La anciana se corrio discretamente hacia el exterior del rancho. Me vesti el atuendo con la sensacion de estar profanando algo sagrado.

Pedro y yo teniamos la misma estatura y talla.

Solo faltaba el chambergo de fieltro. Me toque vagamente la cabeza.

La madre me tendio un sombrero de paja, el que usaba Pedro cuando trabajaba en Vialidad y era secretario de la Confederacion de Trabajadores, mientras yo trabajaba como empleado en el Banco de Londres y dirigia el periodico del gremio de los bancarios.

Me encasquete el sombrero y tambien me vino justo.

22

Cuando me integre al grupo armado de Pedro, fue en ese banco donde, junto con el y otros diez companeros, cometimos el primer atraco para reunir fondos en favor de la causa. Fue el mas facil. Un paseo por el subsuelo enrejado del tesoro con las puertas de par en par abiertas.

Nos cansamos de cargar bolsas con dinero. El sonado hold-up no dejo ningun rastro.

Quedo en el misterio de los enigmas policiales no resueltos.

23

En una cadena de sustituciones, yo estaba disfrazado ahora de Pedro Alvarenga. Este disfraz trazaba hasta el fin, entre Pedro y yo, dos destinos simetricos que se continuaban.

Me tocaba ahora aceptar este albur de evasion, que en lo intimo de mi rechazaba con todas mis fuerzas.

Siempre habia rehuido lo simetrico. No solo porque expresa la idea de lo completo, que no existe, sino tambien porque representa una repeticion.

Pedro era unico. Yo lo repetia. Hacia inutil su sacrificio y sellaba el mio con el disfraz de una falsa identidad.

El acido, el cumplido tumor seguia llenando mi vacio.

La madre de Pedro me trajo un pastel mandio, envuelto en papel de astrasa. Me indico con un gesto la direccion de la estacion central del ferrocarril y me extendio unos billetes arrugados y humedos, acaso los unicos que tenia. Ante mi muda negativa, me los metio en el bolsillo de la chaqueta con sus dedos corrugados y energicos.

Mire a la anciana erguida delante de mi. El labio superior cubierto de vello canoso temblo ligeramente.

El hueco oscuro de la boca se movio en una orden.

– No vaya a la estacion. Debe tomar el camino hacia la catedral. Doble despues hacia el desvio, hasta el Parque Caballero, donde el tren se para a cargar lena. Pague el pasaje al guarda del tren. Adios, mi hijo…

Bese la mano callosa, los cabellos agrios y duros. Me aleje con la cabeza gacha sin volver la vista.

24

El viento de la calle me refresco la frente. Me cruce con gente conocida que no mostro el menor indicio de reconocerme.

Me invadio una indefinible sensacion de seguridad y al mismo tiempo de total desvalimiento.

Era un extrano, incluso para mi. Solo tenia un cuerpo aparente, cubierto por el traje de quien con el dejo la vida.

La madre de Pedro no me lo cedia en prestamo. Me uncia a un destino. Me paria con ese disfraz como volviendo a dar vida al hijo sacrificado.

25

Tenia razon la anciana: la unica via de escape, remotamente posible, hacia la frontera argentina, era el centenario ferrocarril.

Hacia el viaje de Asuncion a Encarnacion en tres dias, abarrotado de mujeres revendedoras, de viejos agricultores lisiados que volvian del hospital a sus pueblos, o como yo, de la carcel hacia ninguna parte.

Los agentes e informantes de la Secreta bullian y espiaban en todas partes. Pero no iban a buscarme en el apelmazamiento de escoria humana que viaja en el tren; que no tiene dinero para pagar el pasaje en los rapidos autobuses o en los mixtos de pasajeros y carga.

Por lo demas, ya estaba bastante desfigurado. Queria probar, como parte del macabro juego, hasta que punto mi nueva identidad de sobreviviente desconocido me amparaba del escrutinio policial. Solo tenia que hacer ahora lo que no hizo Pedro. No llamar la atencion. Comportarme con toda naturalidad. Ser un ciudadano comun. Igualarme y sumirme por lo bajo en la masa gregaria.

Repase mentalmente la lengua que habia perdido en el extranjero. Me escuche hablando corrientemente en guarani. Siete anos de carcel me habian hecho recuperar la fluidez del habla natal con sus diecisiete dialectos regionales. El labio leporino por el tajo de la piedra, apenas cicatrizado, me ayudaba a deformar la voz y el acento con la tipica entonacion del guarani del Guaira. Mi origen campesino me permitia lograrlo sin el menor esfuerzo.

Los trabajos forzados en la cantera de Tacumbu endurecieron mis manos y mis pies dandoles la consistencia callosa y anonima de los pies del pynandi.

Mas que su cara, que tapa el aludo sombrero caranda'y, son las manos y los pies la verdadera fisonomia del campesino agricultor.

Me habia convertido, al menos en los signos exteriores, en un autentico campesino descalzo, salvo el elemento extrano de esa chaqueta de misionero chaqueno que desentonaba terriblemente en mi aspecto.

26

Arroje el pastel de mandioca a medio comer en un baldio. Me limpie las manos grasientas en la chaqueta, me la saque y la escondi en la maleza como quien arrastra y esconde el cuerpo de un hombre acabado de matar.

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