lentitud mal comprendida de la transformacion de las especies en la naturaleza, auguraban que la humanidad no seria mejor durante un millon de anos.

?Si hubieran amado mas al ser humano y conocido la dialectica de la evolucion, no se les habria pasado jamas por la cabeza semejante absurdo!

Tras el redondo hombro de la gigantesca montana, el crepusculo tenia de purpura su nebuloso manto. Mven Mas se tiro al riachuelo.

Refrescado y tranquilizado por completo, se sento sobre una piedra plana a secarse y descansar un poco. Como no lograria llegar a la pequena ciudad antes de la noche, pensaba atravesar la montana a la salida de la luna. En tanto con templaba pensativo el agua, agitada y rumorosa entre las piedras, inesperadamente sintio que le miraban, pero no vio a nadie. Aquella sensacion de unos ojos acechantes le siguio agobiando incluso cuando cruzo el riachuelo y empezo el as censo.

Por una senda surcada de carriles, Mven Mas subio con rapidez a una meseta de mil ochocientos metros de altura y continuo ascendiendo, de escalon en escalon, para remontar un contrafuerte cubierto de bosque y llegar a la ciudad por el camino mas corto.

La estrecha hoz de la luna nueva no podia iluminar el camino mas que durante una hora y media. Escalar aquella empinada trocha en la noche oscura seria muy dificil. Y Mven Mas tenia prisa. Los arboles, espaciados y bajos, proyectaban largas sombras que se extendian en negras franjas sobre la tierra seca, esclarecida por la luna. En tanto caminaba, mirando atentamente el terreno para no tropezar con las innumerables raices salientes, el africano continuaba pensando.

Un rugido amenazador se expandio por la tierra, conmoviendola; resono lejos, a la derecha, donde la vertiente del contrafuerte se alzaba en suave pendiente para perderse en las profundas tinieblas. Le respondio otro rugido, grave, en el bosque, entre los rodales y franjas de luz lunar. Aquellas terribles voces tenian una fuerza penetrante, que llegaba hasta el fondo del alma despertando sentimientos dormidos hacia mucho: el espanto fatal de la victima elegida por el invencible carnicero. Y como para contrarrestar aquel milenario terror, empezo a encenderse en el pecho del africano la pasion ancestral de la lucha, herencia de innumerables generaciones de heroes anonimos que defendieran el derecho del genero humano a la vida entre los mamuts, los leones, los osos gigantescos, los toros bravos y las implacables manadas de lobos en los dias de caza extenuante y en las noches de tenaz defensa. Permanecio parado unos instantes conteniendo la respiracion y escudrinando en torno. Nada se movia en la noche serena. Pero apenas hubo dado unos pasos por el vericueto, comprendio que le perseguian. ?Serian tigres?

?Y ciertas las noticias que le diera Onar?

Echo a correr, tratando de discernir lo que liaria cuando le acometiesen las fieras, que sin duda eran dos.

Subirse a uno de los bajos arboles, adonde los tigres trepaban con mas facilidad que el hombre, era absurdo. ?Luchar? En derredor solo habia piedras; ni siquiera era posible pertrecharse de un buen palo, pues desgajar una de aquellas ramas, fuertes y duras como el hierro, era empresa irrealizable. Y cuando los rugidos oyeronse potentes tras el, muy cerca, comprendio que estaba perdido. Las compactas ramas tendidas sobre el polvoriento sendero le oprimian, ahogandole. En sus postreros instantes, quiso sacar valor de las eternas profundidades del cielo, cuajado de estrellas, a cuyo estudio habia consagrado toda su vida pasada. Corria raudo, a saltos colosales. La fortuna le protegio, llevandole a un gran calvero. En medio de el se alzaba un cumulo de piedras desprendidas; abalanzose a ellas, cogio una, de treinta kilos y afiladas aristas, y regreso al bosque. Vio deslizarse unas formas confusas, fantasmales, que avanzaban. Eran listadas, y sus rayas se confundian con los claroscuros del bosque ralo. El borde de la luna tocaba ya las copas de los arboles. Alargadas sombras cruzaban el calvero, y por aquellas negras sendas, dos enormes felinos se arrastraban hacia el. Y como entonces, en el subterraneo del Observatorio del Tibet, Mven Mas sintio aproximarse la muerte.

Pero, en lugar de surgir de su interior, venia de fuera, ardia ya con verde llama en los fosforescentes ojos de los carniceros. El africano aspiro con ansia una pequena rafaga de aire, irrumpida en aquel asfixiante bochorno, miro a la altura, a la radiante gloria del Cosmos, y se irguio levantando el pedrusco sobre su cabeza.

— ?Y estoy aqui, contigo, camarada!

Desprendiendose de las sombras de la ladera, una alta silueta se lanzo veloz al calvero, enarbolando amenazadora una torcida rama. Y Mven Mas, estupefacto, olvido por un instante a los tigres al reconocer al matematico. Bet Lon, jadeante de la desenfrenada carrera, plantose junto al africano, abierta la boca, aspirando con ansia el aire. Las enormes fieras, que habian reculado bruscas, empezaron a avanzar de nuevo, implacables. El tigre de la izquierda estaba ya a treinta pasos. Encogiose, afianzandose sobre las patas traseras, dispuesto a dar el salto.

— ?Pronto! — restallo por todo el calvero un sonoro grito.

Por tres lados, brillaron los palidos fogonazos de unos lanzagranadas, tras Mven Mas, que, sorprendido, dejo caer el pedrusco. El tigre mas cercano se alzo gigantesco sobre sus patas traseras, las granadas paralizadoras hicieron explosion con ruido sordo, como un redoble de tambores, y la fiera se derrumbo de espaldas. El otro tigre dio un salto hacia el bosque. Pero de alli surgieron otras tres siluetas de gente a caballo. Una granada de cristal, de potente carga electrica, se estrello contra la frente del carnicero, que se abatio estirandose, hundiendo la pesada cabeza en la hierba seca.

Uno de los jinetes se adelanto a caballo. Nunca le habia parecido a Mven Mas tan bonita la ropa de trabajo del Gran Mundo: unos pantalones anchos y cortos y una amplia camisa azul de lino artificial, con el cuello abierto y dos bolsillos en la pechera.

— ?Mven Mas, me daba el corazon que estaba usted en peligro!

?Podia el no reconocer aquella voz aguda en la que se percibia tan gran zozobra? ?Era la de Chara Nandi!..

Olvidado de responder, quedo inmovil, mientras la muchacha echaba pie a tierra y corria hacia el. En pos de ella, sus cinco acompanantes llegaron a caballo. Mven Mas no tuvo tiempo de verlos bien, porque la estrecha hoz de la luna se oculto tras el bosque y el negro manto de la calurosa noche cubrio los arboles y el calvero. La mano de Chara Nandi encontro el brazo de Mven Mas. El tomo la fina muneca de ella y puso la suave palma sobre su pecho, donde palpitaba con fuerza el agitado corazon. Las puntas de los dedos de Chara acariciaron, apenas perceptibles, la prominencia del musculo pectoral, y aquella leve caricia colmo al africano de una placidez inefable, no sentida jamas.

— Chara, aqui esta Bet Lon, mi nuevo amigo…

Al volverse, Mven Mas advirtio que el matematico habia desaparecido, y grito en la oscuridad, con todas sus fuerzas:

— ?Bet Lon, no se vaya!

— ?Volvere! — repuso a lo lejos su potente voz, y en ella no habia ya amarga insolencia.

Uno de los acompanantes de Chara, que debia de ser el jefe del grupo, desato una linterna de senales, sujeta a la frontera de la silla. Una leve luz, acompanada de una radiacion invisible, ascendio hacia el firmamento. Mven Mas dedujo que esperaban algun aparato de vuelo. Los cinco jinetes eran unos muchachos de un destacamento sanitario, que habian elegido como uno de sus «trabajos de Hercules» el servicio de vigilancia y lucha contra los animales daninos en la isla del Olvido. Chara Nandi se habia incorporado al destacamento para buscar a Mven Mas.

— Se equivoca usted al creernos tan perspicaces — dijo el jefe del grupo, cuando se hubieron sentado en torno a la linterna y el africano empezo a hacerles las naturales preguntas —. Nos ha ayudado una muchacha de nombre griego antiguo…

— ?Onar! — exclamo Mven Mas.

— Si, Onar. Nuestro destacamento se aproximaba a la quinta barriada, desde el Sur, cuando llego corriendo, medio muerta de cansancio, una muchacha. Confirmo los rumores que corrian acerca de los tigres, noticia que nos habia traido a estos lugares, y nos convencio de que partieramos inmediatamente para aqui, temerosa de que le acometieran a usted los tigres al regresar a la ciudad por la montana. Y ya ve, hemos estado a punto de no llegar a tiempo.

— Ahora vendra un giroptero de carga y enviaremos en el al coto a sus enemigos, paralizados temporalmente. Si son en verdad antropofagos empedernidos, se los exterminara. Pero no se puede destruir a unos animales tan raros sin someterlos previamente a prueba.

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