que O’Neill habia dicho, y entonces aun crei menos a Wolfe.

Durante todo el sabado no me dio ningun trabajo relacionado con el caso Boone; ni siquiera tuve que llamar por telefono. Todas las llamadas nos vinieron de fuera y por cierto que con abundancia. La mayoria de ellas procedian de los periodicos y de la oficina de Cramer, pero carecian de interes. Dos de ellas fueron comicas: Winterhoff, el hombre distinguido, telefoneo alrededor del mediodia. Se veia acosado por la policia. Despues de muchas horas de interrogatorio, habia quedado establecido que el era quien habia indicado la habitacioncita para que Boone estuviese a solas, quien le habia acompanado hasta ella, y el hombre estaba atemorizado. Explico que su conocimiento de aquel cuarto procedia de haber intervenido anteriormente en asuntos semejantes, pero los policias no estaban satisfechos. Winterhoff queria que Wolfe asegurase su inocencia y aconsejase a la policia que le dejasen tranquilo. Esta peticion quedo incumplida. Poco antes del almuerzo recibimos la llamada de un hombre que se expresaba con voz cultivada y que dijo llamarse Adamson y pertenecer al Consejo de la A.I.N. El tono de sus palabras daba a entender que no estaba muy complacido por el hecho de que hubiesen contratado a Wolfe y que requeria un informe diario de todas sus actividades, operaciones, conversaciones, contactos e intenciones. Insistio en hablar con Wolfe y esto le perdio, porque si hubiera hablado conmigo, por lo menos habria sido tratado con la cortesia elemental.

Otra cosa que pedia la A.I.N. en aquella misma jornada fue algo que no hubieramos podido otorgar aunque hubiesemos querido. Hattie Harding en persona nos trajo la peticion, a media tarde, inmediatamente despues que Wolfe hubo subido a reunirse con sus orquideas. La hice pasar al despacho y nos sentamos en el sofa. Era mujer de un aspecto muy agradable y bien vestida y sus ojos se mostraban aun animados, a pesar de ser evidente su agotamiento. Entonces parecia estar mas proxima a los cuarenta y ocho que a los veintiseis anos.

Habia venido a pedir socorro con desesperacion, aun cuando no lo plantease en estos terminos. Segun sus palabras, el diablo andaba suelto por todo el pais y habia que aguardar el fin del mundo de un momento a otro. La oficina de Relaciones Publicas estaba acercandose al coma. Llegaban centenares de telegramas a la A.I.N., procedentes de asociados y de amigos de toda la nacion, que referian los articulos periodisticos, las decisiones adoptadas por las Camaras de Comercio y las especies mas variadas de conspiraciones, cabalas, camarillas y chismorreos. Incluso, aun siendo ello confidencial, me dijo que se habian recibido once bajas de asociados y la dimision de un miembro del Consejo de Direccion. Habia que hacer algo. Le pregunte que. Y ella insistio en que habia que hacer algo.

– ?Coger al asesino, por ejemplo?

– Esto es, claro -respondio, en un tono que parecia indicar que lo consideraba un simple detalle-; pero hay que hacer algo para que se detenga este insensato nerviosismo. Quiza una declaracion firmada por un centenar de personajes. O unos telegramas que soliciten sermones en las iglesias. Manana es domingo…

– ?Quiere usted decir que el senor Wolfe envie sendos telegramas a cincuenta mil sacerdotes, pastores y rabinos?

– No, no, claro que no… -dijo con manos temblorosas-. Pero algo… algo…

– Oiga, Relaciones Publicas -le dije dandole unos golpecitos tranquilizadores en las rodillas-. Esta usted sobresaltada y agitada, y lo reconozco. Pero la A.I.N. parece entender que esta es una tienda de «0,95». Le es igual a usted Nero Wolfe, como Perico de los Palotes, No, senorita; esta es una tienda selecta. Lo que podemos hacer y vamos a hacer es detener al asesino.

– ?Dios mio! -dijo-. Lo dudo -anadio en el acto.

– ?El que duda? ?Que le cojamos?

– Si, que le coja alguien.

– ?Por que? -Y mirandome con firmeza, dijo cambiando de expresion- Oiga, lo que le voy a decir es confidencial.

– Claro, no saldra de mi. Y de mi jefe, pero el nunca se franquea con nadie.

– Estoy harta -dijo, frotandose el menton como un hombre-. Voy a dejar este trabajo y ponerme a coser botones. El dia en que alguien aprehenda al asesino de Cheney Boone, y demuestre que lo es, los cerdos cantaran melodiosamente. En realidad, sera…

– ?El que? -dije haciendo un ademan alentador.

– Estoy hablando demasiado -respondio poniendose bruscamente en pie.

– ?Oh, no, en absoluto!… Apenas ha empezado usted. Sientese.

– No, gracias -dijo recobrando la mirada segura de sus ojos-. Es usted el primer hombre ante quien he cedido. Por el amor de Dios, no se figure usted que conozco secretos y pretenda extraermelos. Lo unico que pasa es que este asunto es superior a mis fuerzas y que he perdido la cabeza. No se moleste en acompanarme para salir.

Hattie Harding se marcho. Cuando Wolfe bajo al despacho a las seis, le explique extensamente la conversacion. Al principio, decidio mostrarse indiferente, pero luego cambio de opinion. Quiso conocer mi parecer y se lo di: Que yo dudaba que supiese nada de provecho para nosotros, y que aunque lo supiese, ante mi se mostraba confundida, pero que el podia sondearla.

– Archie, es usted transparente -dijo el con un grunido-. Lo que quiere usted decir es que no quiere usted molestarla, y usted no quiere molestarla porque la senorita Gunther le tiene a usted sorbido el seso.

– No es asi -dije friamente.

Por lo general, cuando se pone de esta guisa, te soporto, pero como no sabia que se le ocurriria decir a proposito de Phoebe Gunther y yo no queria dimitir a medio resolver el caso, corte la conversacion saliendo a la puerta a buscar los diarios de la noche.

Recibiamos un par de ellos para repartirnoslos y evitar roces. Le entregue su mitad y me sente en mi mesa para leer la mia. Mire primeramente la «Gazette» y vi en los titulares de la primera pagina una noticia gorda: La senora Boone habia recibido por correo la cartera de bolsillo de su marido.

Un detalle que no creo haber mencionado antes era la cartera de Boone. Y no lo he mencionado porque el hecho de que el asesino se la hubiese llevado, no daba ninguna luz nueva sobre el crimen ni el motivo, puesto que no habia dinero en ella. El dinero lo traia Boone en forma de un pliego de billetes en el bolsillo del pantalon y no lo habia tocado nadie. La cartera la llevaba en un bolsillo de la chaqueta y la dedicaba a papeles varios y tarjetas, y como no habia aparecido en el cadaver se presumia que la tenia el asesino. La noticia de la «Gazette» decia que la senora Boone habia recibido un sobre por el correo de aquella manana, con el nombre y la direccion escritos con un lapiz de plomo, y que en el venian dos cosas que Boone habia llevado siempre en la cartera: su permiso de conduccion y una fotografia de la senora Boone en traje de novia. El articulo del diario hacia observar que el remitente tenia que ser a la vez sentimental y realista. Sentimental, por lo de la «foto», y realista porque habia devuelto la licencia de conduccion que era aun valida.

– Asi es -dijo Wolfe en voz lo bastante alta para que le oyese. Comprendi que estaba leyendo tambien y dije:

– Si los policias no lo tuviesen ya, y si la senorita Gunther no me hubiese sorbido el seso, Iria a ver a la senora Boone y conseguirla este sobre.

– Habra tres o cuatro personas en un laboratorio que se lo haran todo a ese sobre, menos disgregar sus atomos. Y dentro de poco, lo desintegraran tambien, si hace falta. De todos modos este es el primer indicio con que contamos.

– Y tanto -convine-. Lo unico que hay que hacer es mirar cual de los mil cuatrocientos noventa y dos comensales es sentimental y realista a la vez, y ya le tendremos.

Volvimos a nuestra lectura. No hubo mayor novedad antes de la cena. Despues de comer volvimos al despacho, poco antes de las nueve, y entonces llego un telegrama. Lo saque del sobre y se lo entregue a Wolfe. Despues de leerlo, me lo transmitio. Decia:

«NERO WOLFE, Calle 35, 919. NUEVA YORK.

»LAS CIRCUNSTANCIAS IMPOSIBILITAN SEGUIR VIGILANDO A O’NEILL PERO CREO ESENCIAL QUE SE HAGA AUNQUE NO PUEDO GARANTIZAR NADA.- BRESLOW

Mire a Wolfe alzando las cejas con gesto interrogante. El me miraba con los ojos semicerrados, lo cual quiere decir que me miraba de veras.

– Quiza tendra usted la bondad -me dijo- de decirme que medidas ha tomado usted para resolver este caso, sin mi conocimiento.

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