cine, por entre hileras de flores y palmas metidas en macetas, para recibir sus diplomas de manos del habil Nat Jefferson, concejal de Educacion de New Prospect, mientras la menuda Irene Tsoutsouras, directora interina del instituto, va consignando sus nombres en el microfono. La diversidad de estos es respondida por el eco de los calzados que asoman bajo el vaiven de los bordes de sus togas: trancos dados por Nikes destrozadas, contoneos sobre tacones de aguja o pasos arrastrados de sandalias sueltas.
Jack Levy empieza a emocionarse. La docilidad de los seres humanos, su buena disposicion para agradar. Los judios de Europa poniendose sus mejores galas para desfilar hacia la muerte de los campos de exterminio. Los alumnos y las alumnas, de repente hombres y mujeres, estrechando la mano experta de Nat Jefferson, algo que nunca han hecho ni jamas volveran a hacer. El politico, un tipo negro de espaldas anchas, un surfista que sobresale en el arte de sortear las olas politicas municipales desde que la fuerza de los votos paso de los blancos a los negros, y ahora a los hispanos, renueva su sonrisa ante cada una de las caras de los graduados, mostrando una gentileza especial, a ojos de Jack Levy, con los estudiantes blancos, que son aqui clara minoria. «Gracias por estar con nosotros», dicen sus apretones de manos calurosamente prolongados. «Vamos a hacer que Estados Unidos / New Prospect / el Central High funcione.» En mitad de la aparentemente interminable lista, Irene proclama: «Ahmad Ashmawy Mulloy». El muchacho se mueve de manera elegante, alto pero no desgarbado, interpreta su papel pero no sobreactua, demasiado solemne para hacer concesiones, no como otros, a sus partidarios entre el publico con saludos y risitas. El tiene pocos adeptos, la irrupcion de aplausos es dispersa. Levy, que esta en primera fila entre otros dos profesores, ataja con un nudillo furtivo las lagrimas incipientes que le cosquillean a ambos lados de la nariz.
Ofrecen la bendicion un sacerdote catolico y, para no herir a la comunidad musulmana, un iman. Las invocaciones habian ido a cargo de un rabino y un presbiteriano: ambos, para el gusto de Jack Levy, se alargaron en exceso. El iman, que lleva un caftan y un cenido turbante de inmaculada blancura electrica, esta de pie tras el atril y deja ir con cierto gangueo una retahila en arabe, como si clavara una daga al silencioso publico. Luego, quiza traduciendolo, pasa a orar en ingles:
– ?Conocedor de lo Oculto y de lo Manifiesto! ?El Grande! ?El Altisimo! ?Dios es el creador de todas las cosas! ?Es el Unico, el Conquistador! El envia la lluvia desde el cielo: luego hace fluir los torrentes en correcta mesura, y las aguas arrastran consigo una creciente espuma. Y de los metales que al fuego se funden para fabricar ornamentos o utensilios, una escoria similar se alza tambien. En cuanto a la espuma, desaparece rapidamente, y respecto a lo que es util al hombre, eso permanece en la Tierra. A aquellos que hoy se graduan les decimos: alzaos por encima de la espuma, de la escoria, y no hagais sino residir de manera provechosa en la Tierra. A aquellos a quienes el Recto Camino conduce al peligro, les repetimos las palabras del Profeta: «?Y no digais de quienes han caido por Ala que han muerto! No, sino que viven».
Levy examina al iman: un hombre pequeno, impecable, que encarna un sistema de creencias que no hace tantos anos causo las muertes de, entre otros, cientos de habitantes del norte de New Jersey que se desplazaban a diario a trabajar a Manhattan. El gentio se agrupo en los puntos mas altos de New Prospect para ver el humo que subia de las dos torres del World Trade Center y se alejaba por encima de Brooklyn, la unica nube de aquel dia claro. Cuando Levy piensa en Israel en pie de guerra y en las pocas sinagogas que pateticamente sobreviven en Europa precisando de vigilancia policial dia y noche, su buena voluntad inicial hacia el islam se disipa: el tipo del atuendo blanco se clava como una espina en la garganta de la ocasion. Levy no se siente molesto por la triple senal de la cruz del padre Corcoran en el cierre de la larga ceremonia; los judios y los irlandeses han compartido las ciudades estadounidenses durante generaciones, y fueron las generaciones del padre y del abuelo de Jack, no la suya, las que hubieron de soportar el insulto de «asesino de Cristo».
– Bueno, hombre, ya esta -dice el profesor de su derecha. Es Adam Bronson, un emigrante de Barbados que daba matematicas empresariales a los alumnos de segundo y tercer curso en el instituto-. Siempre doy gracias a Dios cuando el ano academico termina sin muertes.
– Ves demasiado las noticias -le dice Jack-. Esto no es Columbine; aquello fue en Colorado, el salvaje oeste. El Central es ahora mas seguro que cuando yo era nino. Las bandas de negros tenian armas de fuego de fabricacion casera, y no habia arcos ni personal de seguridad. Se suponia que de eso se encargaban los supervisores, y estos tenian suerte si no los tiraban escaleras abajo.
– Al poco de llegar, no podia creer -le confiesa Adam con su cerrado acento, musica de una isla mansa, un
– Piensalo en terminos de amor por la libertad. La libertad es saber.
– Mis alumnos ni siquiera creen que las matematicas empresariales vayan a servirles de nada. Imaginan que el ordenador lo hara todo en su lugar. Piensan que el cerebro humano esta de vacaciones perpetuas, que a partir de ahora no tiene mas ocupacion que absorber diversiones.
El profesorado se une en fila de a dos a la procesion, y Adam, emparejado con un maestro del otro lado del pasillo, marcha delante de Levy pero se vuelve y continua la conversacion.
– Jack, dime. Hay algo que me da apuro preguntar, no se a quien recurrir. ?Quien es ese J-Lo? Mis alumnos no dejan de hablar de el.
– De ella. Cantante. Actriz -apunta Jack-. Hispana. Muy bien parecida. Un gran culo, segun dicen. No se mas. Llega un momento en la vida -explica, para que el barbadense no crea que ha sido seco- en que los famosos no hacen por ti lo que solian.
La profesora con la que se ha emparejado el en este fin de oficio es la senorita Mackenzie, da ingles en el ultimo curso, nombre de pila Caroline. Enjuta, mandibula prominente, una fanatica del
– Carrie -dice Jack afectuosamente-, ?que es eso de que das a leer
– No seas malpensado, Jack -comenta ella, sin sonreirle siquiera-. Era uno de sus escritos autobiograficos, el de Big Sur. Lo inclui en la lista de lecturas optativas, nadie estaba obligado a leerlo.
– Ya, pero ?y que pensaron los que si lo hicieron?
– Oh -responde en tono neutro, incipientemente hostil, entre el bullicio y el griterio y la musica de recesion-, se lo toman con calma. De hecho, en sus casas ya han visto de todo.
La aglomeracion humana de la gala al completo -graduados, profesores, padres, abuelos, tios y tias, sobrinas y sobrinos- sale a empujones del auditorio hacia el vestibulo frontal, donde los trofeos deportivos hacen guardia en largas vitrinas, como el tesoro de un faraon difunto, sellados, el pasado magico, y luego hacia las amplias puertas delanteras, abiertas de par en par al sol de principios de junio y a la polvorienta vista del mar de escombros, hasta los enormes peldanos de la entrada, cotorreando y dando silbidos triunfales. Antano, esta monumental escalinata de granito daba a un generoso regazo de cesped y arbustos dispuestos simetricamente; pero las exigencias del automovil fueron mordisqueando la parcela y terminaron por recortarla del lado del instituto a causa del ensanchamiento de Tilden Avenue -rebautizada con este desafiante nombre por un ayuntamiento mayoritariamente democrata tras el pucherazo que cometio despues de las presidenciales, en 1877, la comision electoral dominada por los republicanos en confabulacion con un Sur ansioso por que se levantara toda la proteccion militar del Norte sobre su poblacion negra-, de modo que ahora las ultimas losas de granito caen directamente sobre la acera, una acera separada de la calzada de asfalto por unos estrechos parterres que solo reverdecen durante unas semanas, antes del asfixiante calor del verano y de que un monton de pisadas negligentes aplaste los indicios de exuberancia primaveral hasta reducirlos a una esterilla plana de hierba seca. Bajando del bordillo, la avenida de asfalto, tan arrugado como una cama hecha apresuradamente, con sus baches rebozados una y otra vez y sus roderas marcadas en alquitran por el paso continuo de coches y camiones, ha sido cortada al trafico a esta hora para dejar a los asistentes al acto un espacio en que disfrutar del sol y las felicitaciones, mientras esperan a que los recien graduados devuelvan sus togas en el interior del edificio y salgan para las ultimas despedidas.
Jack Levy, perdido en la multitud, sin prisa por volver a casa y afrontar el inicio de un verano en compania de su esposa, y taciturno tras el alegre intercambio de opiniones con Carrie Mackenzie, sintiendose excluido de esta sociedad del todo vale, se topa con Teresa Mulloy, pecosa y sofocada. Lleva una orquidea ya marchita prendida en