abotonados. No tiene una mirada amigable. Hay una tension aspera en todo su cuerpo; su barriga es admirablemente plana.

– ?Senor -Ahmad consulta el albaran- Karini? Traigo un pedido de Excellency Home Furnishings, de New Prospect. -Consulta el papel de nuevo-: Una banqueta de cuero tenido en varios colores.

– De New Prospect -repite el hombre de vientre plano-. ?No Charlie?

Ahmad tarda en captarlo.

– Oh… ahora conduzco yo el camion. Charlie esta liado en el despacho, aprendiendo el negocio. Su padre esta enfermo, tiene diabetes. -A Ahmad le da la sensacion de que estas frases superfluas no van a ser entendidas y, en la oscuridad, se sonroja.

El hombre alto se vuelve y repite las palabras «New Prospect» a los otros que estan en la habitacion. Ahmad ve que hay tres mas, todos hombres. Uno es bajito, fornido y mayor que los otros dos, que no le sacan muchos anos a Ahmad. Nadie viste ropa playera sino de trabajo, es como si llevaran largo rato sentados en esos muebles alquilados esperando a que llegara el trabajo. Responden con murmullos de asentimiento, en los que Ahmad cree oir, enterradas bajo las inflexiones, las palabras fulus y kafir; el tipo alto advierte que esta escuchando y le pregunta con hosquedad:

– Enta btehki 'arabi?

Ahmad se sonroja y contesta:

– La'… ana aasif. Inglizi.

Satisfecho, y un poco menos tenso, el hombre dice:

– Traer, por favor. Todo el dia esperamos.

En Excellency Home Furnishings no venden muchos escabeles; estos pertenecen, como el ayuntamiento de New Prospect, a una epoca mas recargada. El articulo, que va envuelto en grueso plastico transparente para proteger su delicada piel de parches de cuero tintados y cosidos en abstractos disenos de seis lados, esta usado pero en buen estado; es un cilindro acolchado y con la firmeza necesaria para soportar el peso de un hombre sentado, pero suficientemente mullido para acomodar los pies enfundados en zapatillas de alguien que se haya echado a descansar en una butaca. Es un peso ligero, Ahmad lo levanta de una brazada, cruje ligeramente mientras lo lleva, del camion y por el patio lleno de digitarias, hasta el salon principal, donde los cuatro hombres estan sentados a la debil luz de una lampara de mesa. Nadie se ofrece a descargar el bulto de sus brazos.

– En suelo esta bien -le ordenan.

Ahmad lo deja.

– Aqui quedara muy bonito -dice, para romper el silencio que reina en la habitacion, y tras incorporarse anade-: ?Me podria firmar, senor Karini?

– Karini no aqui. Yo firmar para Karini.

– ?Ninguno de ustedes es el senor Karini? -Los tres hombres esbozan las sonrisas rapidas y esperanzadas de quien no ha entendido que le preguntan.

– Yo firmar para Karini -insiste el lider del grupo-. Soy colega de Karini.

Sin mas resistencia, Ahmad deja el recibo de entrega en la mesa supletoria donde esta la lampara y senala con el boligrafo donde va la rubrica. El hombre enjuto y sin nombre firma; el garabato es completamente ilegible, observa Ahmad, y se apercibe por primera vez de que uno de los Chehab -padre o hijo- ha garabateado «SP» en el papel: sin portes, aunque sea una pieza considerablemente mas barata que el minimo de cien dolares necesarios para el transporte gratuito.

Mientras cierra tras de si la puerta mosquitera, se encienden mas luces en la sala de estar de la casa, y segun va andando por el cesped arenoso hacia el camion oye un torrente de palabras ininteligibles en arabe, y algunas risas. Ahmad sube al asiento del conductor y da gas para asegurarse de que lo oyen marchar. Avanza por Wilson Way hasta la primera interseccion y gira a la derecha; aparca delante de una cabana que parece desocupada. Rapido, en silencio, casi conteniendo el aliento, Ahmad vuelve a pie por un sendero marcado en la hierba que hace las veces de acera. No hay coches ni personas por esta callejuela olvidada. Se acerca a la ventana lateral de la sala de estar del 292, donde un resistente matorral de hortensias y flores de espliego resecas ofrece cierto resguardo, y con cuidado espia el interior.

Han desenvuelto el escabel turco y lo han colocado sobre una mesita de cafe decorada con azulejos, enfrente de un gastado sofa a cuadros. Con un cuter redondo, del tamano de un dolar de plata, el cabecilla ha cortado, en la parte circular que hace de asiento, las puntadas de uno de los parches triangulares que forman las estrellas de seis lados, copos de nieve rojos y verdes. Cuando el triangulo es suficientemente grande como para abrirlo a modo de solapa, el lider introduce su mano enjuta en el interior y extrae, pellizcandolos con dos largos dedos, unos cuantos billetes estadounidenses. Ahmad no acierta a distinguir su valor, pero a juzgar por la reverencia con que los hombres los ordenan y cuentan en la mesita de azulejos, no parece ser bajo.

4

El tio de Charlie y hermano de Habib Chehab, Maurice, no suele dejar Florida, pero el calor y la humedad de Miami en julio y agosto lo llevan al norte durante esos meses. Entra y sale a sus anchas de la casa de Habib, en Pompton Lakes, y eventualmente se pasa por Excellency Home Furnishings, donde Ahmad coincide con el: un hombre muy parecido a su hermano, solo que abulta mas y viste tambien con mas seriedad: trajes de rayas, zapatos blancos de piel, camisas y corbatas un tanto obviamente a juego. Le da un formal apreton de manos a Ahmad cuando se conocen, y el muchacho tiene la desagradable sensacion de que lo estan evaluando unos ojos mas circunspectos, y con mas oro incluso, que los de Habib, menos prestos a conceder un brillo risueno. Resulta ser el hermano menor, aunque por su comportamiento altivo parece el mayor. A Ahmad, que es hijo unico, le fascina la fraternidad: sus ventajas y desventajas, la percepcion de tener, en cierto sentido, un duplicado. Si hubiera recibido la bendicion de contar con un hermano, Ahmad se habria sentido menos solo, quizas, y no habria dependido tanto del Dios que lleva en su interior, en su pulso y sus pensamientos. Siempre que Maurice y el se ven en la tienda, el corpulento perro viejo, envuelto en ropas claras, lo saluda con la cabeza, sonriendo levemente, implicando un «Te conozco, jovencito. Te tengo calado».

Los dolares que Ahmad alcanzo a ver, camuflados en la entrega que hizo a los cuatro hombres del bungalow de la costa, se le han quedado grabados como algo que participara de lo sobrenatural, esa inmensidad sin rasgos distintivos que aun asi se digna, por Su propia e insondable voluntad, interferir en nuestras vidas. No sabe si confesar el descubrimiento a Charlie. ?Estaba el al tanto de lo que habia en la banqueta? ?Cuantos muebles mas de los que han repartido y recogido contenian botines semejantes escondidos en pliegues e interiores huecos? ?Y con que fin? El misterio tiene el mismo sabor de las noticias del periodico, de los titulares que el apenas lee, que tratan de la violencia por causas politicas en el extranjero y la violencia domestica en su propio pais, el sabor de lo que cuentan los telediarios nocturnos con los que topa mientras zapea en el anticuado televisor Admiral de su madre.

Se ha aficionado a buscar por television los rastros de Dios en esta sociedad de infieles. Mira certamenes de belleza en que chicas de piel luminosa y dientes blancos, junto con el cupo de una o dos aspirantes negras, compiten por seducir al maestro de ceremonias desplegando su talento en el canto o el baile y tambien a la hora de dar las gracias -tan a menudo que son casi precipitadas- al Senor por los dones con que las ha bendecido, los cuales quieren consagrar, cuando sus dias de cantar en traje de bano hayan pasado, a sus semejantes, en forma de tan elevadas ocupaciones como la de doctora, educadora, perita agronoma o, la mas santa de todas las vocaciones, ama de casa. Ahmad descubre un canal especificamente cristiano donde salen hombres de voz grave y mediana edad, vestidos con trajes de colores poco corrientes, de solapas anchas y lustrosas, que suspenden su apasionada retorica («?Estais listos para Jesus?», preguntan, y tambien: «?Habeis recibido a Jesus en vuestros corazones?») para pasar de golpe a flirtear picaramente con las mujeres de mediana edad de entre el publico o para ponerse, chasqueando los dedos, a cantar. Las canciones cristianas interesan a Ahmad, sobre todo los coros de gospel ataviados, con tunicas irisadas, formados por negras gordas que saltan y se contonean con una intensidad que en ocasiones parece inducida artificialmente pero que en otras, mientras alargan el estribillo, parece ser genuinamente sentida. Las mujeres alzan bien altas las manos, a la par que sus voces, y empiezan a dar palmadas y a balancearse hasta que contagian incluso a los pocos blancos que estan presentes: este es un ambito de la vida estadounidense donde sin duda predomina, como en los deportes y la criminalidad, la tez oscura. Ahmad sabe, por

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