cubiertos de barro. En el se encontraban los establos, las herrerias y las despensas. Los estudiantes, vestidos con trajes distintos, se apelotonaban en las puertas de entrada abiertas. Un mozo de cuadra cruzo el patio para llevarse los caballos. Mientras Corbett desmontaba, los estudiantes los miraron con curiosidad, se juntaron en varios grupos que susurraban entre si y no hacian mas que senalarlos. Un ladrillo volo por encima de sus cabezas y se escucho a alguien gritar con acento gales: «?Los perros del rey ya han llegado!».

Ranulfo se llevo la mano a la daga. Se hizo silencio en el patio. Acudieron todavia mas estudiantes. Un joven alto y fornido se aparto languidamente un mechon de pelo de su rostro sonrojado. Vestia un traje de commoner, unas calzas prietas, unas botas de piel suave, una camisa blanca de batista cubierta por un traje que le llegaba justo por encima de una bragueta protuberante. Llevaba un ancho talabarte de piel alrededor de la cintura del que colgaban una espada y una daga agarradas por una argolla. El joven se paseaba de un lado para otro, con los demas pisandole los talones.

El mozo de cuadra se llevo perezosamente a los caballos, mientras los estudiantes rodearon a Corbett y a sus acompanantes.

– Hace un buen dia -afirmo Corbett echandose la capa sobre los hombros de manera que los estudiantes pudieran ver su espada-. ?No deberiais estar estudiando el trivio, el cuadrivio, gramatica y logica? Ya lo dijo Aristoteles con palabras inmortales: «Buscad la verdad y dirigid vuestra voluntad hacia el bien».

El lider de los estudiantes se detuvo, medio perplejo. Le habria gustado contestarle al estilo clasico. Corbett le reprimio con un dedo.

– Habeis descuidado vuestros libros, ?verdad, senor?

– Es cierto -admitio el joven apesadumbrado; su voz delataba un suave acento gales-. La vida en la residencia se ha visto perturbada por las idas y venidas de escribanos del rey haciendo toda clase de preguntas.

– En ese caso -interrumpio Ranulfo dando un paso al frente- podeis uniros a nosotros en Woodstock para tratar el asunto con su majestad el rey.

– El rey Eduardo de Inglaterra me trae sin cuidado -replico el tipo sonriendo por encima del hombro a sus companeros-. Llewellyn y David son nuestros principes.

– Eso es traicion -contesto Ranulfo.

El lider de los estudiantes dio un paso al frente.

– Me llamo David ap Thomas -afirmo con rotundidad-. ?Que os pasa, escribano? ?No os gustan los galeses?

– Me encantan -replico Corbett dando a Ranulfo una palmadita en el hombro para que se tranquilizara-. Estoy casado con Lady Maeve ap Llewellyn. Su tio Morgan es mi pariente. Y si, he luchado contra los galeses, son unos firmes guerreros y no unos matones.

El estudiante se quedo mirandolo con perplejidad.

– Bien -empezo Corbett-, ahora, u os apartais de mi camino o…

– ?Dejadles en paz, Ap Thomas! -grito una voz.

Richard Norreys se abrio paso entre la multitud. Los estudiantes se dispersaron, no ante la llegada de Norreys sino porque Corbett les habia revelado su vinculo con una de las familias mas importantes del sur de Gales. Norreys se disculpo de mil maneras mientras los conducia a traves del patio hacia las escaleras de la entrada de la residencia. El pasillo estaba bastante sucio; sus paredes blanqueadas estaban llenas de marcas y de manchas, pero la estancia en si misma era agradable. El suelo de piedra arenisca estaba recien fregado y los tapices, escudos y armas colgaban de las paredes. Norreys los invito a sentarse en una mesa y acto seguido chasqueo los dedos para hacer que un criado trajera copas de vino blanco y un plato de almendras garrapinadas.

– Debo disculparme por la actitud de Ap Thomas. -Respiro hondo mientras se sentaba al fondo de la mesa al lado de Corbett-. Es un noble gales y siempre le gusta hacerse el gallito.

– ?Hay muchos galeses por aqui? -pregunto Corbett.

– Un buen numero -replico Norreys-. Cuando Henry Braose fundo la universidad y compro la residencia, se creo un estatuto especial en la Carta de Fundacion para los estudiantes de los condados del sur de Gales. -Sonrio Norreys-. Henry se sentia culpable ante la cantidad de galeses que habia matado, pero… ?y quien no, sir Hugo?

Durante un rato estuvieron hablando sobre la guerra en Gales. Norreys recordo los valles cubiertos de niebla, las peligrosas marchas, las subitas emboscadas y el sigilo con el que los guerreros galeses se colaban en los campamentos reales por la noche para cortarles la cabeza a los soldados o degollarlos.

– ?Estuvisteis mucho tiempo? -pregunto Corbett.

– Si, bastante -replico Norreys. Abrio las manos-. Asi es como logre un ascenso aqui. Una compensacion por los servicios prestados. -Miro hacia la vela de las horas, que ardia en una repisa sobre la chimenea-. Pero, vamos, sir Hugo, nos esperan en la universidad a las siete y el senor Tripham es un maniatico de la puntualidad. -Se puso en pie-. Tengo dos habitaciones para vos -continuo Norreys-, dos habitaciones en la segunda planta.

Los condujo fuera de la estancia y los llevo por unas escaleras de madera. De vez en cuando se detenian para dejar pasar a los estudiantes, que apresurados iban de un lado para otro con sus libros en las manos y sus bolsas y carteras colgando de los hombros.

– Van al colegio de la tarde -explico Norreys.

Empezo entonces a describir como Braose habia comprado tres grandes mansiones con sus bodegas y camaras y las habia juntado para crear la residencia.

– ?Oh, si! Aqui tenemos de todo -se jacto-: cuartos para los commoners, dormitorios para los criados y camaras para los universitarios, es decir, para todos los que tienen dinero para pagarlas. -Vio como Maltote sudaba por el peso de las alforjas que llevaba encima-. Pero vamos, vamos.

Norreys los condujo hasta la segunda galeria. El pasillo era humedo y sombrio, y las paredes estaban cubiertas de moho. Abrio las puertas de las dos habitaciones, que no eran mas que dos celdas monasticas austeras. La primera tenia dos carriolas; la otra, la de Corbett, un colchon en el suelo. Tambien tenia una mesa, una silla, un arca, dos candelabros y un crucifijo colgado en la pared.

– Es todo lo que he podido hacer -murmuro Norreys. Miro avergonzado a Corbett-. Sir Hugo, realmente no sois tan bienvenido a este lugar, debeis saberlo. -Cambio de tema con rapidez-. Si aprieta el frio, puedo mandar que os traigan braseros. Por el amor de Dios, mirad las velas; vivimos siempre con el miedo del fuego. El refectorio y la bodega estan en el piso de abajo, mas el senor Tripham os invitara probablemente a comer en la universidad.

– ?Podriais traernos un poco de agua? -pregunto Corbett-. A mis companeros y a mi nos gustaria lavarnos.

Norreys asintio y se marcho.

Maldiciendo y murmurando entre dientes, Ranulfo y Maltote se pusieron lo mas comodos posible. Corbett coloco las pocas pertenencias que habia traido consigo en una pequena arca maltrecha bajo la ventana. Escondio su bolsa con todos los utensilios de escribir debajo de su almohada antes de ir a ver a Ranulfo y a Maltote. De pie, en la puerta, se sonrio: Maltote estaba a punto de quedarse profundamente dormido en su cama, acurrucado como un nino; Ranulfo, sentado a su lado, contemplaba la pared.

– No me digas que deseais volver a Leighton -le chincho Corbett.

– Ahora entiendo por que nos dijisteis que no trajeramos nada o casi nada de valor -replico Ranulfo sin volverse.

– En Oxford -empezo a decir Corbett-, los estudiantes no son ladrones: son buitres. Si quieren algo, lo cogen. Yo empece mi primer trimestre de verano aqui con un juego de ropa y lo acabe con otro.

Un criado les subio dos palanganas de peltre y jarras de agua. Corbett regreso a su habitacion. Se lavo la cara y las manos, descanso un poco y estaba a punto de quedarse dormido cuando lo desvelo el tanido ensordecedor de una campana. Se puso en pie, se abrocho el cinturon y decidio dar una vuelta por la residencia. La extension de la mansion enseguida le hizo pensar en el laberinto del jardin de la reina Eleanor en Westminster: habia por doquier pasillos y galerias, escaleras y escalones que llevaban a todas partes, habitaciones con pasado historico, oficinas, almacenes… En resumen, era una autentica madriguera. Nada estaba limpio en exceso. Percibio un olor a aceite quemado y a col hervida. Bajo al refectorio, una estancia alargada de paredes blanqueadas con mesas y bancos colocados a lo largo de la sala. Unos cuantos estudiantes se habian reunido alli y discutian en voz alta, mientras otros se caian de sueno sobre las esteras en una esquina. Se le acerco un criado y le pregunto si deseaba beber algo, pero Corbett declino la invitacion. Atraveso un pasillo y se detuvo ante una gran puerta de hierro tachonada. Intento abrirla empujando el manubrio pero estaba cerrada.

– ?Puedo ayudaros? -pregunto Norreys, que se acercaba a la carrera, agitando un manojo de llaves.

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