– Las pequenas cosas le enojan.
– Se toma cada cosa como una acusacion, un desaire. Luego, a su vez, acusa, a menudo en privado, y luego se larga hasta que se le pase e! enojo. Creo que condena su entorno como el que mas. Ve a las personas en un marco. Hay sitios mejores que otros, claro. En algunos se siente reducido, disminuido. No tiene una sensacion clara de si mismo, creo yo. Supongo que hubo sitios asi en todo momento, antes, a lo largo de su vida. Los parientes y demas. Ahora, las personas son meras manchas borrosas.
– Hay veces en que casi se le ve como le funciona la cabeza. Va de aca para alla, afanandose. Se ve que hace sus estimaciones, calcula las ventajas.
– Hay gente que tiene una mentalidad clandestina.
– Se afana como loco.
– Otros son de natural abierto, generoso, humano.
– Por ejemplo, nosotros.
– Tu y yo -dijo el.
En medio de la noche ella oyo los arboles, ese sonido del oleaje que causan los fuertes vientos. Habia alguien en el cuarto de estar, un fuego. Se levanto de la cama. Jack estaba sentado en el sofa, las manos entrelazadas en la nuca. Abrio la puerta un poco mas y ladeo la cabeza de manera precisa. Conciliacion. Permiso para personarse. El seguia sujetandose el cuello como si estuviera a punto de hacer flexiones. Ella se sento en la cama. Cuando el paso por delante, media hora despues, para subir al piso de arriba, eila estaba en la puerta. Instintivamente creyo que el contacto hace cualquier cosa posible. El mas leve contacto. Le toco el antebrazo con la mano. Apenas lo rozo. Suficiente, penso ella, para restaurar la tarde compartida.
– Entra.
– Nos va a oir.
– ?Todo bien?
– ?Por que no iba a estarlo?
– Jack, entra.
– Nos va a oir, te digo.
– Te quiero ver desnudo.
– Olvidate, no, imposible.
– No se enterara.
– ?Y yo donde me quedo?
– Jack, hagamos el amor.
– ?Y yo donde me quedo, repito?
A lo largo de los dias que siguieron, se percato de que Jack nunca llegaba a terminar sus frases, de que la ultima palabra que decia quedaba abierta a una especie de ruido sostenido, que combinaba elementos de suspicacia, resentimiento, protesta. Esa voz tan suya, tan neoyorquina, con variaciones, sustituyo con eficacia la neutralidad factual que habia empleado en su informe sobre el ovni.
Fue a comprar antiguedades con Ethan. Jack no quiso ir con ellos. Para tapar la ausencia encontro motivos para reirse casi a cada paso, al sopesar las piezas de ceramica, el cristal de roca, con una histeria apenas contenida. Ethan procuro ponerse a la altura. Estiraba una comisura de la boca, dejando a la vista un diente de oro, y resoplaba por la nariz, risas cortas, espesas. Cuando volvieron, Tack estaba tras el mostrador de la cocina, lavando un vaso.
– ?Que hay en la despensa? -dijo Ethan.
– ?Pues que va a haber?
Ella vio llegar a Jack con los prismaticos, por el camino de la playa. Las ramas de los arboles desdibujaban el primer plano. Bajo los prismaticos cuando supo que ya podia oirla.
– ?Esta enfadado Mamu el Oso? -dijo.
En la cama, aguzo el oido para precisar los debiles gritos que llegaban de la habitacion de ambos, sollozos borrosos. Paso un coche por el camino. Empezaba a hacer frio, pero estaba mas alla del punto en que podria armarse de valor para salir de la cama e ir al armario a buscar otra manta. Estaba aproximadamente diez minutos mas alla de ese punto.
Ethan hizo un chiste absurdo sobre los circulos blancos que se le habian puesto en los ojos, resultado de que Pammy se dejara las gafas de sol puestas mientras sesteaba en la terraza durante casi toda la tarde del dia anterior. Jack le siguio la corriente. Fue el tema del dia. Ojos blancos. La maravilla enmascarada. Panecillos y salmon. A ella no le parecio que diera de si para todo un dia.
Cuando el hombre de una heladeria le pregunto que sabor queria, respondio: «Caracol.» Ni Jack ni Ethan se echaron a reir. Era su turno de hacer pina.
Tugo al tenis con Ethan. El dio un raquetazo contra la valla protectora, se nego a contestar cuando ella le pregunto si se habia hecho dano en la rodilla. Pammy tuvo el golpe de inspiracion de recordar el local de la calle 14 Oeste, el suelo maloliente, a gimnasio, la trivialidad balsamica del claque.
Ethan comenzo a usar frases hechas para provocar la risa, las mismas una y otra vez. «Malla de cuerpo entero.» «Sosten de entrenamiento.» «Guinos de anfitriona.» «Hopatcong, Nueva Jersey.» «Con la actuacion estelar de Maria Montez, Jon Hall y Sabu.»
Hicieron en coche et largo trayecto hasta Schoodic Point. Jack iba en el asiento de atras haciendo ruiditos de pajaro, la boca fruncida, el labio superior temblequeante. En una recta cerca de Eilsworth, Ethan se volvio y, sujetando el volante con la mano izquierda, trazo un amplio arco con la derecha para soltarle un bofeton a Jack.
– Sabe que detesto ese ruido.
Salieron a la escueta repisa de granito, a ver batir ?as olas con gran impacto. Al este, el cielo iba oscureciendose, una agitacion inmensa y polvorosa, como de sedimento. Ethan bajo hasta un punto mas cercano al mar. A Pammy se le hacia imposible soportar la fuerza del viento. Le golpeaba con humedad, le picaba la cara, te- nia que cambiar de postura a cada paso, apostar todo su peso contra el embate de las rachas. Volvio al coche. Veinte minutos despues la siguio Jack. Vio pesqueros que habian salido a la langosta y que volvian a puerto entre rebanos de borregos.
– Las olas, Dios del cielo.
– ?De veras lo viste?
– ?El que? -dijo el.
– El ovni.
– Dos veces.
– Yo te creo.
– Esta vez se acabo, me marcho. Tendria que haberlo hecho hace anos. Esto no es vida.
– No haces mas que decir Ethan. Ethan esta deseoso de ser responsable de tu vida.
– Esta vez no, No lo he dicho, fijate bien. Ni siquiera he dicho su nombre.
Obviamente, ella habia empezado a desconfiar de su afecto por Ethan y Jack. Un sitio se estaba vaciando de contenido, se ahuecaba, un lagar aislado, al cual irian a parar todas las lealtades cambiantes de la semana pasada, los resentimientos que resurgian a diario, todos los comentarios revueltos, los pequenos desdenes que no parecia capaz de olvidar y el modo en que ponian a prueba la vulnerabilidad del projimo, las improvisadas, momentaneas guerras libradas en subterfugios. Se le ocurrio que esa era la vida secreta de la implicacion que tenian los tres. Siempre habia estado presente, necesitada solo de ese periodo de proximidad dilatada para revelarse. Deslealtad, rencor, mal humor.
Vio a Ethan acodarse en la balaustrada. El cortavientos de nylon parecia a punto de desgarrarsele del pecho. El mar estaba a trozos de colores muy raros, aunque bello, del verde blancuzco de las manzanas.
Tampoco era para tanto, a decir verdad. Demasiada estrechez durante demasiado tiempo. Si, eso era todo. Guerras libradas en subterfugios, Dios del cielo. No se trataba de eso, ni por asomo. La implicacion de todos con todos tenia su propia vida secreta. Aprensiones, mezquindades, suspicacias. No seas tan tragica, tan concluyente. Todo volveria a su ser, con toda facilidad, en cuestion de semanas. Eran amigos. Ellos dos tendrian ganas de encontrarse una proxima vez con ella. Al margen de lo de Jack. Eso quizas llevara mas tiempo.
En medio de un trafico intenso, un verano de maquinas resecas, miro a la vera de la Ruta 3 y encontro un campo de minigolf, atisbos de tres chiquillos que subian una pequena loma, con los palos al hombro. Se decidio que Jack iria en busca de una estacion de servicio, un taller, un telefono, lo que fuera mas accesible. Jack no estaba