hacia atras, dejo que su caballo encontrara el camino a traves de las calles sucias y abarrotadas de la ciudad universitaria. Entraron por la puerta sur. En vez de ir directamente hacia el castillo o a Sparrow Hall, Corbett paseo a Ranulfo y Maltote por las calles y avenidas de modo que pudieran respirar el ambiente de la ciudad. El mismo sintio algo de nostalgia. Hacia anos que no pisaba aquella ciudad: ahora, lo que veia, los sonidos y olores que percibia le recordaban los dias gloriosos de su juventud. Fueron momentos muy felices y sin preocupaciones cuando Corbett se alojaba en aquellos pisos desvencijados y se juntaba con el resto de bachilleres, estudiantes y universitarios de camino a las aulas desiertas de los colegios para atender a las clases que impartian los profesores sobre retorica, logica, teologia y filosofia.

Corbett encontro algo extrana su vuelta: a pesar de que los anos habian pasado, todo parecia seguir igual. Los campesinos de las afueras de la ciudad se abrian paso con sus pesados carros de ruedas o sus caballos de carga, empapados por la lluvia, que transportaban los productos para vender en los mercados de la ciudad. Al pasar por delante de las puertas abiertas de las destartaladas viviendas, Corbett entrevio a los ninos y a las abuelas con las rodillas frente al fuego, y la pobre luz de las lamparas iluminando la oscuridad. En todas las calles las casas se amontonaban a ambos lados, cruzadas por un entramado de vias y callejuelas llenas de baches y todavia resbaladizas despues de la lluvia. Sin embargo, como siempre ocurria en Oxford, las calles estaban abarrotadas. Comerciantes ataviados con sus ropajes forrados de piel marchaban con sus botas altas marroquies. Los sirvientes iban al frente, echando a un lado a los ruidosos ninos o a los perros que no paraban de ladrar. Franciscanos, dominicanos y carmelitas iban de camino a sus hogares: algunos transitaban en devoto silencio; otros armaban un jaleo espantoso parloteando sin cesar. En una esquina habia un carro con un gong, lleno de barro y suciedad de las alcantarillas, que estaba siendo utilizado para ejecutar castigos. A un tipo que vendia ropa con taras le habian forzado a mantenerse de pie hundido en el barro de cintura para abajo. Atados a las ruedas del carro habia otros vendedores que habian sido juzgados culpables en un tribunal del Pie Powder por vender carne pasada, bienes de oropel o intentar romper el precio establecido por los bedeles del mercado. A su lado, un montero con un carro, en el que transportaba una jaula llena de perros callejeros ladrando y enzarzados entre si, requisaba formalmente un chucho, tan delgado, que se le veian las costillas, mientras un grupo de pilluelos piojosos protestaba a gritos diciendo que el perro les pertenecia. El montero, con el rostro rojo de furia, tambien soltaba maldiciones y les contestaba a voces.

Corbett suspiro y desmonto diciendoles a Ranulfo y Maltote que hicieran otro tanto. Tomaron un atajo desde Eel Pie Lane que los conducia a High Road. Llegados a aquel lugar, Corbett corrio entre bandadas de universitarios, cuentistas, fanfarrones y bribones que iban de un lado para otro enfundados en sus trajes: las togas cortas de los universitarios, las calzas harapientas y chaquetas andrajosas de los commoners [1]. El aire transportaba el parloteo de diferentes acentos y lenguas a medida que los estudiantes salian de las aulas o salas de conferencias de los colegios universitarios. Perdidos en su propio mundo, gritaban y cantaban, empujandose y dandose codazos los unos a los otros, olvidandose por completo de los buenos ciudadanos y burgueses de la ciudad. Estos pasaban delante de los estudiantes maldiciendolos por lo bajo y lanzandoles miradas de desden. De vez en cuando algunos rectores o profesores salian al paso con sus andares arrogantes y las cabezas bajo las capuchas de lana forradas de seda que proclamaban su estatus e importancia. A sus espaldas, los estudiantes mas pobres, jovenes incapaces de pagar las tasas universitarias, los seguian de cerca tambaleandose por el peso de los libros u otras pertenencias de sus senores. Bedeles y censores, los ordenancistas de la universidad, tambien se abrian camino a grandes zancadas, blandiendo porras de madera de fresno rematadas con una punta de plomo. A su paso, los estudiantes callaban de inmediato, a pesar de que su presencia poco podia hacer para reprimir su espiritu exaltado y rebelde.

Corbett se detuvo, envolviendose las manos con las riendas, para contemplar High Street. Esta calle si habia cambiado: se habian construido mas casas a ambos lados, tan juntas las unas de las otras que sus tejados apenas dejaban pasar la luz. Apretujadas entre las nuevas viviendas se encontraban las chozas de los ciudadanos mas pobres, cubiertas de canas, paja o ripia que la lluvia habia empapado por completo y convertido en una autentica calamidad. Los puestos de los mercados a ambos lados de High Street se habian vuelto a abrir despues del chaparron y estaban abarrotados de gente. En medio de codazos y empujones, Corbett siguio adelante. Detras de el, Ranulfo levanto una bota del suelo fangoso y gruno: el barro y la suciedad le llegaban hasta los tobillos y contemplo apenado como un grupo de pilluelos, a pesar del mal tiempo, jugaba en el cieno que los cubria por encima de las rodillas. Ranulfo maldijo entre dientes. Le habria encantado demostrar su rabia a Corbett, que, con actitud estoica, caminaba a grandes zancadas delante de el, pero el ruido era cada vez mas ensordecedor. Este giro bruscamente hacia la izquierda, bajando por una calle llena de inmundicia. Alli habia mas tranquilidad y, cuando Corbett los condujo hacia el patio de la taberna La Cancela Roja, Ranulfo solto un suspiro de alivio. Le lanzo de buena gana las riendas de su caballo a un mozo de cuadra con cara de malas pulgas que se habia acercado con paso lento mientras maldecia a los recien llegados por haber interrumpido su descanso.

– Algo de comer y beber -murmuro Ranulfo frotandose el estomago- me sentara a las mil maravillas.

– Solo un poco de vino -replico Corbett y, haciendo caso omiso de la oscura mirada de Ranulfo, los condujo hacia el interior enrarecido de la taberna.

Se quedaron cerca de la puerta mientras tomaban un trago rapido antes de adentrarse de nuevo en las calles.

– Pero ?que estamos haciendo? -pregunto Ranulfo llevandose a un lado a Corbett-. ?Donde vamos, amo?

– Quiero ensenaros la ciudad -contesto Corbett-. Quiero que la sintais en vuestra cabeza y en vuestro estomago. -Hizo una pausa e indico a sus companeros que se acercaran-. Oxford es un mundo en si mismo - explico-. Es una ciudad formada por pequenas aldeas que constituyen los colegios y universidades. Cada una tiene su propio espacio, sus propios talleres, herrerias y dormitorios. -Senalo hacia el final de la calle, donde Ranulfo y Maltote pudieron entrever una gran puerta de metal tachonada en una fachada de gran altura-. Eso es Eagle Hall y hay muchos otros colegios. Cada uno tiene sus propios privilegios, tradiciones e historia. Acogen a estudiantes de Francia, del condado de Hainault, Espana, los estados germanos e incluso de lugares de mas al este. Las universidades se odian entre si, la universidad odia a la ciudad, la ciudad desprecia a la universidad. La violencia esta a la orden del dia; los cuchillos, siempre a punto. A veces uno tiene que salir volando y -anadio- saber en que direccion puede salvar la vida.

– Pero vos sois el escribano del rey -interrumpio Maltote acariciando el hocico de su caballo-. ?Acaso se negaran a obedecer una orden del rey?

– Les importa un comino -replico Corbett-. Imaginemos que nos atacan: ?quien vendria en nuestra ayuda? ?Quien se prestaria a ser nuestro testigo? -Dio una palmadita amistosa en el hombro de Ranulfo-. Cubrete con la capucha, baja la cabeza y manten la mano bien lejos de tu daga.

Siguieron por High Street y se detuvieron en un lado de la calle mientras se abria la puerta de una iglesia: los estudiantes, con sus tabardos desharrapados sujetos a la cintura con cordeles y cinturones de piel, salian a la calle despues de la misa del mediodia. Tal y como musito Ranulfo, el servicio parecia haberles causado poco efecto. Los estudiantes se empujaban y daban codazos, vociferando con estridencia; algunos incluso cantaban parodias de los himnos que acababan de entonar en la iglesia. A pesar de la empapada y bulliciosa multitud, Corbett insistio en ensenar a sus dos acompanantes el perfil de la ciudad. Por fin decidieron regresar. Pasaron por la taberna de Swindlestock, andando con pies de plomo mientras caminaban alrededor del foso abierto en Carfax y se adentraban en Great Bailey Street, que llevaba hasta el castillo.

– ?Para que venimos aqui? -pregunto Maltote-. Pensaba que ibamos a Sparrow Hall.

– Hemos de hacer una visita al baile -explico Corbett volviendose sobre sus hombros-, sir Walter Bullock. - Sonrio-. Y sera una experiencia inolvidable. Bullock es tan irascible como un perro hambriento.

Cruzaron el foso, que en realidad no era mas que una zanja estrecha. Sobre el agua, cubierta de cieno negro, flotaba tranquilamente el cadaver remojado de un gato bajo el puente levadizo. Un guardia con un casco sucio de piel se paseaba de un lado a otro de la muralla bajo el rastrillo, con la espada y el escudo en el suelo junto a el. Apenas levanto la vista cuando atravesaron la muralla. El patio del castillo rebosaba de gente: un grupo de arqueros disparaban con fuerza a unos toneles; un hatajo de ninos con pantalones sucios intentaba dar caza con espadas de madera a un ganso que graznaba asustado; varias mujeres permanecian de pie al lado de un pozo, restregando la ropa junto a los grandes toneles que les servian de palanganas. Nadie parecio darse cuenta de la presencia de los recien llegados, a excepcion del harapiento vendedor de reliquias que pregonaba sus mercancias y se acerco con un trozo de madera en la mano.

– Comprad un trozo de enebro. -Puso el trozo de madera ennegrecida casi en los morros de Ranulfo.

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