– ?William, por el amor de Dios! -grito Appleston agarrando al administrador por el brazo-. ?Teneis que huir!

– ?Adonde? -Passerel no paraba de mover las manos con agitacion.

– Al santuario -replico Appleston. Agarro al administrador y lo atrajo hacia si-. Id por las escaleras de atras, rapido. ?Marchaos!

Passerel miro a su alrededor, a sus libros, a sus queridos manuscritos. El, todo un erudito, se veia obligado a huir como una rata de alcantarilla. No tenia opcion. Appleston seguia empujandolo fuera de la habitacion, hacia la galeria. En el hueco de la escalera se encontro con lady Mathilda Braose; su rostro delgado y antipatico estaba sobrecogido. A su lado tenia al sordomudo Moth, que la seguia a todas partes como un perro. La mujer le grito algo pero Appleston obligo a Passerel a pasar de largo. El administrador, a quien el miedo le habia acelerado el paso, se escabullo hacia la cocina, cruzo el fregadero y salio de aquella habitacion que olia a orines. Un gato sarnoso salio a su paso y se erizo. Passerel lo echo a un lado de una patada, se volvio y miro al fondo de la galeria. Appleston le hacia gestos desde la puerta para que continuara adelante.

– ?Por que tengo que esconderme? -los labios empezaron a temblarle-, pero ?por que tengo que hacerlo? - grito.

Escucho un ruido en la boca de la calle y levanto la vista. El estomago se le encogio del miedo. Un grupo de estudiantes habia llegado hasta alli. Esperaba que con la poca luz no pudieran verle. Se oculto, cerro los ojos y empezo a rezar a santa Ana, su patrona.

– ?Alli esta! -grito una voz-. ?Passerel el asesino!

El administrador empezo a correr calle abajo. Se paro al llegar al final. «?Que camino debo tomar? ?La calle del Bocardo? ?Quizas el castillo?» Escucho un ruido de pasos que se acercaban y cambio de direccion. Corrio tan rapido como pudo, abriendose paso entre los estudiantes, comerciantes, echando a un lado a unos ninos que se habian puesto a jugar con la vejiga inflada de un cerdo. Solto una exhalacion de alivio cuando vio la puerta del cementerio de la iglesia de San Miguel. Detras se escuchaba un eco de voces que gritaban: «?Muerte!, ?Muerte!». Penso que habia conseguido despistar a sus perseguidores, mas noto un punado de tierra que paso rozandole la cara. Passerel corrio en direccion al cementerio y se colo por la puerta de la iglesia. Cerro la puerta tras de si y echo el pestillo.

– ?Que quereis? -pregunto la voz de una mujer.

Passerel, empapado de sudor, escudrino en la oscuridad. Levanto la vista hacia la luz que parpadeaba a traves de una hendidura situada en un tabique de madera sobre el suelo. Al principio penso que habia oido la voz de un fantasma, pero se dio cuenta de que se trataba de una anacoreta que se alojaba en una celda construida justo encima del portal principal. Passerel escucho fuera el ruido de los gritos y golpes.

– Busco refugio en el santuario -musito.

– Entonces tocad la campana que teneis a vuestra izquierda -ordeno la anacoreta-. La iglesia tiene una puerta lateral. ?Deprisa u os cortaran el paso!

Passerel tanteo en la oscuridad y tiro de la cuerda. La campana empezo a doblar como el presagio de la muerte.

– ?Corred! -grito la mujer.

Passerel no necesito que se lo dijeran dos veces. Atraveso volando la nave, resbalando y deslizandose sobre el suelo liso de piedra gris. Llego a la reja de madera de roble que separaba la nave del coro, robusta y de poca altura. Se tropezo al entrar en el santuario y se agarro al altar. La campana, todavia doblando por la fuerza con la que habia tirado de ella, retumbaba por toda la iglesia. Passerel, sollozando como un nino, se arrodillo en la oscuridad. Levanto la vista hacia la luz roja que iluminaba el santuario: una pequena antorcha que brillaba dentro de un receptaculo de cristal rojo en una estanteria sobre una pixide de plata donde se guardaban las hostias. La puerta lateral se abrio con estruendo. Passerel gimio de miedo.

– ?Que deseais? ?Que buscais?

Passerel entorno los ojos: una figura encapuchada aparecio en la entrada de la reja. La debil luz de una yesca encendida y una vela iluminaron un rostro afable, con el cabello despeinado y de punta y unos ojos tristes en una cara surcada de arrugas que reflejaban el paso de los anos. Passerel suspiro aliviado al reconocer al padre Vicente, el parroco de San Miguel.

– Busco refugio -gimio Passerel.

– ?Que crimen habeis cometido?

– Ninguno -respondio Passerel-. Soy inocente.

– Todos los hombres son inocentes a los ojos del Senor -replico el parroco. Encendio una vela en el altar y otras dos mas grandes sobre el ofertorio cerca de la pila de agua bendita-. ?Levantaos! ?Levantaos! -ordeno el padre Vicente-. Aqui estais a salvo.

Passerel le obedecio, intentando controlar el temblor de las piernas.

– Soy el profesor William Passerel -anuncio-, administrador de Sparrow Hall. Me han acusado de matar a Robert Ascham, el archivero.

– ?Ah! -exclamo el parroco acercandose a el. Levanto la mano envuelta en un rosario de cuentas negras labradas-. Ya he oido hablar acerca de la muerte de Ascham y la del regente John Copsale. Eran buenos hombres.

– ?Ningun hombre es bueno! -grito la anacoreta desde el fondo de la iglesia.

– ?Callad, hermana Magdalena! -ordeno el cura-. Sir John Copsale fue muy generoso con el cepillo de nuestra iglesia. He oido lo de la muerte de Ascham y lo de las andanzas del Campanero.

La voz del cura, como cualquier otro sonido, retumbaba por toda la iglesia; de ahi que la anacoreta pudiera oirle.

– El Campanero estuvo aqui -resono la voz de Magdalena-, colgo su proclama en la puerta de la iglesia. Llego sigilosamente, con sus ojos de rata y sin terciar palabra. ?Muy astuto!

– ?Chss, chss! -acallo el padre, luego rodeo a Passerel por los hombros-. Vuestros enemigos se han marchado. Oi el tanido de la campana y sali afuera. La mayoria eran unos matones -anadio-, unos fanfarrones: las vasijas vacias son siempre las que mas suenan -el cura sonrio-. Les he ordenado que se marchen del campo santo. No tienen derecho a traer aqui su violencia, pero se han quedado vigilando en la puerta del cementerio y en sus alrededores. Si os marchais, os mataran. -El padre se le acerco con los ojos abiertos como platos-. Eso es lo que le ocurrio al ultimo hombre que vino a refugiarse. Vino y se marcho como un ladron en la noche. Lo cogieron cerca de Hog Lane y le cortaron la cabeza.

Passerel, preso del panico, solto un gemido.

– Sin embargo, aqui estareis a salvo -anadio el padre con tono tranquilizador-. Mirad. -Cogio a Passerel por el brazo y lo condujo a un receso que habia en la pared-. Esto es el santuario. Os traere un cojin, algunas mantas, vino, pan y queso. Podeis quedaros aqui cuarenta dias. -Miro a Passerel mientras este se apretaba el estomago-. Si teneis que hacer de vientre, salid afuera por la puerta lateral. Hay un pequeno desaguadero cerca de las tumbas. Pero vigilad donde pisais -se rio entre dientes-, no vayais a caeros dentro. Ah, y no lleveis ninguna luz con vos.

Passerel se sento en el santuario, el cura giro sobre sus talones y se marcho. Regreso un poco mas tarde con una copa de peltre agrietada, una jarra de vino acuoso, un trozo de pan, lonchas de panceta seca, queso y otras dos rebanadas de pan bastante duro. Passerel engullo la comida, escuchando la charla del padre, que habia vuelto con algunas mantas que olian a orin de caballo.

– Aqui teneis. -El padre Vicente retrocedio y observo con orgullo su obra-. Mantened limpio el santuario. - Senalo la lampara de luz roja parpadeante-. El Senor os vigila y la Santa Madre Iglesia os protege. Os despertare antes de la misa de la manana y podreis hacer de mi monaguillo. Manana dare un sermon, uno muy bueno, sobre los peligros de los ricos.

– ?De que le sirve a un hombre -retumbo la voz de Magdalena en el fondo de la iglesia- ganar el mundo entero si sufre la perdida de su alma inmortal?

– ?Silencio! -ordeno el cura mientras empezaba a apagar las velas-. Os dejare una vela encendida. -Tanteo en la oscuridad y cogio la mano de Passerel-. Buenas noches, hermano.

El padre Vicente se marcho bajo la reja que separaba la nave del coro. Passerel escucho como se cerraba la puerta lateral y se tumbo soltando un suspiro. ?Que podia hacer?, se pregunto. Seguramente el profesor Alfred Tripham, vicerregente de Sparrow Hall, podria ayudarle. Solicitaria ayuda al baile. Passerel se mordio el labio. Sin embargo, su vida se habia terminado. Habia sido feliz en Sparrow Hall con sus libros y manuscritos, estudiando las cuentas en su pequena camara del tesoro. Ahora todo habia terminado en un abrir y cerrar de ojos. ?Que iba a ser

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