que estar con el preferia comer matarratas.

El BAC-111 despego del aeropuerto de Seattle a las seis treinta y tres de la manana. Pocos minutos despues, el reactor atravesaba la capa de nubes y viraba hacia la izquierda. El sol de la manana entro por las ventanillas ovaladas como si se tratase de los focos de un estadio. De repente, las sombras fueron arrasadas bajo aquella luz brutal, y un buen numero de jugadores de hockey reclinaron sus asientos y se prepararon para las cuatro horas que duraba el vuelo. Un olor que era mezcla de locion para despues del afeitado y colonia invadio la cabina al tiempo que el avion concluia el ascenso y adoptaba la horizontalidad.

Sin apartar los ojos de la hoja de itinerario que sostenia en su regazo, Jane alzo una mano para regular el aire acondicionado que tenia encima de su cabeza. Estaba totalmente concentrada en la agenda del equipo. Observo que, en algunas ocasiones los vuelos tenian prevista la hora de salida justo despues de los partidos, mientras que otras veces estaban programados para la manana siguiente. Pero a excepcion de las horas de los vuelos, lo senalado en la agenda era siempre igual. El equipo entrenaba invariablemente la vispera de cada partido y llevaba a cabo unos ejercicios ligeros el dia del mismo. Nunca variaba.

Dejo las hojas con el itinerario a un lado y cogio un ejemplar del Hockey News. La luz de la manana ilumino la seccion de reportajes sobre los equipos de la NHL. Se detuvo a leer la columna dedicada a los Chinooks. El titular rezaba: «Su porteria, la clave del exito para los Chinooks.»

Durante las ultimas semanas, Jane habia estudiado las estadisticas de la NHL. Se habia familiarizado con los nombres de los jugadores de los Chinooks y con las posiciones en que jugaban. Leyo todos los articulos relativos al equipo que pudo encontrar, pero seguia sin tenerlo claro respecto al juego y los jugadores. No le quedaba mas opcion que lanzarse sin red, esperando no partirse la crisma en el intento. Necesitaba el respeto y la confianza de aquellos hombres. Queria que la tratasen como a un cronista deportivo cualquiera.

En su maletin llevaba dos libros de inestimable valor para ella: «Hockey para principiantes» y «Los chicos malos del hockey». El primero explicaba los rudimentos del juego, en tanto que el segundo hablaba del lado oscuro de este y de los hombres que lo practicaban.

Sin alzar la cabeza, miro a lo largo del pasillo, unas filas de asientos mas adelante. Observo la hilera de luces de emergencia que recorria la moqueta azul y se detuvo en los mocasines de piel y en los pantalones grises de Luc Martineau. Desde la conversacion que mantuvieron en el estadio Key, habia investigado con mas interes su vida que la del resto de los jugadores.

Habia nacido y crecido en Edmonton, Alberta, Canada. Su padre era canadiense francofono y se habia divorciado de su madre cuando Luc acababa de cumplir los cinco anos. Los Houston Oilers habian elegido a Luc en la sexta posicion del draft de la NHL a los diecinueve anos. Habia sido traspasado a Detroit y, finalmente, a Seattle. Los datos mas interesantes los proporcionaba el libro «Los chicos malos del hockey», que le dedicaba cinco capitulos enteros. El libro explicaba con todo detalle las andanzas del portero, de quien decia que tenia las manos tan rapidas dentro como fuera de la pista. Las fotografias mostraban a un buen numero de actrices y modelos entre sus brazos, y si bien ninguna de ellas afirmaba haberse acostado con el, tampoco lo negaba.

Su mirada se poso en su enorme mano y sus largos dedos tamborileando sobre el brazo del asiento. Su Rolex de oro asomaba por debajo de la manga de su camisa blanca con rayas azules. Se fijo en sus hombros y en el perfil de sus altos pomulos y su recta nariz. Llevaba el pelo corto como un gladiador dispuesto a entrar en combate. Aun cuando se diera por hecho que solo la mitad de lo que decia aquel libro debia de ser cierto, aun asi Luc Martineau habia ido dejando un buen rastro de mujeres en todas las ciudades por las que habia pasado el equipo. A Jane le sorprendia que no tuviese el aspecto de un agotado enfermo terminal.

Al igual que el resto de los jugadores, aquella manana Luc tenia el aspecto de un hombre de negocios o de un inversor financiero mas que de un jugador de hockey. Ya en el aeropuerto, a Jane le sorprendio ver a todos los miembros del equipo vestidos con traje y corbata como si se dispusiesen a ir a la oficina.

Algo se interpuso en su angulo de vision. Jane alzo la vista y topo con Rob Martillo Sutter. Con la cabeza inclinada para no golpearse con el techo, parecia aun mas temible de lo habitual. Jane todavia no habia memorizado las caras de los miembros de la plantilla, pero Rob era uno de esos tipos que resultan inolvidables. Media mas de metro noventa, y pesaba cien kilos de puros musculos intimidatorios. En esa epoca, lucia una tupida perilla y un ojo morado. Se habia quitado la americana y la corbata y arremangado la camisa. Su cabello castano pedia a gritos un buen corte, y llevaba una tira de esparadrapo en el puente de la nariz. Le echo un vistazo al maletin que Jane habia dejado en el asiento contiguo.

– ?Te importa si me siento aqui durante un rato?

Jane no queria admitirlo, pero siempre la habian puesto nerviosa los tipos muy corpulentos. Ocupaban demasiado espacio y hacian que se sintiera pequena y vulnerable.

– No…, no. -Cogio el maletin de piel y lo coloco en el suelo, entre sus pies.

Rob acomodo su anatomia en el asiento y senalo el periodico que Jane tenia en las manos.

– ?Has leido el articulo que escribi? Esta en la pagina seis.

– Todavia no.

Jane busco de inmediato la pagina seis y observo la foto de Rob Sutter durante un partido. Tenia la cabeza del jugador contrario inmovilizada con una llave de judo y le estaba golpeando la cara.

– Ese soy yo dandole su merecido a Rasmussen en su temporada de novato -explico Rob.

Jane lo miro de medio lado, fijandose en su ojo morado y su nariz rota.

– ?Por que?

– Habia metido tres goles.

– ?Acaso no es ese su trabajo?

– Claro, pero el mio era ponerle las cosas dificiles. -Rob se encogio de hombros-. Conseguir que se pusiera nervioso cuando me viese acercarme.

Jane se dijo que lo mas prudente era guardarse para si las opiniones que le inspiraba el trabajo de Rob.

– ?Que le ha pasado a tu nariz? -pregunto.

– Paso demasiado cerca de un stick. -Rob senalo al periodico-. ?Que opinas?

Echo un vistazo al articulo; parecia bastante bien escrito.

– ?Crees que atrapa al lector desde la entradilla?.

– ?La entradilla?

– Es como los periodistas denominan el principio.

Sabia lo que era una entradilla.

– «Soy algo mas que un saco para calentar los punos» -leyo en voz alta- Pues si, me ha atrapado.

Rob sonrio, mostrando una hermosa y blanca hilera de dientes. Jane se pregunto cuantas veces se los habrian arrancado y habria tenido que reponerlos.

– Me lo pase muy bien escribiendolo -dijo-. He pensado que, cuando me retire, quiza me dedique a escribir articulos a tiempo completo. Tal vez podrias darme algunos consejos.

Introducirlo en la profesion se le antojo mucho mas sencillo que hacer lo que le pedia. Su propio curriculum no era precisamente brillante, pero no queria desilusionar a Rob explicandole la verdad.

– Te ayudare en lo que pueda.

– Gracias. -Rob se puso en pie a medias y extrajo su billetera del bolsillo trasero de sus pantalones. Cuando se sento de nuevo, la abrio y saco una fotografia-. Esta es Amelia -dijo al tiempo que le pasaba la fotografia de una nina descansando sobre su pecho.

– Que pequenita. ?Que tiempo tiene?

– Un mes. ?No es la cosa mas bonita que has visto nunca?

Jane no tenia la intencion de discutir sobre ese tema con Martillo.

– Es preciosa.

– ?Otra vez ensenando fotos de bebes?

Jane alzo la vista y topo con dos ojos pardos que la miraban por encima del asiento de enfrente. El hombre le paso una foto.

– Es Taylor Lee -dijo-. Tiene dos meses.

Jane observo la fotografia de un bebe con tan poco pelo como el tipo que se la habia pasado, y se pregunto por que la gente daba por hecho que todo el mundo estaba deseando ver las fotos de sus hijos. Ella no reconocio al tipo que la miraba por encima del asiento hasta que Rob le dio una pista.

– Esta calva como una bola de billar, Fishy. ?Cuando le va a salir algo de pelo?

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