres noches desde el ultimo asesinato y que el perjuicio inferido a la A.I.N. era incalculable e irremediable; noveno, que cincuenta o sesenta abogados eran de la opinion de que el haber abandonado Wolfe el caso sin aviso aumentaria enormemente el perjuicio y por ello se podian querellar contra el; y luego muchos mas puntos, el decimo, el undecimo, el duodecimo, y asi sucesivamente.

A lo largo de los anos, he visto en aquel despacho una buena cantidad de gente frenetica, desesperada y amargada, pero aquel lote de muestras era insuperable en tal sentido. Por lo que veia, la calamidad comun les habia vuelto a unir y se habia evitado el peligro de una escision. En un momento dado, su unanime anhelo de ver a Wolfe llego a tal punto que Breslow, O’Neill y el joven Erskine se echaron escaleras arriba. Se detuvieron cuando yo les grite que la puerta estaba cerrada y que si la derribaban, Wolfe seguramente les mataria a tiros.

Cometi una falta: como un simple, les dije que vigilarla continuamente a Wolfe esperando que tuviese un momento de lucidez y que si se presentaba y el medico lo permitia, se lo avisarla a Erskine, para que viniese a todo correr. Debia haber previsto que no solo estarian telefoneando dia y noche para preguntar si se habia presentado este momento, sino que ademas establecerian turnos para montar guardia a solas, en parejas o en trios, sentarse en el despacho y esperar que se produjese. Lo cual hicieron, en efecto. El viernes por la tarde estuvieron alli por mitades y el sabado por la manana volvieron a empezar. Por lo menos me gane treinta mil dolares de conversacion con ellos.

Despues de su primera visita, del jueves por la manana, subi y le di cuenta completa a Wolfe, anadiendo que no me habia parecido oportuno informarles de que seguia pagando de su dinero a los sabuesos del cilindro Wolfe murmuro:

– No importa. Ya se enteraran cuando llegue el momento.

– Claro. La. enfermedad que padece usted tiene el nombre cientifico de optimismo maligno agudo.

En cuanto a la policia, tenia yo instrucciones de Wolfe de evitar su alud adelantandome a darles informaciones sin demora. Por ello telefonee al despacho del comisario a las ocho y media de la manana del jueves, antes de que hubiesen podido abrir el correo en la oficina de la A.I.N. Hombert no habia llegado aun, ni tampoco su secretario, pero le describi la situacion al primer chupatintas y le encargue que la transmitiese. Una hora mas tarde llamo Hombert y la conversacion fue casi palabra por palabra la misma que hubiera yo podido resenar antes de que se sostuviese. Dijo que lamentaba que Wolfe hubiese sido victima de la tension padecida y que el agente de policia que irla en breve a verle, tendria instrucciones de conducirse diplomatica y consideradamente. Cuando explique que por orden del doctor nadie en absoluto podia verle, ni siquiera un agente de Seguros, Hombert se puso violento y quiso el nombre y la direccion de Vollmer, que yo cortesmente le proporcione. Quiso saber si yo le habia dicho a la Prensa que Wolfe se habia separado de la investigacion, le dije que no y dijo que su oficina ya se ocuparia en ello. Luego dijo que el haber despedido Wolfe a su cliente, ponia fuera de discusion que, sabia la identidad del asesino y que probablemente poseia pruebas contra el y dado que yo era el secretario particular de Wolfe, cabia presumir que conocia tambien este pormenor. Por ello, ya debia yo saber el riesgo al dejar de comunicar inmediatamente a la policia tal informacion. Le satisface tambien en este punto. No tardaron ni media hora en aparecer el teniente Rowcliffe y un sargento, a quienes introduje en el despacho. Rowcliffe leyo de cabo a rabo tres veces el certificado del doctor Vollmer y yo acabe por ofrecerle mecanografiar una copia de el para que se la pudiera llevar y estudiar mas detenidamente. Rowcliffe se contenia los impetus, porque se daba cuenta de que el empezar a echar rayos y truenos seria inutil. Trato de insistir en que no produciria el menor perjuicio entrar de puntillas en la habitacion de Wolfe con la unica finalidad de echar una mirada compasiva a aquel conciudadano enfermo, tanto mas cuanto que era colega en la profesion. Le dije que, aunque la idea me parecia simpatica, no me atrevia a consentirla, porque el doctor Vollmer no me lo perdonaria nunca. Dijo que comprendia perfectamente mi posicion. Cuando se fueron, Rowcliffe subio en el coche de policia y se fue y el sargento se quedo recorriendo arriba y abajo nuestra acera. No tenian ningun interes en instalarse en una ventana de la acera de enfrente o usar de cualquier sutileza semejante, porque ya sabian que nosotros sabiamos que estabamos vigilados. A partir de aquel momento tuvimos constantemente un centinela en la puerta.

Ello era particularmente penoso para el doctor Vollmer. El jueves por la manana Rowcliffe le llamo despues de dejarme y por la tarde un medico de la policia fue a visitarle a su despacho para obtener informes facultativos acerca de Wolfe. El viernes por la manana el propio Ash se dejo ver y veinte minutos de conversacion con el exaltaron al maximo el entusiasmo con que Vollmer estaba prestando aquel servicio a Wolfe.

El sabado por la manana recibimos el golpe que yo habia venido temiendo desde que empezo aquel enredo y del que Vollmer igualmente recelaba. Nos llego por via telefonica, en forma de llamada de Rowcliffe, a las doce y diez. Estaba solo en la oficina cuando sono el timbre y cuando termino la conversacion me sentia todavia mas solo. Subi las escaleras de dos en dos, abri la puerta de Wolfe, entre y anuncie:

– Un eminente neurologo llamado Green, contratado por la policia y provisto de una orden judicial, vendra a darnos una audicion a las seis menos cuarto. ?Y ahora que? -le dije a Wolfe-. Si trata usted de hacerle frente habre dimitido a las cinco y dieciseis.

– ?Vaya! -dijo Wolfe cerrando el libro que leia y dejando un dedo entre las paginas-. Esto es lo que veniamos temiendo. ?Por que tendra que ser hoy? ?Por que demonio se ha prestado usted a darles hora?

– PorQue no tenia otro remedio. ?Se figura usted que yo soy Josue? Querian venir ahora mismo e hice todo lo posible para evitarlo. Les dije que tema que estar presente el medico de usted y que no podia hacerlo hasta despues de cenar, a las nueve de la noche. Dijeron que tenia que ser antes de las seis, sin discusion alguna. Les gane cinco horas y bien me costo.

– No me grite -dijo Wolfe volviendo a reclinar la cabeza en la almohada-. Vuelva al piso de abajo. Tengo que pensar.

– ?Es que no habia usted previsto esta situacion? Desde el jueves por la manana le vengo avisando de que ocurriria en cualquier instante.

– Archie, vayase. ?Como puedo reflexionar si esta usted aqui desganitandose?

– Conforme. Estare en el despacho. Llameme cuando haya usted llegado a alguna conclusion.

Sali, cerre la puerta y baje. En el despacho sonaba el timbre del telefono. Era Winterhoff que preguntaba por la

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