– Tampoco.

– ?No tiene usted idea de quien es el asesino?

– No.

– ?Por que ha mandado usted al senor Goodwin a buscarme? ?Por que a mi y no a… a cualquier otra persona?

– Porque usted se mantuvo apartada y yo queria saber por que.

Phoebe se interrumpio, se sento muy derecha, volvio a beber, acabo el contenido del vaso y se paso la mano por el cabello.

– Todo esto es disparatado -dijo con enfasis-. Podria seguir haciendole preguntas durante varias horas y ?como sabria yo que ni una sola de sus palabras es verdad? Por ejemplo, yo no se lo que llegaria a dar por aquella caja. Usted dice que hasta ahora no tiene usted noticia de nadie que este al corriente de lo que paso con ella, o de donde esta, y de hecho la caja puede estar en esta habitacion, aqui en esta mesa.

Miro el vaso, vio que estaba vacio y lo dejo en la «mesita de escribir los cheques».

– Esta es la dificultad de siempre. Yo he tenido con usted la misma pega.

– Pero yo no tengo razon alguna para mentir.

– Todo el mundo tiene algun motivo para mentir. Prosiga.

– No -dijo ella levantandose y arreglandose la falda-. Es completamente inutil. Me ire a casa y me acostare. Mireme. Debo parecer una bruja con surmenage.

Esto sorprendio de nuevo a Wolfe. Su actitud respecto de las mujeres es tal que raramente le preguntan que opinion tiene de ellas.

– No -murmuro.

– Pero en realidad estoy cansada -insistio ella-. Siempre me afectan las cosas por, este registro. Cuanto mas cansada estoy, menos lo parezco. El martes recibi el golpe mas duro de mi vida y desde entonces no he podido dormir decentemente una sola noche, y mireme -Volviendose a mi, anadio-: ?Le importara ensenarme donde puedo encontrar un taxi?

– La llevare -dije-. De todas maneras tenia que sacar el coche.

Phoebe le dio las buenas noches a Wolfe, nos abrigamos y salimos a la calle. Subimos al coche y ella reclino la cabeza en el respaldo, cerro los ojos durante, un segundo, los abrio luego, se puso derecha y me miro.

– No sea usted hosco -dijo ella, pasando los dedos alrededor de mi brazo, diez centimetros por debajo de la axila, y apretando-: No me haga usted caso. No significa nada el que le coja del brazo. De cuando en cuando me gusta sentir el brazo de un hombre; no es, mas que esto.

– De acuerdo; soy un hombre.

– Ya lo he sospechado.

– Cuando todo esto haya terminado, me gustaria ensenarle a usted a jugar al «pool» o a buscar palabras en el diccionario.

– Gracias -dijo. Senti en aquel momento la impresion de que se estremecia-. Cuando todo esto haya terminado…

Al detenernos ante una luz del trafico en la calle cuarenta y tantos, dijo:

– Ya ve usted, me parece que me estoy poniendo nerviosa. Pero tampoco haga usted caso.

La mire, y no vi indicio alguno de ello ni en su voz ni en su cara. Jamas vi a nadie que estuviese menos nervioso. Cuando di la vuelta para acercarme a su casa, salto del coche antes de que pudiese moverme, y me dio la mano por la ventanilla.

– Buenas noches. O mas bien, ?que manda el protocolo? Un detective, ?puede estrechar la mano de uno de los sospechosos?

– Ciertamente.

Entro en la casa y desaparecio, quiza para darle alguna consigna al portero. Cuando volvi a casa, despues de haber dejado el coche y entre en la oficina para asegurarme de que la caja de caudales estaba cerrada, encontre una nota en mi mesa. Decia asi:

. «Archie: No vuelva usted a ponerse en relacion con la senorita Gunther mas que por orden mia. Cualquier mujer que no sea tonta es peligrosa. No me gusta este caso y manana decidire si lo abandono y devuelvo el pagare que me han dado. Por la manana, haga usted Que vengan aca Panzer y Gore. – N. W.»

Me dio una idea del estado de confusion en que se encontraba la contradiccion que se advertia en la nota. El sueldo de Saul Panzer era de treinta dolares al dia, y el de Bill Gore, de veinte, sin mencionar los gastos, y el encomendarse a tal salida demostraba que Wolfe renunciaba a que quedase sobrante alguno de sus ingresos. El texto apelaba a mi comprension del embrollo en que se habia metido. Subi a mi habitacion, echando una mirada a la suya al pasar ante ella, y observe que tenia la luz roja encendida, demostracion de que habia conectado el aparato de alarma.

Capitulo XII

Comprendi mucho mejor lo dificil que iba a ser aquel trabajo a la manana siguiente cuando a las once bajo Wolfe de los invernaderos y le oi dar instrucciones a Saul Panzer y a Bill Gore.

Para cualquiera que no le conociese, Saul Panzer no significaba otra cosa que un tipito escuchimizado con una nariz muy grande y un afeitado generalmente precario. Para los pocos que le conocian, Wolfe y yo, por ejemplo, estos detalles carecian de importancia. Era un francotirador que, ano tras ano, se veia ofrecer diez veces mas ocupaciones de las que tenia tiempo o ganas de aceptar. Jamas rechazaba las que le brindaba Wolfe, a poco que pudiese. Aquella manana estaba sentado en el despacho, con el viejo sombrero castano en las rodillas, escuchando a Wolfe. Nunca tomaba notas. Mi jefe le describia la situacion y le encargo que se pasase en el Waldorf todos los dias y todas las horas que fuesen precisos cubriendo los actos de todo el mundo.

Bill Gore era de estatura normal y de aspecto tosco. Al mirarle la cabeza se advertia que al cabo de cinco anos, estaria calvo. El objetivo inmediato que se le habia senalado era la oficina de la A.I.N., donde deberia compilar algunas listas y datos de los archivos. Habiamos telefoneado a Erskine y habia prometido su ayuda.

Cuando se hubieron marchado, le pregunte a Wolfe:

– ?Tan mal esta la cosa?

– ?Tan mal como que?

– Bastante lo sabe usted. Le costaran cincuenta dolares diarios. ?Que tiene de genial esta operacion?

– ?Genial? ?Y que tiene que ver el genio con este maldito enredo? ?Mil personas, todas con motivo y oportunidad y medios a mano! ?Por que demonios le permitirla yo a usted que me convenciese?…

– No, senor -dije en voz alta y firme-; no es por ahi. Cuando me di cuenta de lo dificil que iba a ser esto y cuando lei la nota que me dejo usted anoche, me percate de que inevitablemente trataria usted de echarme la culpa de todo. Reconozco que no me daba cuenta de lo desesperado del caso hasta que le oi a usted encargar a Saul y a Bill que vuelvan a sumergirse en las profundidades que ha explorado ya la policia hasta la saciedad. Expedire un cheque a favor de la A.I.N. por valor de sus diez mil y usted puede dirigirles una carta diciendoles que por haber cogido paperas, o quiza…

– ?Callese! -gruno-, ?Como puedo devolver un dinero que no he recibido?

– Si lo ha recibido usted. El cheque llego en el correo de la manana y lo he depositado.

– ?Dios mio! ?Esta en el Banco?

– Si, senor.

Jamas he visto a Wolfe tan asustado.

– Asi, ?se ha quedado usted sin nada? -pregunte-. ?No cuenta usted con nada?

– Si que cuento.

– ?Ah, si? ?Con que?

– Con algo muy particular que dijo ayer por la tarde el senor O’Neill. Algo muy particular…

– ?Que era?

– No es cosa de usted. Hare que manana se ocupen en ello Saul o Bill.

No di credito a esta afirmacion. Durante diez minutos estuve repasando mentalmente lo que me acordaba de

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