– El tipo que asesino a George.
– Interesante -comento el.
– A veces se dejaba ver muy a menudo. Otras veces pasaba largas temporadas sin dar senales de vida.
– Pues me parece muy interesante, dijo el joven con los ojos como platos.
– George no esquiaba. Si, eso fue. Despues de hacer todo el viaje, resulto que George odiaba la nieve.
Insegura por algo, habia entornado los ojos y miraba a lo lejos. Gesticulaba despacio. Su cara delataba un minimo abandono cuando se volvio hacia el y se lo encontro mirandola. Era preciso, y el lo sabia, hablar con ella de ella misma. Era alta, mas palida que clara de tez, caminaba envuelta en un gelido caparazon.
Estar a solas con ella era ocupar el centro inmediato de las cosas. No existian gradaciones en esa clase de deseo. Todo viraba en torno a su perfil trazado con tiza. Seria esencial charlar un poco. Se las ingeniaria para alcanzarla de nuevo mediante ese proceso de rellenado.
– A esta copa le harian falta unos once cubitos de hielo.
– No creo que te puedas quedar mucho rato.
– Vayamos al cuarto de estar. Me encantan los cuartos de estar. En realidad, soy un entusiasta. No se que les encuentro a los cuartos de estar. Sin un cuarto de estar soy hombre muerto, o poco mas o menos.
El placer sensual de la banalidad era un tema merecedor de las mas hondas indagaciones. Se demoro en la cocina para verla caminar hasta la habitacion contigua. Se sento frente a ella, a tres metros, a sabiendas de que cruzaria las piernas. Habia cigarrillos y licor, necesidades inapelables cuando estaba con ella. Trato de limitar sus comentarios a las consabidas ampliaciones de lo previsible. Se esforzaba por llegar a un estado puro, a una ciencia embrionaria del deseo, quizas llamada a ser conocida como hipnosis reciproca. Cuando ella hablaba, el concentraba todos sus esfuerzos en impostar una cara que le devolviese a ella no solo cierta idea clara de lo que habia dicho, sino tambien de la persona que lo habia dicho, Rosemary Moore, en vestido de tirantes. Se cambio de sitio al sofa para acomodarse al lado de ella. Juntos idearian la construccion del hierro de marcar a fuego el caracter.
– Cuando era azafata y volaba -dijo ella-, o dormia o muy poco o dormia demasiado. A veces me pasaba dias enteros durmiendo. Esto es algo mas regular. Pero no se si terminara siendo muy interesante. No hay gran cosa que hacer. Tengo que decidir si me quedare o no. La gente es muy amable, desde luego. Nada que ver con aquel trabajo que tuve, hablando con los compradores sin parar. Aquello era la locura. Todo el mundo gritaba por telefono. Y eso es algo que no me gusta nada.
El le retiro la copa de la mano y la deposito sobre la mesa, junto a la suya. Ella hizo un breve movimiento de cabeza, apartandose el pelo de los ojos o poniendo fin a una secuencia del encuentro para dar comienzo a otra. En el instante en que el la toco, el tacto se volvio asidero.
8
Pammy puso los zapatos de claque y la malla correspondiente en su bolso de bandolera. Tenia la clase en la Calle 14 Oeste, dos noches por semana, de ocho y media a diez. Estaba al frente de la clase Nan Fryer, una mujer de cabello erizado y una cicatriz en la mejilla, casi en el menton. Algunas noches se juntaban hasta cuarenta personas. El estudio se lo alquilaba a un grupo de teatro que respondia al nombre de Tranquilidad Dinamica. Nan era integrante del grupo; atribuia sus progresos en el baile de claque a los sistemas de disciplina etica.
– Saltad, que no os veo. Y arrastrad los pies.
Pammy bailaba frente a un espejo, en la parte posterior de la sala. Su cuerpo se adaptaba a las mallas de baile, uno de los contados cuerpos que asi se dejaban ver sin tapujos. Practicaba un ejercicio en el que intervenia un cambio de equilibrio en precario. A Pammy le encantaba el claque. Tenia perfectos pies de bailarina al parecer. Una bailarina de nacimiento. Alzaba los brazos, hacia crujir los dedos de los pies, con los talones marcaba una serie de compases magneticos, buscaba con ahinco una determinada cadencia, el unico ejemplo de lucidez capaz de enaltecerla, de auparla a una embriagadora esfera de extasis y de sudor. El claque era pura nitidez cuando se ejecutaba correctamente, era algo reconfortante, placentero para la propia sensacion corporal, el cuerpo como organismo coordinado, capaz de descifrar su propia aritmetica.
Nan Fryer dio palmas para indicar un alto en el ejercicio. Los aprendices de bailarin se dejaron caer un poco, los cuerpos palpitantes. Los hombres de la clase vestian de modo muy variado, desde los del chandal hasta los de la ropa deportiva bastante rutinaria. Casi todas las mujeres llevaban mallas, o pantalones pirata abiertos por los laterales. Nan deambulaba entre todos ellos sin dejar de hablar. Llevaba unos zapatos plateados, vaqueros cortados a media pierna y una camiseta de Tranquilidad Dinamica. Era un atuendo que daba mayor realce tragico a la cicatriz de su cara.
– Me gusta como respirais. Todos estais respirando muy bien. Esto tiene importancia por lo que respecta al movimiento y a las fuerzas que afectan a la ejecucion y control del movimiento. Hay zonas, hay conciencias en vosotros a las que el claque os da acceso. Sois accesibles para vosotros mismos. Fijaos que grado de tranquilidad estais alcanzando. Poco a poco, cada vez mas profunda. Desbloquead vuestros sistemas nerviosos. Creeros vuestra propia respiracion. Esto es esencial para sacar el maximo rendimiento del claque. Cuando yo empece a bailar claque, creia que no era mas que un baile sencillito, clic-clac y a correr. Puede ser muchisimo mas. Movimiento y fuerza, fuerza y energia, energia y paz. Sois personas ubres por vez primera, notadlo: todo vuestro cuerpo tiene conciencia plena del universo fisico y del universo moral.
Pammy miro por una ventana abierta en la pared del fondo de la sala. El trafico circulaba con fluidez. Habia arreboles del crepusculo en una puerta cristalera, al otro lado de la calle, una tienda de baratillo. Se habia tapado las orejas con las manos.
– Muy bien, chicos y chicas. Hora del cruce.
Durante el resto de la sesion, Pammy bailo invirtiendo en ello la totalidad de sus sentidos, concentrandose en las planias de los pies, el contacto definido. Ensayo durante un rato el ejercicio intermedio, el paso numero dos, desplazandose de lado frente al espejo, hasta verse frente a un radiador y unas tuberias. Nan puso una vieja melodia en el fonografo y ejecuto un conjunto de combinaciones avanzadas de baile. Los alumnos formaron un corrillo a su alrededor. No tardaron en ponerse todos a bailar, tratando de emular el complejo dibujo de sus pies en el suelo, combinaciones de punta-tacon, meneos de lado, haciendose cada cual un hueco hasta entrar en un espacio privado en el que bailar un rato, sin hacer ruido, sobre el suelo de tarima.
– No os tenseis. Soltura total. Relajad los tobillos. Arnold Maslow, no te tenses tanto, chico.
Lyle se encontraba en una cabina de telefonos en Grand Central, a la espera de que McKechnie cogiese el telefono, viendo a los transeuntes camino de sus trenes, arrastrando los pies, cabizbajos; toda una jornada laboral, rematada con una o dos copas al final, era la causante de una sutil destruccion, de un desmadejamiento mas alla de lo meramente fisico; todos se desplazaban en medio de un ruido constante y de origen impreciso, las bocas entreabiertas, los peces de las ciudades.
– Seguro que no es muy tarde.
– Lyle, tu di lo que quieras decir.
– El otro dia hablamos de George Sedbauer. Quien lo mato y todas esas zarandajas. Bien, ?te acuerdas de que hablaste de la secretaria de Zeltner una vez? Ella esta enterada de algo. Tengo que llegar a conocerla un poco mejor, eso si. En primer lugar, conocia a Sedbauer. Conocia o conoce mejor dicho al tipo que le pego el tiro. Eso es el punto clave. Hay una fotografia, yo la he visto. Y ella sabe lo de la pistola, que clase de pistola era, pero lo de la pistola podria haberlo sabido por los periodicos, claro. Lo clave es el tipo que le pego el tiro. Ella lo conoce. ?Convendria decirselo a alguien? ?O tu que opinas, Frank?
– Tu has visto esa foto.
– Estaban los tres en ella. George, ella, el otro menda. A menos que sean invenciones suyas, pero ?por que se lo iba a inventar?
– Quiero que hables con un amigo mio -dijo McKechnie-. Le dire que se ponga en contacto contigo. Si, eso sera lo mas sensato.
Ethan y Jack se acercaron a la noche siguiente con unos restos de pastel de carne. Subieron todos a la azotea, donde los operarios de mantenimiento habian colocado una cubierta de tela alquitranada y cuatro mesas de picnic (encadenadas a las paredes), asi como varios arbustos plantados en tiestos de gran tamano. Por fin llego Lyle con las copas en una bandeja.
– No tenia ni idea de que esto de arriba estuviera asi -dijo Jack.