olvidado que se yo. Se han ido todos. El misterio, eso es, del por que todo el mundo abandono esos magnificos pueblos.

– ?Y por dentro?

– Pasan cosas. Hombrecillos con gafas de sol.

– Fascinante, que perspicacia tiene el tio.

– ?Que te pasa, carita manchada? ?Es que te fastidia mi falta de consideracion? Te llame y no estabas.

– Tendriamos que salir mas a menudo.

– Ahi fuera no hay nada. A eso es a lo que iba. Se han ido todos. Se oyen batir las puertas por efecto del viento. Los cientificos estan perplejos.

7

Lyle cultivaba una particular suerte de autodominio. Como corolario de su extrema presencia de animo, construia un espacio que lo separase de la mayoria de las personas con las que probablemente tendria que lidiar a lo largo de un dia normal y corriente. Era consciente de su andar estudiado por los pasillos de la sede de la empresa. Encantado de la vida parodiaba su propio talante volviendose de pronto hacia una cara o dejando caer de pasada una mirada de anemia. Se le antojaba gratificante pararse en medio del parque, por ejemplo durante un momento de descanso en plena sesion, o despues del trabajo en un bar del distrito financiero, y notar como a algunas personas les gustaba exhibir sutilmente la relativa proximidad que tenian con el, mientras otras, al percatarse de su distanciamiento, o dandolo por hecho, optaban con gran diligencia por mantener las distancias rituales.

El camarero, de casi metro noventa, inclino ligeramente la cabeza al tomar nota.

– Yo quiero algo asi como del espacio exterior -dijo Lyle-. ?Que es un zombi? Da igual, traigame uno.

Rosemary Moore pidio whisky con agua. Su jefe, Larry Zeltner, pidio un gintonic para el y otros dos para las dos chicas, de las que Lyle solo sabia que se llamaban Jackie y Gail. Se habia encontrado con ellos en el ascensor cuando se marchaba de las oficinas con Rosemary. Zeltner propuso que fueran todos a tomar algo. Lyle se mostro de acuerdo enseguida, tratando de dejar claro que Rosemary y el habian entrado juntos en el ascensor por pura casualidad, igual que ellos tres.

– Es lo que ya dije por la manana -dijo Zeltner-. Es lo que siempre digo yo: ?quien lo hara? Que alguien se ocupe de hacerlo y me tienes de tu parte. Si no, adios muy buenas. Ademas esta la situacion reinante: que total alcanzamos, quien se reconcilia con quien, donde hay que apretar los indicadores.

Lyle se empeno en conversar con Jackie, que no era atractiva. No supo por que tomo esta precaucion, ni supo que significaba exactamente. Le parecio que era una opcion segura. Se termino la copa antes de que los demas mediaran las suyas. Jackie parecia estudiarlo mientras hablaba, medir su grado de atencion, preguntarse por que sus respuestas se habian reducido a meros gestos de asentimiento, a razon de tres cada diez segundos. Rosemary dijo que se tenia que marchar. El no dio el menor indicio gestual. Zeltner le dijo que no se molestase por el dinero, que la invitacion corria de su cuenta, etcetera. Lyle la vio salir por la puerta. Ella no habia dado a entender a ninguno de los demas, de ninguna manera, que hubiera cruzado nunca una sola palabra con el. No estuvo seguro de que fuese por deseo expreso o de que formase parte del codigo social prevaleciente en sus relaciones con los demas.

– Caramba -dijo-. He te tomar el tren. Tengo que ir al quinto pino a ver a un amigo mio y a su mujer. Tienen toda clase de problemas. Dios del cielo, odio los hospitales. Tienen al hijo hecho un cromo. La mujer tal vez tenga algo grave. Le dije que iria sin falta esta noche. Larry, almorzamos cuanto antes, sin falta.

Dedico una sonrisa a las mujeres, dejo dinero sobre la mesa, salio con prisa, procurando desgajarse del pequeno desastre de su parlamento. En las calles, hora punta. Llego casi corriendo hasta la esquina por donde pasaba el Volkswagen a recogerla. Tenia el cuerpo erizado de actividad quimica, chorros de un regocijo desesperado. Ella aun estaba alli, a la espera. De nuevo vio moverse sus propios labios al hablar con ella, como si hablara a traves de un agujero abierto en el aire. Rosemary se puso las gafas de sol.

Tomaron un taxi con rumbo a la parte alta de la ciudad. Estrategicamente, el habia elegido un bar cercano a la embocadura de! puente de Queensboro. Parecia idoneo para tratarse con ella. Era una de esas mujeres cuya propia ausencia de reacciones concitaba en el la apremiante necesidad de recurrir a tacticas desacreditadas. El taxista se llamaba Wolodymyr Koltowski. Lyle procuro hacer caso omiso del numero de Ucencia. Sudaba copiosamente. Por East River Drive, el trafico era insolitamente maniaco-depresivo, un ramalazo embalado de excitacion y de humor suicida. Lyle se sintio a la baja, como le ocurria en los taxis, con una mujer, siempre que el trafico era demasiado lento, o bien cuando se circulaba a esa velocidad brutal. Se percato de que habia olvidado poner unos cuantos sellos a los sobres la noche anterior.

El local estaba atestado. No habia mesas libres, no pudieron acercarse a la barra. El no conocia demasiado bien la zona. No sabia que podia encontrar por los alrededores. Ese espacio inacabado habia estado presente durante todo el dia, una conciencia negativa. Alcanzo como pudo las copas y volvio a duras penas con ella. Estaba cerca de la puerta, las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Se habia propuesto no olvidar poner los sellos en los sobres. Contenian facturas. Habia rellenado los cheques, queria haberlos puesto en el correo. Pagar una factura equivalia a sellar el mundo para que no tuviera acceso a el. El placer era de interiorizacion, una afirmacion del yo. El momento decisivo era el de poner los sellos en los sobres. Los sellos eran los emblemas de la autenticacion. Ella tenia las manos recogidas al frente, el bolso le colgaba de una de las munecas. Wo-lodymyr Koltowski. «Callate», se dijo. La muchedumbre del bar iba en aumento, la presion era cada vez mayor. No parecia que a Rosemary le importase.

Era un desafio lanzado a algo mas profundo que la mera virilidad. Que lo reconociera esa mujer, que lo aceptase en su diferencia, que acogiera su presencia en lo mas opaco de su fuero interno; ese era el fin hacia el que estaban encaminadas ahora sus pasiones.

Tomaron un taxi para pasar el puente y enfilar por Queens Boulevard. Se bajaron del taxi y caminaron media manzana hacia el norte. Aun habia luz diurna. Ella vivia en la planta baja de una casa adosada, identica a las del resto de la hilera, con una marquesina de aluminio ondulado sobre la entrada, y sillas de playa apiladas en el vestibulo.

Habia tres habitaciones pequenas y una cocina grande. Hasta que llegaron, a la cocina, no vio nada que pudiera identificar a Rosemary como habitante del lugar: Rosemary Moore por contraste con alguien a quien nunca habia visto, con quien nunca habia hablado, a quien nunca quiso tocar, otra mujer completamente distinta, o un hombre disfrazado de mujer, que lo arrastrase de un vestibulo oscuro a ese abolsamiento de espacio cuadrado, esos matices del gris y del beis. No existia la menor sensacion de historia individual, no habia narracion en las cosas, habitos intactos en las pertenencias propias.

En la cocina se planto ante un gran tablero de corcho en el que se veian clavadas entradas de espectaculos, cartas, cajas de cerillas, fotos de Rosemary con distintas personas. Los ecos de su ensimismamiento convergian justo ahi, en apariencia al menos. En una foto aparecia sentada en un sofa entre dos hombres. No habia nadie mas en la foto, aunque Lyle sospecho que habia otras personas presentes en la habitacion, ademas del fotografo. Un hombre miraba de reojo, y el semblante medio abotargado del otro indicaba la posibilidad de que hubiera testigos presenciales. El hombre de aire abotargado era George Sedbauer, fornido y con una calvicie incipiente. Lyle habia visto fotos recientes despues del asesinato. Tambien lo habia visto muerto, claro esta, aunque no habria sido capaz de identificar a Sedbauer a partir de aquellos instantes en que lo entrevio tan solo tendido en el parque. Rosemary le paso una copa. Solo llevaba dos cubitos de hielo. No estaria fria del todo. Le hubiese apetecido algo muy frio. Se dio cuenta, de un modo increible, que habia olvidado lo que le iba a preguntar. Tendria que ingeniarselas para retomar el hilo.

– Ese es George, ?no?

– Si.

– ?Y el que esta con el?

– La del medio soy yo. El otro es un tal Vilas, o Vilar. Creo que fue un fin de semana, estuvimos en Lake Piacid, me parece. En teoria, ibamos a esquiar. Estamos en el vestibulo del hotel donde nos alojamos. O puede que sea la habitacion. Creo que era la habitacion de alguien.

– ?Quien es el tal Vilas?

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