los habia olvidado. Las comprobaciones de un testigo perenne.
Casi al pie de John Street estaba el rascacielos de juguete donde su empresa tenia la sede central. Los bancos del exterior estaban pintados en colores primarios, al igual que diversos detalles decorativos en la franja inferior de la fachada. Penso en los bloques de construccion de un juego infantil, en juegos de luces rutilantes. Habia caprichosas cabinas de telefonos y un reloj digital inmenso. Para llegar a la zona de los ascensores atraveso un tunel iluminado por tubos de neon azul. Salio del ascensor y lo abordo Teddy Mackel, un hombre de mediana edad que estaba al cargo de la sala de correo.
– Me parece que deberias pasarte por el despacho de Zeltner, Lyle.
– Eso me han dicho.
– Ganas me dan de retomar el voto de castidad que hice cuando estaba con los hermanos maristas, a comienzos de siglo. Es la leche, Lyle.
– Por aqui nos haria falta algo que nos subiera la moral.
– Que sea alta. Eso me gusta de una mujer. Alta y amable.
– Mas de lo mismo.
– Nunca termines una frase asi -dijo Mackel-. Es lo otro que aprendi con los maristas. Son una orden dedicada a la ensenanza. Esas fueron las dos cosas que nos ensenaron: la castidad y el como terminar las frases. Seguro que aciertas cual es la que menos me ha servido. -Yo diria que por ahi, por ahi. -Dime una cosa confidencial, Lyle; ?tu crees que vamos a sobrevivir? Mis hijos estan preocupados. Les gustaria terminar sus estudios. Tu estas a diario en el campo de batalla. Dedica unas palabras a nuestro publico, que nos mira con tanta atencion.
Habia un hueco a la entrada del despacho de Zeltner. Ahi estaba ella, ante una mesa, leyendo un libro de bolsillo, con los hombros caidos de un modo que indicaba una especial hondura, una reconcentrada soledad, le recordo una de las figuras de Hopper. Volvio por el otro lado tras hacer un alto en el surtidor de agua. Cabello bastante largo, rubio. Eso fue todo lo que registro entonces. Se detuvo en el extremo del pasillo, preguntandose como proceder a continuacion. Habia dos o tres personas a las que podria visitar, de modo mas o menos convincente, en sus despachos. No creyo que le apeteciera, pero tampoco queria marcharse. Marcharse equivaldria a un vacio. Oyo abrirse la puerta del ascensor y decidio que no podia seguir alli ni un segundo mas. Volvio al hueco. Se inclino sobre la mesa y golpeo con el indice la superficie.
– ?Donde se ha metido? ?Esta por ahi?
– No ha dicho nada.
– Ahi no se mueve ni el aire.
– No se donde para.
– Que escurridizo es ese Zeltner.
– Es que se le olvida decirme donde estara.
– Cierto, se me habia olvidado ese detalle tan suyo.
– ?Quien le digo que ha preguntado por el?
– No tiene importancia, ya volvere.
Cabello rubio, poco maquillaje, o nada; una cara inexpresiva, aunque de rasgos gratos. Los dientes
En la planta 83 de la torre norte, Pammy se las ingenio para pasar el tiempo ideando una pregunta que formular a Ethan Segal. Si los ascensores del World Trade Center eran sitios, tal como ella creia que lo eran, y si los vestibulos eran meros espacios, como ella tambien creia, ?que era entonces el World Trade Center en si? ?Una condicion, un acontecimiento, un suceso fisico, una circunstancia existente y dada de antemano, una presencia, un estado, un conjunto de invariables? Ethan no contesto y ella cambio de tema, a la par que lo veia mecanografiar cifras en las casillas de un largo impreso, doblado sobre el carro de su maquina, volcado en su tarea y moviendo los dedos tan solo.
– No hemos planeado nada -dijo ella-. Lyle no cree que al final se pueda marchar. Ahora mismo es todo espeluznante, o eso deduzco. Habla de que no sera posible antes de octubre.
– Es una buena epoca del ano. -Yo creo que cualquier momento seria bueno si hiciesemos algo juntos.
– ?Donde?
– Donde sea.
– Valles inmensos de espacio y tiempo.
– Creo que saldria pero que muy bien, Ethan. Puede salir bien lo de estar los dos solos. Los dos nos las ingeniariamos.
– Pero Lyle no esta disponible.
– Octubre no te parecera suficientemente pronto, claro.
– Yo nunca aguantaria tanto, Pam.
– Es esta ciudad.
– Julio, agosto.
– Estoy pensando en ir a clases de claque -dijo ella.
– Dejame seguir con esto.
– ?Sin comentarios?
– Dejame que mecanografie un rato -dijo el-. Me gusta llenar con cifras estas casillas. Las cifras son indispensables en la vision del mundo que tengo actualmente. Ni siquiera creo que este haciendo esto. Es un trabajo tedioso, pero la verdad es que lo disfruto. Es analmente de lo mas satisfactorio. Por fin la satisfaccion plena.
A ultima hora de una tarde, Lyle se quedo a esperar a la entrada del edificio de John Street. Cuando salio ella en medio del gentio, comprendio que iba a ser embarazoso, tanto en lo fisico como en lo demas, tratar de aislarla del resto del mundo. Tal vez ni siquiera lo reconociese. Alguien de la oficina podria verlos juntos y sumarse a la conversacion. La siguio por espacio de media manzana, pero sin tratar tampoco de alcanzarla. Al llegar a la esquina, la vio subir a un coche que la esperaba y que arranco en el acto. Era un Volkswagen verde, matricula de California: 180 BOA.
Se sento en un banco de la plaza con vistas al rio. Se sintio de algun modo disminuido. Las gruas de carga sesgaban el cielo sobre los tejados de los cobertizos, en la zona portuaria de Brooklyn. Era la ciudad, el calor, una sensacion de repeticion infinita. El distrito se repetia en bloques de piedra monocroma. El estaba presente en las cosas mismas. Habia en ellas mas de si, a traves de las noches desocupadas, que la parte que de si mismo se llevaba a casa para desahogarse y liberarse. Penso en las noches. Imagino el distrito como nunca lo habia visto, vacio de toda transaccion humana; penso en que los edificios como aquellos parecerian contenedores de materia intangible, enormes codificaciones de podredumbre organica. Intento evaluar la inmensa complejidad del regreso a casa.
A la tarde siguiente logro alcanzarla antes de que se sumara a la multitud que fluia por las calles. Hablo al amparo de una sonrisa plena de confianza. Se concentro en esa expresion hasta el extremo de visualizar el movimiento de sus propios labios. Fue un momento de absoluta desconexion. No supo que estaba diciendo, y con el bullicio de la gente en derredor y las obras cercanas en la calle a duras penas atino a oir la voz de ella cuando le contesto, como hizo una o dos veces, muy brevemente, con frases tan translucidas como las empleadas por el. La condujo con discrecion hacia una parte menos ruidosa de los porches, tratando de reconstruir las primeras fases de la conversacion a la vez que continuaba farfullando y deslumbrandola. Ni siquiera estaba muy seguro de que ella le hubiese reconocido.
– El parque -le dijo.
Su respuesta no le parecio que tuviera sentido. Paso a traves de el, impregnada de luz. Se acerco mas a ella y renovo su sonrisa dandole calor. Asi se ahorraria el pestanear. Solo pestaneaba cuando sonreia en tension, para dar enfasis.
– La Bolsa -dijo-. Me has visto a la entrada del despacho de Zeltner. Ya lo se: a quien solo has visto una vez, es dificil ubicarlo. Me hago cargo. ?Hay una boca de metro alli? Te acompano. ?Donde vives? En Queens, me jugaria cualquier cosa. Me gusta aquello, a pesar de lo que se dice de Queens, Dios del cielo. Es metafisica pura.
– Me suelen llevar en coche.
– Tengo entendido que hay cierta inseguridad en el corrillo del poder en torno a Zeltner. ?Cuanto tiempo llevas alli? Ven, vamos a ponernos a la sombra. Queens es infinito. Tiene algo de infinito. Es como un laberinto, pero sin interconexiones. Un laberinto flaccido. Tengo una teoria acerca de donde vive cada cual en Nueva York.