El cuerpo de Pedro, dos veces muerto.

Escuche algo como el vagido de un nino de corta edad. El vagido parecia brotar de la chaqueta. Me incline a escrutarla.

Junto a ella se removia un pequeno bulto envuelto en papel de diarios viejos.

Lo levante y hurgue entre los pliegues humedos. Era efectivamente el diminuto cuerpo de un recien nacido que agonizaba de hambre y de frio. Lo envolvi en la chaqueta y sali a escape de ese baldio, mojado de sudor y por el pis del nino.

No podia alimentar ni llevar conmigo al pequeno exposito. Hice lo que lei en novelones o vi en peliculas lacrimogenas. Deposite el bultito en el torno de un convento.

Reconoci el convento y colegio de la Providencia donde se educan las ninas de la mejor sociedad asuncena.

Tire varias veces la cuerda de la campanilla, con tal fuerza que el aro se desprendio de la cuerda. Me aleje corriendo y me desvaneci en una esquina.

Esas bellas muchachas cuidaran del exposito. Lo convertiran en mascota del colegio… -me exculpe.

La chaqueta eclesiastica, pense con insidia, va a dar que pensar a la madre superiora sobre el origen paternal del recien nacido.

27

Escuche la voz de la anciana que me llamaba con el nombre de su hijo.

Me volvi. No vi a nadie.

Solo el aroma de los lapachos en flor llenaba la callejuela de tierra cuajada de sol. Oi su risa cascada y metalica con un retintin de ironia. No conocia su risa. Pero era la suya, sin duda.

?Se burlaba de mi?

Podia ser un engano de mis sentidos. Habia algo de incoherente y absurdo en esa risa.

La risa de una anciana resulta siempre perturbadora porque es inclemente y aislada. No procede del humor sino del pavor, de la desesperacion, de la angustia extrema que solo una anciana puede experimentar por poderoso y estoico que sea su espiritu.

Oi por segunda vez la risa senil a mis espaldas.

Gire desconcertado ante la inexplicable actitud de la anciana.

Una nina de rizos rubios venia haciendo rodar un aro por la acera. Se me adelanto y desaparecio en una esquina.

28

Hice todo lo contrario de lo que me habia recomendado la anciana.

El deseo de probar mi nueva identidad usurpada, incolora, impersonal, ardia en mi como un frio afan de venganza, como el unico poder del que puede disponer un espectro entre los vivientes.

Pase frente al Departamento de Policia, erizado de agentes uniformados y en atuendo de civil, de patrullas fuertemente armadas, abarrotado de tanquetas. Me detuve alli un rato y me mezcle con los servidores del orden.

Nadie parecio fijarse especialmente en mi persona. No se ve todos los dias a un muerto paseando por la calle.

Era una segunda prueba victoriosa. Conforto en mi la sensacion de segundad y naturalidad que trataba de aparentar.

Me observaba de paso en las vitrinas y comprobaba satisfecho la verosimilitud de mi nueva identidad

Bajo la ropa y los desperfectos del rostro que ocultaban la mia, era un Pedro Alvarenga muerto y resucitado.

Hubo momentos en que hubiera querido gritar a voz en cuello.

«?Mirenme reconozcanme soy yo el unico escapado del tunel el solo y unico sobreviviente de la matanza de la carcel!»

En un quiosco de la Plaza Uruguaya compre un lapiz y un grueso cuaderno de escolar sin un fin preconcebido. Algo absurdo. El reflejo mecanico de la antigua obsesion.

El quiosquero Pablo, que antes vendia mis libros, me observo arrugando un poco la nariz. Tampoco me reconocio. Me ofrecio un libro sobre ocultismo y la revista pornografica Interviu.

Dije no con un gesto.

Segunda parte

1

Subir al viejo carromato de fierros viejos y descalabrados era meterse en el asilo de la paciencia.

Mas que un viaje en tren aquello era una procesion.

La locomotora liliputiense, empenachada de humo, de chispas oliendo a densas resinas quemadas, traqueteaba a la vertiginosa velocidad de una legua por hora, sobre ruedas esmirriadas, semejantes a piernas muy combadas de pajaro.

Cansado de los duros asientos, del interminable traqueteo que petrificaba los cuerpos, el centenar y medio de pasajeros se largaba de los vagones a las trochas y seguia al tren en una festiva caravana, ruidosa de gritos, de canticos, de motes burlescos, de una ingenua alegria infantil.

El pequeno santo patrono de hierro, de fuego, de humo, era empujado por sus fieles a lo largo de trescientos ochenta kilometros, en tres dias y tres noches de peregrinacion.

La fiesta de san Tren.

Habia otra clase de peregrinaciones, que no usaba el ferrocarril. La de los migrantes que trataban de llegar a la capital, a pie, desde distintos puntos del pais, para instalar nuevas villas Miseria.

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