La vibracion de los motores de anameson hizo gemir durante cincuenta y cinco horas las paredes de la astronave, hasta que los contadores senalaron una velocidad de novecientos setenta millones de kilometros por hora, proxima ya al limite de seguridad. El alejamiento de la estrella de hierro aumentaba en mas de veinte mil millones de kilometros cada dia terrestre. Dificil es describir la grata sensacion de alivio que experimentaban los trece viajeros despues de las duras pruebas soportadas: el planeta muerto, la desaparicion del Algrab y, por ultimo, la angustia de aquel terrible sol negro. La alegria de la liberacion no era, sin embargo, completa: el tripulante catorce, la joven Niza Krit, yacia inmovil, presa de un letargo cercano a la muerte, en un aislado sector del camarote-enfermeria…

Cinco mujeres de la Tantra — Ingrit, Luma, joven, segundo ingeniero electronico, la geologo y Yone Mar, profesora de gimnasia ritmica, que ejercia ademas las funciones de distribuidora de los alimentos, operadora aerea y coleccionista de los materiales cientificos — se reunieron como para unas exequias antiguas. El cuerpo de Niza, liberado por completo de sus vestiduras, fue lavado con unas soluciones TM y AS; luego, lo tendieron sobre un grueso tapiz, cosido a mano, de blandas esponjas del Mediterraneo.

Pusieron el tapiz sobre un colchon neumatico y lo cubrieron con una campana de silicol rosaceo. Un aparato de precision — el termobarooxistato — podia mantener, durante anos, la temperatura, la presion y el regimen de aire precisos en el interior de la gruesa campana. Unos blandos salientes de caucho mantenian a Niza en la misma posicion, que Luma Lasvi pensaba cambiar una vez al mes. Lo que mas habia que temer eran las consecuencias de una larga y absoluta inmovilidad en el lecho. Por ello, Luma decidio someter a observacion el cuerpo de Niza y renunciar a un sueno prolongado durante el ano o dos que duraria el viaje. El estado cataleptico de la paciente continuaba. Lo unico que habia conseguido Luma Lasvi era acelerar el pulso hasta una pulsacion por minuto. Y aquel exito, por pequeno que fuera, evitaba a los pulmones una perniciosa saturacion de oxigeno.

Pasaron cuatro meses. La astronave seguia su verdadera trayectoria, exactamente calculada, que contorneaba la region de los meteoritos libres. La tripulacion, extenuada por las peripecias y el enorme trabajo, estaba sumida en un sueno que habia de durar siete meses. Esta vez no eran tres, sino cuatro personas las que velaban: a Erg Noor y Pur Hiss, que estaban de guardia, se habian agregado Luma Lasvi y el biologo Eon Tal.

El jefe de la expedicion, que habia logrado salir de la situacion mas dificil en que se encontrara una astronave terrestre en todos los tiempos, se sentia solo. Era la primera vez que cuatro anos de viaje hasta la Tierra le parecian interminables. No trataba de forjarse ilusiones, de enganarse a si mismo, porque solo en nuestro planeta tenia esperanza de salvar a su Niza.

Venia demorando largamente algo que debia haber hecho al siguiente dia de emprender el vuelo; la proyeccion de los estereofilmes electronicos del Argos. Erg Noor queria ver y oir con Niza las primeras noticias de los esplendidos mundos, de los planetas que rodeaban a la estrella azul y de las noches estivales de la Tierra. Deseaba que Niza estuviese con el cuando se realizasen los mas audaces y romanticos suenos del pasado y el presente: el descubrimiento de nuevos mundos siderales, futuras islas lejanas de la humanidad…

Aquellos filmes — rodados a ocho parsecs del Sol, hacia ochenta anos, y guardados en la astronave descubierta en el planeta negra de la estrella T — se conservaban en perfecto estado. Y la estereopantalla semiesferica llevo a los cuatro espectadores de la Tantra a la region donde la azul Vega brillaba alta, esplendorosa.

Con rapidez, cambiaban los breves temas: aparecia, agrandandose, el astro de deslumbrantes fulgores azules; sucedianse cuadros instantaneos, descuidados, de la vida de la nave. El jefe de la expedicion, extraordinariamente joven para el cargo — tendria a lo sumo veintiocho anos —, trabajaba ante la maquina calculadora. Astronautas aun mas jovenes realizaban las observaciones. Se mostraban las obligatorias pruebas deportivas y danzas ritmicas ejecutadas diariamente por los tripulantes con precision de acrobatas.

Una voz burlona explicaba que la campeona, durante todo el viaje a Vega, continuaba siendo la biologo. Y en efecto, aquella muchacha de cabellos cortos, del color del lino, combaba de un modo prodigioso su esplendido cuerpo, magnificamente desarrollado, exhibiendo los mas dificiles ejercicios.

Al ver aquellas imagenes, completamente reales, que conservaban la naturalidad del colorido, se olvidaba que aquellos jovenes astronautas, tan alegres y energicos, habian sido devorados hacia mucho tiempo por los terribles monstruos del planeta de la estrella de hierro.

La sucinta cronica de la vida de la expedicion paso en un abrir y cerrar de ojos. Los amplificadores de luz del aparato de proyeccion empezaron a susurrar zumbantes: el astro violeta brillaba con una claridad tan intensa, que hasta su palido reflejo en la pantalla obligo a los espectadores a ponerse gafas de proteccion. La estrella gigantesca, muy aplanada, casi tres veces mayor que el Sol por su diametro y masa, giraba vertiginosamente a la velocidad ecuatorial de trescientos kilometros por segundo. Aquel globo de un gas de indescriptible refulgencia, con una temperatura de once mil grados en su superficie, extendia a millones de kilometros sus alas de arisado fuego. Parecia que los rayos de Vega, como potentes lanzas, de millones de kilometros de longitud, volaban por el espacio atravesando y destruyendo cuanto encontraban en su camino. En lo hondo de su resplandor se ocultaba el planeta mas proximo a la estrella azul. Mas ninguna nave de la Tierra o de sus vecinos del Circuito podia llegar a aquel oceano de fuego. A la proyeccion visual siguio un informe verbal sobre las observaciones efectuadas, y en la pantalla aparecieron las lineas semiespectrales de unos planos estereometricos que indicaban la situacion del primero y del segundo planeta de Vega. El Argos ni siquiera habia podido aproximarse al segundo, situado a cien millones de kilometros de la estrella.

Unas monstruosas protuberancias, emergidas de las profundidades de aquel oceano de transparentes llamas violeta — la atmosfera sideral —, tendian en el espacio sus destructores brazos, abrasandolo todo. Era tan grande la energia de Vega, que emitia la luz de los quanta maxima, parte violeta e invisible del espectro. A los ojos humanos, incluso protegidos por un triple filtro, les daba una espantosa impresion de irrealidad, de la presencia de un fantasma, casi invisible, portador de un peligro mortal… Tempestades de luz se desencadenaban, superando la atraccion de la estrella. Sus repercusiones lejanas sacudian y balanceaban el Argos. Los contadores de rayos cosmicos y de otras radiaciones duras dejaron de funcionar. En el interior de la nave, a pesar de su coraza, empezo a producirse una ionizacion peligrosa. Y alli dentro de la astronave, se podia conjeturar unicamente la furia con que se precipitaba en los abismales espacios aquel tremendo torrente de rayos y el inutil derroche de quintillones de kilovatios de aquella energia.

El jefe del Argos conducia prudentemente la astronave hacia el tercer planeta, muy voluminoso, pero revestido tan solo de una fina capa de atmosfera transparente. Por lo visto, el igneo aliento de la estrella azul habia quitado el manto de gases ligeros, que se extendia, como una larga cola de debil brillo, tras la parte oscura del planeta. Las corrosivas emanaciones del fluor, el veneno del oxido de carbono y la densidad de los gases inertes hacian que en aquella atmosfera no pudiera subsistir, ni un segundo, nada terrestre.

De las entranas del planeta salian agudos picos, afiladas crestas, cuarteados muros, casi verticales, de bloques rojos como heridas o negros como simas. En las planicies de luva, barridas por furiosos torbellinos, se divisaban quebradas y abismos que emanaban candente magma y parecian venas de fuego escarlata.

A gran altura, se alzaban densas nubes de ceniza, de un deslumbrante color azul celeste en la parte iluminada y negras, impenetrables, en la parte sombria. Gigantescos rayos, de miles de kilometros de longitud, fulguraban zigzagueantes en todas direcciones, testimoniando la intensa saturacion electrica de aquella atmosfera sin vida.

Veiase el pavoroso fantasma violeta del enorme sol, y el cielo negro, medio cubierto por un halo irisado, mientras abajo, en el planeta, se extendian unas sombras carmesies en contraste con los caoticos amontonamientos de rocas, los llameantes surcos, sinuosidades y circulos de fuego y el continuo resplandor de unos relampagos verdes…

Los estereotelescopios transmitian aquel cuadro y los filmes electronicos lo recogian con una precision imparcial ajena al ser humano.

Pero, a mas de los aparatos, estaban alli los viajeros, seres vivos, sensibles, y su razon protestaba contra aquellas insensatas fuerzas de destruccion y acumulacion de la materia inerte y discernia la hostilidad de aquel mundo de fuego cosmico desencadenado.

Absortos por el espectaculo, los cuatro astronautas intercambiaron unas aprobatorias miradas cuando la voz comunico que el Argos se dirigia hacia el cuarto planeta.

Unos segundos mas tarde, bajo los telescopios de la quilla del navio aparecia, agrandandose, el ultimo planeta de Vega, de unas dimensiones semejantes a las de la Tierra. El Argos descendia casi verticalmente. Sin duda, los viajeros habian decidido explorar a toda costa el ultimo planeta, ultima esperanza de descubrir un mundo que, aunque no fuera magnifico, seria al menos apto para la vida.

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