Niza se sento en el sillon, abarco los aparatos con habitual mirada y quedo muy pensativa.

Sobre ella negreaban las pantallas reflectoras que transmitian al puesto central de comando el panorama del insondable abismo circundante. Las luces multicolores de las estrellas eran como brillantes agujas que se clavaban en la retina.

La astronave iba dejando atras a un planeta, cuya fuerza de atraccion la hacia balancearse a lo largo del campo de gravitacion inestable. Y las estrellas, siniestras y majestuosas, daban en las pantallas reflectoras saltos fantasticos. Los dibujos de las constelaciones cambiaban con celeridad inaudita.

El planeta K-22H — 88, frio y sin vida, alejado de su sol, era conocido como un lugar comodo para los encuentros de las astronaves… pero aquella entrevista no se realizaba.

Daban ya la quinta vuelta… Y Niza se imagino su nave describiendo, con velocidad aminorada, un circulo inmenso, de mil millones de kilometros de radio, y adelantandose continuamente al planeta, que iba a paso de tortuga. Al cabo de ciento diez horas, la astronave terminaria su quinta vuelta… ?Y que ocurriria entonces? El gran cerebro de Erg Noor estaba en plena tension, buscando afanoso la mejor salida. El jefe de la expedicion y capitan del navio cosmico no podia equivocarse. De lo contrario, la Tantra, astronave de primera clase, cuya tripulacion estaba integrada por los sabios mas eminentes, ?no volveria jamas de los espacios intersiderales! Pero Erg Noor no se equivocaria…

Niza Krit sintio de pronto un malestar angustioso, revelador de que la astronave se habia desviado de su curso en una fraccion minuscula de grado, desviacion solamente admisible a velocidad aminorada, pues de lo contrario, la fragil carga humana habria perecido por completo. Apenas se hubo desvanecido la neblina gris que cubria sus ojos, la muchacha volvio a sentir mareo: la nave habia vuelto a su ruta. Todo aquello se debia a que los detectores supersensibles habian captado alli delante, en la insondable negrura, un meteorito, el peligro mayor para las astronaves. Las maquinas electronicas que gobernaban el navio cosmico (solo ellas podian hacer todas las manipulaciones con la rapidez requerida, ya que los nervios humanos no estaban adaptados a las velocidades cosmicas) habian desviado la Tantra en una millonesima de segundo y, una vez pasado el peligro, la habian vuelto, con igual rapidez, a su curso anterior.

«?Que habra impedido a unas maquinas como estas salvar al Algrab — pensaba Niza, repuesta ya de su malestar —. Seguramente ha sido averiado al chocar contra algun meteorito. Erg Noor dice que, de cada diez astronaves, una perece a causa de esas colisiones, a pesar de la invencion de detectores tan sensibles como el de Voll Hod y de los revestimientos energeticos de proteccion que rechazan los cuerpos celestes de minusculas dimensiones.» La catastrofe del Algrab los ponia en un trance muy peligroso, cuando parecia que todo estaba bien meditado y previsto. La muchacha empezo a evocar cuanto habia ocurrido a partir del momento en que emprendieron el vuelo.

La 37? expedicion astral tenia como objetivo llegar al sistema planetario de la mas cercana estrella de la constelacion del Serpentario, cuyo unico planeta habitado — Zirda — habia estado comunicando con la Tierra y los otros mundos, durante largo tiempo, por el Gran Circuito. Pero inesperadamente habia enmudecido. Hacia ya mas de setenta anos que no llegaba de alli noticia alguna. Era deber de la Tierra, como vecina mas proxima de Zirda entre los planetas del Circuito, averiguar que era lo que pasaba. Por ello, la nave expedicionaria tomo a bordo muchos aparatos y a varios sabios eminentes, cuyo sistema nervioso, despues de numerosas pruebas, se habia mostrado capaz de soportar anos de reclusion en la hermetica astronave. Las reservas de combustible — el anameson, sustancia en que la ligazon intermesonica de los nucleos habia sido destruida y que poseia una velocidad de eyeccion igual a la de la luz — eran minimas, y no a causa del peso del anameson, sino debido al gran espacio que ocupaban sus enormes depositos.

Se contaba con volver a aprovisionarse de combustible en Zirda. Para el caso de que al planeta le hubiera ocurrido algo grave, el Algrab, astronave de segunda clase, debia encontrarse con la Tantra cerca de la orbita del planeta K22H-88.

El agudo oido de Niza percibio un cambio de tono en la sintonizacion del campo de gravitacion artificial. Los discos de tres aparatos de la derecha empezaron a centellear con distinto fulgor, la sonda electronica de babor se conecto. En la iluminada pantalla aparecio un cuerpo aristado y brillante. Venia derecho como un proyectil hacia la Tantra y, por consiguiente, debia de estar aun lejos. Era un enorme trozo de materia, de los que muy raramente se encontraban en los espacios cosmicos. Niza se apresuro a determinar su volumen, masa, velocidad y direccion de vuelo. Y unicamente al oir el chasquido de la bobina automatica del registro de observaciones, volvio Niza a sus recuerdos.

El mas vivo era el de un sol, rojo como la sangre, que se iba agrandando en el campo visual de las pantallas durante los ultimos meses del cuarto ano de viaje. El cuarto para todos los habitantes de la astronave, que volaba a una velocidad de 5/6 de la unidad absoluta: la velocidad de la luz. Pero en la Tierra habian pasado ya cerca de siete anos, de los llamados independientes.

Unos filtros superpuestos en las pantallas protegian los ojos humanos, atenuando el color y la intensidad de los rayos de cualquier astro, como hacia la atmosfera terrestre mediante sus capas protectoras de ozono y de vapor de agua. La luz violeta de los astros de temperaturas elevadas, una luz fantasmagorica, indescriptible, parecia azul celeste o blanca, mientras las sombrias estrellas gris-rosaceas se tornaban alegres y de un color amarillo de oro, semejante al de nuestro Sol. Alli, el astro que brillaba victorioso con claros fulgores escarlata tomaba esa intensa tonalidad de sangre en la que el observador terrestre reconoce las estrellas de la clase espectral M 5. El planeta se encontraba bastante mas cerca de su sol que la Tierra del suyo. A medida que se aproximaban a Zirda, el astro de ella se iba convirtiendo en un enorme disco bermejo que lanzaba multitud de radiaciones termicas.

Dos meses antes de llegar a Zirda, la Tantra habia tratado de comunicar con la estacion exterior del planeta. No habia alli mas que esa estacion en un pequeno satelite natural, sin atmosfera, que se hallaba mas cerca de Zirda que la Luna de la Tierra.

La astronave continuo llamando a Zirda cuando quedaban treinta millones de kilometros para llegar a ella y la fantastica velocidad de la Tantra habia sido reducida a tres mil kilometros por segundo. Estaba de guardia Niza, pero toda la tripulacion tambien permanecia en vela, sentada expectante ante las pantallas en el puesto central de comando.

Niza lanzaba las llamadas ampliando la potencia de emision y proyectando los rayos en abanico.

Por fin, vieron el diminuto punto luminoso del satelite. La nave empezo a trazar una curva alrededor del planeta, aproximandose a el poco a poco, en espiral, y adaptando su velocidad a la del satelite. La Tantra y este parecian unidos por un cable invisible; la astronave pendia sobre el pequeno planeta, que corria raudo por su orbita. Los estereotelescopios electronicos del gran navio cosmico exploraban la superficie del satelite.

Y de pronto, ante la tripulacion aparecio un espectaculo inolvidable.

Un enorme edificio de cristal brillaba cegador a los reflejos del sol sangrante. Bajo la plana techumbre habia una estancia, semejante a un gran salon de actos. En el permanecia inmovil una multitud de seres que no se parecian a los terrenales, pero eran, sin duda, humanos. Pur Hiss — astronomo de la expedicion, novato en el Cosmos, que habia sustituido poco antes de partir a un companero experto — siguio regulando con mano tremula el foco, para ampliar las imagenes. Las filas de hombres, que se veian borrosos bajo el cristal, continuaban en inmovilidad absoluta. Pur Hiss amplio mas. Ya se distinguia un estrado con una larga mesa y bordeado de aparatos e instrumentos diversos. Sobre la mesa, de cara al auditorio, estaba sentado un hombre con las piernas cruzadas, perdida en la lejania la mirada demencial de sus ojos fijos, aterradores.

— ?Estan muertos, congelados! — exclamo Erg Noor.

La astronave seguia suspendida sobre el satelite de Zirda. Catorce pares de ojos observaban aquella tumba de cristal, sin poder apartarse de ella. Si, era en verdad una tumba. ?Cuantos anos llevaban alli aquellos cadaveres? Hacia setenta que el planeta habia enmudecido, y si agregaban los seis de recorrido de los rayos, resultaban mas de tres cuartos de siglo…

Luego, todas las miradas se tendieron hacia el jefe. Erg Noor, palido el semblante, escudrinaba en la opalina niebla de la atmosfera que rodeaba al planeta. A traves de ella, se columbraban apenas los tenues contornos de las montanas y los reflejos del mar, pero nada daba la respuesta que habian venido a buscar los astronautas.

— ?La estacion ha quedado inutilizada y no ha sido reconstruida en setenta y cinco anos! Por consiguiente, en el planeta ha ocurrido una catastrofe. Hay que descender, penetrar en la atmosfera, tal vez tomar tierra… Aqui estan todos reunidos. Yo pregunto cual es la opinion del Consejo…

El astronomo Pur Hiss fue el unico que hizo objeciones. Niza miraba con indignacion a su narizota corva,

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