Le dolia todo el cuerpo. Las heridas de los pies le ardian a pesar de los antibioticos y calmantes. Tuvieron que coserle muchas heridas y cortes, y llevaria esas cicatrices hasta el final de sus dias. Los medicos le habian salvado los pechos, aunque los cortes eran muy profundos.

Ella estaba viva. Sharon estaba muerta. Las cicatrices de su piel no eran nada comparadas con el dolor incisivo de la culpa destrozandole el corazon.

– No tienes que hacerlo -le dijo el Agente Especial Quincy Peterson cuando Miranda insistio en acompanarlo al lugar donde las habia tenido encerradas a ella y a Sharon.

– Si, tengo que hacerlo, agente Peterson -dijo ella cuando salieron del hospital-. Tengo que acompanarlo.

No podia pensar en su dolor. Ahora, no. Era capaz de cualquier cosa para encontrar al hombre que habia asesinado a Sharon, porque su mejor amiga estaba muerta y ella estaba viva.

Si eso significaba volver al cuchitril asqueroso, humedo e infestado de ratones donde habia permanecido encadenada siete dias infernales, lo haria.

– Te entiendo -dijo el, y ella le creyo. Todos los que hablaban con ella daban la impresion de querer serenarla, pero aquel hombre no tenia esas intenciones-. ?Crees que podrias llamarme Quinn? Agente Peterson suena demasiado formal.

– De acuerdo.

Ella senalo la zona en el mapa y se adentraron en coche hasta donde pudieron, para luego seguir a pie, aunque quedaban casi cinco kilometros.

?Ojala hubieran corrido en la otra direccion! Habrian llegado a un camino. Era solo un sendero, pero lo era. ?Acaso eso habria cambiado su destino? ?Sharon estaria viva todavia?

– Le dije que teniamos que separarnos -murmuro Miranda cuando se quedo a solas con el agente Peterson… Quinn.

– Fue una buena idea.

– Sharon se nego. Estabamos tan asustadas que no lo discutimos. Y… -dijo, y guardo silencio.

– Sigue.

– No entendiamos por que nos soltaba. Hasta que vimos el arma. Entonces entendimos con toda claridad que queria cazarnos como a animales. Creo que ni siquiera pensamos en ello y, desde luego, no hablamos de ello. No teniamos tiempo. Nos dijo que echaramos a correr.

– ?Corred, corred!

– Y las dos sabiamos perfectamente lo que pretendia hacer. Eramos presas malheridas – dijo, riendo con una mueca amarga.

Durante el trayecto, Quinn permanecio a su lado. Le hizo preguntas discretas y certeras. Nunca dijo que lo sentia. Nunca intento serenarla. Nunca le dijo que deberia haber hecho algo diferente, como habia hecho ella millones de veces, interrogandose sin parar durante las setenta y dos horas transcurridas desde que la encontraran en la orilla del rio Gallatin.

Miranda los condujo directamente a la barraca destartalada perdida en medio del bosque, en Montana, diez kilometros hacia el oeste del rio donde ella habia saltado para escapar. Se quedo mirando las tablas podridas que parecian demasiado debiles para aguantar el techo de aluminio corrugado. Miranda se habia fijado en el exterior de la barraca solo un momento breve, antes de que ella y Sharon echaran a correr. Sin embargo, el interior habia quedado grabado en su memoria.

Miranda no pudo entrar. Se quedo sentada en el suelo, llorando.

Quinn entro. La gente del sheriff recogio las pruebas que el senalaba. El sheriff Donaldson estaba a punto de jubilarse, y queria coger al asesino de Sharon; que su detencion fuera el broche de oro de su carrera, asi que escucho los consejos del agente del FBI llegado el dia antes.

Despues, Quinn se sento en el suelo junto a ella.

– Te vas a ensuciar ese bonito pantalon -fue lo unico que atino a decir. Desde luego, Peterson no iba vestido como para salir a la montana, pero no parecia importarle que sus elegantes zapatos quedaran rayados y sucios.

– Encontrare a ese tio. Te prometo que pagara por lo que os ha hecho, a ti y a Sharon.

Ella lo miro, buscando la pena en sus ojos, o el asco, o el desagrado. Lo unico que vio fue fuerza, compasion y rabia.

– Hare todo lo que pueda para ayudar.

Al final, a pesar de la angustia que Miranda sintio al volver a la choza, a pesar de la busqueda en el bosque, despues de encontrar los restos de la que, segun todas las sospechas, era la primera victima del Carnicero, no lograron encontrar al asesino. No tenian pistas que los orientaran. Escasas pruebas, y ni un solo rastro. Ningun sospechoso.

Dos meses despues, a Quinn lo llamaron de vuelta a la oficina de Seattle. Ella penso que no volveria a verlo, y eso le dolio, porque lo apreciaba mucho.

Se equivocaba. Quinn volvio un mes mas tarde, solo para verla a ella.

Fue entonces cuando comenzo a sanar de verdad.

Capitulo 4

Cuando Miranda tenia ocho anos, su madre murio de cancer de ovarios. Bill Moore quedo tan devastado por el inesperado diagnostico, la brevedad de la enfermedad y la muerte, que renuncio a su empleo como ejecutivo de marketing de alto nivel en Spokane y se mudo con Miranda al valle Gallatin, en Montana. Compro una vieja cabana a treinta minutos de Bozeman, camino a West Yellowstone, cerca de Big Sky, y la restauro con dedicacion y paciencia. A los diez anos, Miranda ya habia aprendido todo sobre desempapelar, lijar y barnizar. Ella sola habia restaurado casi todos los suelos de la primera planta de la hosteria.

Los profundos canones, las vistas sobrecogedoras y los cielos infinitos fueron un consuelo para el dolor de aquella familia. Habian pasado veinticinco anos, y ese mismo entorno fue lo que salvo a Miranda mas tarde del Carnicero, y tambien, una vez mas, de lo de Quantico. Y por eso, con el asesinato de Rebecca y el fantasma de Sharon pesando sobre su conciencia, era casi imperativo desviarse y pasar por la Hosteria Gallatin. Se dijo que seria necesario llevar unas cuantas provisiones, pero la verdad era que solo queria ver a su padre.

Bill Moore estaba sentado detras del mostrador de recepcion rellenando los eternos formularios que detestaba. La enorme cabeza de alce, que Miranda habia llamado Bruce la primera vez que la vio, hace veinticinco anos, era la mascota de la hosteria. Desde alla arriba, hacia guardia sobre la recepcion y sobre su padre, a quien el alce siempre le arrancaba una sonrisa.

Excepto en dias como ese.

Bill alzo la mirada cuando entro Miranda, y su rostro se transfiguro. Le pesaron cada uno de sus cincuenta y siete anos. Su pelo, aunque todavia abundante, se habia vuelto entrecano. Unas arrugas le surcaban el rostro curtido y su cuerpo, antano lleno de fuerza, se habia hundido imperceptiblemente. Miranda sintio que algo se le retorcia en el interior. Ella era la causa del dolor que veia todos los dias en sus ojos claros. Su amor de padre lo estaba matando, dia a dia. Y saber eso, y no ser capaz de torcer la direccion que tomaba su vida, le hacia sentirse todavia mas culpable.

– Papa. -No tenia por que anadir mas.

– Randy -dijo el, con voz ronca.

Bill salio de detras del mostrador y, cuando lo abrazo, Miranda se sintio reconfortada. Su padre nunca se hacia de rogar con los abrazos.

– Ha sido el -murmuro.

Su padre la estrecho con fuerza. Ella olio aquella mezcla unica de locion de afeitado, suculentos granos de

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