momentaneamente para dar paso a otro racimo de «consejos». A Beth le fascina pensar que asi es la vida: competencias, azuzadas por la codicia, el sexo y los celos que llegan al extremo del asesinato, y todo ello supuestamente entre gente corriente de Pine Valley, una tipica comunidad de Pennsylvania. Ella es de ese estado y nunca vio un lugar igual. ?Que es lo que se ha perdido en su vida? «Tengo la impresion de que toda mi vida se me ha escapado de las manos», dijo una vez un personaje de All My Children, quizas Erin. O Krystal. La frase atraveso a Beth como una flecha. Unos padres que la querian, un matrimonio feliz aunque no del todo convencional, un maravilloso hijo unico, un trabajo que la estimulaba intelectualmente, no sujeto a esfuerzos fisicos, prestando libros y buscando informacion en Internet: el mundo se ha conjurado para volverla blanda y obesa, aislada de las pasiones y los peligros que crepitan alli donde las personas entran verdaderamente en friccion con sus semejantes. «Ryan, creeme, quiero ayudarte, de verdad, haria lo que fuera; envenenaria a tu madre por ti si me lo pidieras.» Nadie le dice cosas asi a Beth. Lo mas extravagante que le ha pasado fue que sus padres se negaron a asistir a su boda por lo civil con un judio.

Los pimpollos a quienes van dirigidos estos ardientes juramentos suelen ser lentos a la hora de responder. Hay algo espeluznante, rotundo, en el silencio que se abre en los huecos del dialogo. A menudo, Beth teme que se les haya olvidado el guion, pero al cabo de un rato sueltan la siguiente frase, despues de una pausa larguisima. Los culebrones que se emiten durante el dia tienen algo que no se ve en los programas de la noche - realities de policias, series comicas, los telediarios con sus bromitas entre los cuatro presentadores (un hombre y una mujer que hacen de locutores, el dicharachero encargado de la seccion de deportes y, finalmente, el blanco de sus pullas y amables reproches, el hombre del tiempo un tanto bobalicon)-: se desarrollan en un ambiente con silencio de fondo, un silencio grueso y rebosante que ni todas las declaraciones de amor, confesiones tensas, falsas aseveraciones y rabiosas animadversiones pueden borrar, como tampoco pueden las estridentes musicas sobrenaturales ni la intervencion subita de la debil cancion pop que sirve de cierre al capitulo. Un silencio aterrador es el firme que lo sujeta todo, como imanes en la puerta de una nevera: al reparto en sus habitaciones de tres tabiques con eco y a Beth en su butaca extra ancha, enfadada consigo misma porque no se ha puesto en el plato suficientes galletas de avena y el telefono no para de sonar, asi que tendra que abandonar su La-Z-Boy, esa isla de perfecta comodidad acolchada, justo ahora que David, el cardiologo increiblemente guapo, le dedica unas palabras de alto voltaje a Maria, la bella cirujana cerebral cuyo marido Edmund, el periodista ganador de un Pulitzer, fue asesinado en un episodio anterior que Beth, por desgracia, se perdio. Se levanta por etapas. Primero estira la palanca para bajar el reposapies, luego, tras luchar contra la oscilacion de la mecedora, apoya los pies en el suelo, se aferra al brazo izquierdo de la butaca con ambas manos para ponerse casi derecha y finalmente, con una exclamacion perceptible, carga todo su peso sobre las rodillas, expectantes, que se van enderezando lenta y dolorosamente mientras Beth recupera el aliento. Al principio del proceso habia cambiado de lugar el plato vacio, del reposabrazos a la mesilla auxiliar, pero se dejo el mando a distancia en el regazo y ahora se ha caido al suelo. Ahi lo ve, los botones numerados del pequeno panel rectangular junto con las manchas de cafe y restos de comida que con el tiempo se han ido acumulando en la moqueta verde palido. Jack la aviso de que la suciedad se veria mucho en una moqueta asi, pero los colores claros se llevaban mucho ese ano, es lo que dijo el vendedor. «Le da un toque fresco, actual», habia asegurado. «El espacio parecera mas amplio.» Todo el mundo sabe que las alfombras orientales disimulan mejor las manchas, pero ?llegaria el dia en que Jack y ella podrian permitirse una? Hay una tienda en Reagan Boulevard donde las venden de segunda mano y a precio de ganga, pero ni Jack ni ella van nunca juntos por esas calles, que es donde mayoritariamente compran los negros. Y en cualquier caso, estando usada sabe Dios que habran derramado encima los antiguos propietarios, que seguira escondido en las fibras. La sola idea es desagradable, como sucede con las moquetas de los hoteles. Beth no quiere ni pensar en darse la vuelta y agacharse para recoger el mando, su sentido del equilibrio ha empeorado con la edad, y debe de haber algun motivo urgente por el que la persona que esta llamando no cuelga. Tuvieron contestador automatico una epoca, pero llegaron tantas llamadas de padres cascarrabias cuyos hijos no lograban entrar en las universidades que Jack les recomendaba que hubo que desconectarlo. «Y si me encuentran en casa ya me las apanare», dijo. «La gente no es tan maleducada cuando quien descuelga es una persona.»

Beth da otro paso, deja a la gente de la television cociendose en sus propios jugos, va tambaleandose hasta la mesa que hay junto a la pared y de un manotazo levanta el auricular. Este nuevo tipo de telefono es de los que quedan de pie en el soporte, y en una pantallita, justo debajo de los orificios a traves de los que supuestamente se escucha, aparecen el nombre y el numero de quien llama. Dice que es una llamada no local, de modo que o se trata de Maride o de su hermana en Washington o de algun vendedor telefonico llamando desde dondequiera que llamen, a veces lo hacen desde incluso la India.

– ?Diga? -Los orificios del otro extremo del auricular no le llegan a la altura de la boca como con los telefonos antiguos, los sencillos y macizos de baquelita negra que al colgarse quedaban boca abajo, y Beth tiende a alzar la voz porque no termina de fiarse.

– Beth, soy Hermione. -La voz de Herm siempre suena ostentosamente energica, ocupada, como para avergonzar a su indolente y consentida hermana menor-. ?Por que has tardado tanto? Estaba a punto de colgar.

– Bueno, pues ojala lo hubieras hecho.

– No es un comentario muy amable.

– Yo no soy como tu, Herm. No puedo andar tan rapido.

– ?De quien es esa voz que oigo de fondo? ?Estas con alguien? -Sus palabras van rebotando de un tema a otro. Pero esa franqueza, que roza la groseria, no es mas que un vestigio agradable de cuando eran ninas, de la forma de ser de los alemanes de Pennsylvania. A Beth le recuerda al hogar, al noroeste de Filadelfia y su follaje humedo, sus tranvias y sus pequenas tiendas de comida con montones de pan Meier's y Freihofer's en los estantes.

– Es la television. Estaba buscando el mando para apagarla -no quiere reconocer que le ha dado mucha pereza agacharse y recogerlo- y no he podido encontrar el maldito chisme.

– Bueno, pues ve y encuentralo. No debe de estar lejos. Puedo esperar. Con tanto ruido es imposible hablar. Dime, ?que estabas viendo a estas horas?

Beth deja el auricular sin responder. «Es igual que nuestra madre», piensa mientras se arrastra hasta la parte de la moqueta verde claro -el vendedor lo definio como celedon- donde esta caido boca arriba el mando a distancia, que a la vista y al tacto tiene un curioso parecido con el telefono, negro mate y atestado de circuitos electronicos: un par de hermanos que no pegan mucho. El esfuerzo va acompanado de un gemido, se agarra al brazo de la butaca con una mano y alarga trabajosamente la otra; con ese gesto vuelve a despertarse en sus poco usados musculos la sensacion de un ejercicio, un arabesque penchee, aprendido en clases de ballet a los ocho o nueve anos, en el estudio de Miss Dimitrova, encima de una cafeteria en Broad Street; recupera el chisme y apunta con el a la pantalla del televisor, donde All My Children esta llegando a su fin en el septimo canal bajo un nubarron de musica escalofriante, siniestra. Beth divisa a Craig y Jennifer, en una charla acalorada, y se pregunta que estaran diciendose incluso al despedirlos con un clic. Se convierten en una estrellita que dura menos de un segundo.

En ballet habia sido mas agil y prometedora que su hermana; a Hermione, solia afirmar Miss Dimitrova con su deje bielorruso, le faltaba ballon. «Ligera, ?ligera!», gritaba mientras los ligamentos se marcaban en su cuello descarnado. «Vous avez besoin de legerete! ?Imaginad que sois des oiseaux! ?Sois criaturas del aire!» Hermione, demasiado alta y desgarbada para su edad, y destinada, ya se veia, a ser una chica del monton, era entonces la lenta y patosa, y Beth la que parecia, en faisant des pointes, un pajarillo, dando vueltas con sus escualidos brazos extendidos.

– Estas jadeando -la acusa su hermana cuando vuelve al aparato y se desploma con un grunido en la silla pequena y rigida que apartaron de la mesa de la cocina cuando, al irse, Mark dejo de comer con sus padres. La silla es una copia en madera de arce del estilo de los muebles Shaker y tiene un asiento tan estrecho que Beth tiene que apuntar el culo al dejarse caer; hace unos anos no atino a sentarse bien, la silla se ladeo y ella cayo al suelo. Se habria roto la pelvis de no haber estado tan rellenita, dijo Jack. Pero en el primer momento el no lo encontro tan divertido. Corrio hacia ella horrorizado y, cuando quedo claro que su esposa no se habia hecho dano, parecio decepcionado. Bruscamente, Hermione pregunta-: No estarias viendo ningun avance informativo, ?verdad?

– ?En la tele? No. ?Lo hay?

– No, pero… -se nota tension en su titubeo, como en los silencios de los culebrones- a veces se filtra algo. Las cosas salen a la luz antes de lo que debieran.

– ?Que es lo que tiene que salir a la luz? -pregunta Beth, a sabiendas de que hacerse la ignorante es la mejor

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