interes en que mi presencia pasase inadvertida y al mismo tiempo me sentia mucho mas afanoso de no perder contacto con el. De esta suerte, me acerque un poco mas y casi le fui pisando los talones. Subitamente, se freno en su paso, casi hasta detenerse, metio la caja debajo del gaban, paso el brazo en torno de ella y se abrocho. Luego continuo en su marcha, En vez de regresar a la entrada de la avenida de Lexington, bajo por la rampa que conduce a la calle 42 y cuando salio a la acera se volvio hacia la izquierda hasta llegar a la parada de taxis que hay delante del hotel Commodore. Seguia sin haber advertido mi presencia. Despues de una breve espera cogio un coche, abrio la puerta y entro. Iba a cerrar.

Me propuse que no lo consiguiese. Hubiera sido bonito enterarse de la direccion que iba a dar al conductor, pero esto no era trascendental. En cambio, si yo perdia el contacto con aquella caja de cuero en los riesgos de la persecucion, tendria que buscar otro empleo ayudando a Hattie Harding a coser botones. Asi me adelante con rapidez suficiente para impedir que cerrase la puerta y le rogue:

– Hola, O’Neill. ?Va a la ciudad? ?Le importa llevarme?

Me sente a su lado y entonces, ya queriendo aportar mi colaboracion, cerre la puerta.

– ?Vaya, hola, Goodwin! ?De donde sale usted? Voy… Bueno, no, el caso es que no voy a la ciudad. Voy hacia abajo.

– A ver si se decide -gruno el conductor.

– No importa -le dije alegremente a O’Neill-. Lo que me interesa es hacerle a usted un par de preguntas acerca de esta caja de cuero que lleva usted debajo del abrigo. -Y al chofer le dije-: Siga adelante, y de la vuelta en la calle 8.

– Este no es su coche -dijo el taxista mirandome con odio.

– Es igual -dijo O’Neill-. Somos amigos. Vamos alla.

El coche se puso en marcha. No nos dijimos nada. Pasamos por delante del Vanderbilt y despues de detenernos ante una luz, ibamos a cruzar la avenida de Madison, cuando O’Neill se inclino hacia adelante para decirle al taxista.

– Vuelvase hacia la Quinta Avenida.

El taxista estaba demasiado agraviado para atinar a responder, pero cuando llegamos a la Quinta y dieron la luz verde, se volvio hacia la derecha.

– Si esto es lo que usted quiere, conforme -le dije-; pero me parece que ganariamos tiempo yendo directamente a casa de Nero Wolfe. El se sentira aun con mas curiosidad que yo acerca de lo que lleva usted ahi. Claro esta que no podemos debatirlo en este taxi, puesto que el conductor no nos tiene simpatia.

Volvio a inclinarse hacia el taxista y le dijo su direccion de la Park Avenue. Estuve considerando esta nueva posibilidad durante tres calles, y me pronuncie contra ella. La unica arma que llevaba encima yo era un cortaplumas. Supuesto que habia estado vigilando aquella entrada desde las ocho de la manana, parecia improbable que el comite ejecutivo de la A.I.N. estuviese en sesion en el piso de O’Neill, pero si estaban, y sobre, todo si estaba con ellos el general Erskine, meceria en el caso de hacer una presion demasiado brutal para conseguir salir de alli con la cajita. Por todo ello, le dije a O’Neill en voz baja:

– Oiga, si el taxista es un ciudadano dotado de espiritu civico y oye que hablamos de algo que tenga querer con un asesinato, lo mas facil es que se detenga delante del primer policia que encuentre. Quiza es esto tambien lo que usted quiere: un policia. Si es asi, le complacera saber que la idea de ir a su piso no me divierte. Si me lleva usted alli, le exhibire mi documentacion al portero, le sujetare a usted y le ordenare que vaya a avisar al cuartelillo 19, que esta en el numero 153 de la calle 67 Este. El incidente provocaria un desagradable estrepito. ?Por que no nos libramos de ese robaperas y discutimos el asunto en un banco tomando el sol? Ademas le he de advertir que he visto una expresion en sus ojos que no me ha gustado nada. Le advierto que tengo veinte anos menos que usted y que hago gimnasia cada manana.

O’Neill dejo de poner cara de. tigre y volvio a inclinarse para decirle al taxista:

– Pare aqui.

Aunque yo dudaba de que llevase armas, no quise que hiciese tonterias con los bolsillos, y por ello pague yo la cuenta del taxi. Estabamos en la Calle 69. Despues que et taxi se hubo alejado, cruzamos la calle y nos dirigimos a uno de los bancos que hay junto a la pared que cierra el Parque Central y nos sentamos. Seguia apretando el brazo izquierdo contra el objeto que llevaba debajo del abrigo.

– Un procedimiento muy facil seria dejarme echar una mirada a este paquete, por dentro y por fuera. Si contiene solo mantequilla de «estraperlo», vaya usted con Dios.

– Le dire, Goodwin -dijo pesando muchos las palabras-. No quiero apelar a la indignacion para calificar la persecucion de usted y todo esto. Pero le puedo explicar de que manera ha venido a mis manos esta caja, de una manera absolutamente inocente, absolutamente, Y no tengo mas noticia que usted de lo que hay en ella. No tengo ni idea.

– Echemos una ojeada.

– No -dijo con resolucion-. A los efectos de usted, es propiedad mia…

– Pero ?lo es en realidad?

– Insisto en que por lo que a usted respecta, es mio y que tengo derecho a examinarlo en privado. Derecho moral. Reconozco que no puedo plantear la cuestion en el terreno del derecho legal, porque usted ha brindado diferir el caso a la policia y esta solucion es legalmente correcta. Pero el derecho moral esta de mi parte. Usted ha insinuado antes que fueramos a ver a Nero Wolfe. ?Cree usted que lo aprobaria la policia?

– No, pero el si.

– No lo dudo -dijo O’Neill recobrando facultades y adoptando un tono serio y persuasivo-. Pero ya lo ve usted, ninguno de nosotros dos quiere acudir a la policia. De una manera efectiva, nuestros intereses coinciden. El problema es, pues, de mero procedimiento. Considerelo usted desde su punto de vista personal: Lo que usted quiere es poder presentarse ante su jefe y decirle: «Me mando usted a realizar un trabajo, lo he hecho y aqui estan los resultados». Y entregarle esta cajita de cuero y llevarme de paso con usted, si le parece. ?No es esto lo que usted desea?

– Ciertamente. Vamos alla.

– Iremos, se lo aseguro, Goodwin, iremos. -O’Neill se expresaba con una sinceridad casi dolorida-. Pero ?tiene alguna importancia el momento exacto en que vayamos? ?Es que ha de ser ahora, o quiza dentro de cuatro horas? ?Claro esta que no la tiene! Jamas he vulnerado una promesa en toda mi vida. Soy hombre de negocios y el verdadero fundamento de los negocios es en Norteamerica la integridad, la honradez absoluta. Este supuesto nos remite de nuevo a los derechos morales que me asisten. Lo que le propongo a usted es lo siguiente: Ire a mi despacho, que esta en el numero 1270 de la Sexta Avenida. Usted ira alla a las tres de la tarde, o podremos reunimos donde usted diga; traere conmigo esta cajita de cuero y se la llevaremos a Nero Wolfe.

– No quiero…

– Aguarde. Sean cuales fueren mis derechos morales, si usted me testimonia esta gentileza, merece usted que sea reconocida y apreciada. Cuando me reuna con usted a las tres, le entregare mil dolares en prueba de agradecimiento. Un detalle que se me habia olvidado es que le garantizo que Wolfe no tendra noticia de este retraso de cuatro horas. Sera facil de arreglar. Si llevase los mil dolares encima, se los daria ahora mismo. Jamas he faltado a una promesa en toda mi vida.

Mire al reloj y apele a su generosidad.

– Dejemoslo en diez mil.

Seria inexacto decir que se quedo estupefacto. Su reaccion fue unicamente de agravio, y aun de agravio pasajero.

– No, ni sonarlo -manifesto, pero en tono suave-. Ni hablar de ello. Mil dolares es lo maximo.

– Seria divertido ver hasta que cantidad podemos llegar, pero son las once menos diez, y dentro de diez minutos el senor Wolfe bajara al despacho y no quiero que tenga que esperar. Lo malo del caso es que hoy es domingo y no acepto nunca sobornos en domingo. No hablemos mas de este tema: El dilema que le propongo a usted es el siguiente; Usted y yo y el objeto que lleva debajo del gaban nos iremos ahora a ver al senor Wolfe. Y tambien cabe que o me de usted el objeto y se lo lleve yo, o que vaya usted a dar un paseo o eche una siestecita. O tambien que yo le pegue un grito a aquel guardia que hay al otro lado de la calle y que le diga que llame al cuartelillo. He de admitir que esta ultima solucion es la que me gusta menos, en atencion a los derechos morales que le asisten. Hasta aqui no he tenido prisa alguna, pero en este momento el senor Wolfe debe de estar bajando las escaleras. Por ello le concedo a usted solo dos minutos.

– ?Cuatro horas, solamente cuatro horas! Le dare, a usted cinco mil, y usted vendra conmigo y se lo dara a… -

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