insistio el.

– No; basta. ?No le dije que hoy es domingo? Vamos, entreguemelo.

– Esta caja no se apartara de mi vista.

– Conforme -respondi, poniendome en pie acercandome a la acera de forma que tuviese un ojo puesto en el y otro en busca de un taxi. Antes de mucho rato, hice sena a uno libre y se detuvo.

Don O’Neill, con repugnancia profundisima, se levanto, se dirigio al coche, entro en el. Me sente a su lado y le di la direccion al conductor.

Capitulo XIV

La caja contenia diez cilindros negros, de unos cinco centimetros de diametro y unos quince de longitud. Los cilindros estaban dispuestos en dos filas sobre la mesa de Wolfe. A su lado, con la tapa abierta, estaba la caja, de buen cuero grueso, un tanto abollado y mustio. En el exterior de la misma figuraba con grandes caracteres un cuatro. En el interior estaba pegada una etiqueta: «Oficina de Regulacion de Precios. - Edificio Potomac. -Washington». Y escrito a maquina rezaba en la misma etiqueta: «Oficina de Cheney Boone, director».

Yo estaba sentado en mi mesa y Wolfe en la suya. Don O’Neill se paseaba arriba y abajo del despacho con las manos metidas en los bolsillos del pantalon. La atmosfera era bastante hostil y tensa. Yo le habia dado a Wolfe un informe completo, sin olvidar el ofrecimiento que me habia hecho O’Neill de cinco mil dolares. La propia estimacion de Wolfe era tan grande que siempre consideraba cualquier tentativa de comprarme como un agravio personal, Inferido no a mi, sino a el. A veces he pensado a quien culparia el, caso de que yo me vendiese alguna vez: si a mi o a el mismo.

Wolfe habia rechazado sin discusion la pretension de O’Neill de tener derecho moral a escuchar antes que nadie lo que estaba grabado en los cilindros. Luego se habia planteado el problema de como hacer sonar los cilindros. Al dia siguiente, jornada laborable ya, la cuestion hubiera sido facil, pero entonces estabamos en domingo. El presidente de la compania «Stenophone» pertenecia a la A.I.N. y O’Neill le conocia. Vivia en Jersey. O’Neill le telefoneo y, sin entrar en detalles comprometedores, le hizo telefonear al gerente de la oficina y de la sala de demostraciones de Nueva York, que vivia en Brooklyn, y encargar a este que cogiese un «Stenophone» y lo llevase a la oficina de Wolfe. Esto es lo que be dicho que estabamos esperando sentados; mejor dicho, sentados Wolfe y yo y O’Neill paseando.

– Senor O’Neill -dijo Wolfe, abriendo los ojos lo justo para poder ver-. Este ir y venir de sus pasos me ataca los nervios.

– No pienso salir de esta habitacion -dijo el sin dejar de andar.

– ?Quiere que le ate? -ofreci yo a Wolfe.

Wolfe, prescindiendo de mi rasgo, le dijo a O’Neill:

– Tardara en llegar probablemente una hora, o mas. ?Que me dice usted de su anterior afirmacion de que este objeto le vino a las manos inocentemente? ?Quiere usted explicarlo ahora? ?Como lo consiguio usted sin culpa por su parte?

– Lo explicare cuando me parezca.

– ?Que tonteria! Le tenia a usted por mas inteligente.

– ?Vayase al diablo!

– Si; decididamente, no es usted inteligente -dijo Wolfe al oir esta respuesta, que siempre le molestaba- Solo tiene usted dos maneras de ponernos a raya al senor Goodwin y a mi: Sus facultades fisicas y el apelar a la policia. Lo primero es imposible, porque el senor Goodwin es capaz de doblarle a usted y hacer con usted un paquete. Por lo demas, es evidente que la idea de la policia no le complace. No se por que, dado que es usted inocente. ?Que le parece a usted, pues, la siguiente solucion? Cuando haya llegado este aparato y nos hayamos enterado de como funciona, y el encargado se haya marchado, el senor Goodwin le sacara a usted afuera y le pondra en la puerta, volvera a entrar y cerrara. Luego el y yo escucharemos lo que dicen los cilindros.

O’Neill dejo de pasear, se saco las manos de los bolsillos, las puso en la mesa de Wolfe, se apoyo en ellas y le grito a Wolfe:

– ?Usted no sera capaz de hacer esto!

– Yo no. El senor Goodwin lo hara.

– ?Maldito sea! -Y despues de permanecer un rato en esta postura, la fue aflojando y acabo por preguntar-: ?Que quiere usted de mi?

– Quiero saber de donde ha sacado usted esto.

– Conforme. Voy a decirselo. Anoche…

– Perdone, Archie. Su libro de notas. Continue, senor O’Neill.

– Anoche, a eso de las ocho y media, recibi una llamada telefonica en mi casa. Era una mujer. Dijo que se llamaba Dorothy Unger y que era taquigrafa de la oficina neoyorquina de Regulacion de Precios. Dijo tambien que habia cometido una equivocacion grave. En un sobre dirigido a mi habia incluido un papel que tenia que mandarse a otra persona. Explico que se habia acordado de ello despues de regresar a casa y que si su jefe se enteraba de ello, estaba en peligro de que la despidiese. Me pidio que cuando recibiera yo el sobre, le mandase aquel papel a su domicilio y me dio la direccion. Le pregunte de que se trataba y dijo que era el talon de un paquete depositado en la estacion Grand Central. Le hice algunas otras preguntas y le dije que accedia a su peticion.

– Claro esta que luego volvio usted a telefonearla.

– No pude. Dijo que no tenia telefono y que me llamaba desde una cabina. Esta manana he recibido el sobre y lo incluido en el…

– Hoy es domingo -salto Wolfe.

– ?Caray, claro que es domingo! ?Vino por correo urgente! Contenia una circular sobre tasas y el talon anunciado. Si hubiera sido dia laborable, me habria puesto en comunicacion con la Oficina de Regulacion de Precios, pero como es natural esta no estaba abierta. Pero ?que importa lo que quise hacer o lo que pense? -dijo O’Neill con un gesto de impaciencia-. Usted ya sabe lo que hice en realidad. Como salta a la vista, conoce usted mejor los hechos que yo, puesto que fue usted quien lo urdio todo.

– Ya. ?Se figura usted, pues, que yo lo prepare?

– No -dijo O’Neill volviendo a abalanzarse sobre la mesa-. Estoy seguro de que lo preparo. ?No estaba al acecho acaso el senor Goodwin? He de reconocer que fui un idiota al venir aqui el viernes. Sentia temor de que se hubiesen puesto ustedes de acuerdo para achacarle el asesinato de Boone a alguien de la Oficina de Regulacion de Precios, o por lo menos a alguna persona ajena a la A.I.N. y de hecho estaban ustedes ya maquinando el achacar el crimen a alguien de la A.I.N. ?A mi! No me extrana que dude usted de mi inteligencia.

Estas razones las profirio O’Neill a voz en grito, mirando furiosamente a Wolfe; luego se volvio hacia mi, se dirigio hacia el sillon de cuero rojo, se sento y dijo entonces en un tono de voz completamente diferente, calmoso y contenido:

– Pero ya tendra usted ocasion de darse cuenta de que no soy tonto.

– Este punto -respondio Wolfe- es relativamente trivial. El sobre que dice usted que ha recibido por la manana con correo urgente, ?lo trae usted encima?

– No.

– ?Donde esta? ?En casa de usted?

– Si.

– Telefonee y digale a alguien que lo traiga.

– No. Quiero que se efectuen pesquisas sobre el y no precisamente por parte de usted.

– Entonces, ?no quiere usted escuchar lo que dicen los cilindros? -dijo Wolfe en tono paciente.

Esta vez O’Neill no trato de argumentar. Cogio el telefono de mi mesa, marco el numero, comunico con su casa y le dijo a alguien a quien llamo «carino», que cogiese un sobre cuyas senas le dio y que lo mandase por un mensajero al despacho de Wolfe. Me quede sorprendido, porque habria apostado a que tal sobre no existia, y mucho mas aun a que caso de existir estaria a aquella hora en el cesto de los papeles.

Cuando O’Neill hubo vuelto a sentarse en el sillon de cuero, Wolfe dijo:

– Le sera a usted dificil convencer a alguien de que el senor Goodwin y yo hemos tramado esta conspiracion.

Вы читаете Los Amores De Goodwin
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату