– Sin embargo -dijo Corbett estudiando el trozo de pergamino-, alguien no solo disparo a Ascham sino que fue capaz de dejar esta nota. ?Y Passerel el administrador todavia sigue en libertad?

– Si, claro. No hay ninguna prueba en su contra. Passerel puede probar que estuvo en Abingdon. Los criados han corroborado que cuando regreso se fue directamente al comedor. -Simon forzo una sonrisa ladeada-. Y ademas hay otro problema: Passerel no tiene muy buena vista y sufre de reuma en los dedos, por lo tanto no pudo sostener el cabestrante de una ballesta ni dispararla. Tampoco hay ninguna explicacion sobre como pudo entrar y salir de la biblioteca dejando tras de si la puerta y las ventanas cerradas.

– ?Han debatido ya el tema el rey y su consejo?

– Por supuesto. El rey y sus principales secuaces han dedicado horas al asunto. Incluso tienen un espia en Sparrow Hall. No se quien es. -Simon se humedecio los labios-. El rey dijo que el espia se revelara ante vos una vez llegueis a Oxford.

Corbett dio golpecitos con el pergamino sobre la mesa.

– ?Por que ahora? -murmuro-. ?Por que habra aparecido ese misterioso escritor conocido como el Campanero redactando y enviando sus proclamas contra el rey? ?Que esperara ganar a cambio? -Lanzo una mirada a Simon-. ?No hay ninguna prueba que indique la interferencia de alguno de los enemigos del rey ya sea aqui o en el extranjero?

Simon sacudio la cabeza.

– ?Que me decis de los escritos?

– Como podeis ver -replico Simon-, se trata de la pluma de un escribano. Esas proclamas podrian ser obra de vos, mia o de Ranulfo. -Sonrio apenado-. Todo buen escribano se forma con el mismo estilo de escritura.

– ?No se han recibido amenazas?, ?ningun intento de chantaje?

– No.

– ?Y creeis que las muertes de Copsale y Ascham fueron obra del Campanero?

– Es posible. -Simon extendio las manos-. Pero la rivalidad entre los profesores es tan fuerte que Ascham podria haber sido asesinado por otros motivos y hacer que su muerte pareciera obra del Campanero.

– ?Y que pasa con los mendigos que encontraron muertos?

– ?Ay, es una tragedia! -exclamo Simon, y a continuacion tomo un sorbo de cerveza-. Los cadaveres siempre se han encontrado en las afueras de la ciudad con la cabeza cortada y colgada de su propia cabellera en la rama de un arbol. Y hay otras dos cosas comunes en todas las muertes. En primer lugar, todos los cadaveres pertenecen a hombres, a mendigos de avanzada edad. En segundo lugar, siempre se han encontrado cerca de una carretera que lleva a la ciudad o procede de ella.

– ?Tienen alguna marca los cadaveres?

– Unos murieron al ser alcanzados por una flecha, por el cuadrillo de una ballesta disparado de cerca, de forma que atraveso limpiamente el cuerpo de la victima. Otros murieron de un golpe propinado en la nuca con una cachiporra o una maza. El resto tenia la gargantada cortada.

– ?Y todos pertenecian al hospital de San Osyth?

– Si, una fundacion de caridad cerca de Carfax, en el cruce de Oxford.

– ?Pudo ser obra de algun senor de la horca? -pregunto Ranulfo-. Me refiero a esos magos y hechiceros que siempre se ocultan en las afueras de ciudades como Oxford.

– No. Es cierto que hay muchos en los alrededores, pero no hay mutilacion ni motivo alguno que justifique tales muertes.

– ?Existe alguna relacion entre esas muertes y el Campanero? -pregunto Maeve, fascinada por la tarea que le habian encomendado a su esposo.

Se habia olvidado de las pataditas en su vientre y de su determinacion por aclarar las cuentas con el juez local, quien, a su parecer, los estaba estafando.

– Ninguna -respondio Simon-. Excepto en el caso del viejo soldado de Brakespeare, que, dos dias antes de que se encontrara su cadaver, fue visto pidiendo limosna en la calle situada entre Sparrow Hall y la residencia. Sin embargo, aparte de esto -se puso en pie-, no puedo deciros nada mas. -Echo una ojeada a la vela de las horas que se quemaba sobre un candelabro de madera cerca de la chimenea-. Debo irme. El rey me dijo que me reuniera con el en Woodstock. -Su voz adopto un tono suplicante-. Por todos los santos, vendreis, ?verdad, sir Hugo?

Corbett asintio.

– Ranulfo, asegurate de que le den algo de comer a Simon y de que su caballo este preparado. -Se levanto y le dio la mano a Simon-. Decidle al rey que, cuando este asunto se haya zanjado, ire a verle a Woodstock.

Corbett se sento y espero a que Ranulfo se llevara a Simon fuera de la estancia. Maeve tomo su mano.

– Debes ir, Hugo -le aconsejo con dulzura-. Eleanor esta bien. Oxford no queda muy lejos y el rey te necesita.

Corbett hizo un mohin.

– Sera peligroso -murmuro-. Lo presiento. El Campanero, quienquiera que sea, esta lleno de maldad. Se esconde detras de las costumbres y de las tradiciones de la universidad y podria hacerle mucho dano al rey. Hara todo lo posible para que no le cojan, ya que en el caso contrario sufriria la mas terrible de las muertes. El rey Eduardo odia a De Montfort, su memoria y cualquier cosa que tenga que ver con el. -Lanzo una mirada a su mujer-. Hace dos anos, durante la reunion del consejo en Windsor, un pobre escribano cometio la torpeza de mencionar las Disposiciones de Oxford de De Montfort. El rey Eduardo casi lo estrangula. -Corbett rodeo a su mujer con el brazo y la atrajo hacia si-. Ire -continuo-, pero habra mas muertes, mas caos, mas afliccion y mas derramamiento de sangre antes de que este asunto se acabe.

* * *

Las palabras de Corbett fueron profeticas. Mientras el se preparaba para dirigirse a Oxford, William Passerel, el administrador rechonchete de rostro rubicundo, se encontraba sentado en su oficina de la cancilleria de Sparrow Hall, intentando no prestar atencion al clamor de voces procedente de la calle. Arrojo su pluma sobre el escritorio, se tapo la cara con las manos e intento controlar las lagrimas de temor que humedecian sus ojos.

– ?Por que? -susurro para si-. ?Por que ha tenido que morir Ascham? ?Quien lo habra matado?

Passerel suspiro y se reclino en la silla. «?Por que? ?Por que?» No cesaba de hacerse la misma pregunta. «?Por que habia escrito Ascham su nombre, o parte de el, en aquel pergamino?» El dia que Ascham murio, el habia estado en Abingdon. Habia regresado pocos minutos antes. Ahora le acusaban de haber asesinado al hombre que consideraba su hermano. Passerel levanto la mirada hacia el crucifijo colgado en la pared blanqueada.

– ?Yo no lo hice, Senor! -juro-. ?Soy inocente!

El rostro esculpido y labrado del Salvador le devolvio una mirada inexpresiva. Passerel escucho que el abucheo de la calle crecia. Se acerco a la ventana y miro por ella. Un grupo de estudiantes, la mayoria de ellos galeses, se amontonaban abajo. Passerel reconocio a muchos de ellos. Algunos llevaban un gorrion toscamente cosido en la tunica, la insignia de la universidad. Su lider, David ap Thomas, un joven alto, rubio y fornido, estaba muy entretenido aleccionandolos mientras hacia aspavientos con las manos. Incluso el mendigo ciego, que normalmente permanecia de pie en la esquina de la calle pidiendo limosna con su platillo, habia recogido sus harapos y los habia colocado cerca de el para escucharle. Passerel trato de guardar la compostura. Volvio a la lista que estaba elaborando con los efectos personales de Ascham: una toga escarlata con mangas de tartan, cojines verdes, orlas de seda, copas, copones banados en oro, vestiduras plateadas, platillos, platos, rosarios, abalorios de ambar y breviarios. Durante un rato, a pesar del creciente clamor de la calle, Passerel pudo trabajar. Sin embargo, las voces se convirtieron en gritos y en aclamaciones de desafio que chillaban su nombre. Se deslizo furtivamente hasta la ventana de bisagras y echo un vistazo afuera. El corazon le dio un vuelco; sintio un sudor frio y pegajoso que le empapaba todo el cuerpo. La multitud se habia convertido en un rio de gente. No paraban de gritar y chillar, con los punos en alto. El lider, David ap Thomas, de pie con las manos en jarra, vio a Passerel en la ventana.

– ?Alli esta! -grito; su voz retumbo como una campana-. ?El asesino de Ascham, Passerel el perjuro! ?Passerel el asesino!

Sus palabras fueron aclamadas: punados de barro e inmundicia fueron lanzados contra la ventana. Un ladrillo fue a estrellarse contra el parteluz. Passerel sollozo, se arrebujo en la toga. La puerta se abrio de par en par y Passerel dio un respingo. Leonard Appleston, profesor de teologia de la universidad, conferenciante en las facultades, irrumpio en la sala. Su rostro, cuadrado y bronceado, se habia vuelto cenizo; el miedo habia tensado su boca.

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