– Con pintura marron.

– Que embarazoso, senorita.

– Habra que limpiarlo inmediatamente, antes de que nadie lo vea.

– Muy bien, senorita.

– ?Cree que podra solucionarlo, Padgett?

– Usted dejemelo a mi, senorita.

La siguiente tarea de Harriet consistio en recoger a la senorita Burrows, que recibio la noticia con energicas expresiones de irritacion.

– ?Que horror! ?Quiere decir que hay que ordenar esos libros otra vez? ?Ahora? Si, claro… Supongo que no queda otro remedio. ?Dios mio, que suerte no haber puesto el infolio de Chaucer y otros libros valiosos en las vitrinas!

La bibliotecaria se levanto apresuradamente de la cama. Harriet se fijo en sus pies. Estaban limpios, pero en el dormitorio habia un olor raro. Lo olfateo hasta las inmediaciones del lavabo.

– Oiga… ?eso es aguarras?

– Si -contesto la senorita Burrows, poniendose las medias con dificultad-. La he traido de la biblioteca, porque tenia pintura en las manos, de quitar los botes y demas.

– Ojala me hubiera dejado un poco. Hemos tenido que entrar por la ventana, por encima de un radiador humedo.

– Si, claro.

Harriet salio, confusa. ?Por que se habria molestado la senorita Burrows en llevar el bote hasta alli, cuando podia haberse quitado la pintura en el momento? Pero comprendia que cualquiera que hubiera querido limpiarse la pintura de los pies, tras ser interrumpida en mitad del trabajo sucio, no habria tenido otra opcion que coger el bote y salir corriendo.

A continuacion se le ocurrio otra idea. La culpable no podia haber salido descalza de la biblioteca. Se habria puesto otra vez las zapatillas, y si te pones unas zapatillas con los pies manchados de pintura, quedan senales.

Volvio a su habitacion y se vistio. Despues regreso al patio nuevo. La senorita Burrows habia desaparecido, pero sus zapatillas estaban junto a la cama. Harriet las examino minuciosamente, por dentro y por fuera, pero no habia ni rastro de pintura.

Al volver se encontro a Padgett, que caminaba reposadamente por el cesped, cargado con una lata grande de aguarras en cada mano.

– ?De donde ha sacado eso con lo temprano que es, Padgett?

– Pues vera, senorita, Mullins ha ido en la moto y ha despertado a un conocido suyo que tiene una tienda de queroseno y vive justo encima.

Asi de sencillo.

Al cabo de un rato y decorosamente entogadas y vestidas, Harriet y la decana pasaban por el lado oriental del edificio Queen Elizabeth en pos de Padgett y el capataz de los pintores.

– Las senoritas tienen sus diversiones, como los senoritos -se oyo decir a Padgett.

– Cuando yo era mozo, las senoritas eran las senoritas y los senoritos los senoritos, a ver si me entiendes - replico el capataz.

– Lo que necesita este pais es un Hitler -dijo Padgett.

– Eso es -dijo el capataz-. Las muchachas, en su casa tenian que estar. Vaya trabajo que tienes aqui, jefe. ?Que hacias antes de meterte en este gallinero?

– Ayudante del de los camellos en el zoologico. Y bien interesante que era el trabajo.

– ?Y por que lo dejaste?

– Septicemia. Un mordisco que me dio una hembra en el brazo -contesto Padgett.

– Ah -dijo el capataz.

Cuando llego lord Oakapple no habia nada chocante a la vista en la biblioteca, aparte de cierta humedad y unas cuantas manchas en la parte de arriba, donde el papel recien colocado se estaba secando de forma irregular. Habian recogido los cristales y limpiado los churretes de pintura del suelo; habian sustituido el Coliseo y el Partenon por veinte fotografias de estatuas clasicas rescatadas de un armario; los libros estaban en sus correspondientes estanterias y convenientemente expuestos en las vitrinas el infolio de Chaucer, el primer libro en cuarto de Shakespeare, los tres Morris de la Kelmscott, el ejemplar de El propietario con el autografo de Galsworthy y el guante bordado que habia pertenecido a la condesa de Shrewsbury.

La decana revoloteaba alrededor del rector como una gallina con su polluelo, atribulada y nerviosa por la posibilidad de que una misiva indiscreta cayera de su servilleta o se deslizara inopinadamente por entre los pliegues de su toga, y cuando, despues del almuerzo, el rector saco un monton de notas de un bolsillo y las hojeo con el entrecejo fruncido, confuso, en la sala de profesoras, la tension llego a tal extremo que a punto estuvo la decana de que se le cayera el azucarero. Al final resulto que el rector no sabia donde habia metido una cita en griego; nada mas. Aunque estaba al tanto de lo ocurrido en la biblioteca, la rectora hizo gala del aplomo de costumbre.

Harriet no presencio nada de eso. Despues de que los pintores cumplieran su cometido, se dedico a observar los movimientos de cuantas personas entraban y salian de la biblioteca y a asegurarse de que no dejaban nada inconveniente.

Pero, al parecer, la Poltergeist del college habia puesto toda la carne en el asador. A Harriet, celadora voluntaria, le llevaron un almuerzo frio. Iba cubierto por una servilleta, pero bajo sus pliegues no acechaba nada; simplemente unos emparedados de jamon y otras sustancias igualmente inocuas. Harriet reconocio a la criada.

– ?No es usted Annie? ?Ahora esta en la cocina?

– No, senora. Sirvo en el comedor y en la sala de profesoras.

– ?Que tal sus hijas? Si mal no recuerdo, la senorita Lydgate me ha dicho que tiene dos ninas.

– Si, senora. Que amable es usted por preguntar. -La cara de Annie resplandecia de satisfaccion-. Estan estupendamente. Oxford les sienta muy bien, despues de vivir en una ciudad industrial, donde estabamos antes. ?Le gustan los ninos, senora?

– Desde luego -contesto Harriet.

La verdad es que no les tenia demasiado carino, pero eso no se les puede decir con tanta claridad a quienes disfrutan de tal dicha.

– Deberia estar casada y con hijos, senora. ?Vaya! No tendria que haber dicho una cosa asi… No soy quien para eso, pero me parece terrible que todas estas senoras solteras vivan juntas. No es natural, ?no?

– Bueno, Annie, cada cual tiene sus gustos. Y hay que esperar a que aparezca la persona adecuada.

– Eso si que es verdad, senora. -De repente Harriet se acordo de que el marido era raro, que se habia suicidado o habia hecho algo lamentable, y penso que el lugar comun que habia soltado no era muy discreto, pero Annie parecia encantada. Volvio a sonreir. Tenia unos ojos grandes, azul claro, y Harriet penso que debia de haber sido muy guapa antes de adelgazar tanto y de tener aquella expresion de preocupacion-. Estoy segura, o sea espero que pronto le llegue a usted… ?o esta ya prometida?

Harriet fruncio el entrecejo. No le hacia gracia que le preguntaran semejante cosa, y no tenia el menor deseo de hablar de sus` asuntos privados con la servidumbre del college, pero la pregunta no parecia obedecer a ninguna impertinencia, y contesto con amabilidad:

– Todavia no, pero nunca se sabe. ?Que le parece la nueva biblioteca?

– Es una habitacion muy bonita, ?verdad, senora? Pero me parece una verdadera lastima tener un sitio tan grande solo para que las mujeres estudien libros aqui. No se que quieren sacar las chicas de los libros. No les van a ensenar a ser buenas esposas.

– ?Que opinion tan terrible tiene usted! -replico Harriet ?Como se le ocurrio venir a trabajar a un college femenino, Annie?

El rostro de la criada se ensombrecio.

– Vera, senora, me han ocurrido varias desgracias. Acepte de buena gana lo que me salio.

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