terabytes. — dijo Mirissa.

— A ver… casi mil millones de libros. ?Y cuantos habia al comienzo?

— No necesito buscar ese dato: seiscientos cuarenta.

— Significa que en setecientos anos…

— Si, ya se: solo hemos escrito un par de millones de libros.

— No los critico por eso. La calidad es mucho mas importante que la cantidad. Me gustaria conocer lo que tu consideras que son las mejores obras de la literatura de Thalassa, y tambien de la musica. Ahora nosotros tenemos un problema: decidir que obras les dejamos. Hay mas de mil megalibros en el banco general de datos del Magallanes. ?Tienes idea de lo que eso significa?

— Si te dijera que si, te quitaria el placer de decirmelo. No soy tan cruel.

— Gracias, querida. Hablando en serio, es un problema que me obsesiona desde hace anos. A veces pienso que la destruccion de la Tierra fue muy oportuna. La raza humana estaba a punto de perecer, aplastada por el volumen de informacion generado por ella misma.

«A fines del segundo milenio se producia apenas — ?apenas! — el equivalente de un millon de libros por ano. Me refiero solamente a la informacion que poseia supuestamente algun valor y, por consiguiente, era digna de ser conservada indefinidamente.

«Al iniciarse el tercer milenio esa cifra se habia centuplicado. Se calcula que desde la invencion de la escritura hasta el fin de la Tierra se escribieron unos diez mil millones de libros. Y, como te decia, la nave trasporta un diez por ciento de esa cifra.

«Si les dejaramos todo eso, siempre y cuando contaran con la capacidad suficiente para almacenarlo, quedarian enterrados bajo el alud. Les hariamos un flaco favor, ya que inhibiriamos el desarrollo cultural y cientifico propio del planeta; les llevaria siglos separar la paja del trigo…

Que extrano, penso Kaldor, que nunca haya pensado en esa analogia. Es precisamente el peligro del que hablaban los adversarios del CETI… Jamas nos hemos comunicado con seres extraterrestres inteligentes, ni siquiera los hemos detectado. Pero los thalassianos si, y los ET somos nosotros.

A pesar de las diferencias en su formacion, Mirissa y el tenian mucho en comun. Ella demostraba una curiosidad e inteligencia poco comunes, que convendria estimular; no conocia a nadie, ni siquiera entre sus companeros de tripulacion, con quien pudiera sostener conversaciones tan apasionantes.

En ocasiones le resultaba tan dificil responder a alguna pregunta, que optaba por contraatacar.

— Me sorprende — le dijo un dia, tras una exhaustiva conferencia sobre cuestiones de politica solar — que no hayas heredado el puesto de tu padre para trabajar aqui full — time. Es un trabajo a tu medida.

— No creas que no lo pense. Pero el dedico su vida a responder preguntas de otros y llevar los archivos de los burocratas de Isla Norte. No tuvo tiempo para lo que le interesaba.

— ?Y tu?

— Me gusta reunir datos y tambien emplearlos para algun fin util. Por eso me nombraron subdirectora del Instituto de Desarrollo de Tarna.

— Cuyas operaciones han sido saboteadas por las nuestras. Eso me dijo el director cuando nos cruzamos en la oficina de la alcaldesa.

— Brant no hablaba en serio. Tenemos planes a largo plazo sin fechas estrictas. Si se construye la pista de hielo olimpica, tendremos que alterar nuestros proyectos, y muchos pensamos que eso sera para bien. Claro que los nortenos quieren que se construya alla: ustedes tienen el Primer Descenso, dicen.

Kaldor rio suavemente: estaba enterado de la antigua rivalidad entre las dos islas.

— Tienen razon, ?no te parece? Ademas estamos nosotros, que somos una atraccion adicional. No hay que ser tan egoista.

A esa altura se conocian muy bien y se estimaban hasta el punto de poder cambiar bromas a costa de Thalassa y el Magallanes. No habia secretos entre ellos: hablaban de Brant y Loren con toda franqueza, y Moses Kaldor le hablaba de la Tierra.

— No se cuantos trabajos he tenido, Mirissa, perdi la cuenta hace rato. Ademas, ninguno fue demasiado importante. El que mas duro fue el de profesor de ciencias politicas en Cambridge, Marte. Eso dio lugar a mucha confusion, porque existia en Cambridge, Massachusetts, una universidad mas antigua y otra todavia mas antigua en Cambridge, Inglaterra.

«Hacia el final Evelyn y yo nos dedicamos mas y mas a los problemas sociales del momento y la planificacion del Exodo Final. Resulto que yo poseia… digamos… cierto talento para la oratoria, podia ayudar a la gente a prepararse para lo que les aguardaba.

«En el fondo, nadie creia que el fin llegaria en nuestro tiempo. ?Quien puede aceptar semejante idea! Y si alguien me hubiera dicho que abandonaria la Tierra y todo lo que yo amaba…

Su rostro se crispo de dolor, y Mirissa aguardo en silencio a que recuperara el dominio de si mismo. Necesitaria una vida entera para hacerle todas las preguntas que le interesaban, pero el Magallanes seguiria su camino hacia las estrellas en poco mas de un ano.

«Cuando me dijeron que yo tenia una tarea importante que cumplir, empene toda mi habilidad de profesor y polemista para convencerlos de su error. Era demasiado viejo; mis conocimientos estaban almacenados en los bancos de datos; otros lo harian mejor que yo… di todas las razones, menos la verdadera…

«Fue Evelyn quien tomo la decision: es verdad lo que se dice, Mirissa, que para algunas cosas las mujeres son mucho mas fuertes que los hombres… pero eso lo sabes mejor que yo. Ella se fue, pero me dejo un mensaje: «Eres necesario — decia —. Hemos pasado juntos cuarenta anos de nuestras vidas, ahora queda solo un mes. Vete, con todo mi amor. No me busques.»

«Jamas sabre si presencio el fin de la Tierra, como lo vi yo cuando abandonamos el sistema solar.

25 — Escorpio

Lo habia visto desnudo durante ese memorable paseo en bote, pero no habia advertido la formidable musculatura del joven Brant. Loren siempre habia cultivado su fisico, pero desde la partida de la Tierra no habia tenido oportunidad de hacer ejercicios o practicar algun deporte. Brant, en cambio, estaba acostumbrado a realizar duros esfuerzos, y eso se notaba en el desarrollo de su cuerpo. Loren no podria vencerlo, a menos que pudiera recurrir a alguna de las celebres artes marciales de la Tierra, pero las desconocia por completo.

Era una situacion absurda. Ahi estaban sus companeros, sonriendo como idiotas. Ahi estaba el capitan Bey, con un cronometro en la mano. Y Mirissa lo miraba con una sonrisa que solo podia calificarse de complacida.

— …dos…uno…cero…?ya! — dijo el capitan. Brant ataco con la rapidez de una vibora. Loren trato de esquivarlo, pero descubrio horrorizado que su cuerpo no le respondia. El tiempo parecia detenido; sus piernas, pesadas como el plomo, se negaban a obedecer… estaba a punto de perder a Mirissa y, peor aun, su virilidad…

Y entonces, afortunadamente, se desperto. La pesadilla le dejo una sensacion de malestar, aunque su significado era evidente. Se pregunto si no convendria contarsela a Mirissa.

Desde luego que no podia contarsela a Brant, con quien todavia estaba en buenas relaciones, pero cuya presencia le resultaba molesta. Pero en esta ocasion lo aguardaba con ansiedad; si lo que pensaba era cierto, se enfrentaban a un problema mas importante que cualquier asunto personal.

No veia la hora de contarle la visita inesperada que habian recibido durante la noche y observar la reaccion de Brant.

La canaleta de hormigon armado que traia el agua del mar a la planta de hielo media cien metros de longitud y culminaba en una pileta que contenia agua suficiente para un copo de nieve. Dado que el hielo puro era un material mas bien debil, era necesario reforzarlo. Las largas algas filamentosas de la Gran Pradera Oriental eran un material de refuerzo economico y eficiente. El material resultante, al que habian bautizado «hielo armado», no se derretiria como un glaciar durante las semanas y meses que duraria la aceleracion del Magallanes.

— Ahi lo tienes.

Parado al borde de la pileta junto a Brant Falconer, Loren contemplaba la criatura a traves de un hueco abierto en la marana de algas marinas. El animal que comia algas tenia la forma aproximada de una langosta de

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