– Si, Rata.

– Tu me llamas Rata… Y yo te llamare Apestoso, ?esta bien?

En el pasillo se oyeron unas risitas reprimidas que callaron de inmediato. Los ojillos de Spooky se encendieron como dos brasas.

– Un tipo inteligente…

– Asi es -conteste-. Ya somos dos, ?no es asi, Apestoso? ?En que puedo ayudarte?

Con deliberada lentitud, se desabrocho el cinturon y empezo a pasarselo de una mano a otra.

– ?Y que tal si te doy con esto en tu apestosa cara, ?eh, Rata!?

Me eche el pelo para atras y me puse de pie de un solo movimiento. Tome la maquina de escribir portatil.

– ?Y que tal si yo te doy con esto en tu apestosa cara, ?eh, Apestoso!? -le pregunte.

Unas horas antes, me habia preguntado si me asustaria con facilidad. Ahora, sabia que no.

Nos miramos a los ojos y, luego, con la misma deliberada lentitud, volvio a abrocharse el cinturon; yo, imitando su lentitud y deliberacion, volvi a colocar la maquina de escribir sobre el escritorio.

Parecia que estabamos otra vez en el punto de partida.

– No te quedes mucho tiempo, Rata -me dijo-. No nos gustan los gusanos como tu. Y no vuelvas a ir a la policia. No nos gustan los gusanos que van a la policia. -Arrojo un paquete grasiento y sucio sobre la mesa-. Ese estupido chico no sabia que era de oro. -Y se marcho dejando la puerta abierta.

Permaneci de pie, escuchando, pero salieron con el mismo silencio con que habian llegado. Fue una experiencia espeluznante. Se movian como fantasmas.

Abri el paquete y encontre mi cigarrera, o lo que quedaba de ella. La habian aplastado totalmente, sin duda a martillazos.

Aquella noche, por primera vez desde la muerte de Judy, no sone con ella. Sone con un par de ojos oscuros y una voz penetrante que no cesaba de repetir: «No te quedes mucho, Rata».

Jenny no aparecio por la oficina hasta casi el mediodia. Durante las horas anteriores estuve trabajando en las fichas y llegue hasta la letra H. El telefono habia sonado cinco o seis veces, pero, cada vez, la mujer que llamaba decia que queria hablar con la senorita Baxter y cortaba. Tuve tres visitantes, tres ancianas harapientas que partieron apenas me vieron, murmurando tambien que querian hablar con la senorita Baxter. Las recibi con mi mejor sonrisa y les pregunte que podia hacer por ellas, pero salieron corriendo como ratas asustadas. Alrededor de las diez y media, mientras escribia a maquina, se abrio la puerta y un chico, al que inmediatamente reconoci como el que me habia rajado el traje y robado la pitillera, se asomo para hacerme burla y luego salir corriendo. Ni siquiera me moleste en seguirle.

Cuando llego Jenny, con el cabello a punto de caerse en cualquier momento, note que su sonrisa era menos calida y que tenia una mirada preocupada.

– Hay problemas en la carcel -dijo-. No me han dejado entrar. Una de las prisioneras se volvio loca y hay dos celadores heridos.

– Es terrible.

Se sento y me miro.

– Si… -Hizo una pausa y luego prosiguio-. ?Todo bajo control?

– Asi es. No reconocera su archivo cuando tenga un momento para mirarlo.

– ?Algun problema?

– Podria llamarse asi. Anoche tuve una visita. -Le conte lo ocurrido- ?Le dice algo?

– Ese es Spooky Jinx. -Levanto las manos y luego las dejo caer con gesto de impotencia sobre su regazo-. Esta vez ha empezado pronto. A Fred no lo molesto hasta dos semanas despues de haber empezado a trabajar.

– ?Fred? ?El contable que era su amigo?

Ella asintio.

– Cuenteme lo que ha ocurrido.

Le conte, sin mencionar la pitillera, que Spooky me habia advertido que no me quedara mucho tiempo. Tambien que ambos nos habiamos amenazado con distintos objetos y que luego se marcho.

– Se lo adverti, Larry. Spooky es peligroso. Sera mejor que se vaya.

– ?Como es que usted ha logrado permanecer aqui dos anos? ?No ha tratado de echarla?

– Por supuesto, pero tambien tiene su codigo de honor. No ataca a las mujeres y, ademas, le dije que no le tenia miedo.

– Yo tampoco le tengo miedo.

Ella meneo la cabeza. Un mechon de cabellos le cayo sobre los ojos. Con impaciencia, volvio a colocarlo en su lugar.

– No puede hacerse el valiente en esta ciudad, Larry. No… si Spooky no quiere que usted este aqui. Tendra que irse.

– No hablara en serio, ?no?

– Es por su bien. Debe irse. Yo me las arreglare. No complique mas las cosas. Vayase, por favor.

– No, no me ire. Su tio me aconsejo un cambio de escenario. Disculpeme si parezco egoista, pero me preocupa mas mi problema que el suyo. -Le sonrei-. Desde que he llegado a esta ciudad, no he pensado ni una vez en Judy. Eso debe de ser bueno. Me quedare.

– ?Larry! ?Podria acabar herido!

– ?Y que? -Luego, cambiando deliberadamente de tema, agregue-: Han pasado por aqui tres senoras mayores, pero no quisieron hablar conmigo. La querian a usted.

– Por favor, vayase, Larry. Le digo que Spooky es peligroso.

Mire mi reloj. Eran las doce y cuarto del mediodia.

– Quisiera comer algo. -Me puse de pie-. ?Hay algun sitio donde pueda comer algo decente? Hasta ahora, me he arreglado con hamburguesas.

Me miro con aire preocupado y luego levanto los brazos en senal de derrota.

– Larry, espero que se de cuenta de lo que esta haciendo y en que se esta metiendo.

– Usted dijo que necesitaba ayuda… Y eso es lo que obtendra. No nos pongamos dramaticos. ?Que me dice del restaurante decente?

– Muy bien, si eso es lo que quiere. -Me sonrio-. Luigi queda en la Tercera, dos manzanas a la izquierda. No dire que es bueno, pero tampoco es malo. -En ese momento sono el telefono y, mientras me alejaba, alcance a oir sus «si» y «no» rutinarios.

Despues de una comida indiferente (la carne parecia un pedazo de cuero viejo), me acerque a la comisaria.

Habia un chico solo sentado en el banco, contra la pared. Tenia alrededor de doce anos y un ojo a la funerala. La sangre que le salia por la nariz goteaba hasta el suelo. Lo mire y el me miro. El odio de sus ojos fue alarmante.

Me acerque al sargento de guardia, que seguia jugando con el lapiz mientras respiraba pesadamente por la nariz. Levanto la vista.

– ?Otra vez usted por aqui!

– Para ahorrarle problemas -respondi, sin molestarme en hablar en voz baja, pues el chico sentado en el banco perteneceria, con toda seguridad, a la banda de Spooky-. He recuperado mi pitillera -anuncie al tiempo que la colocaba sobre la mesa del sargento.

El sargento estudio lo que quedaba de ella, la tomo en sus pesadas manos sudorosas y, luego, volvio a colocarla sobre el escritorio.

– Spooky Jinx me la devolvio anoche -dije.

El sargento permanecio con los ojos clavados en la cigarrera de oro aplastada.

Prosegui, impasible:

– Dijo que no se habian dado cuenta de que era de oro. Ya ve lo que han hecho con ella.

El sargento estudio el metal y resoplo por la nariz.

– ?Mil quinientos dolares, eh?

– Si.

– ?Spooky Jinx?

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