de Passerel? Si toda esa locura continuaba, tendria dos opciones: rendirse ante los soldados del baile o marcharse de Oxford y dirigirse al puerto mas cercano para embarcarse en una nave rumbo a un pais extranjero. Passerel se rasco las piernas escamadas y llego a la triste conclusion de que moriria de cansancio antes de llegar a las puertas de la ciudad. ?Y afuera? ?Que estaria pasando? Seguro que aquellos estudiantes todavia le esperaban para darle caza.

– ?De rodillas: rezad al Senor! -retumbo la voz de Magdalena desde el fondo de la iglesia-. Rezad para que no os ponga a prueba.

– ?Callaos de una vez! -susurro Passerel.

Se tapo la cara con las manos e intento darle sentido a toda aquella locura y tragedia que le asediaba. Recordo cuando encontraron a Copsale muerto en su cama. El regente siempre habia tenido un corazon muy debil, ?habria muerto mientras dormia? ?Y Ascham? Passerel recordo el momento en que abrio la puerta de la biblioteca y encontro al archivista tumbado, con la sangre a su alrededor derramada como vino empapando sus ropas, y el cuadrillo de ballesta clavado en el pecho. Sin embargo, la ventana y las puertas estaban cerradas con pestillo. ?Por que habrian matado a Ascham? ?Que habria querido decir con aquellos balbuceos acerca de «mis queridos gorrioncillos» o algo parecido? ?Que esperaba encontrar entre los escritos de los partidarios de De Montfort, tanta basura de hacia tantos anos? ?Y que habia de lo que decia Ascham sobre que alguien de Sparrow Hill queria destrozar la obra de su fundador, Henry Braose?

Passerel se aparto las manos de la cara y miro a su alrededor. Cada vez estaba mas oscuro. La solitaria vela bailaba y se encorvaba con la llegada de alguna rafaga de viento; su parpadeante luz ilumino un llamativo cuadro colgado en una pared a lo lejos que representaba a un grupo de demonios, aullando como perros detras de alguna pobre alma. Passerel encontro el lugar bastante incomodo. Se echo sobre una tabla, gruno ante su dureza y no pudo evitar acordarse de su cama alta y blanda de Sparrow Hall. Oyo el ruido de la puerta lateral al abrirse y a alguien que se acercaba. Passerel se incorporo. Alguien se aproximaba sigilosamente al santuario. Se quedo quieto, vigilando la entrada de la reja, y solto un suspiro de alivio al ver un par de manos oscuras depositar una jarra de vino y una copa en el suelo. ?Seria algun amigo de Sparrow Hall? Los pasos se alejaron y la puerta lateral se cerro con cuidado. Passerel se levanto y cruzo la estancia. Recogio la jarra y la olio. El clarete que contenia parecia tener cuerpo y un gusto delicioso. A Passerel se le hizo la boca agua. Se sirvio una copa en abundancia y se la bebio rapidamente.

– ?Esta es la casa del Senor y la puerta del cielo! -grito la anacoreta- ?Un lugar terrorifico!

Passerel, animado por el vino, alzo la cabeza. Estaba a punto de servirse otra copa cuando un dolor se apodero de su estomago, como si alguien le hubiera clavado un punal en las entranas. Se tambaleo; la jarra y la copa le resbalaron de las manos y al romperse en pedazos contra el suelo sonaron como una campana por toda la desierta nave. Passerel se apreto el estomago. Abrio la boca para gritar, pero la bilis al fondo de su garganta le impidio pronunciar palabra.

– Es algo realmente horrible para un pobre pecador caer en las manos del Senor -entono la anacoreta.

Passerel, con el rostro empapado en sudor y los ojos fuera de sus orbitas, alargo la mano hacia la luz de la anacoreta. Las olas de dolor se le extendieron por todo el estomago hasta llegarle a la garganta. Se limito a cerrar los ojos. William Passerel, antiguo administrador de Sparrow Hall, cayo muerto al suelo ante la reja del santuario.

* * *

Mientras Passerel moria ante el altar de la iglesia de San Miguel, el viejo mendigo Senex, el unico nombre con el que se le conocia, intentaba huir de la muerte que le acechaba. No podia correr muy rapido: una ulcera abierta en la espinilla derecha le hacia retorcerse de dolor cada vez que apoyaba el pie en el suelo. Senex avanzaba arrastrando los pies, escudrinando a traves de la oscuridad, agudizando el oido, intentando identificar cualquier paso sigiloso.

– ?Por favor! -susurro Senex.

Se sento, agazapado como un perro, con los brazos fuertemente recogidos alrededor del pecho. Si se quedaba alli, quieto como una estatua, quiza no le encontrarian. Senex se acordo del conejo que vio una vez en el campo y al que perseguia una comadreja. El animal permanecio inmovil cerca de un montecillo de hierba. Senex cerro los ojos. No sabia cuantos anos tenia y habia desistido de averiguarlo. La vida no le habia tratado bien, pero tampoco estaba preparado para aquello. No deberia haber venido nunca a Oxford. Si se hubiera quedado en el campo durmiendo en los establos y pidiendo limosna en las puertas de las casas, habria estado a salvo. El pasado invierno habia sido muy duro, asi que decidio dirigirse a Oxford y se encamino hacia el priorato de San Osyth. Tenia las manos y los pies plagados de rabiosos sabanones y ampollas. Los buenos hermanos le limpiaron las heridas, excepto la ulcera de la espinilla que no le pudieron curar. El habia crecido en la ciudad; estaba acostumbrado al jolgorio de las calles, a los estudiantes de paso altivo, a los prestigiosos profesores enfundados en sus trajes de piel. ?Ah! Habia comido bien alli: en la ultima fiesta de San Juan hasta le habian dado un chelin para que comprara caramelos para el y sus camaradas de San Osyth.

Senex abrio los ojos y aguzo el oido, se volvio y atisbo a traves de la oscuridad: lo unico que queria era un pedazo de queso y una jarra de cerveza. Temblo al recordar los rumores que corrian por San Osyth sobre aquellos otros habitantes que habian desaparecido, y cuyos cuerpos se habian encontrado decapitados en los solitarios bosques. Ahora sabia el porque y se maldijo por lo bajo. Penso en rezar una oracion, una corta que le habian ensenado hacia muchos anos cuando el y Margaret, su hermana mayor, recorrian las calles pidiendo un trozo de pan.

Gimoteo como un perro. Margaret ya no estaba con el: murio de una fiebre hacia muchos anos. El mismo cubrio su cadaver con helechos. Seguramente Margaret en el cielo ayudaria en ese momento al pobre viejo Senex, que no le haria dano ni a una mosca. El mendigo escudrino de nuevo en la oscuridad. Le habian dicho que se trataba de un juego. Quiza podria ganar, por primera vez en su vida. Senex empezo a arrastrarse a cuatro patas, volviendo por el camino por el que habia llegado, arrimandose a la pared cubierta de moho. Llego a una esquina y giro: vio un resquicio de luz a lo lejos, pero luego escucho aquel silbido otra vez, silencioso pero muy claro, como el de un hombre que llama a su perro. Senex agudizo el oido. ?Habria alguien escondido alli? Se volvio y se escabullo hacia el lugar que acababa de abandonar, arano con la mano la pared grisacea de piedra resquebrajada. ?Existiria alguna salida? A el no le atraparian como al viejo Brakespeare. Senex se detuvo, se toco los labios con la yema de los dedos: Brakespeare habia sido soldado y aun asi consiguieron darle caza. Senex volvio a detenerse y husmeo algo en el aire, llegaron a el los vagos olores de una cocina, de panceta y comida recien hecha. El estomago de Senex empezo a revolverse. Se humedecio los labios. Si no se detenia quiza llegase a un lugar en el que estaria a salvo. Alcanzo una esquina y, a gatas, empezo a correr como un loco. Se quedo helado al escuchar los pasos sigilosos de alguien que le seguia de cerca. Alguien intentaba atraparle. Senex llego a una pared, se puso en pie e intento buscar una salida pero no la encontro. Se volvio. ?Tenia que escapar de alli! Escucho aquel silbido de nuevo y acto seguido vio asomar la luz de una antorcha que crecia cada vez mas a medida que la figura que la sostenia se acercaba. Senex levanto las manos.

– ?Por favor, no!, ?no!

Escucho un chasquido y antes de que pudiera moverse, el cuadrillo de una ballesta le alcanzo de lleno en el estomago. Senex se agacho; los dedos, aranando el suelo, se le encorvaron del dolor. No se podia mover. Intento avanzar pero entonces vio unas botas. Alzo la vista y en ese momento una enorme hacha de dos manos le corto la cabeza. Fue un corte limpio.

A la manana siguiente, justo despues del amanecer, un viajante llamado Taldo, que salia de la ciudad de Oxford en direccion a Banbury, se cruzo con el cadaver de Senex. Yacia al lado de un viejo olmo y de una de las ramas que se extendian a lo largo del camino colgaba la cabeza cortada del viejo mendigo.

Capitulo III

Un dia despues de que Taldo regresara a toda prisa a Oxford para informar al baile del horripilante hallazgo, sir Hugo Corbett, Ranulfo y Maltote llegaron a la ciudad. Un chaparron matutino habia empapado las calles y limpiado los arroyuelos y caminos, mitigando asi el hedor de putrefaccion de los muladares. Corbett, con la capucha echada

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