magnates de la A.I.N.

Empece a escribir el telegrama a maquina y puesto que su envio era urgente y dado que Wolfe solo andaba largos trechos en casos de alarma, llamamos a Fritz para que les acompanase a la puerta. Escribia el texto y las diversas direcciones solamente, porque pense que la manera mas rapida de mandarlos seria el telefono. El localizar las direcciones de algunos de ellos constituia un problema. Como Wolfe estaba arrellanado en su sillon, con los ojos cerrados, no era cosa de molestarle con pequeneces, y por ello llame al periodista Lon Cohen a la «Gazette» y consegui los datos necesarios. Lo sabia todo. Habia venido de Washington para recoger aquel gran discurso que nunca llego a ser pronunciado y no habia regresado aun. La senora Boone y su sobrina estaban en el Waldorf; Alger Kates vivia con unos amigos en la calle 11, y Phoebe Gunther, que habia sido la secretarla confidencial de Boone, disponia de una habitacion con bano en la calle 55 Este. Cuando hube terminado aquel trabajo, pregunte a Wolfe a quien mas ' name=_ftnref1 #_ftn1? 397? HEIGHT: 288; WIDTH:>[1] .

Movio negativamente la cabeza y empezo a manipular en el cuadro de la centralita. Puse una mano en su brazo y le dije:

– No me ha dejado usted terminar. Este billete era el papa. Aqui esta la mama. -Y desplegue otros diez dolares-. Pero le advierto a usted que no tienen ninos.

Volvio a mover la cabeza y acciono una palanquita. Yo estaba sin habla de pura sorpresa. He tenido largo comercio con los porteros y me sorprendia encontrar uno que fuese tan honrado como para no aceptar veinte dolares por no hacer nada. Pero no era este el caso. Sali de mi estupefaccion cuando le oi decir por telefono.

– Dice que vende conchas marinas.

– Me llamo Archie Goodwin y me envia el senor Nero Wolfe.

El portero lo repitio y al instante colgo el telefono y se volvio hacia mi con gesto de asombro.

– La senorita dice que suba usted. Piso 9, letra H. -Me acompano hasta el ascensor y dijo-: En cuanto a papa y mama, he cambiado de opinion y en el caso de que considere usted que…

– Estaba bromeando -le dije-. En realidad, si tienen ninos. Este es Horacito. -Y le entregue dos dolares, mientras entraba en el ascensor y le decia el piso al ascensorista.

No tengo la costumbre de dirigir observaciones personales a las mujeres jovenes a los cinco minutos de haberlas conocido, y si la viole esta vez fue solamente porque la observacion se me escapo involuntariamente. Cuando toque el timbre y ella me abrio la puerta y dijo «buenas noches», le respondi con las mismas palabras, me quite el sombrero, entre, y vi que la luz del techo resplandecia en su cabello y lo que se me ocurrio fue decir:

– Tinte «Golden Bantam».

– Cierto -respondio-. Me lo tino con el.

Empece a comprender, al cabo de cinco segundos, por que razon el portero se habia mostrado tan puritano. Despues de haberse hecho cargo de mi sombrero y de mi abrigo, la senorita Gunther se me adelanto, me introdujo en la habitacion y se volvio para decirme:

– Ya conoce usted al senor Kates.

Pense que la observacion se le habia escapado tambien como a mi el juicio sobre su cabello. Pero no, le vi en persona y ponerse en pie alzandose de una silla que habia en un rincon oscuro.

– ?Hola! -le dije.

– Buenas noches -respondio con su voz aflautada.

– Sientese -dijo Phoebe Gunther mientras arreglaba una esquina de la alfombra con la punta del pie calzado con unas zapatillas rojas.

– El senor Kates ha venido a decirme lo que ocurrio en la reunion de ustedes de esta noche. ?Quiere un poco de whisky? ?Ginebra? ?Cola?

– No, gracias -respondi, esforzandome en recuperar la desenvoltura.

– Bueno. ?Ha venido usted a ver de que color tengo el cabello -dijo recostandose en un sofa sobre un monton de cojines- o a alguna cosa mas?

Entonces me di cuenta de que el aspecto que la atribulan las «fotos» publicadas en la Prensa no era nada en comparacion con su autentica belleza.

– Lamento molestarla a usted y al senor Kates -dije.

– No tiene importancia, ?verdad, Al?

– Si la tiene -dijo Alger Kates con resolucion, con la vocecilla tensa- en cuanto a mi se refriere. Seria una estupidez el confiar en el y creer nada de lo que diga. Como ya te he dicho, esta a sueldo de la A.I.N.

– Si, me lo has dicho -dijo la senorita Gunther adoptando una postura comoda entre los almohadones-; pero puesto que tenemos motivos suficientes para no confiar en el, todo lo que nos cabe hacer es ser un poco mas amables para obtener de el mas noticias de las que el pueda obtener de nosotros. -Me dirigio una mirada al decir esto y me parecio que sonreia, pero yo me habia percatado ya de que tenia una cara tan variable, sobre todo la boca, que era imprudente el extraer conclusiones precipitadas. -En cuanto al senor Kates, sostengo una teoria - dijo-. Se expresa de la misma manera que hablaba la gente antes de que el naciese, y por ello se observa que debe ser lector de novelas anticuadas. ?Que opina usted?

– No me ocupo de las personas que no tienen confianza en mi -dije cortesmente-. Y no creo que usted lo sea.

– Que sea ?el que?

– Mas lista que yo. Reconozco que es usted mas atractiva, pero dudo de que sea usted mas aguda. Yo fui campeon de pronunciacion en Zanesville, Estado de Ohio, a la edad de doce anos [2]. No puedo imaginar que usted considere que el perseguir a la gente que comete crimenes sea una ocupacion vergonzosa, dado que es usted tan lista, y por ello si lo que la inquieta a usted es el hecho de que haya venido, ?por que no le ha dicho usted al portero?

Me pare en seco, porque me parecio estar haciendo una demostracion ridicula de mis habilidades en la pronunciacion rapida y crei que ella se burlaria de mi. Sin embargo, no deje de mirarla fijamente, lo cual fue mala tactica porque el contemplarla estorbaba mi raciocinio.

– Conforme -dije secamente-; se ha apuntado usted un tanto. Ha terminado el primer round a favor de usted. Segundo round: Nero Wolfe podra ser astuto, lo reconozco, pero seria una tonteria creer que protegera a un criminal por el mero hecho de que la A.I.N. le haya -firmado un cheque. Consulte usted la historia y vera si ha habido alguna ocasion en que se haya prestado a mixtificacion alguna. Le voy a hacer una proposicion generosa: Si usted cree o sabe que el crimen fue cometido por alguien de la O.R.P. y no quiere usted que le detengan, echeme de aqui en el acto y alejese de Wolfe todo lo que pueda. Si cree usted que lo cometio uno de la A.I.N. y quiere usted colaborar con nosotros, pongase unos zapatos, un sombrero y un abrigo y vaya al despacho de Wolfe conmigo. -Y mirando a Kates, anadi-: Si lo cometio usted por algun motivo que no se pueda mencionar por respeto a las buenas formas, mejor sera que venga usted, lo confiese y se quite este peso de encima.

– ?Ya te lo dije! -exclamo Kates triunfante-. ?Ves adonde ha ido a parar?

– No seas tonto -dijo la senorita Gunther con cata de enojo-. Mejor seria que te fueses. Deja el asunto en mis manos. Ya te vere en la oficina manana.

Kates hizo un energico y valeroso ademan de negacion.

– ?No! -insistio-. Continuara con sus intenciones y yo no quiero…

Prosiguio en su discurso, pero no hace ninguna falta que reproduzca sus palabras, porque la duena de la casa se puso en pie, se dirigio a una mesa, cogio el sombrero y el abrigo. En aquella ocasion me parecio que la senorita Gunther no debia ser la secretarla ideal. La secretarla de cualquiera esta siempre moviendose de un lado para otro, trayendo y llevando papeles, sentandose y levantandose, y si existe la tentacion constante de contemplar como se mueve, es dificil hacer cosa de provecho en el trabajo.

Kates perdio la partida, desde luego. Al cabo de dos minutos la puerta se habia cerrado tras el y la senorita Gunther habia vuelto a acomodarse entre los almohadones del sofa. Mientras tanto yo habia tratado de concentrarme, de suerte que cuando ella hizo como que me sonreia y me dijo que prosiguiese, yo me puse en pie y le pedi permiso para telefonear.

– ?Que espera usted que haga? -pregunto frunciendo las cejas-. ?Preguntarle a quien va a telefonear?

– No, que me diga usted que si.

– Si. El telefono esta…

– Ya lo veo; gracias.

Estaba en una mesita adosada a la pared, con una silla al lado. Aparte la silla y me sente dandole la espalda a

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