juicio de los prisioneros iba a comenzar y que, como miembro del Consejo, yo formaba parte del Tribunal. El Sol azul se levantaba.
El tribunal se habia constituido en un gran hangar, transformado en sala de justicia. Comprendia al Consejo reforzado por algunas representaciones.
Entre ellos, Vandal, Breffort, mi hermano, Pablo, Massacre, cinco campesinos, Beuvin, Estranses y seis obreros. Nosotros ocupamos un estrado ante una mesa, y las representaciones se sentaron a ambos lados, a continuacion. Delante, un espacio vacio para los acusados, y despues un lugar con bancos reservado para el publico. Todas las salidas estaban custodiadas por hombres armados. Antes de introducir a los acusados, mi tio, que por su edad y ascendiente moral habia sido designado presidente, se levanto y dijo:
— Ninguno de nosotros tuvo nunca que juzgar a sus semejantes. Formamos un tribunal marcial extraordinario. Los acusados no tendran abogados, pues no tenemos tiempo que perder en discusiones interminables. Por otra parte tenemos el deber de ser tan justos e imparciales, como sea posible. Los dos criminales principales han muerto. Y yo debo recordaros que los hombres son preciosos en este planeta. Pero no olvidemos tampoco que doce de los nuestros han muerto por causa de los acusados, y que tres de nuestras jovenes han sido odiosamente maltratadas. Introducid a los acusados.
Yo le susurre:
—?Y Menard?
— Trabaja con Martina en una teoria sobre el cataclismo. Es muy interesante. Ya volveremos a hablar de esto.
Uno a uno, entre guardias armados, entraron los treinta y un sobrevivientes, Ida Honneger y Magdalena Ducher los ultimos. Mi tio tomo de nuevo la palabra:
— Sois colectivamente acusados de asesinatos, raptos y ataques a mano armada. Subsidiariamente de atentado contra seguridad del Estado. ?Existe un jefe entre vosotros?
Dudaron un momento, despues, empujado por los demas, un enorme pelirrojo avanzo.
— Yo mandaba en ausencia de los «patronos».
—?Tu nombre, edad y profesion?
— Biron, Juan. Treinta y dos anos. Antes, yo era mecanico.
—?Reconoces los hechos de los cuales sois acusados?
— Que los reconozca o no, da lo mismo, van a fusilarnos igualmente.
— No es seguro. Podeis haber sido enganados. ?Haced avanzar a los demas! ?Como habeis podido actuar de esta forma?
— Bien, pues despues de la hecatombe, el patron nos hizo un discurso, diciendo que el pueblo estaba en manos (excuseme) de una chusma, que era necesario defender la civilizacion, y — dudo un momento— que si todo marchaba bien, nosotros seriamos como los senores de otros tiempos.
—?Habeis participado en el ataque al pueblo?
— No. Pueden preguntar a los demas. Todos los que tomaron parte han muerto. Eran los guardaespaldas del hijo del patron. Por cierto, que el patron se puso furioso. Carlos Honneger pretendio haber capturado a unos rehenes. En realidad, hacia mucho tiempo que queria a esta muchacha. El patron no estaba de acuerdo. Yo tampoco. Fue Levrain quien le animo.
—?Y cuales eran los objetivos de vuestro patron?
— Ya lo dije. Queria ser el dueno de este mundo. Tenia un monton de armas en el castillo (en la tierra hacia contrabando de armas) y despues nos tenia a nosotros. Intento el golpe. Nos tenia cogidos. En otro tiempo, todos habiamos hecho muchas tonterias. El sabia que ustedes no tenian apenas armamento. ?No imaginaba que iban a fabricarlo tan aprisa!
— Bien. ?Retirese! El siguiente.
El siguiente fue el muchacho rubio que habia agitado la bandera blanca.
—?Tu nombre, edad y profesion?
— Beltaire, Enrique. Veintitres anos. Estudiante de ciencias.
—?Que diablos ibas a hacer en este lio?
— Conoci a Carlos Honneger. Una noche habia perdido todo el sueldo del mes al poker. El pago mis deudas. Me invito al castillo y durante una excursion por la montana me salvo la vida. Despues ocurrio el cataclismo. Yo no aprobe nunca los proyectos de su padre, ni su conducta. Pero no podia abandonarle. Le debo la vida. ?No dispare una sola vez contra ustedes!
— Lo comprobaremos. Otro. ?Ah! una pregunta mas. ?Cuales eran tus proyectos?
— Queria ser tecnico en aeromodelismo.
— Esto podria servir mas adelante. ?Quien sabe!
— Quisiera decir tambien… que Ida Honneger… ha hecho todo lo posible para prevenirles.
— Lo sabemos y lo tendremos en cuenta.
El desfile continuo. Estaban mezcladas todas las profesiones. La gran mayoria de los acusados habian pertenecido mas o menos a una liga fascista.
Yo no se lo que pensaban los demas en aquel momento, pero por mi parte estaba confuso. Muchos de aquellos hombres tenian un aspecto sincero, e incluso algunos, honesto. Era evidente que los principales culpables habian muerto. Beltaire me habia sido simpatico en su fidelidad a su amigo. Ninguno de los otros acusados le hizo cargo alguno. Al contrario, habian confirmado, en su mayoria, que no habia tomado parte en el combate. El acusado numero veintinueve entro. Declaro llamarse Julio Levrain, periodista, de 47 anos de edad. Era un hombre de talla reducida, delgado, de rasgos duros. Luis consulto sus papeles.
— De las declaraciones de los testigos se desprende que usted no formaba parte de los hombres de Honneger. Usted era un invitado, y algunos suponen que fuera incluso el gran jefe. Usted no puede negar haber disparado contra nosotros. Ademas, los testigos se lamentan de… en fin, digamos violencias de su parte.
—?Es falso! No les veia jamas. Y yo era ajeno a toda esta cuestion. No era mas que un simple invitado.
—?Hace falta desverguenza! — exclamo el guardia de la puerta—. Le vi en la ametralladora del centro, la que mato a Salavin y Roberto. ?Le apunte tres veces sin poder liquidarle! ?Este canalla!
En la sala muchos guardias reunidos como espectadores, aprobaron sus palabras. A pesar de sus protestas, fue conducido fuera de la sala.
— Introducid a la senora Ducher.
Entro con un aire abatido, a pesar del maquillaje. Parecia inquieta, desorientada.
— Magdalena Ducher, veintiocho anos, actriz. ?Pero yo no he hecho nada!
— Usted era la amante de Honneger, padre, ?no es cierto?
— Si —clamo una voz en la sala, que desencadeno una tempestad de risas—, de los dos.
— Es falso — exclamo ella—. ?Oh, es odioso! ?Permitir que me insulten de esta forma!
—?Esta bien, esta bien! ?Silencio en la sala! Ya veremos. La siguiente.
— Ida Honneger, diecinueve anos, estudiante.
Sus ojos enrojecidos no le impedian eclipsar completamente a la actriz.
—?Estudiante de que?
— De Derecho.
— Temo que esto no va a serle muy util aqui. Sabemos que ha hecho todo lo posible para evitar el drama. Por desgracia no lo consiguio. Al menos pudo suavizar la cautividad de nuestras tres jovenes. ?Puede usted informarnos sobre los que vamos a juzgar?
— A la mayoria no les conozco. Biron no era mala persona. Y Enrique Beltaire merece vuestra indulgencia. Me ha dicho que no habia disparado. Y le creo. Era amigo de mi hermano… Reprimio un sollozo.
«Mi padre y mi hermano no eran malos, en el fondo. Eran violentos y ambiciosos. Cuando yo naci eramos muy pobres. La riqueza vino de un golpe y les perdio. ?Oh, es este hombre, este Levrain, quien fue la causa de todo! El fue quien hizo leer Nietzsche a mi padre, que se creyo un superhombre. ?El es tambien quien le puso en antecedentes de este proyecto insensato de conquistar un mundo! ?Es capaz de todo! ?Le odio!
Se deshizo en lagrimas.
— Sientese, senorita — dijo gravemente mi tio—. Vamos a deliberar. No tenga ningun temor. La consideramos mas bien como un testigo.
Nos retiramos, detras de un telon, asistidos por el cuerpo de representantes. La discusion fue prolongada. Luis y los campesino eran partidarios de penas severas. Miguel, mi tio, el parroco y yo mismo defendiamos la