En el diminuto y abigarrado despacho del piso superior de la biblioteca, Lexie tenia la mirada fija en la ventana. Sabia que el vendria. Doris habia llamado tan pronto como Jeremy se habia marchado del Herbs y le habia referido un par de comentarios sobre el individuo vestido de negro procedente de Nueva York, que estaba alli para escribir un articulo sobre los fantasmas del cementerio.
Lexie sacudio lentamente la cabeza. Estaba segura de que Doris lo habia convencido. Cuando a esa mujer se le metia una idea en la cabeza, podia llegar a ser muy persuasiva, sin tener en cuenta la posible reaccion violenta que un articulo como ese podia suscitar. Habia leido las historias del senor Marsh de antemano, y sabia exactamente como operaba. No tendria suficiente con demostrar que el fenomeno no estaba relacionado con fantasmas -algo de lo que no le cabia la menor duda-, no, el senor Marsh no se detendria ahi. Entrevistaria a los habitantes del lugar en esa forma tan peculiarmente encantadora, conseguiria sonsacarles toda la informacion que buscaba, y despues elegiria los datos que mas le interesaran antes de difundir la verdad del modo que le pareciera mas oportuno. Cuando hubiera acabado de plasmar sus conclusiones feroces en un articulo, la gente de todo el pais pensaria que Boone Creek estaba plagado de unos pateticos personajes simplones, ridiculos y supersticiosos.
No, no le hacia ninguna gracia que ese periodista merodeara por el pueblo.
Cerro los ojos mientras con los dedos se dedicaba a retorcer un mechon de su negra melena abstraidamente. Tampoco le gustaba que nadie deambulara por el cementerio. Doris tenia razon: era una falta de respeto, y desde la visita de esos jovenes de la Universidad de Duke y de la publicacion del articulo en la prensa, la situacion se les habia escapado de las manos. ?Por que no lo habian mantenido en secreto? Hacia muchas decadas que aparecian esas luces, y a pesar de que todo el mundo lo sabia, a nadie le importaba. Quiza de vez en cuando alguien se dejaba caer por el cementerio para verlas, basicamente adolescentes o alguien que habia bebido mas de la cuenta en el Lookilu; pero ?camisetas, tazas de cafe, postales cursis con emblemas sobre los fantasmas? ?Y encima la «Visita guiada por las casas historicas»!
No llegaba a comprender los motivos que habian desatado esa locura colectiva. ?Por que era tan importante incrementar el turismo en la zona? Si, claro, el dinero era un tremendo aliciente, pero los que vivian en el pueblo no lo hacian por afan de hacerse ricos. Bueno, al menos la mayoria no; aunque siempre habia personas dispuestas a no dejar escapar esa clase de oportunidades, empezando por el alcalde. Mas siempre habia creido que casi toda esa gente vivia en Boone Creek por la misma razon que ella: por la indescriptible alegria que sentia cada tarde cuando se ponia el sol y, subitamente, el rio Pamlico se transformaba en una impresionante cinta de color dorado, porque conocia a sus vecinos y sabia que podia confiar en ellos, porque los ninos podian jugar en la calle hasta la noche tranquilamente, sin que sus padres sintieran angustia alguna por pensar que pudiera ocurrirles algo malo. En un mundo cada vez mas loco y estresado, Boone Creek era un pueblecito que jamas habia mostrado ningun interes en seguir los pasos del mundo moderno, y eso era lo que lo convertia en un lugar tan peculiar.
Por eso vivia alli. Le gustaba todo lo referente al pueblo: el olor a pino y a salitre por la manana cuando llegaba la primavera, los bochornosos atardeceres de verano que le conferian a su piel ese brillo tan especial, el color intenso de las hojas en otono… Pero por encima de todo, le gustaba la gente y no podia imaginar vivir en otro lugar. Confiaba en ellos, conversaba con ellos, sentia aprecio por ellos. Pero claro, no todos sus amigos compartian esas mismas impresiones; algunos habian aprovechado el momento de ir a estudiar a la universidad para no volver a pisar el pueblo. Ella tambien se habia ido a vivir una temporada fuera, pero incluso en esa etapa habia tenido la certeza de que regresaria; y menos mal que lo habia hecho, ya que en los dos ultimos anos habia estado muy preocupada por la salud de Doris. Tambien sabia que acabaria siendo la bibliotecaria de Boone Creek, igual que su madre habia ocupando ese puesto antes, con la esperanza de hacer de la biblioteca un lugar del que el pueblo entero pudiera sentirse orgulloso.
No se trataba del trabajo mas glamuroso, pero el sueldo no estaba nada mal. Aunque la primera impresion fuera decepcionante, la biblioteca iba mejorando poco a poco. La planta baja solo albergaba la coleccion de ficcion contemporanea, mientras que en el piso superior se podia encontrar ficcion clasica y no-ficcion, titulos adicionales de autores contemporaneos, y colecciones unicas. Supuso que el senor Marsh no se habria dado cuenta de que la biblioteca se expandia por las dos plantas, ya que el acceso a las escaleras se hallaba en la parte posterior del edificio, cerca de la sala infantil. Uno de los inconvenientes de que la biblioteca estuviera emplazada en una vieja residencia era que la arquitectura no estaba disenada para el traqueteo del publico. Pero el lugar le parecia correcto.
Casi siempre se respiraba una agradable atmosfera silenciosa en su despacho ubicado en el piso superior, y este estaba cerca de su estancia favorita de la biblioteca, la que ella habia bautizado como «La sala de los originales». Se trataba de una pequena sala contigua al despacho que contenia los titulos mas insolitos, libros que ella habia ido adquiriendo en subastas del estado y en mercadillos, por donaciones y visitas a las librerias y a los distribuidores de publicaciones de todo el estado, un proyecto que habia iniciado su madre. Tambien custodiaba una creciente coleccion de manuscritos y mapas historicos, algunos de los cuales databan de antes de la guerra revolucionaria. Esa era su verdadera pasion. Siempre estaba dispuesta a ir en busca de cualquier material excepcional, y no dudaba en derrochar grandes dosis de amabilidad y de astucia, o de implorar si era necesario, para conseguir lo que queria. Cuando esa tactica no funcionaba, recurria a la excusa irrefutable de la deduccion de impuestos, y -puesto que habia trabajado duro para conseguir buenos contactos entre los abogados especializados en materia de herencias que operaban en el sur- a menudo recibia libros y otras publicaciones antes de que el resto de las bibliotecas oyeran siquiera hablar de ellos. A pesar de que no contaba con los sustanciosos recursos de la Universidad de Duke, de la de Wake Forest, o de la de Carolina del Norte, su biblioteca estaba considerada como una de las mejores bibliotecas pequenas no solo del estado, sino incluso de todo el pais.
Se sentia muy orgullosa de ese logro. Aquella era su biblioteca, y del mismo modo, aquel era su pueblo. Y en esos precisos instantes, un desconocido la estaba esperando, un desconocido que ansiaba escribir una historia que podia perjudicar gravemente a su gente.
Lo habia observado mientras aparcaba el coche delante del edificio. Lo habia examinado de arriba abajo mientras se apeaba del auto y se dirigia a la puerta principal. Habia sacudido la cabeza, porque casi inmediatamente habia reconocido la forma de andar confiada y petulante de los que viven en la gran ciudad. No era mas que uno de los innumerables individuos que se jactaban de provenir de un lugar mas interesante; sujetos que se creian poseedores de un conocimiento mas profundo sobre el mundo real, que proclamaban que la vida podia ser mucho mas excitante, mas gratificante en las grandes urbes que en un pueblecito remoto. Unos anos antes se habia enamorado de un hombre que pensaba de ese modo, y se negaba a dejarse embaucar de nuevo.
Un cardenal se poso en la repisa de la ventana. Lo observo fijamente al tiempo que intentaba despejar la cabeza de los pensamientos que la asaltaban, y luego suspiro. De acuerdo, se dijo, lo mas cortes era bajar a hablar con el senor Marsh de Nueva York. Despues de todo, la estaba esperando. Habia recorrido un largo trayecto, y la hospitalidad del sur -asi como su trabajo de bibliotecaria- la impulsaba a ayudarlo a encontrar lo que necesitara. Y lo mas importante: de ese modo podria vigilarlo de cerca. Tambien se afanaria por filtrar la informacion de tal modo que el viera la parte positiva de vivir en un lugar como Boone Creek.
Sonrio. Si, se veia capaz de lidiar con el senor Marsh. Ademas, tenia que admitir que, aunque no se fiara de el, era muy apuesto.
Jeremy Marsh tenia toda la pinta de estar aburrido.
Se paseaba lentamente por uno de los pasillos, con los brazos cruzados, contemplando los titulos contemporaneos. De vez en cuando fruncia el ceno, como si se preguntara si podria encontrar algo de Dickens, Chaucer o Austen. Se imagino como reaccionaria el si le pidiera un titulo de uno de esos autores y ella respondiera con un «?Quien?». Conociendolo -a pesar de que tenia que admitir que no lo conocia en absoluto sino que simplemente se basaba en una suposicion-, probablemente se la quedaria mirando fijamente, como habia hecho antes cuando la vio en el cementerio. Ah, que predecibles eran los hombres, penso.
Se aliso el jersey, procurando ganar tiempo antes de salir a recibirlo. Se recordo a si misma que tenia que parecer profesional; una importante mision estaba en juego.
– Supongo que me esta esperando -se presento, esforzandose por sonreir.
Jeremy levanto la vista al escuchar la voz, y por un momento se quedo paralizado. Subitamente la reconocio y sonrio.
«Parece afable», penso ella. En la barbilla se le formaba uno de esos graciosos hoyuelos, aunque la sonrisa que exhibia era un poco estudiada y carecia de la fuerza necesaria para contrarrestar la mirada tan confiada.
– ?Tu eres Lex? -pregunto el.