marchamos.

Se dispuso a salir de la estancia. Cuando paso al lado de Tim Hamner, este le dijo:

—Nunca volvera a estar limpio.

Laumer vacilo un instante y luego siguio su camino.

—?No deberiamos detenerle? —pregunto Baker.

—?Como? —replico Price.

Baker no anadio mas. Ninguno de ellos estaba dispuesto a detener a Laumer de la unica forma que podrian hacerlo.

—?Cuantos hombres se iran con el?

—No lo se. Tal vez veinte o treinta del equipo de construccion. Quiza no tantos. Trabajamos como esclavos para salvar esta central. No creo que me abandone ninguno de mis operadores.

—Asi que la planta podra seguir funcionando.

—Estoy seguro de ello —dijo Price.

Johnny se volvio hacia el alcalde.

—?Que me dice de su gente, sobre todo de los policias?

—Dudo que ninguno se marche —dijo Bentley Allen—. Nos costo demasiado esfuerzo llegar hasta aqui.

—Magnifico —dijo Baker. Vio la expresion del rostro del alcalde y anadio—: Es magnifico que no huyan. Y naturalmente, Barry, usted se queda...

Price no parecia sereno ni orgulloso. Su aspecto era el de un hombre en agonia.

—Tengo que quedarme —dijo—. Ya he pagado ese billete. No, usted no sabe de que va. Cuando cayo el maldito cometa, tuve dos opciones: ir en busca de alguien que se encontraba en Los Angeles o quedarme aqui y procurar salvar la central. Me quede. —Apreto la mandibula—. Bien ?que hacemos ahora?

—No puedo darle ordenes —dijo Johnny.

Price se encogio de hombros.

—Por mi, puede usted hacerlo. —Miro al alcalde Allen y este hizo un gesto de asentimiento—. Por lo que a mi concierne, el senador Jellison esta al frente de este estado. Tal vez es el presidente del pais. Es mas sensato que los otros.

—Vaya, tambien usted... —dijo Johnny Baker—. ?De cuantos presidentes ha oido hablar?

—De cinco. Colorado Springs; Mose Jaw, de Montana; Casper, de Wyoming... En cualquier caso, me inclino por el senador. Denos las ordenes que desee.

Johnny Baker hablo cautelosamente.

—No me ha entendido. Tengo ordenes de no darles ordenes a ustedes, sino solo sugerencias.

Prince parecio incomodo y confundido. El alcalde Allen susurro algo a un ayudante, y luego Allen pregunto:

—?No quiere obligarnos?

—Mire, yo estoy de su parte. Tenemos que mantener esta central en pie. Pero yo no estoy al frente de la fortaleza.

—Usted puede ser la persona de mas alto rango... —dijo el alcalde Allen.

—?Que trate de imponer las ordenes del senador? ?Yo? Ni hablar.

—Bien, general. Las obligaciones feudales obligan en ambos sentidos, al menos si el rey es el senador Jellison. De modo que quiere atenuar sus imposiciones. Digame, general Baker, ?que sugerencias tiene que hacernos?

—Ya les he dado algunas. Formas de construir armas especiales...

Price asintio.

—Ya las estamos fabricando. A su debido tiempo pensamos en la preparacion de defensas, pero nunca se nos ocurrio utilizar gas venenoso. Lo que si fabricamos fueron bombas incendiarias y canones que se cargan por la boca, pero en poca cantidad. Ahora he destinado un equipo de hombres para que trabajen en eso. ?Que mas hace falta?

—Tenemos que almacenar suministros. El agua no falta y ustedes tienen energia para hervirla. Dispondremos de pescado seco, y podemos pescar mas. Hay que prepararse para un asedio. Segun nuestros informes, la Nueva Hermandad intenta seriamente apoderarse de toda California, y esta dispuesta a destruir esta planta.

—Si Alim Nassor esta metido en eso, la cosa es grave —comento el alcalde Allen—. Es un hombre inteligente y decidido. Pero no comprendo sus motivos. Nunca estuvo metido en ninguno de los movimientos en contra del desarrollo industrial, sino todo lo contrario.

—Se olvida usted de Armitage —dijo Baker—. Probablemente Nassor y el sargento Hooker no podrian mantener unido ese ejercito. Armitage si puede. Es el quien quiere ver la central destruida.

El alcalde se quedo pensativo.

—En la region de Los Angeles era famoso por sus originales predicas... Predicaba una religion divertida.

Tim todavia esperaba que no fuera necesario hacer entrar a Hugo. Hablo por el:

—Si el Islam fue una religion divertida, siga riendo, alcalde. Se estan extendiendo de la misma manera. Asimilan a todo el mundo: o te unes o te comen. No hay alternativa.

—Si la central desaparece nunca tendran otra —dijo Barry Price—. Deben estar locos.

Pero Baker se puso en pie de subito.

—De acuerdo. Tenemos nuestras armas y las notas del doctor Forrester. Tim, pruebese ese traje de inmersion. Tal vez pueda encontrar bajo el agua algo de lo que necesitamos. Ojala supiera cuanto tiempo nos queda.

El policia subio la empinada escalera lenta y cuidadosamente, con un pesado saco de arena al hombro. Era un hombre rubio de mandibula cuadrada, y llevaba un uniforme desgastado. Mark le siguio con otro saco de arena. Apilaron los sacos en la barricada, en lo alto de la torre de enfriamiento. La radio de Tim ya estaba casi del todo parapetada.

El hombre se volvio para enfrentarse a Mark. Era de la misma altura que este, y estaba enfadado.

—Nosotros no desertamos de nuestra ciudad —le dijo.

—No queria decir eso. —Mark resistio el impulso de retroceder—. Solo dije que la mayoria de nosotros...

—Estabamos de servicio —dijo el policia—. Algunos miraban la television, incluso el alcalde, pero yo no. De repente una de las chicas empezo a gritar que el cometa habia chocado. Me quede en mi puesto. Entonces el alcalde fue a buscarnos. Nos llevo a los ascensores y al garaje, y metio a las mujeres y algunos de los hombres en media docena de camionetas que ya estaban cargadas. Salimos con una escolta de motoristas y nos dirigimos al parque Griffith.

—?No tuvo ninguna...?

—No tuve ninguna idea de lo que ocurria —dijo el patrullero Wingate—. Subimos a las colinas y el alcalde nos dijo que el cometa habia causado algunos danos y que luego podriamos ir a echar una mano. Dios mio.

—?Viste el maremoto?

—Fue horrible, Czescu. No se podia hacer nada. Todo era espuma y niebla. Algunos de los edificios aun sobresalian del agua. Johnny Kim y el alcalde se hablaban a gritos, y yo estaba cerca de ellos, pero con los truenos, los relampagos y el ruido del maremoto no podia oir nada. Entonces nos reunimos y tomamos la direccion norte.

El policia se interrumpio. Mark Czescu respeto su silencio. Contemplaron cuatro botes que zarpaban con Robin Laumer y parte de su equipo de obreros. Se habia producido una disputa a gritos cuando Laumer intento reclamar parte de los viveres, pero los hombres armados, entre ellos Mark y el policia del alcalde, les impidieron que se salieran con la suya.

—Corrimos durante cuatro horas por el valle de San Joaquin —siguio diciendo el policia—, y fue un viaje dificil. Teniamos las sirenas, pero pasamos tanto tiempo fuera de la carretera como en ella. Tuvimos que abandonar uno de los vehiculos. Cuando llegamos aqui, el agua llegaba ya a los tapacubos. Tuvimos que cargar las cosas a la espalda y subir por ese dique, bajo el diluvio. Despues Price nos puso a trabajar en los ribazos. Nos hizo trabajar como burros. Al dia siguiente ahi fuera habia un oceano, y pasaron seis horas mas antes de que

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