Ahmad sale en defensa del sheij Rachid:

– Senor, no dispongo de recursos para pagar la universidad. Mi madre se considera una artista, prefirio dejar sus estudios cuando no era mas que enfermera auxiliar a dedicar dos anos mas a su propia formacion antes de que yo empezara a ir a la escuela.

Levy se enmarana el pelo ralo, que ya lleva despeinado.

– Vale, de acuerdo. Es una epoca dificil, y con los gastos en seguridad y las guerras de Bush apenas quedan excedentes. Pero seamos realistas: aun hay mucho dinero en becas para chicos de color listos y responsables. Podriamos haber conseguido alguna, estoy convencido. No para Princeton, seguramente, ni tampoco para Rutgers, pero una plaza en Bloomfield o Seton Hall, en Farleigh Dickinson o Kean tambien seria excelente. Con todo, por ahora, eso es agua pasada. Siento no haber podido atender con mas antelacion a su caso. Termine el instituto y ya veremos como ve lo de ir a la universidad dentro de uno o dos anos. Sabe donde encontrarme, hare lo que pueda. Si me lo permite, ?que ha pensado hacer despues de graduarse? Si no tiene perspectivas laborales, considere la posibilidad del ejercito. Ya no es ningun chollo, pero aun asi sigue ofreciendo bastante: se aprenden algunas tecnicas y despues lo apoyaran si quiere educacion superior. A mi me sirvio. Si habla algo de arabe, estarian encantados de acogerle.

La expresion de Ahmad se tensa:

– El ejercito me enviaria a luchar contra mis hermanos.

– O a luchar por sus hermanos, ?no? No todos los iraquies son de la insurgencia, ya sabe. La mayoria no lo son. Solo quieren salir adelante. La civilizacion empezo ahi. Era un pequeno pais prospero, hasta que llego Saddam.

El chico frunce el ceno, sus cejas tupidas, gruesas y, aunque de vello fino, viriles, se arrugan. Ahmad se levanta para irse, pero Levy no esta todavia dispuesto a dejarlo marchar.

– He preguntado -insiste- si tenia algun trabajo a la vista.

La respuesta llega con reticencia:

– Mi profesor cree que podria conducir camiones.

– ?Conducir… camiones? ?De que tipo? Los hay de muchas clases. Solo tiene dieciocho anos. Tengo entendido que no se puede obtener el permiso para un camion articulado o un camion cisterna o ni siquiera para un autobus escolar hasta los veintiuno. El examen para sacarse el carnet de vehiculos comerciales es dificil. No podra conducir fuera del estado hasta que cumpla los veintiuno. Ni podra transportar materiales peligrosos.

– ?No podre?

– Si no recuerdo mal, no. Antes que usted pasaron por aqui otros jovenes que estaban interesados; muchos se asustaron, por la parte tecnica y la normativa. Hay que afiliarse al sindicato de camioneros. Es una carrera con muchos obstaculos. Y muchos matones.

Ahmad se encoge de hombros; Levy ve que ha agotado el cupo de cooperacion y cortesia del joven. El chico no dice ni pio. Muy bien, pues Jack Levy tampoco. Lleva mucho mas tiempo en Jersey que este mocoso pretencioso. Como era de esperar, el varon con menos experiencia cede y rompe el silencio.

Ahmad siente la necesidad de justificarse ante este judio infeliz. El senor Levy desprende un aroma de infelicidad, como la madre de Ahmad despues de que la deje un novio y antes de que aparezca el siguiente y cuando no ha vendido un cuadro en meses.

– Mi profesor conoce a gente que podria necesitar un conductor. Yo tendria a alguien que me ensenase como funciona todo -explica-. La paga es buena -anade.

– Y las horas, muchas -dice el tutor, cerrando de golpe la carpeta del estudiante tras haber garabateado en la primera pagina «cp» y «se», sus abreviaturas para «causa perdida» y «sin carrera». Digame, Mulloy, su religion… ?es muy importante para usted?

– Si.

El chico oculta algo, Jack puede olerlo.

– Dios… Ala… es algo muy serio para usted. Lentamente, como si estuviera en trance o recitara algo de memoria, Ahmad dice:

– El esta en mi, y a mi lado.

– Bien. Bien. Me alegra oir eso. No lo pierda. Yo tuve mis contactos con la religion, mi madre encendia las velas en Pascua, pero a mi padre todo eso le parecian patochadas. Segui su ejemplo y lo deje perder tambien. La verdad, tampoco es que llegara a tener nada. Polvo al polvo, es asi como veo yo esas cosas. Lo siento.

El chico parpadea y asiente, un poco asustado por semejante confesion. Sus ojos parecen dos lamparas redondas y negras sobre el blanco austero de la camisa. Quedan grabados a fuego en la memoria de Levy y a ratos vuelven como las imagenes persistentes del sol al ponerse o el flash de una camara cuando uno posa obediente, intentando resultar natural, y salta el fogonazo antes de lo previsto.

Levy no afloja:

– ?Cuantos anos tenia cuando… cuando encontro la fe?

– Once, senor.

– Curioso. A esa edad yo anuncie a mis padres que dejaba el violin. Los desafie. Me impuse. Al diablo con todo-. El chico sigue mirandole fijamente, rechazando el vinculo-. Vale -Levy se da por vencido-, quiero que lo piense un poco mas. Quiero volver a verle y darle algunos datos mas antes de que se gradue. -Se levanta y, llevado por un impulso, estrecha la mano del joven alto, esbelto, fragil en apariencia, un gesto que no tiene con todos los chicos despues de una entrevista, y menos aun con una chica con los tiempos que corren: el mas ligero roce puede terminar en una denuncia. Algunos de estos chochetes tienen demasiada imaginacion. Ahmad le ha tendido una mano floja, humeda; Jack se sorprende: aun es un chaval timido, todavia no es un hombre-. Y si no nos vemos - concluye el tutor-, que tenga una gran vida, amigo.

El domingo por la manana, mientras la mayoria de americanos siguen en la cama, aunque unos pocos hayan madrugado para ir a una misa temprana o a jugar al golf con la hierba todavia humeda por el rocio, el secretario de Seguridad Nacional actualiza el nivel de amenaza terrorista -asi lo llaman- de amarillo, que unicamente significa «elevado», a naranja, que significa «muy alto». Esas son las malas noticias. Las buenas son que este nivel solo se aplica a areas especificas de Washington, Nueva York y el norte de New Jersey; el resto del pais se queda en amarillo.

El secretario, sin poder esconder del todo su acento de Pennsylvania, anuncia a la nacion que recientes informes de los servicios secretos indican que se pueden producir ataques, «con alarmante precision y nada alejados en el tiempo», asi lo dice, en esas zonas metropolitanas de la costa este, que «han sido estudiadas por los enemigos de la libertad con las herramientas de reconocimiento mas sofisticadas». Centros financieros, estadios deportivos, puentes, tuneles, metros… nada esta a salvo. «Puede que a partir de ahora se encuentren», le cuenta al objetivo de la camara de television, que es como un ojo de buey de color pistola, cubierta con una lente, a cuyo otro lado se apina un monton de ciudadanos confiados, angustiados, «con zonas de seguridad alrededor de edificios que impidan el acceso a coches y camiones sin autorizacion; con restricciones en algunos aparcamientos subterraneos; con personal de seguridad que emplee tarjetas identificativas y fotografias digitales para que quede registrado quien entra y sale de los edificios; con mas refuerzos policiales; y con registros a fondo de vehiculos, embalajes y paquetes.»

Pronuncia con carino y enfasis la expresion «registros a fondo». Evoca una imagen de hombres fornidos en monos verdes o gris azulados destripando vehiculos y paquetes, descargando con vigor la frustracion diaria que siente el secretario ante las dificultades del cargo. Su cometido es proteger, a pesar de si misma, a una nacion de casi trescientos millones de almas anarquicas con sus correspondientes millones de impulsos irracionales y actos caprichosos que se salen de los limites de lo potencialmente vigilable. Estas lagunas e irregularidades colectivas de la multitud forman una superficie muy accidentada sobre la cual el enemigo puede plantar uno de sus cultivos tenaces y pandemicos. Destruir, el secretario lo ha pensado a menudo, es mucho mas facil que construir -al igual que alterar el orden social es mas facil que mantenerlo- y los guardianes de la sociedad tienen que ir siempre a la zaga de quienes pretenden destruirla, de la misma manera que -de joven habia formado parte del equipo de futbol americano de la Lehigh University – un receptor veloz siempre le puede sacar unos metros al cornerback de la defensa. «Y que Dios bendiga a America», asi cierra su intervencion publica.

El piloto rojo que hay sobre el ojo de buey se apaga. Ya no esta grabando. De repente el hombre se encoge, solo oiran sus palabras el punado de tecnicos y de fieles funcionarios que pululan a su alrededor en este incomodo estudio radiotelevisivo a prueba de bombas, hundido varias decenas de metros bajo el suelo de Pennsylvania

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