boquete.

—?Retroceded el camion!

Los monstruos estaban a treinta metros, aproximandose a toda velocidad. Fueron acogidos por un chorro de agua hirviendo que tumbo a una buena docena. Las demas se batieron en retirada. Entonces, la ametralladora del tren disparo, y yo me uni a su fuego.

— Como ve, es muy sencillo — dijo Biron—. Hubieramos cazado muchas mas, si la primera vez hubiera tenido la serenidad de aguardar a que estuvieran mas cerca. Pero no me atrevi, y ahora desconfian un poco.

—?Quien tuvo esta idea?

— Yo, como le dije. Pero Cipriano, mi chofer, me ayudo a ponerla en practica.

— Es una invencion excelente, que nos permitira economizar municiones. Seria necesario, quizas perfeccionarlo. Hablare de ello al Consejo. Estoy seguro de que esto os valdra la rehabilitacion de vuestros derechos politicos. Ahora, nos vamos al pueblo. ?En que casa se encuentra Mauriere?

— En la emisora, me parece.

— Empezaremos por alli. ?Todo el mundo en su puesto? Adelante, despacio. ?Apuntad bien, y disparad poco!

Llegamos sin ser atacados a la plaza del pozo. El tejado de la casa que albergaba la emisora, estaba cubierto de hidras. Todos los disparos hacian blanco, pero se requeria mas de uno para derribarlas. Por el miedo de herir a nuestros amigos, no me atrevia a usar las granadas ni la ametralladora. Estupidamente, los monstruos permanecian inmoviles sobre el tejado, removiendo las tejas. Su inmovilidad, dadas sus anteriores demostraciones de inteligencia, nos sorprendio un poco. Pudimos precisar nuestros tiros, apuntando al cerebro. Al cabo de un tiempo la casa estaba desembarazada de su cubierta viviente.

De vez en cuando sonaba en el pueblo una detonacion. Dos o tres veces oi el silbido de la locomotora, saludando una nueva victoria del agua hirviente. Despejada la puerta, Luis salio y salto al camion.

—?Como va?

— Mejor, desde que estais aqui. Pero estos cochinos animales han penetrado en tres casas. Hemos tenido una docena de bajas.

—?Quien?

— Alfredo Charnier, su mujer, y una de sus hijas. Cinco mas del pueblo, cuyos nombres no se todavia. Magdalena Ducher, la actriz, y tres obreros. La comunicacion telefonica esta deteriorada en algun lugar entre la central y la fabrica. Probad de vigilarla. Ignoro como va por alli. Bien, yo vuelvo a la central.

Siguiendo el hilo telefonico, encontramos el punto de ruptura. A cincuenta metros, tres hidras se agazapaban sobre un techo. Salte a tierra con un hilo de cobre y repare el conductor. Apenas habia terminado, cuando la ametralladora disparo. Las hidras despegaban. Usando mi tactica habitual, me lance al suelo, despues, tan pronto como hubieron pasado, salte del camion. Dos veces recomence este pequeno juego, juego singular, con riesgo de mi vida.

Despues emprendimos la limpieza de los tejados. Metodicamente, comenzamos por la plaza del pozo, que estuvo lista una hora despues. Atacamos, entonces, la calle principal. Apenas hicimos los primeros disparos, todas las hidras se levantaron, como obedeciendo a una senal. Inmediatamente, aquello fue un alud de hombres y mujeres saliendo de las casas, armados de lanzagranadas. En los dos minutos siguientes, al menos se elevaron ciento cincuenta de ellas. El cielo estaba repleto de manchas verdes — las hidras— y negras — la explosion de las granadas—. Reagrupadas como una nube, muy alta, las hidras huyeron.

— He comprobado un hecho curioso — dijo Luis. Desde que llegaron las hidras, oia con mucha dificultad tus mensajes. Una algarabia formidable.

— Es curioso, yo observe algo similar, cuando estabamos rodeados por las pequenas hidras obscuras — dije—. ?Sera que estos animales emiten ondas hertzianas? Esto podria explicar su extraordinaria precision de movimientos. Habra que hablar con Vandal.

El consejo se reunio la misma noche. Por causa de la muerte del senor cura y Charnier no eramos mas que siete. Di cuenta de la mision y presente a Vzlik, en presencia de los otros miembros de la expedicion, que estaban alli a titulo consultivo. Luis nos puso entonces al corriente de los problemas que se habian planteado en nuestra ausencia, de los cuales el mas grave era la nueva tecnica de las hidras. Llegaban de noche y se emboscaban por entre la maleza, atacando a los paseantes. No se podia salir mas que en grupos armados.

— Por radio tu nos has propuesto — anadio— emigrar hacia la region del Monte-Senal. No deseo nada mejor. Pero, ?como? Si hay que hacer el trayecto en camion, nuestra reserva de combustible no sera suficiente, y si hay que hacerlo a pie estan las hidras y los Sswis… ?Y debieramos, ademas, abandonar nuestro material! Incluso con los camiones, no se de que forma podriamos transportar las locomotoras, las maquinas, utensilios, etcetera. — No es asi como habia proyectado la cosa. — ?Como, entonces? ?Quiza en avion? — No, en barco.

—?Y de donde lo sacaras este barco? — He pensado que Estranges podria hacernos los planos. No le pido un superdestructor de 30 nudos de velocidad. No, un carguero pequeno conviene mejor a nuestra empresa. Estamos cerca del mar. Por otra parte, hemos seguido el Dordona desde un punto situado a doscientos kilometros de Cobalt-City hasta su desembocadura. Es perfectamente navegable. Cada vez que pude verificar una sonda encontre mas de diez metros. El mar parece tranquilo. A fin de cuentas, no seria mas que un viaje de setecientos kilometros escasos por mar y doscientos cincuenta por el rio.

—?Y como marchara este barco? — pregunto mi tio.

— Con un gran Diesel de la fabrica o una maquina de vapor. ?Si tuviesemos material de sondeo para ver si el petroleo es profundo!

— Esto lo tenemos — dijo Estranges—. Todo el que haga falta, El material que se empleo en los sondeos de la segunda presa que debia construirse quedo depositado en la fabrica. Cuando se produjo el cataclismo, acababa de recibir una carta advirtiendome que vendrian a llevarselo.

—?Esto tiene mas gracia que lo del Robinson suizo! ?Hasta que profundidad se puede llegar con vuestras maquinas?

— Llegaron hasta 600 o 700 metros.

—?Caramba! ?Esto es mucho para una presa!

— Tengo la impresion de que la compania que los efectuo buscaba algo mas. En fin, no podemos quejarnos. Ademas, tengo entre los obreros a tres hombres que, en otro tiempo, trabajaron en los petroleos de Aquitania.

— Mejor que mejor. A partir de manana todos al trabajo. ?Todo el mundo esta de acuerdo en que abandonemos este lugar?

— Solicito una votacion — dijo Maria Presles—. Comprendo que es dificil permanecer aqui, pero ir a un pais con esta gente… — Designo el Sswis, que escuchaba silencioso.

— Me imagino que podremos entendernos con ellos — intervino Miguel—. Pero es mejor que votemos.

El resultado del escrutinio fue de dos votos en contra — Maria Presles y el maestro— y cinco votos a favor.

— Sabe usted, tio, no le garantizo que podamos trasladar el Observatorio — dijo—. Al menos inmediatamente.

— Lo se, lo se. Pero si nos quedamos aqui vamos a perecer todos.

CUARTA PARTE — LAS CIUDADES

I — EL EXODO

Unos dias despues parti en el «tanque», seguido por tres camiones cargados de material. Otro llevaba el carburante que tenia que accionar el motor de la perforadora. Nos pusimos inmediatamente al trabajo. Como

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