Trevor Hicks redujo la velocidad del Chevrolet blanco de alquiler al acercarse a la pequena ciudad de Shoshone…, apenas algo mas que un cruce, segun el mapa. Vio una oficina de correos construida con ladrillos de ceniza y flanqueada por altos tamariscos, y mas alla un edificio blanco achaparrado que albergaba una gasolinera y una tienda de alimentacion. En el lado opuesto de la carretera habia un cafe y, unido a el, un pequeno edificio con letreros de neon de propaganda de cerveza en sus dos pequenas ventanas cuadradas. Un letrero pequeno decia «Crow Bar» con bombillas parpadeantes: una taberna o un pub local, sin duda. Hicks siempre habia sentido una cierta tendencia hacia los pubs locales. Este, sin embargo, no parecia estar abierto.
Se metio en el aparcamiento de gravilla de la oficina postal, con la esperanza de preguntarle a alguien si valia la pena una visita al cafe. No confiaba en los lugares de comidas locales americanos, del mismo modo que no le gustaban la mayoria de las cervezas americanas, y no creia que la apariencia de este fuera muy alentadora.
Eran casi las cinco y empezaba a hacer frio en el desierto. El anochecer estaba a menos de una hora de distancia, y un lugubre viento soplaba por entre los tamariscos junto a la oficina de correos. Aquella manana y tarde habian sido frustrantes…, un coche de alquiler que se averiaba a veinticinco kilometros de Las Vegas, un viaje en la grua, todos los arreglos para conseguir otro coche, y como guinda una acalorada discusion con la publicista de su editor cuando penso en llamarla y explicarle por que habia faltado a la entrevista… Retraso tras retraso. Permanecio junto al coche por unos instantes, preguntandose que tipo de idiota era, luego eligio la puerta de cristal de su derecha. Resulto que conducia al equivalente local de una biblioteca: dos altas estanterias de libros en un rincon, con una mesa de lectura mas propia para ninos que para adultos delante de ella. Habia un mostrador al lado opuesto de las estanterias, y mas alla los muebles e instrumentos —o al menos asi decia una pequena placa— de la Charles Morgan Company. La puerta de la izquierda conducia a una habitacion separada que era la oficina postal propiamente dicha. El aspecto de la oficina era institucional pero amistoso.
Mas alla del mostrador, sentada ante un viejo ordenador de sobremesa, habia una imponente mujer de unos setenta y cinco u ochenta anos, con tejanos y una blusa a cuadros y el blanco pelo descuidadamente peinado hacia atras. Hablaba por un telefono negro sujeto entre su cuello y su hombro. Giro lentamente en su silla para echarle una ojeada a Hicks, luego alzo una mano pidiendo paciencia.
Hicks se volvio para examinar los libros en la biblioteca.
—No, Bonnie, ni una palabra —decia la mujer, con una calida voz ligeramente crujiente—. Ni una palabra desde la carta. Estoy a punto de estallar, ?sabes? Esther y Mike se han ido. No. Estoy bien, pero las cosas aqui estan yendo…
La biblioteca contenia una decente seleccion de libros cientificos, incluido uno suyo, una antigua obra de divulgacion sobre satelites de comunicaciones, desfasada hacia ya mucho.
—Todo esto es una locura —estaba diciendo la mujer—. Ya estabamos preocupados con las fugas de gases y todas las radiaciones procedentes del lugar de pruebas, y ahora esto. Cerraron nuestra camara frigorifica para la carne. Eso ya fue suficiente para helarme la sangre. Frank vino ayer con Tillie, y fueron tan agradables. Se preocuparon mucho por Stella. Bien, gracias por llamar. Voy a cerrar ahora mismo. Si. Jack esta en el almacen y me acompanara hasta el aparcamiento de las caravanas. Gracias. Adios.
Colgo el telefono y se volvio a Hicks.
—?Puedo ayudarle en algo?
—No deseaba interrumpirla. Estaba preguntandome acerca del cafe al otro lado de la calle. ?Es recomendable?
—Yo soy la menos adecuada para que se lo pregunte —dijo la mujer, poniendose en pie.
—Lo siento —murmuro educadamente Hicks—. ?Por que?
—Porque soy la propietaria —respondio ella, sonriendo. Se acerco al mostrador y se inclino sobre el—. Mi opinion sera siempre parcial. Servimos buena y solida comida ahi. A veces incluso quiza pongamos demasiado enfasis en lo de solida. Es usted ingles, ?verdad?
—Si.
—?Camino a Las Vegas?
—En realidad vengo de alla. Voy a Furnace Creek.
—Sera mejor que se de la vuelta. Todo esta bloqueado en aquella direccion. La carretera esta cortada. Simplemente le hacen dar la vuelta a todo el mundo.
—Entiendo. ?Alguna idea de lo que ocurre?
—?Como ha dicho que se llamaba? —preguto la mujer.
—Hicks. Trevor Hicks.
—Yo soy Bernice Morgan. Precisamente estaba hablando de mi hija. Esta siendo retenida por el gobierno federal. Nadie nuede decirme por que. Ha escrito para decir que estaba bien pero que no podia decirme nada de donde estaba, y no puedo hablar con ella de ninguna forma. ?No cree que todo esto es una locura?
—Si —dijo Hicks, sintiendo que le hormigueaba de nuevo el vello de la nuca.
—Tengo abogados por todo el estado y en Washington intentando averiguar que es lo que pasa. Tal vez piensen que estan tratando con algunos pueblerinos ignorantes, pero se equivocan. Mi esposo era supervisor del condado. Mi padre fue senador del estado. Y aqui estoy yo, contandole tontamente todo esto. Trevor Hicks. —Hizo una pausa, lo examino mas de cerca—. ?Es usted el escritor cientifico?
—Si —dijo Hicks, complacido de ser reconocido dos veces en tan pocos dias.
—?Que es lo que le trae por aqui?
—Una intuicion.
—?Le importa si le pregunto que tipo de intuicion? —Evidentemente, Bernice Morgan, con toda su calida amabilidad y sus modales hospitalarios, era una mujer de ideas firmes.
—Supongo que puedo llegar a conectar con su hija —dijo, decidido a ir directo al grano—. Estoy siguiendo un rastro muy tenue de indicios que me conducen al Valle de la Muerte. Algo importante ha ocurrido aqui…, lo bastante como para atraer a nuestro presidente hasta Furnace Creek.
—Quiza Esther no este histerica despues de todo —murmuro la senora Morgan.
—?Perdon?
—La empleada de la tienda. Dice que unos hombres hablaron de un MiG que se habia estrellado en el desierto.
Hicks sintio que se le desplomaba el corazon. ?Asi que solo era eso, despues de todo? ?Algun tipo de defeccion poco habitual? ?Ninguna conexion con el Gran Desierto Victoria?
—Y Mike, es el joven que trabaja en nuestra estacion de servicio, dice que unos hombres vinieron a la tienda en un Land Cruiser y que hablaron con mi hija. Llevaban algo tapado en la parte de atras del vehiculo. Mike echo una mirada furtiva cuando lo llevaron a la puerta posterior de la tienda, y creyo ver algo verde…, algo con aspecto de muerto, dijo. Luego viene el gobierno y rocia todo ese horrible producto por todo el interior de mi frigorifico para la carne, lo cierra a cal y canto, y dice que no podemos usarlo… Perdimos quinientos dolares en carne. Se la llevaron, dijeron que estaba estropeada. Dijeron que el frigorifico estaba contaminado por la salmonella.
La intuicion de Hicks hizo que se le erizara toda la piel.
—?Donde estaba usted cuando ocurrio todo eso?
—En Baker, visitando a mi hermano.
Bernice Morgan no daba la menor impresion de fragilidad, pese a sus anos. Tampoco parecia correosa o «entrecana». Era el ultimo tipo de persona que Hicks esperaba descubrir en una pequena ciudad del desierto americano. Pero por su modo de hablar, hubiera podido ser muy bien la anciana esposa de un lord ingles.
—?Cuanto tiempo lleva desaparecida su hija?
—Una semana y media.
—?Y esta usted segura de que esta siendo retenida por las autoridades federales?
—Por tipos de las Fuerzas Aereas, me han dicho.
Hicks fruncio el ceno.
—?Ha oido usted que haya ocurrido algo extrano en la zona…, en torno al Furnace Creek Inn, quiza?
—Solo que ha sido cerrado temporalmente. Llame al respecto, y nadie sabe nada. El servicio telefonico dejo de funcionar esta tarde.
—?Cree usted que es alli donde esta su hija?