mayores y la pasividad de los capitanes culpables de las tropelias de la aviacion, los canones y los morteros alemanes.

Por la noche Yeremenko salio del refugio y se detuvo en una pequena colina polvorienta cerca del agua.

El mapa de guerra desplegado ante el comandante del frente en el refugio de Krasni Sad aqui tronaba, humeaba, respiraba vida y muerte. Y le parecia avistar el punteado de las explosiones en primera linea que su mano habia trazado sobre el mapa, creia reconocer las flechas de la ofensiva de Paulus hacia el Volga, los centros de resistencia que habia marcado con lapices de color y las concentraciones de las piezas de artilleria. Al mirar el mapa extendido sobre la mesa, se sentia capaz de doblar, de desplazar la linea del frente, de poder hacer rugir la artilleria pesada de la orilla izquierda. Se sentia el amo, el artifice.

Sin embargo, en aquel instante se adueno de el un sentimiento muy diferente. El resplandor del fuego sobre Stalingrado, el lento rugido en el cielo, todo aquello le impresionaba por la grandeza de su fuerza y pasion, sobre la que no tenia control.

Entre el fragor de las explosiones y el fuego, un sonido prolongado, apenas perceptible, llego desde la zona de las fabricas: «a-a-a-a-ah…».

En aquel grito ininterrumpido proferido por la infanteria al lanzarse al contraataque habia algo no solo terrible, sino triste y melancolico.

«A-a-a-a-ah…» El grito se extendia a traves del Volga…

El «hurra» de la guerra, al atravesar las frias aguas nocturnas bajo las estrellas del cielo otonal, casi perdia el impetu de la pasion, se transformaba y revelaba una esencia totalmente diferente. Ya no era fervor, ya no era gallardia, sino la tristeza del alma, como si se despidiera de todo lo amado, como si invitase a todos los seres queridos a despertarse y levantar la cabeza de la almohada para oir, por ultima vez, la voz del padre, el marido, el hijo, el hermano…

Al general la congoja de los soldados le oprimio el corazon.

La guerra, con la que Yeremenko estaba habituado a encontrarse, de repente le hizo replegarse en si mismo; permanecia inmovil sobre arenas movedizas, como un soldado solo, trastornado por la inmensidad del fuego y el estruendo; estaba alli como estaban miles y decenas de miles de soldados en la orilla y sentia que aquella guerra del pueblo era mayor que su tecnica, su poder, su voluntad. Tal vez este sentimiento fuera el mas alto al que estaba destinado a elevarse el general en la comprension de la guerra.

Al amanecer, Yeremenko cruzo a la orilla derecha. Chuikov, al que habian avisado por telefono, se habia acercado al agua y observaba la lancha blindada avanzar impetuosamente.

Yeremenko bajo despacio haciendo combar la pasarela colocada en la orilla y, pisando con torpeza el terreno pedregoso, se acerco a Chuikov.

– Buenos dias, camarada Chuikov -dijo Yeremenko.

– Buenos dias, camarada general -respondio Chuikov.

– He venido para ver como le va por aqui. Al parecer no ha sufrido quemaduras durante el incendio. Esta igual de grenudo que siempre, y ni siquiera ha adelgazado. Veo que no se alimenta mal.

– ?Como voy a adelgazar si me paso dia y noche sentado en el refugio? -replico Chuikov; y, ofendido por aquel comentario del comandante referente a la buena alimentacion, anadio-: Pero ?que hago aqui, recibiendo a un invitado en la orilla?

Y, en efecto, Yeremenko se irrito al ser definido por Chuikov como un invitado en Stalingrado. Y cuando Chuikov dijo: «Venga, pasemos dentro», Yeremenko respondio: «Estoy bien aqui, al aire libre».

En ese instante llego hasta ellos el sonido del altavoz colocado en la otra orilla del Volga.

La orilla estaba iluminada por fuegos y cohetes, por los fogonazos de las explosiones; parecia desierta. La luz ora se apagaba, ora se encendia, resplandeciendo durante algunos segundos con una fuerza blanca deslumbrante. Yeremenko miraba fijamente el talud de la orilla perforado por las trincheras de comunicacion, los refugios, las pilas de piedras amontonadas a lo largo del agua, que emergian de las tinieblas para despues volver a sumirse rapidamente en la oscuridad.

Una majestuosa voz cantaba despacio, con gravedad:

Que el mas noble furor hierva como una ola, esta es la guerra del pueblo, una guerra sagrada… [12]

Y como no se veia a nadie en la orilla ni en la pendiente y todo alrededor -la tierra, el Volga, el cielo- estaba iluminado por las llamas, parecia que fuera la misma guerra la que entonara esta lenta letania, palabras pesadas como el plomo que circulaban por entre los hombres.

Yeremenko se sentia a disgusto por el interes que el mismo mostraba hacia el cuadro que se exhibia ante sus ojos; realmente era como si fuera un invitado que hubiera ido a ver al dueno de Stalingrado. Le fastidiaba que Chuikov pareciera intuir el ansia interior que le habia impelido a cruzar el Volga, que supiera como se atormentaba mientras paseaba por Krasni Sad oyendo el susurro de los juncos secos.

Yeremenko comenzo a interrogar al anfitrion sobre aquel desdichado fuego, sobre como habia decidido emplear las reservas, sobre la accion combinada de la infanteria y la artilleria, sobre la concentracion de los alemanes en torno al distrito fabril. Formulaba preguntas y Chuikov respondia como se presupone que se debe responder a un superior.

Se quedaron callados un momento. Chuikov queria preguntarle: «Esta es la accion defensiva mas grande de la Historia, pero ?que hay de la ofensiva?». Pero no se atrevio. Yeremenko pensaba que a los defensores de Stalingrado les faltaba resistencia, que estaban rogando que les liberaran del peso sobre sus espaldas.

De pronto Yeremenko pregunto:

– Me parece que tu padre y tu madre son de la provincia de Tula; viven en el campo, ?no es asi?

– Asi es, camarada general.

– ?Te escribe el viejo?

– Si, camarada general. Todavia trabaja.

Se miraron; los cristales de las gafas de Yeremenko habian adquirido una tonalidad rosa por el fulgor del incendio.

Parecia que estaba a punto de comenzar la unica conversacion que realmente les importaba a ambos, sobre la situacion de Stalingrado.

– Me imagino que te interesan las cuestiones -dijo Yeremenko- que siempre se le plantean al comandante del frente acerca del refuerzo de hombres y las municiones.

Y la conversacion, la unica conversacion que habria tenido sentido en aquel momento, no tuvo lugar.

El centinela apostado en la cresta de la ladera miraba hacia abajo y Chuikov, al oir el silbido de un obus, alzo los ojos y dijo:

– El soldado se debe de estar preguntando quienes son estos dos tipos raros que estan ahi plantados al lado del agua. Yeremenko se sono y se hurgo las narices.

Se acercaba el momento de la despedida. Segun una regla tacita, un superior que esta bajo fuego enemigo solo se va cuando sus subordinados se lo piden. Pero la indiferencia de Yeremenko hacia el peligro era tan absoluta y natural que aquellas reglas no le atanian.

Distraidamente y al mismo tiempo vigilante, volvio la cabeza para seguir el silbido de la trayectoria de un obus.

– Bueno, Chuikov, ya es hora de irme.

Chuikov permanecio algunos momentos en la orilla mientras seguia con la mirada como se alejaba la lancha; la estela de la espuma tras la popa le recordo un panuelo blanco que una mujer agitara en senal de despedida.

Yeremenko, de pie en la cubierta, miraba la otra orilla del Volga, que ondeaba arriba y abajo bajo la luz confusa que procedia de Stalingrado: mientras, las aguas por las que saltaba la lancha parecian inamovibles, como una losa de piedra.

Paseaba con enojo de estribor a babor. Le vinieron a la mente decenas de pensamientos acostumbrados. Nuevos problemas habian surgido en el frente. Lo principal en ese momento era concentrar las fuerzas blindadas; la Stavka [13] le habia encargado que preparara una ofensiva contra el flanco izquierdo. Pero a Chuikov no le habia dicho ni una palabra de eso.

Chuikov volvio a su refugio, y todos -ya fuera el centinela apostado en la entrada, el encargado de clasificacion o el jefe de Estado Mayor de la division de Guriev, que habia comparecido ante una llamada-, al oir los pasos pesados de su superior, advirtieron que estaba apesadumbrado. Y tenia sobrados motivos para estarlo.

Porque las divisiones poco a poco se iban desmoronando, porque en la alternancia de ataques y contraataques

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