— y se dio unas palmadas en la musculosa pierna.
Ansioso de alejarse, Mven Mas echo a andar a grandes pasos, sin esfuerzo, por el serpenteante sendero que ascendia hacia unas colinas de suave pendiente.
Aunque hasta el centro de la isla habia doscientos kilometros y pico de camino, Mven Mas no se apresuraba. ?Para que? Lentamente se deslizaban los dias, largos, vacios, sin ninguna actividad provechosa. Al principio, hasta que no se repuso por completo del accidente, su cansado cuerpo demandaba reposo, la caricia de la naturaleza. Si no hubiera tenido conciencia de la terrible perdida, se habria deleitado con el silencio de las desiertas mesetas, oreadas por los vientos, con las sombras y la calma primitiva de las calurosas noches tropicales.
Pero pasaron los dias, y el africano, que vagaba por la isla en busca de una ocupacion de su agrado, empezo a sentir agudamente la nostalgia del Gran Mundo. No le alegraban ya los apacibles valles, donde la mano del hombre cultivaba vergeles de arboles frutales, ni le arrullaba el rumoreo de los cristalinos rios montaneros, a cuyas orillas podia pasar incontables horas en los bochornosos mediodias o en las noches de luna.
Incontables horas… Y en realidad, ?para que contar lo que el alli no necesitaba en absoluto? Habia cuanto tiempo se quisiera, oceanos enteros, y sin embargo, ?cuan misera era su parte individual!.. Un breve instante, ?olvidado al momento!
Unicamente ahora percibia Mven Mas toda la exactitud del nombre de la isla. La isla del Olvido, ?oscuro anonimo de la vida antigua, de los hechos y sentimientos egoistas del hombre! Hechos olvidados por sus descendientes porque habian sido realizados solo para satisfacer necesidades personales, sin hacer mejor y mas facil la vida de la sociedad ni ornarla con las audaces obras de un arte creador.
Sorprendentes proezas habian caido en la nada anonima.
El africano habia sido admitido en una comunidad de ganaderos del centro de la isla, y desde hacia dos meses apacentaba un rebano de gauros-bufalos gigantes, al pie de una colosal montana que llevaba un nombre interminable, en la lengua de los remotos aborigenes.
Guisaba largamente al fuego, en un puchero ahumado, unas gachas negras, y un mes atras habia tenido que ir al bosque a la busca de bayas, nueces y avellanas, rivalizando con los glotones monos que le arrojaban los restos de esos alimentos. Aquello ocurrio porque les habia dado las provisiones que trajera del out-board a dos viejos, en un apartado valle, siguiendo las normas del mundo del Circuito, donde la mayor felicidad consistia en proporcionar satisfacciones a los demas. Y entonces comprendio lo que era buscar el sustento en lugares desiertos, inhabitados. ?Que absurda perdida de tiempo!..
Mven Mas se levanto de la piedra en que estaba sentado y miro en derredor. A la izquierda, el sol se ocultaba en el limite de la meseta; detras, se alzaba la redonda cima, en forma de cupula, de una montana coronada de bosque.
Abajo, en la penumbra, brillaba un impetuoso arroyuelo entre enormes y empenachados bambues. Alla lejos, a una media jornada de camino, se encontraban las milenarias ruinas, cubiertas de maleza, de la antigua capital de la isla. Habia tambien otras ciudades abandonadas, mayores y mejor conservadas que aquella. Mas, por el momento, no le interesaban.
Las bestias, acostadas sobre la hierba ensombrecida, eran como negros monticulos.
La noche venia rauda. Encendianse temblantes millares de estrellas en el cielo oscurecido. Se extendian las sombras, familiares para el astronomo, y los trazos, bien conocidos, de las constelaciones; brillaban los grandes astros con vivo fulgor. Alli estaba tambien el fatidico Tucan… ?Pero los sencillos ojos humanos eran tan debiles! Jamas volveria el a ver los grandiosos espectaculos del Cosmos, las espirales de las gigantescas galaxias, los enigmaticos planetas ni los soles azules. Todo aquello eran solamente para el lucecillas, infinitamente lejanas. ?Que mas daba que fuesen estrellas o lamparas fijadas a una boveda de cristal, como creian los antiguos? ?A su mirada le era igual!
El africano, bruscamente, empezo a amontonar la ramiza recogida. Ya tenia en la mano otro objeto que se habia hecho indispensable: un pequeno encendedor. Tal vez, siguiendo el ejemplo de ciertos habitantes del lugar, empezara pronto a aspirar el humo de algun narcotico para matar un tiempo agobiador, pegajoso.
Las lenguecillas de fuego comenzaron a danzar, ahuyentando las sombras y apagando las estrellas. Cerca, resollaban pacificos los bufalos. Mven Mas, pensativo, fijo sus ojos en el fuego.
?Se habria convertido el luminoso planeta en una celda oscura para el?
No; su orgullosa renunciacion del mundo no era mas que la vanidad de la ignorancia.
Ignorancia de si mismo, menosprecio de la vida elevada, plena de creacion, que llevaba hasta ahora, desconocimiento de la fuerza de su amor a Chara. ?Mas valia entregar la vida en una hora, dedicada a una excelsa obra del Gran Mundo, que vivir alli un siglo entero!
Habia en la isla del Olvido cerca de doscientas estaciones sanitarias, cuyo personal, medicos voluntarios del Gran Mundo, ponia a disposicion de los habitantes todos los poderosos medios de la medicina moderna. Jovenes de aquel mismo mundo trabajaban tambien en los destacamentos de sanidad, para que la isla no se convirtiese en vivero de antiguas enfermedades o de animales daninos. Mven Mas rehuia el encuentro con aquellas personas para no sentirse un proscrito del mundo del saber y la belleza.
Al amanecer, Mven Mas fue relevado por otro pastor. Y el africano, que quedaba libre por dos dias, decidio ir a la ciudad cercana para recibir una capa, pues las noches eran ya frescas en las montanas.
Hacia un calor bochornoso y reinaba la calma, cuando Mven Mas descendia de la meseta a una ancha planicie, semejante a un compacto mar de flores, lilaceas y amarillas como el oro, sobre el que volaban policromos insectos. Las rafagas del leve viento balanceaban las plantas, y las corolas rozaban suavemente las rodillas del africano. Al llegar al centro del inmenso campo, se detuvo cautivado por la radiante belleza natural de aquel jardin silvestre y aromoso. Luego de inclinarse pensativo, acaricio unos petalos, tremulos del viento, sintiendose como en un bello sueno de la infancia.
Un suave golpeteo ritmico, apenas perceptible, altero la calma. Mven Mas alzo la cabeza y vio a una muchacha que, hundida en las flores hasta la cintura, caminaba de prisa. La muchacha se aparto de la senda y el africano contemplo con satisfaccion su armoniosa figura emergiendo de aquel mar florido. Una aguda pena le punzo el corazon:
ella habria podido ser Chara si… si las cosas hubieran tomado otro giro. Su espiritu observador, de hombre de ciencia, le advirtio que la muchacha estaba inquieta. Con frecuencia, volvia la cabeza y apretaba el paso, como si la persiguieran. Mven Mas cambio de direccion y acercose rapidamente a la muchacha, alzandose ante ella en toda su enorme talla.
La desconocida se detuvo. Un policromo panuelo, anudado en cruz, cenia su torso, el borde de su falda roja estaba humedecido por el rocio. Las finas pulseras tintinearon mas fuerte cuando alzo los desnudos brazos para apartarse de la cara los negros cabellos cortos, revueltos por el viento. Sus ojos, tristes, miraban concentrados entre los ricillos que se esparcian rebeldes por la frente y las mejillas. Estaba jadeante, sin duda de la larga carrera. Unas gotas de sudor perlaban espaciadas su cara, morena y bonita. La muchacha dio unos pasos vacilantes, avanzando hacia el.
— ?Quien es usted? ?Adonde va tan de prisa? — le pregunto Mven Mas —. ?Necesita usted ayuda?
Ella le miro escudrinadora y dijo con voz entrecortada: — Soy Onar, de la quinta barriada. ?No necesito ninguna ayuda!
— Pues no lo parece. Esta usted cansada, algo la atormenta. ?Que es lo que la amenaza? ?Por que rehusa mi ayuda?
La desconocida volvio a alzar los ojos, que brillaban profundos, limpidos, como los de las mujeres del Gran Mundo.
— Yo se quien es usted… Un gran hombre, venido de alla — y senalo en direccion a Africa —. Una persona buena y confiada.
— Sea usted lo mismo. ?La persigue alguien?
— ?Si! — contesto impetuosa, con acento de desesperacion —. El me acosa…
— ?Y quien es el que se atreve a asustarla, a perseguirla?
La muchacha enrojecio y bajo la mirada.
— Un hombre que… quiere que yo sea su…
— Pero el corresponderle o no es de su libre eleccion. ?Acaso se puede imponer el amor? Como le vea por aqui, ya le dire yo…
— ?No, no! El tambien ha venido del Gran Mundo, pero hace tiempo, y es tambien fuerte… Aunque no tanto