19 de febrero

—Casi una tercera parte de los chicos han sido sacados de la escuela —dijo Francine, colgando el telefono. Acababa de telefonear para decir que Marty iba a pasar unas vacaciones con ellos. Arthur llevaba una caja de equipo de camping y, por ninguna razon en particular, el Astrocan, desde la sala de estar a la camioneta en el garaje.

—No es sorprendente —dijo.

—Jim e Hilary llamaron para decir que Gauge esta bien.

—?Por que no podemos llevarnos a Gauge con nosotros? —pregunto Marty desde el garaje.

—Ya hablamos de esto la otra noche —dijo Arthur.

—Podria sentarse en mis rodillas —ofrecio Marty, acuclillado al lado de la camioneta, seleccionando juguetes.

—No sera por mucho tiempo —predijo Arthur—. Ademas, tiene ninos con los que jugar y buena gente que lo cuidara.

—Si, pero yo no le tengo a el.

No habia nada que Arthur pudiera decir a aquello.

—Llame al automovil club —dijo Francine— y les pregunte como estaba el trafico entre aqui y Seattle, y siguiendo la costa hacia abajo. Dijeron que era realmente fluido. Eso fue sorprendente. Una pensaria que todo el mundo estaria intentando disfrutar al maximo de los ultimos momentos, yendo a Disneylandia o los parques.

—Mejor para nosotros —dijo Arthur desde el garaje. Arreglo las atestadas cajas en la parte de atras de la camioneta. Marty se sento en el suelo de cemento, aun eligiendo entre sus juguetes, sin demasiado entusiasmo.

—Es dificil —dijo.

—Te crees que solo tu tienes problemas, amigo —dijo Arthur—. ?Que hay de mis libros?

—?Nos limitamos a dejarlo todo cerrado? —pregunto Francine, de pie en la puerta que daba del garaje a la casa. Llevaba una caja llena de discos y papeles…, las notas que habia tomado para su libro.

—Solo como si nos fueramos de vacaciones —dijo Arthur—. Asi que somos atipicos.

—Es extrano, ?no?, que todo el mundo se quede en casa, precisamente en estos momentos. —Encajo la caja en un hueco en un rincon de la camioneta.

—?Cuanta gente comprende realmente lo que esta ocurriendo? —pregunto el.

—Un punto a tu favor.

—Los chicos de la escuela lo comprenden —dijo Marty—. Saben que el mundo se acaba.

—Quiza —dijo Arthur. De nuevo, el intentar tranquilizarles fue doloroso para el. El mundo se acaba. Tu lo sabes, y ellos lo saben tambien.

—Quiza todo el mundo quiera estar con lo que mas ha querido en su vida —dijo Francine, volviendo a la cocina. Regreso con una caja de comida en lata y deshidratada—. Permanecer en un sitio familiar.

—Nosotros no necesitamos eso, ?verdad? —pregunto Marty, echando a un lado un monton de robots y naves espaciales de plastico y metal que ya no queria.

—Todo lo que necesitamos es estar juntos —admitio Arthur.

En la oficina, busco en la parte posterior del estante superior del armario y tomo la caja de madera que contenia las aranas. Parecia peculiarmente ligera. La abrio. Estaba vacia. Por un momento se quedo alla de pie, inmovil, con la caja en la mano, y por alguna razon que no pudo entender sonrio. Tenian mas trabajo que hacer. Miro su reloj de pulsera. Miercoles. Las diez A.M…

Ya era hora de estar en la carretera.

—?Todo preparado? —pregunto.

Marty dio un ultimo vistazo al monton de juguetes rechazados y aferro una caja de puros White Owl llena con los elegidos. La caja de puros habia sido heredada del padre de Arthur, el cual a su vez la habia heredado de su padre. Estaba destrozada y reforzada por todos lados con cinta adhesiva, y representaba la continuidad. Marty conservaba la caja como su mayor tesoro.

—Listo —dijo el nino, y subio al asiento de atras—. ?Vamos a dormir en un monton de moteles?

—Apuesta a que si —dijo Arthur.

—?Podre comprar algunos juguetes alla donde paremos?

—No veo por que no.

—?Y algunas piedras bonitas? Si las encontramos, quiero decir.

—Nada que pese mas de una tonelada —dijo Francine.

—La piedra que rompio la parte de atras del Buick —dijo Arthur, y se dirigio a la casa para una ultima comprobacion.

Adios dormitorio, adios despacho, adios cocina. La nevera aun llena de comida. Adios, paredes forradas de madera nudosa de pino, porche elevado, patio de atras y ciruelo silvestre. Adios, rio suave y cantarin. Paso junto a la cama de mimbre de Gauge en el porche de servicio, y sintio un nudo en la garganta.

—Adios, libros —susurro, contemplando las estanterias de la sala de estar. Cerro la puerta delantera, pero no echo la llave.

52

24 de febrero

Trevor Hicks, terminado su trabajo en Washington, D.C., tomo el tren a Boston, con una sola maleta y el ordenador portatil. En la estacion, fue recibido por una mujer de mediana edad, pelo castano y mirada perdida vestida con una falda de lana negra y una vieja blusa estampada con flores. Lo llevo a su casa en Quincy en un destartalado sedan Toyota.

Alla descanso durante dos dias, observado con unos ojos como de buho por el hijo de cinco anos y la hija de siete de la mujer. La mujer llevaba tres anos sin marido, y la vieja casa de estructura de madera necesitaba urgentes reparaciones: desagues que rezumaban, paredes agrietadas, peldanos rotos en la escalera. Los ninos parecian sorprendidos de que el no compartiera su dormitorio, lo cual le condujo a creer que no le habia faltado compania masculina en aquel tiempo. Nada de aquello le importaba mucho, puesto que nunca habia hecho juicios de valor sobre tales asuntos antes de su posesion. Pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en el medio roto sillon de la sala de estar, pensando o interactuando con la red, ayudando a una docena de otras personas en el noreste a compilar listas de gente a ser contactada y/o preparada para su salida de la Tierra.

Durante toda su vida Hicks habia trabajado con personalidades fuertes, hombre y mujeres brillantes, eruditos, pendencieros y a menudo avinagrados. La mayor parte de la gente con la que se comunicaba ahora dentro de la red encajaba con esta descripcion. Para su sorpresa, fuera lo que fuese lo que mantenia y controlaba la red, no desanimaba el comportamiento fuerte entre sus miembros. Habia considerables discusiones, incluso violentas, a medida que eran decididas primero las categorias de contactados y «salvados», luego las comunidades especificas, y finalmente los individuos.

Los Jefes (o Senores o Amos Secretos, todos ellos titulos aplicados en uno u otro momento a los anonimos organizadores) habian decidido al parecer que los humanos, con una amplia supervision, eran quienes mejor sabian como elegir y planificar su propio rescate. A veces, Hicks tenia sus dudas.

Delante de una cena de macarrones con queso servida sobre la desnuda mesa de roble, mientras los ninos escuchaban, Hicks pregunto a su anfitriona acerca de su papel en su rescate.

—No estoy segura —dijo ella—. Me cogieron hara unas seis semanas. Traje aqui a tres personas aproximadamente una semana despues de eso, y se quedaron unos cuantos dias, y luego se fueron. Despues vinieron otras personas, y ahora usted. Quiza mi mision sea la de posadera temporal.

La nina se rio quedamente.

Podrian haber elegido alojamientos mas hospitalarios. Pero se guardo para si el pensamiento.

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