As the World Turns. A menudo ha sopesado la posibilidad de poner un alargador en el telefono para asi tenerlo junto a su butaca, en el suelo, durante esta parte de la jornada, en los dias en que no va a trabajar a la biblioteca de Clifton, pero nunca se acuerda de pedirle a Jack que compre el cable en la tienda de telefonia, que queda bastante alejada, en el centro comercial de la Ruta 23. Cuando era joven, solo habia que llamar a la AT amp;T y enviaban a un hombre con un uniforme gris (?o iba de verde?) y zapatos negros que lo arreglaba todo por unos pocos dolares. Era un monopolio, y es consciente de que no se trataba de un buen sistema -por las llamadas de larga distancia habia que pagar todos y cada uno de los minutos, y actualmente puede hablar con Markie o Herm durante horas por casi nada-, pero en cambio ahora no hay quien arregle los telefonos. Hay que tirarlos, igual que los ordenadores viejos y el periodico del dia anterior.

Y, en cierta medida, tampoco quiere tener la vida mas facil en lo fisico, mas aun de lo que ya la tiene; necesita hacer ejercicio en cualquiera de sus formas, por penoso e infimo que sea. De mas joven, ya casada, se pasaba la manana entera de un lado a otro haciendo las camas, pasando el aspirador y recogiendo los platos, y alcanzo tanta pericia que casi lo puede hacer con los ojos cerrados; en un estado practicamente sonambulo recorre las habitaciones haciendo las camas y ordenando, aunque la verdad es que ya no pasa el aspirador como antes: las nuevas maquinas son mas ligeras y deberian ser, lo sabe, mas eficientes, pero nunca encuentra el cepillo correspondiente para el extremo del tubo flexible, y le cuesta abrir el pequeno compartimento de almacenaje que va incorporado en la parte del motor; encajar todas las piezas es casi como resolver un rompecabezas, nada que ver con los de antes, los verticales, que solamente habia que enchufar para empezar a dejar un ancho rastro de aspirado en la moqueta, igual que un cortacesped, con su pilotito encendido en la parte delantera, como las maquinas quitanieves por la noche. Apenas notaba el esfuerzo cuando hacia las tareas de la casa. Pero por entonces tambien tenia menos peso que cargar: es su cruz, su mortificacion, como solian decir los devotos.

Muchos de sus colegas en la biblioteca de Clifton y todos los jovenes que entran y salen llevan telefonos moviles en los bolsos o colgados del cinturon, pero Jack dice que es una estafa, las tarifas se disparan, como ocurrio con la television por cable, de la que se encapricho ella, no el. La supuesta revolucion electronica, en palabras de Jack, no es mas que una sucesion de ardides para sacarnos dinero cada mes, sin que nos demos cuenta, por la cara, por servicios que no necesitamos. Pero con el cable la imagen es realmente mas nitida -ni sombras ni temblores ni saltos- y la oferta es tan variada que no hay color. El propio Jack se pone algunas noches el History Channel. Pese a que afirma que los libros son mejores y profundizan mas, casi nunca termina ninguno. Sobre los telefonos moviles textualmente le dijo, sin tapujos, que no queria estar disponible a todas horas, sobre todo si estaba en alguna sesion de tutoria; si habia alguna urgencia, que llamara al 911, no a el. No estuvo muy fino. En cierto sentido, ella lo sabe, a Jack no le importaria verla muerta. Serian ciento diez kilos menos sobre sus hombros. Pero tambien sabe que nunca la dejara: por su sentido judio de la responsabilidad y una lealtad sentimental que tambien debe de ser judia. Si te han perseguido e injuriado durante dos mil anos, ser fiel a tus seres queridos es simplemente una buena tactica de supervivencia.

Realmente son especiales, la Biblia no andaba equivocada en eso. En el trabajo, en la biblioteca, son los que hacen todas las bromas y vienen con las ideas. Hasta que conocio a Jack en Rutgers, era como si nunca la hubiera tocado la electricidad humana. Las otras mujeres con quien el habia tratado, incluida su madre, debian de haber sido muy listas. Muy intelectuales, al estilo judio. A el, ella le parecio divertida, muy relajada, desenfadada y, aunque nunca llego a confesarlo, ingenua. Le dijo que ella habia crecido en el seno del Dios papa oso luterano. Supo quitarle el envoltorio a sus nervios y pegarse a ella: se le metio bien adentro, la ocupo por completo; por entonces el era mas delgado, y tambien mas pagado de si mismo, un profesor nato, al parecer, con mucha labia, siempre con una replica a punto, creia que llegaria a escribir los chistes a Jack Benny, ?o en esa epoca era a Milton Berle?

Quien sabe por donde andara ahora, en este dia de verano increiblemente bochornoso en que ella apenas puede moverse. Preferiria estar trabajando, al menos ahi disponen de un aire acondicionado que funciona bien; el que tienen encajonado en la ventana del dormitorio apenas logra hacer mas que ruido, y Jack siempre ha mantenido que le doleria en el bolsillo la factura de la luz si pusieran uno en el piso de abajo. Hombres: siempre fuera, participando en la sociedad. Ella tiene un caracter mas tranquilo, sobre todo al lado de Hermione, cuya verborrea sobre sus teorias e ideales nunca cesa. Sus padres la volvian loca, decia, aceptando siempre lo que les echaban en el plato los sindicatos y los democratas y el Saturday Evening Post, mientras que Elizabeth encontraba consuelo en la indigesta pasividad de los progenitores. Siempre se habia sentido atraida por los lugares tranquilos, parques, cementerios y bibliotecas antes de que los invadiera el bullicio, le gusta incluso que tengan hilo musical, como los restaurantes; la mitad de lo que la gente sacaba en prestamo eran cintas de video, ahora DVD. De nina le habia encantado vivir en Pleasant Street, a solo un paseo de Awbury Park, con tanto verde, y un poco mas alla, el jardin botanico, el Arboretum, dejando atras la Chew Avenue; con el sauce lloron que la rodeaba como un enorme iglu de hojas, y su nocion del Paraiso que colgaba atrapada, de algun modo, en las copas balanceantes de esos arboles altos, altisimos, los alamos que mostraban, mientras corria un soplo de brisa, sus blancas partes inferiores, como si en su interior habitaran espiritus…, era comprensible que en tiempos remotos los pueblos primitivos adoraran a los arboles. En la otra direccion, en el tranvia que iba por Germantown Avenue, justo a una manzana de su casa, se llegaba a Fairmont Park, que en verdad era interminable, atravesado por el rio Wissahickon. La parada estaba ante el seminario luterano, con sus encantadores edificios antiguos de piedra y sus seminaristas, tan jovenes y guapos, y entregados; podias verlos en los paseos, a la sombra. Por entonces no existia todavia todo eso de la musica con guitarras ni la ordenacion de mujeres ni el debate sobre los matrimonios entre personas del mismo sexo. En la biblioteca, los muchachos hablan tan alto como si estuvieran en las salas de estar de sus casas, y lo mismo en los cines, se han perdido los modales, la television ha echado a perder la buena educacion. Cuando Jack y ella vuelan a Nuevo Mexico para visitar a Markie en Albuquerque, no hay mas que ver la irrespetuosa forma de vestir del resto de los pasajeros, con pantalones cortos y lo que parecian pijamas: la television ha hecho que la gente se sienta en casa en todas partes, sin importarles su aspecto, habia hasta mujeres tan gordas como ella en pantalon corto; no deben de mirarse nunca al espejo.

Al trabajar cuatro dias a la semana en la biblioteca, no puede ver con la frecuencia necesaria los seriales de mediodia para estar al tanto de todos los giros de las tramas, pero estas, hasta tres o cuatro entrelazadas, como se hace ahora, se desarrollan lo bastante lentas como para que tampoco sienta que ha perdido el hilo. Se ha convertido en una costumbre a la hora del almuerzo. Se prepara un bocadillo o una ensalada o las sobras de hace un par de noches recalentadas en el microondas -parece que Jack ya es incapaz de terminarse lo que hay en el plato- y de postre un poco de tarta de queso o unas cuantas galletas, de avena y pasas si le da por controlarse, se acomoda en la butaca y se deja llevar por las imagenes: actores y actrices jovenes, generalmente dos o tres a la vez en alguno de esos platos que parecen demasiado grandes, y con todo recien comprado como para ser una habitacion de verdad, con cierto eco escenico en el aire y esa especie de zumbidos que ponen en todos los programas, no la musica de organo de los seriales radiofonicos sino unas notas sintetizadas -esa es la palabra, deduce- que en ocasiones suenan casi como un arpa y en otras como un xilofono con acompanamiento de violines, todo como de puntillas para dar sensacion de suspense. La musica subraya las confesiones dramaticas o las frases de las discusiones que dejan a los actores mirandose fijamente los unos a los otros en primeros planos, aturdidos, con globos oculares que brillan por la pena o el rencor, cruzando constantemente pequenos puentes en la rejilla interminable de sus relaciones: «No me importa para nada el bienestar de Kendal…», «Seguramente sabias que Ryan nunca quiso tener hijos, lo aterraba la maldicion familiar…», «Tengo la impresion de que toda mi vida se me ha escapado de las manos. Ya no se quien soy ni que pienso…», «Lo veo en tus ojos, todo el mundo quiere a los ganadores…», «Tienes que respetarte mas y alejarte de ese hombre. Deja que tu madre se quede con el si eso es lo que quiere: estan hechos el uno para el otro…», «En serio, me odio con todas mis fuerzas…», «Es como si estuviera perdida en el desierto…», «Jamas he pagado por sexo, y no voy a empezar ahora». Y a continuacion una voz, menos furiosa y asustada, hablandole al espectador: «Las curvas femeninas a veces causan rozaduras. Los fabricantes de Monistat entienden este problema intimo, y por eso presentan ahora un producto insolito. Nunca antes ha visto nada parecido».

A Beth le parece que las actrices jovenes tienen una manera nueva de hablar, rizando los finales de las frases en el velo del paladar como si fueran a hacer gargaras, y tambien un aspecto mas natural, o menos postizo y plastificado que el de los jovenes que salen, cuya apariencia es la de simples actores; a diferencia de las actrices, que no recuerdan tanto a una Barbie, estos son mas como Ken, el companero de la muneca. Cuando hay tres personajes en pantalla, por lo general son dos mujeres rebajandose por un pimpollo que queda al margen, con gesto sufrido y mandibula petrea; si son cuatro, uno de los hombres es un tipo mayor, de precioso cabello entrecano, como el busto del «Antes» en los anuncios de Grecian 2000, y los torbellinos cruzados que flotan en el aire se van volviendo mas tupidos hasta que una musica ascendente y estremecedora los rescata

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