la muerte, definia el asunto conocido como gestion del duelo y el trastorno y ofrecia un resumen detallado sobre los programas de la compania («Dejate ayudar a superarlo: ponte en manos de un profesional») y un listado de las sucursales regionales. Costaba un dolar.

Pammy habia escrito el folleto meses antes. En uno de sus momentos de grandeza ficticia, Ethan lo habia calificado como «un clasico sobre el desapasionamiento y el tacto». En la oficina, otros habian dicho que era demasiado «elemental y tecnico», que parecia un cuadernillo de cuatro paginas sobre condensadores de radio para una publicacion especializada.

– La muerte es una experiencia religiosa -habia dicho Ethan-. Tambien es algo elemental y tecnico.

Hay un elemento que deja de funcionar tecnicamente y te mueres. Una consecuencia logica.

En un contexto en el que cada frase es susceptible de adquirir un sentido espantosamente comico, a ella le parecia que no lo habia hecho nada mal. Su trabajo, considerado en conjunto, era de puro chiste, al igual que lo era el entorno en el que lo desarrollaba. Sin embargo, estaba orgullosa de ese folleto. Habia mantenido un tono de atinada sensatez. En casi todas y cada una de sus frases anidaba una verdad. No habia consentido que se imprimiera a dos tintas. Si alguien quisiera dar propaganda a la angustia y a la muerte, y si alguien quisiera que sus sufrimientos fueran debidamente gestionados, todo el mundo deberia dedicar a todo el asunto la necesaria discrecion y el buen gusto de rigor.

– Dilo, dilo.

– Maine.

– Dilo otra vez -dijo el-. Por favor, ahora mismo, deprisa, por lo que mas quieras.

– Maine -dijo ella-. Maine.

Habia actividad en el parque. Lyle dejo el puesto 5 y se detuvo ante el teletipo. Un mensajero joven paso de largo; era rubio, con la melena por los hombros. Lyie apreto la tecla E, luego GM. Para pasarselo a Ethan. El papel salio escupido y luego se detuvo. Hubo un segundo nivel de ruido, vitores y aplausos. Dio un paso atras para echar un vistazo a la galeria de las visitas. Una mujer atractiva, sentada tras la mampara de cristal blindado. Miro la impresora mientras regresaba a su puesto. La variedad del dia. Los numeros salian en orden por la pantalla de anuncios. Come, come. Caga, come, caga. Nos alimenta en decimales. Agredir, enturbiar, enconar, decretar. Come, come, come.

V.R GM-12.33 2524

106.400

10.10 69

12.30 70

10.12 68 ?

12.33 + 70 + 1 ?

Se dirigio a la zona de fumadores, donde vio a Frank McKechnie de pie junto a un grupo bastante ruidoso, mordiendose los pellejos del pulgar. Lyle aislo a dos de los integrantes del grupo y comenzo a realizar una de las rutinas aprendidas en la banda sonora de una comedia que habia comprado recientemente. Era algo que, a su juicio, hacia francamente bien. Se adecuaba a las mil maravillas con su actitud pulcra, con la manera neutra con que su mirada registraba la presencia de un publico. Era capaz de leer su deleite ante su reserva e independencia, la incongruencia del humor implicito. Comenzaron a formar corro. Lo miraban a los labios. Un tercer integrante se aproximo atraido por la risa, Lyle termino la actuacion antes de tiempo y se acerco a McKechnie, quien contemplaba el humo que se elevaba sobre la congregacion.

– Asi que ?en que estamos?

– Pues… quien sabe.

– Estamos dentro -dijo Lyle.

– Eso puedes darlo por sentado.

– Es evidente.

– Es evidente, porque si estuvieramos fuera los coches se me estarian subiendo por ?a espalda.

– El mundo exterior.

– Asi es -dijo McKechnie-. Pasan las cosas sin que uno pueda hacer nada. Solo cabe esperar y confiar en que la cosa no se ponga cruda.

Lyle no sabia con demasiada exactitud de que estaban hablando. Intercambiaba a menudo con McKechnie dialogos de esa clase. En todo momento examinaba a su amigo con atencion. McKechnie parecia tomarselo muy en serio. El si daba la impresion de saber de que estaban hablando.

– Queria preguntarte por el tipo que le pego el tiro a Sedbauer.

– Hoy sale a toda pagina en el periodico.

– Visitante del propio Sedbauer.

McKechnie hizo un gesto con el pulgar y el indice, como si trazara un titular de prensa.

– El misterio del asesinato en la Bolsa se desenreda despacio.

– De momento, me gusta.

– Pistolero, de oscuro origen, dum dum dum, que llevaba encima, no te lo pierdas, una bomba dum dum. Se sospecha de una red de terroristas. Su identidad es aun confusa. Se buscan vinculos, tachan. El tipo se niega en redondo a decir ni pio, a ver a un abogado, a salir de su celda.

– ?Que llevaba una bomba encima? ?Cuando?

– Cuando lo detuvieron. Tras disparar contra George. Estaba alli plantado como si tal cosa. Con un paquete de explosivos miniatura. Cito textualmente.

– Pues no veas.

– ?En que estamos, Lyle, como tu mismo dijiste con tan bellas palabras?

– Estamos dentro.

– ?Y donde queremos estar?

– Dentro.

– Respuesta correcta en ambos casos.

– Me las habia preparado.

– Pues ahora solo cabe esperar y ver si la cosa se pone de veras cruda -dijo McKechnie-. Otra cosa no se puede hacer. Yo ya me he preparado para poner barricadas. Tenemos un grave problema de salud en la familia. Ademas, a mi hermano se le estan amontonando las deudas de juego. Ha empezado a hacer llamadas telefonicas a medianoche, con abundantes susurros y sollozos. Los corredores, los tiburones prestamistas, las amenazas. Todo muy edificante. Los intereses ascienden a cada hora que pasa. Luego tengo a mi hijo mayor, que de entrada padece una sordera considerable y que ahora, de golpe y porrazo, ha aparecido sentado en el suelo de su cuarto, mirando a la pared como un pasmarote. La semana pasada dos veces. Le cuesta mover los brazos. No quiere hablar de nada. Aun es joven para haber tomado drogas. No es un problema de drogas. Lo llevamos al medico. Le hicieron todos los escaneres y demas pruebas que hacen ahora. Nada concreto. Hemos empezado a pensar en un psico especializado en ninos. ?Has tenido alguna vez la sensacion de estar pillado en un torno que cada vez te aprieta mas? Yo voy por ahi y no hago mas que pensar en lo que ha pasado.

– Intentemos comer juntos la semana que viene.

McKechnie redujo la colilla de su cigarro a una mota de tabaco y una mota de papel, que tiro al suelo. Dio un salto con un pie y se poso sobre las motas.

– ?Te ha gustado?

– Muy avanzado -dijo Lyle.

– Antes se me daba mejor. Tendrias que haberme visto.

– Pero es algo que no podrias hacer en el mundo exterior. Te senalarian con el dedo y te llamarian majareta.

– De hecho, ?por que no comemos juntos ahora mismo? En el piso de arriba.

– Yo ya nunca almuerzo arriba.

– ?Por que no?

– Pues no lo se, Frank.

– Alguna razon tiene que haber.

– Supongo.

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