Y, efectivamente, la senorita Layton lograba parecer fragil e inspirar lastima, y cualquier cosa menos culta. Sin embargo, ante las preguntas de la senorita Lydgate, Harriet descubrio que era la candidata favorita para la facultad de ingles, y que iba a elegir nada menos que lengua especial. Si los resecos huesos de la filologia revivian gracias a la senorita Layton, desde luego esa chica era una verdadera sorpresa. Harriet sentia respeto por su cerebro; una personalidad tan impredecible era capaz de cualquier cosa.

Y despues hablaban de las de tercero, pero el primer encuentro personal de Harriet con las de segundo resulto mas dramatico.

El college llevaba una semana de tal tranquilidad que Harriet se tomo unas vacaciones en su tarea de vigilancia y asistio a un baile que daba una coetanea suya que se habia casado y vivia en el norte Oxford. Volvio entre las doce y la una, estaciono el coche en el garaje privado de la decana, se deslizo silenciosamente por la verja que separaba la entrada de trafico del resto de las instalaciones y se dirigio hacia el Tudor por el patio viejo. El tiempo habia mejorado, y la luna brillaba tremula y palida entre las nubes. Recortado contra la luz, Harriet observo, al bordear la esquina del edificio Burleigh, algo extrano, abultado, en el contorno del muro oriental, cerca de donde la entrada trasera daba a Saint Cross Road. Saltaba a la vista que alli, como dice la vieja cancion, habia «un hombre donde ningun hombre debia haber».

Si le gritaba, saltaria al otro lado y desapareceria. Llevaba la llave de aquella puerta, pues le habian confiado un juego completo para su tarea de vigilancia. Se cubrio la cara con la capa negra y echo a correr con paso sigiloso por el sendero de hierba que discurria entre la casa de la rectora y el jardin de las profesoras, salio silenciosamente a Saint Cross Road y se quedo junto al muro. En ese momento surgio otra silueta oscura de entre las sombras y dijo: «?Eh!».

El caballero encaramado en el muro miro a su alrededor, exclamo «?Maldita sea!» y bajo rapidamente. Su amigo salio corriendo a buen paso, pero el escalador de muros debia de haberse hecho dano al descender y no andaba muy deprisa. Harriet, que a pesar de llevar mas de nueve anos fuera de Oxford estaba bastante agil, salio en su persecucion y lo alcanzo a escasos metros de la esquina de Jowett Walk. El complice, ya lejos, miro hacia atras, vacilante.

– ?Largate, chaval! -grito el cautivo y a continuacion, volviendose hacia Harriet, anadio con sonrisa avergonzada-: Vaya, me ha pillado. Me he torcido el tobillo o algo.

– ?Y que hacia usted en nuestro muro, caballero? -pregunto Harriet.

A la luz de la luna contemplo un rostro lozano, limpio y franco, de redondez juvenil y, en aquel momento, sorprendido con una expresion entre divertida y asustada. Era un hombre muy alto y corpulento, pero Harriet lo tenia aferrado con tal fuerza que dificilmente podria haberse zafado sin hacerle dano, y no daba senal alguna de intentar valerse de la violencia.

– Nada, jugando a la loteria -respondio el joven sin tardar-. Es una apuesta, a ver si me entiende, o sea colgar mi birrete en una de las hayas de Shrewsbury. Ese amigo mio era el testigo, pero para mi que he perdido la apuesta, ?no?

– Si es asi, ?donde esta su birrete? -pregunto Harriet con severidad-. Y si a eso vamos, ?donde esta la toga? ?Y su nombre y su college?

– Pues si a eso vamos, ?donde estan los suyos? -replico el joven con descaro.

Cuando tu trigesimo segundo cumpleanos esta practicamente a la vuelta de la esquina, esa pregunta te halaga, y Harriet se echo a reir.

– Pero vamos a ver, joven, ?es que me toma por una estudiante?

– ?Un profesor… o sea una profesora! ?Que Dios me ayude! -exclamo el joven, cuyo espiritu parecia elevado, aunque no excesivamente, por bebidas espirituosas.

– ?Y…? -dijo Harriet.

– No me lo puedo creer -replico el joven, escudrinando su rostro a la debil luz-. No es posible. Demasiado joven. Demasiado encantadora. Demasiado sentido del humor.

– Demasiado sentido del humor para dejar que se salga con la suya, muchacho. Y ningun sentido del humor para esta intromision.

– Mire, de verdad que lo siento muchisimo -dijo el joven-. Era por divertirnos un poco. En serio; no queriamos hacerle dano a nadie. O sea, en absoluto. Solamente hemos ganado la apuesta y nos queriamos ir tranquilamente. Venga, sea comprensiva. O sea, no es usted la decana, ni la rectora, ni nada de eso, porque yo las conozco. ?No podria hacer la vista gorda?

– Muy bien, pero no podemos consentir estas cosas -dijo Harriet-. No puede ser. ?No ve que esto no puede ser?

– Si, claro -concedio el joven-. Desde luego. No cabe la menor duda. Es una autentica estupidez, que podria dar lugar a interpretaciones erroneas. -Hizo una mueca de dolor y levanto una pierna para frotarse el tobillo que se habia lesionado-. Pero cuando ves un murito tan tentador como ese…

– Ah, ya. ?Y donde esta la tentacion? -pregunto Harriet-. Haga el favor de ensenarmela. -Lo llevo con firmeza hacia la entrada, a pesar de sus protestas-. Ah, ya lo veo. A ese contrafuerte le faltan un par de ladrillos y es un punto de apoyo estupendo. Casi podria decirse que los han quitado a proposito, ?no? Y ademas, un arbol que viene muy bien en el jardin de las profesoras. Ya se encargara de ello la administradora. ?Conoce bien ese contrafuerte, joven?

– Se conoce su existencia -admitio el prisionero de Harriet-. Pero, mire, no… no ibamos a ver a nadie ni nada parecido, o sea, quiero decir, a ver si me entiende…

– Eso espero -replico Harriet.

– No, estabamos solos -se apresuro a explicar el joven-. No hay nadie mas metido en esto. No, por Dios. Y mire, me he lesionado un tobillo y encima nos van a prohibir salir. Por favor, amable senorita…

En ese momento resono un fuerte gemido dentro de los muros del colegio. La cara del joven se ensombrecio de preocupacion y miedo.

– ?Que ha sido eso? -pregunto Harriet.

– No sabria decir -contesto el joven.

Se repitio el gemido. Harriet aferro con fuerza al estudiante por un brazo y lo llevo hasta la puerta.

– Pero oiga, no debe… por favor, no vaya a pensar… -dijo el caballero, cojeando lastimosamente a su lado.

– Voy a ver que ocurre -dijo Harriet.

Abrio la puerta, empujo a su prisionero y volvio a cerrarla. Junto al muro, justo debajo de donde se habia encaramado el joven, habia alguien acurrucado, al parecer victima de agudos sufrimientos internos.

– Oiga, lo siento muchisimo -dijo el joven renunciando a todo pretexto-. Creo que hemos sido un poco irreflexivos. O sea, no nos dimos cuenta. Quiero decir, me temo que no se encuentra bien, y nosotros no nos hemos dado cuenta, ?comprende?

– Esa chica esta borracha -replico Harriet, inflexible.

En sus malos tiempos habia visto a demasiados poetas jovenes aquejados de algo parecido y no podia confundir los sintomas.

– Bueno… Me temo que si, que es eso -dijo el joven-. Es que Rogers se empena en hacer unos combinados tan fuertes… Pero oiga, de verdad, no ha pasado nada, quiero decir…

– Ya. Bueno, no grite. Esa casa es la residencia de la rectora.

– ?Maldita sea! -exclamo el joven por segunda vez-. Esto… ?va usted a ser comprensiva?

– Depende -contesto Harriet-. Lo cierto es que ha tenido usted una suerte tremenda. No soy profesora. Estoy en el college de paso, asi que soy completamente libre.

– ?Que Dios la bendiga! -exclamo el joven con ardor.

– No se precipite. Tendra que aclararme todo esto. Por cierto, ?quien es la chica?

La enferma volvio a emitir un gemido.

– ?Ay, Dios! -dijo el estudiante.

– No se preocupe -dijo Harriet-. Vomitara enseguida. -Se acerco a la paciente y la examino-. Esta bien. Puede mantener su caballerosa reserva. La conozco. Se llama Cattermole. ?Y usted?

– Me llamo Pomfret… y estoy en Queen's.

– Ah -dijo Harriet.

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