Erg Noor se sorprendio a si mismo pronunciando mentalmente el concesivo modo adverbial. Seguramente, el mismo curso habian seguido los pensamientos de quienes habian gobernado el Argos y examinado con sus potentes telescopios la superficie del planeta.
«?Al menos!»… Aquellas tres silabas guardaban el adios a los suenos de ver los esplendidos mundos de Vega, de hallar planetas-perlas en el fondo del oceano cosmico.
Para ello, unos habitantes de la Tierra se habian recluido voluntariamente, para cuarenta y cinco anos, en la astronave, y habian abandonado, por mas de sesenta anos, el planeta en que nacieran.
Pero, cautivado por el espectaculo, Erg Noor no penso en aquello al instante. La pantalla semiesferica le atraia con sus profundidades, llevandole sobre la superficie del planeta infinitamente lejano. Para gran desdicha de los exploradores — de los muertos y de los vivos —, el planeta se asemejaba a Marte, vecino mas proximo de la Tierra en el sistema solar y conocido desde la infancia. La misma envoltura gaseosa, fina y transparente; el mismo cielo verde negruzco, siempre sin nubes; la misma superficie plana de continentes desiertos con cadenas de derruidas montanas. Pero en Marte las noches eran gelidas y los dias se distinguian por los bruscos cambios de temperatura.
Habia alli pantanos poco profundos, parecidos a enormes charcos, que, por las fuertes evaporaciones, habian quedado casi secos; lluvias menudas y muy poco frecuentes, leves escarchas, una flora mortecina y una fauna extrana, sin vigor, subterranea.
En cambio, las jubilosas llamas del sol azul recalentaban tanto el planeta, que todo el exhalaba el abrasador aliento de los mas calidos desiertos de la Tierra. El vapor de agua ascendia en cantidad infima a las capas superiores de la envoltura aerea, y las inmensas llanuras tan solo eran sombreadas por los remolinos de las corrientes termicas que agitaban sin cesar la atmosfera. El planeta, como los restantes, giraba con rapidez. La refrigeracion nocturna habia convertido las rocas en un oceano de arena, cuyos inmensos manchones — anaranjados, violeta, verdes, azulados o de cegadora blancura — extendianse por doquier y parecian de lejos mares o imaginaria maleza. Las desmoronadas cordilleras, mas altas que las de Marte, pero tan muertas como ellas, estaban revestidas de una brillante corteza negra o de color castano. El sol azul, con sus potentes radiaciones ultravioleta, destruia los minerales y volatilizaba los elementos ligeros.
Diriase que las refulgentes arenas de las planicies lanzaban llamas. Erg Noor recordo que, en la antiguedad, cuando los hombres de ciencia no constituian la mayoria, sino solamente un grupo insignificante de la poblacion terrestre, los escritores y los artistas sonaban a menudo con las gentes de otros planetas, adaptadas a la vida en temperaturas elevadas. Aquello era hermoso y poetico, aumentaba la fe en el poderio del ser humano.
Los habitantes de los planetas de los soles azules, caldeados por su igneo aliento, ?recibian a sus hermanos de la Tierra!.. Gran impresion habia producido a muchos, entre ellos a Erg Noor, un cuadro que se conservaba en el museo de un centro oriental de la zona Sur, destinada a las viviendas. Veiase en el lienzo una planicie de arena escarlata con brumas en el horizonte, un cielo gris en llamas y, bajo el, unas figuras humanas, sin rostro, metidas en escafandras refractarias que proyectaban unas sombras azul-negras, de contornos extraordinariamente acusados. Estaban paradas en poses muy dinamicas, rebosantes de sorpresa, ante la esquina de una gran construccion metalica, calentada casi al rojo vivo. Al lado, habia una mujer desnuda de esparcidos cabellos bermejos. Su clara piel relucia con fulgores aun mas intensos que los de la arena: las sombras lila y grosella destacaban cada linea de su figura que se alzaba como una bandera de victoria de la vida sobre las fuerzas del Cosmos.
Audaz era el sueno, pero completamente irreal, pues estaba en contradiccion con todas las leyes del desarrollo biologico, conocidas ahora, en la epoca del Circuito, con mucha mas profundidad que en los tiempos en que fue pintado el cuadro.
Erg Noor se estremecio cuando la superficie del planeta, reflejada en la pantalla, vino rauda a su encuentro. El desconocido piloto del Argos se disponia a descender. Muy cerca, se deslizaban conos de arena, negras rocas, yacimientos de unos refulgentes cristales verdes. La astronave giraba en espiral, regularmente, alrededor del planeta, de un polo al otro. No habia ningun rastro de agua ni de vida vegetal; si al menos lo hubiera, por primitiva que esta fuese. ?Otra vez «al menos»!..
Y surgio la nostalgica tristeza de la soledad, de la nave perdida en las lejanias muertas, bajo el poder de la estrella de las llamas azules… Erg Noor sentia como suya la esperanza de los que habian hecho el filme observando el planeta en busca, al menos, de una vida pasada. Todo el que habia aterrizado en planetas muertos, deserticos, sin agua ni atmosfera, conocia bien aquellas afanosas busquedas de presuntas ruinas, vestigios de ciudades y construcciones en los contornos casuales de quebradas y rocas sueltas, inertes, o en los despenaderos de montanas donde jamas existiera vida alguna.
Pasaba rapida por la pantalla la tierra del lejano mundo, calcinada, sin un solo lugar umbrio, arrasada por furiosos torbellinos. Y Erg Noor, consciente del fracaso de los remotos suenos, se esforzaba en comprender como habia podido surgir aquel falso concepto acerca de los calcinados mundos de la estrella azul.
— Nuestros hermanos terrenos quedaran decepcionados — dijo en voz baja el biologo, que se habia aproximado al jefe — cuando sepan la verdad. Millones de personas de la Tierra han contemplado a Vega en el transcurso de muchos milenios. En las noches estivales del Norte, todos los jovenes enamorados y sonadores tendian la mirada hacia el cielo. En verano, Vega, esplendorosa y azul, brilla casi en el cenit, ?como no deleitarse en su contemplacion? Hace miles de anos, la gente sabia ya bastante acerca de las estrellas. Mas, por una extrana orientacion de sus pensamientos, no sospechaba que casi todas las estrellas de rotacion lenta y campo magnetico potente tenian planetas, del mismo modo que casi todos los planetas tienen satelites. Los hombres desconocian esta ley, pero sonaban con sus hermanos de otros mundos y, ante todo, con los de Vega, el sol azul. Yo recuerdo unos bellos versos, traducidos de una lengua antigua, consagrados a los semidioses de la estrella azul.
— Yo sueno con Vega desde aquel mensaje del Argos — dijo el jefe, volviendose hacia Eon Tal —. Y ahora esta claro que la milenaria atraccion subyugante de los maravillosos y lejanos mundos cegaba a multitud de hombres sabios y prudentes y a mi mismo.
— ?Como descifra usted ahora el mensaje del Argos?
— Simplemente asi: «Los cuatro planetas de Vega carecen por completo de vida. No hay nada mas hermoso que nuestra Tierra. ?Que dicha sera volver a ella!» — ?Tiene usted razon! — exclamo el biologo —. ?Por que no se le habra ocurrido a nadie antes?
— Puede que se le haya ocurrido a alguien, pero no a nosotros, los astronautas, y quiza, tampoco al Consejo. Sin embargo, eso nos hace honor, ?pues es el sueno audaz, y no la decepcion esceptica, lo que triunfa en la vida!
El vuelo circundante del planeta habia terminado en la pantalla. A continuacion, vinieron las informaciones grabadas por la estacion automatica enviada para analizar las condiciones en la superficie del mismo. Luego, se oyo una fortisima explosion: era que habian lanzado una bomba geologica. Hasta la astronave llego una gigantesca nube de particulas minerales. Aullaron las bombas al recoger el polvo en los filtros de los canales aspiradores laterales. Varias muestras de polvillo mineral, procedente de las arenas y montanas del planeta calcinado, llenaron las probetas de silicol; el aire de las capas superiores de la atmosfera fue encerrado en balones de cuarzo.
Despues, el Argos emprendio el viaje de regreso, que deberia durar treinta anos y que el destino le impidio terminar. Y ahora era su camarada terrestre quien habria de llevar a las gentes todo lo que habian conseguido, con tanto esfuerzo, paciencia y arrojo, los audaces exploradores muertos…
La continuacion de las informaciones grabadas — seis bobinas de observaciones — debian ser estudiadas por los astronomos de la Tierra, y lo mas esencial seria transmitido por el Gran Circuito.
Nadie quiso ver los filmes referentes a la suerte ulterior del Argos: su lucha encarnizada contra la averia y la estrella T y el ultimo carrete sonoro, especialmente tragico, pues las propias emociones eran todavia demasiado recientes. Decidieron aplazar la proyeccion para el dia en que todos los tripulantes estuvieran despiertos. Sobrecargados de impresiones, los astronautas de guardia se fueron a descansar un poco, dejando al jefe en el puesto central de comando.
Erg Noor ya no pensaba en el frustrado sueno. Trataba de valorar aquellas amargas migajas de saber conseguidas para la humanidad a costa de tanto esfuerzo y tan grandes sacrificios de dos expediciones: la del Argos y la suya. ?O serian amargas solamente ?a, consecuencia de la tremenda desilusion?
Por vez primera, Erg Noor veia a su magnifico planeta natal como un inagotable tesoro de espiritus humanos cultivados, afanosos de saber, libres de los pesares y peligros de la naturaleza o de la sociedad primitiva. Los padecimientos, las busquedas, los fracasos, los errores y las decepciones subsistian aun en la epoca