cientificos, por supuesto.

— Soy astronomo — habia protestado Anne Varley desde su despacho a bordo de la Magallanes —. Lo que necesitais es una combinacion de zoologo, paleontologo, etologo… por no mencionar algunas disciplinas mas. Pero he hecho todo lo que he podido por disenar un programa de busqueda, y encontrareis el resultado en el banco de memoria numero dos, en el fichero titulado ESCORPIO. Ahora, lo unico que teneis que hacer es buscar eso… y buena suerte.

A pesar de sus negativas, la doctora Varley habia realizado su siempre eficaz trabajo de examinar el casi infinito almacen de datos de los principales bancos de memoria de la nave. Empezaba a entreverse un esquema; mientras tanto, la causa de toda esta atencion todavia dormitaba tranquilamente en su tanque, sin prestar atencion al continuo flujo de visitantes que iban a estudiarlo o, simplemente, a quedarse embobados.

Pese a su terrorifico aspecto (aquellas pinzas tenian casi un metro de longitud y parecian capaces de cortarle la cabeza a un hombre de un limpio golpe), la criatura parecia totalmente pacifica. No hizo ningun esfuerzo por escapar, tal vez porque alli tenia una fuente de alimento tan abundante. En realidad todos creian que alguna sustancia quimica de las algas era la responsable de haberlo atraido hasta alli.

Si podia nadar, no mostraba ningun interes por hacerlo, sino que se contentaba con arrastrarse sobre sus seis achaparradas patas. Su cuerpo, de cuatro metros de largo, estaba encajado en un exoesqueleto de vivos colores y articulado para darle una flexibilidad sorprendente.

Otra caracteristica destacable era la hilera de papilas, o pequenos tentaculos, que rodeaban su boca en forma de pico. Tenian un parecido asombroso, por no decir intranquilizador, con unos regordetes dedos humanos, y parecian igualmente habiles. Aunque su funcion principal, era, al parecer, la de manipular su alimento, estaba claro que eran capaces de mucho mas, y era fascinante ver como el escorpion los utilizaba en conjuncion con sus pinzas.

Sus dos pares de ojos (un par mayor, y destinado en apariencia para momentos de poca luz, ya que los mantenia cerrados durante el dia) debian de ofrecerle tambien una vision excelente. En general, estaba soberbiamente equipado para examinar y manipular su medio ambiente: los requisitos basicos de la inteligencia.

Sin embargo, nadie habria sospechado que hubiera inteligencia en una criatura tan fantastica, de no ser por el alambre enrollado adrede alrededor de su pinza derecha. Aquello, empero, no demostraba nada. Como indicaban los archivos, en la Tierra habian existido animales que recogian objetos extranos, a menudo fabricados por el hombre, y los usaban de maneras extraordinarias.

De no haber estado profusamente documentada, nadie habria creido la mania del tilonorrinco australiano o de la rata norteamericana de coleccionar objetos coloreados o brillantes, e incluso colocarlos en formas artisticas. La Tierra habia estado llena de tales misterios que jamas serian resueltos. Tal vez el escorpion thalassano estaba simplemente siguiendo la misma tradicion inconsciente, y por motivos igualmente inescrutables.

Habia varias teorias. La mas popular, porque era la que exigia menos a la mente del escorpion, decia que el brazalete de alambre era un mero adorno. Colocarselo debia de haber requerido cierta destreza, y el hecho de que pudiera haberlo hecho sin ayuda suscitaba muchas discusiones.

Esa ayuda, por supuesto, podia haber sido humana. Tal vez el animal era la mascota fugitiva de un cientifico excentrico, pero esto parecia muy improbable. Dado que en Thalassa todos se conocian, un secreto asi no habria podido guardarse por mucho tiempo.

Habia otra teoria, la mas inverosimil de todas… y, sin embargo, la que daba mas que pensar.

Quizas el brazalete era un distintivo de rango.

26. El ascenso del copo de nieve

Era un trabajo altamente especializado, con largos periodos de aburrimiento, que dejaba mucho tiempo para pensar al teniente Owen Fletcher. Demasiado tiempo, en realidad.

El era un pescador, que podia tirar de una cana con un pez de seiscientas toneladas y de fuerza casi inimaginable. Una vez al dia, la sonda cautiva autodirigida se sumergia dirigiendose hacia Thalassa, devanando tras ella un cable a lo largo de una compleja curva de treinta mil kilometros. Se colocaba automaticamente en la carga que esperaba abajo, y, cuando habian finalizado todas las comprobaciones, comenzaba el proceso de izado.

Los momentos criticos se daban en la elevacion, cuando el copo de nieve era extraido de la planta congeladora, y en la aproximacion final a la Magallanes, cuando el enorme hexagono de hielo debia situarse a solo un kilometro de la nave. El izado empezaba a medianoche, y duraba, desde Tarna hasta la orbita estacionaria en la que se mantenia la Magallanes, algo menos de seis horas.

Como la Magallanes se hallaba a la luz del dia durante el encuentro y la union, la primera prioridad era mantener el copo de nieve en la sombra, para que los fortisimos rayos del sol de Thalassa no derritieran en el espacio aquel precioso cargamento. Una vez estaba a salvo tras el gran escudo de radiacion, las garras de los teleoperadores robotizados podian quitar la capa aislante que habia protegido el hielo durante su ascenso hasta la orbita.

A continuacion habia que retirar la plataforma de elevacion para enviarla por otra carga. A veces, la enorme plancha de metal, de forma semejante a la tapa hexagonal de una cazuela disenada por un cocinero excentrico, se quedaba pegada al hielo y era preciso algo de calor, cuidadosamente regulado, para separarla.

Por fin, el tempano de hielo, geometricamente perfecto, era suspendido, inmovil, a cien metros de distancia de la Magallanes, y comenzaba la parte verdaderamente delicada. La combinacion de seiscientas toneladas de masa con peso cero quedaba por completo fuera del alcance de la reaccion instintiva humana; solo las computadoras podian decidir que impulsos eran necesarios, en que direccion y en que momentos, para colocar el iceberg artificial en la posicion correcta. Sin embargo, existia siempre la posibilidad de una emergencia o de un problema inesperado que rebasara la capacidad del robot mas inteligente; aunque Fletcher todavia no habia tenido ocasion de intervenir, estaria preparado si llegaba ese momento.

«Estoy ayudando a construir un gigantesco panal de hielo», se decia a si mismo. La primera capa del panal estaba casi finalizada y quedaban otras dos. Salvo accidentes, el escudo estaria terminado al cabo de ciento cincuenta dias. Se probaria a baja aceleracion para comprobar que todos los bloques habian quedado adecuadamente fusionados, y entonces la Magallanes partiria para llevar a cabo la etapa final de su viaje a las estrellas.

Fletcher seguia haciendo su trabajo concienzudamente… pero con el cerebro, no con el corazon. Este se habia rendido ya ante Thalassa.

Habia nacido en Marte, y este mundo tenia todo aquello de lo que carecia su desertico planeta natal. Habia visto desaparecer entre las llamas el trabajo de generaciones de antepasados suyos; ?por que empezar de nuevo dentro de varios siglos, en otro… cuando el paraiso estaba aqui?

Y, por supuesto, una chica estaba esperandole alla abajo, en la Isla Sur…

Casi tenia decidido que, cuando llegara el momento, abandonaria la nave. Los terricolas podian seguir sin el para desplegar todas sus energias y habilidades, y quiza romper sus corazones y sus cuerpos sobre las duras rocas de Sagan Dos. Les deseaba suerte; su hogar estaba aqui una vez hubiera cumplido con su deber.

Treinta mil kilometros mas abajo, Brant Falconer tambien habia tomado una decision crucial.

— Me voy a la Isla Norte.

Mirissa permanecio en silencio; luego, tras lo que a Brant le parecio muchisimo tiempo, pregunto:

— ?Por que?

No habia sorpresa ni pena en su voz; «tanto ha cambiado todo», penso el.

Pero antes de que pudiera contestar, ella anadio:

— Aquello no te gusta.

— Puede que este mejor que aqui… tal como van las cosas. Esto ya no es mi hogar.

— Siempre sera tu hogar.

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